El Papa y la antropología conyugal

Durante muchos años he tenido que deplorar la grave ausencia persistente de una antropología conyugal seria en la producción de mis colegas filósofos. La prueba de esta carencia filosófica es fácil de hacer hoy en día con la ayuda de Internet : si se lanza una búsqueda con las palabras ‘antropología conyugal’, el único título que se encuentra es: Reflexión sobre los datos sexológicos de la psicosomática y de la fenomenología modernas, ensayo de antropología conyugal, Salvador García-Bardon, Université Catholique de Louvain, Institut Superieur de Philosophie, 1963, Ciclostilato, 352 f.; 26,5 cm.

Es bastante sintomático de la perfecta lealtad de mis hermanos jesuitas para conmigo, el que esta información aparezca en el fichero público de la biblioteca de su Pontificia Università Gregoriana de Roma. Estoy seguro de que con ellos no hubiera tenido que renunciar a mi proyecto de 'Antropología conyugal' de 1963, que me vi obligado a reemplazar, para obtener mi doctorado en filosofía, por una tesis histórica sobre el lenguaje de la Ética del siglo XIII, bajo el título: Contribution de la linguistique scientifique à la démarche philosophique.

Hoy me consuela el constatar que la Congregación para la doctrina de la fe considera que los datos fundamentales de la antropología bíblica son conyugales. Es decir, que los teólogos han logrado ver y hacer lo que los filósofos de las escuelas católicas de estricta observancia no han logrado ni hacer ni ver.

He aquí la prueba, que transcribo literalmente, sintiéndola como si fuera mía, de un documento publicado el año pasado por el Papa actual, bajo el título: “Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”:

«II. LOS DATOS FUNDAMENTALES DE LA ANTROPOLOGÍA BÍBLICA

5. Una primera serie de textos bíblicos a examinar está constituida por los primeros tres capítulos del Génesis. Ellos nos colocan «en el contexto de aquel ‘‘principio'' bíblico según el cual la verdad revelada sobre el hombre como ‘‘imagen y semejanza de Dios'' constituye la base inmutable de toda la antropología cristiana».(4)

En el primer texto (Gn 1,1-2,4), se describe la potencia creadora de la Palabra de Dios, que obra realizando distinciones en el caos primigenio. Aparecen así la luz y las tinieblas, el mar y la tierra firme, el día y la noche, las hierbas y los árboles, los peces y los pájaros, todos «según su especie». Surge un mundo ordenado a partir de diferencias, que, por otro lado, son otras tantas promesas de relaciones. He aquí, pues, bosquejado el cuadro general en el que se coloca la creación de la humanidad. «Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó» (Gn 1,26-27). La humanidad es descrita aquí como articulada, desde su primer origen, en la relación de lo masculino con lo femenino. Es esta humanidad sexuada la que se declara explícitamente «imagen de Dios».

6. La segunda narración de la creación (Gn 2,4-25) confirma de modo inequívoco la importancia de la diferencia sexual. Una vez plasmado por Dios y situado en el jardín del que recibe la gestión, aquel que es designado —todavía de manera genérica— como Adán experimenta una soledad, que la presencia de los animales no logra llenar. Necesita una ayuda que le sea adecuada. El término designa aquí no un papel de subalterno sino una ayuda vital. (5) El objetivo es, en efecto, permitir que la vida de Adán no se convierta en un enfrentarse estéril, y al cabo mortal, solamente consigo mismo. Es necesario que entre en relación con otro ser que se halle a su nivel. Solamente la mujer, creada de su misma «carne» y envuelta por su mismo misterio, ofrece a la vida del hombre un porvenir. Esto se verifica a nivel ontológico, en el sentido de que la creación de la mujer por parte de Dios caracteriza a la humanidad como realidad relacional. En este encuentro emerge también la palabra que por primera vez abre la boca del hombre, en una expresión de maravilla: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23).

En referencia a este texto genesíaco, el Santo Padre ha escrito: «La mujer es otro ‘‘yo'' en la humanidad común. Desde el principio aparecen [el hombre y la mujer] como ‘‘unidad de los dos'', y esto significa la superación de la soledad original, en la que el hombre no encontraba ‘‘una ayuda que fuese semejante a él'' (Gn 2,20). ¿Se trata aquí solamente de la ‘‘ayuda'' en orden a la acción, a ‘‘someter la tierra'' (cf Gn 1,28)? Ciertamente se trata de la compañera de la vida con la que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella ‘‘una sola carne'' y abandonando por esto a ‘‘su padre y a su madre” (cf Gn 2,24)». (6)

La diferencia vital está orientada a la comunión, y es vivida serenamente tal como expresa el tema de la desnudez: «Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro» (Gn 2, 25).

De este modo, el cuerpo humano, marcado por el sello de la masculinidad o la femineidad, «desde ‘‘el principio” tiene un carácter nupcial, lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el hombre-persona se hace don, verificando así el profundo sentido del propio ser y del propio existir». (7) Comentando estos versículos del Génesis, el Santo Padre continúa: «En esta peculiaridad suya, el cuerpo es la expresión del espíritu y está llamado, en el misterio mismo de la creación, a existir en la comunión de las personas ‘‘a imagen de Dios”. (8) »


Ver el contexto completo de este artículo en mis Confidencias de un bloguero.

Para ver el texto latino de la encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI, pulsar aquí.
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(4) Juan Pablo II, Carta Apost. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 6: AAS 80 (1988), 1662; cf S. Ireneo, Adversus haereses, V, 6, 1; V, 16, 2-3: SC 153, 72-81; 216-221; S. Gregorio de Nisa, De hominis opificio, 16: PG 44, 180; In Canticum homilia, 2: PG 44, 805-808; S. Agustín, Enarratio in Psalmum, 4, 8: CCL 38, 17.

(5) La palabra hebrea ezer, traducida como ayuda, indica el auxilio que sólo una persona presta a otra persona. El término no tiene ninguna connotación de inferioridad o instrumentalización. De hecho también Dios es, a veces, llamado ezer respecto al hombre (cf Esd 18,4; Sal 9-10,35).

(6) Juan Pablo II, Carta Apost. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 6: AAS 80 (1988), 1664.

(7) Juan Pablo II, Catequesis El hombre-persona se hace don en la libertad del amor (16 de enero de 1980), 1: Enseñanzas III, 1 (1980), 148.

(8) Juan Pablo II, Catequesis La concupiscencia del cuerpo deforma las relaciones hombre-mujer (26 de julio de 1980), 1: Enseñanzas III, 2 (1980), 288.

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