el significado de la elección de María de Nazaret sólo es comprensible a partir de la relación de María con Jesús. Jesús tiene que ser del pueblo, porque es el Mesías, y el Reino de Dios es de los pobres: de los pobres de carne y hueso, social e históricamente, como subraya el Evangelio de Lucas: "Bienaventurados los pobres (en contraposición a los ricos), porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6, 20b y 24). Mi homenaje a mi maestro y amigo José Mª Díez-Alegría Gutiérrez

compartiendo, con él ya en la gloria, el amor filial que profesaba a María de Nazaret, la madre que su hijo Jesús nos dejó a sus fieles discípulos, como lo era José Mª heroicamente

Mi homenaje a mi maestro y amigo José Mª Díez-Alegría Gutiérrez, compartiendo, con él ya en la gloria, el amor filial que profesaba a María de Nazaret, la madre que su hijo Jesús nos dejó a sus fieles discípulos, como lo era José Mª heroicamente, recordando que fue uno de mis más queridos maestros y amigos filósofos y el que condicionó mi propia enseñanza de la ética con su propio ejemplo magistral, tanto en su cátedra complutense S.J. como en la vida.
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10 MARÍA, MUJER DEL PUEBLO
Y MADRE DE JESÚS
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José Mª Díez-Alegría Gutiérrez, "Yo todavía creo en la esperanza" (El credo que ha dado sentido a mi vida), 1999.
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En septiembre de 1979, las comunidades cristianas populares de Aragón organizaron una semana de "Conferencias sobre María" en Huesca y Zaragoza. Estuvieron a cargo de José María González Ruiz (Nacido de mujer, Gal 4, 4), José María Díez-Alegría (El Señor ha puesto los ojos en la humillación de su sierva, Lc 1, 48), José Joaquín Alemany (María entre la religiosidad y la secularización), Javier Osés Flamarique (María y la religiosidad popular) y Fernando Urbina (Proceso histórico de la devoción mariana). Se publicaron en un folleto en noviembre del mismo año.
Quiero reproducir aquí el texto de mi conferencia, como un loor acendrado a la madre de Jesús, a quien siento en mi corazón como madre.
"El Señor ha puesto los ojos en la humillación de su sierva". Yo haría esta traducción de Lucas 1, 48: "El Señor puso sus ojos en la señora (en la señá) María de Nazaret."
Esto es lo que sugiere la reacción de las gentes de Nazaret el día de la visita de Jesús a su pueblo, como la refiere Marcos: "Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: "¿De dónde le viene esto?, ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y estos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, Joset, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros?". Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: "Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio" (Mc 6, 2-4).
Lo que sabemos históricamente de María es que fue una sencilla mujer del pueblo, de un rincón de la periférica Galilea. Y que fue la madre de Jesús.
La fe nos dice que ella fue la incomparablemente escogida, la "llena de gracia" (Lc 1, 28), "bendita entre las mujeres" (Lc 1, 42). Esta convicción (podríamos decir, este "sentimiento" que perciben los ojos del corazón iluminados por Dios: Ef 1, 18) se apoya y sustenta en el núcleo sustancial de nuestra fe cristiana: que el hijo de María, Jesús de Nazaret, es el Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios.
La fuerte unidad de este doble acceso a María, la pobre mujer galilea de carne y hueso y la "llena de gracia", es la llave que nos puede abrir puerta para comprender lo que es María para nosotros, como "signo" de Dios.
Jesús, en su respuesta a los enviados de Juan Bautista, da esta señal, como prueba de que el Reino de Dios está ya en acción:
"Se anuncia a los pobres la buena noticia" (Mt 11, 5; Lc 7, 22).
Pues María de Nazaret es en sí misma la personificación de esta buena noticia para los pobres.
El Evangelio de Lucas pone en boca de María el Magnificat. En él proclama la gloria del Señor "porque ha puesto los ojos en la humillación de su esclava" (Lc 1, 48).
Esta frase remite a las palabras que Ana, la que iba a ser madre de Samuel , le dirige a Yahvé: "Si te dignas mirar la humillación de tu sierva..." (1 Sam 1, 11). En Ana la humillación era su esterilidad, de la que se mofaba la otra mujer de su marido. Pero en el Magnificat la humillación cambia de sentido. No se trata ya de la humillación privada de una estéril en el seno de la familia poligámica (concepción primitiva y caduca), sino de la humillación social de los pobres, de las clases oprimidas.
El Magnificat probablemente procede de un himno judeo-cristiano que exaltaba las esperanzas de los pobres:
"El brazo (del Poderoso) se hace sentir con fuerza, desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide sin nada". (Lc 1, 51-53)
Lucas aplica a María este himno de las primitivas comunidades cristianas populares, porque María es una manifestación excepcional de que Dios elige a los pobres y no a los poderosos. Esto lo afirma taxativamente otro documento judeo-cristiano primitivo, que figura en el Nuevo Testamento con el título de carta de Santiago (o Jacobo). Dice así:
"Escuchad, queridos hermanos, ¿es que no ha escogido Dios a los pobres en el mundo para que fueran ricos en la fe y herederos del Reino que prometió él a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis despreciado al pobre. ¿No son los ricos los que os oprimen y os arrastran a los tribunales? ¿No son ellos los que ultrajan el hermoso nombre que os impusieron?" (Sant 2, 5-7).
La humillación de María es la humillación de los pobres. Más aún, de las muchachas y las mujeres pobres en una sociedad patriarcal e incluso "machista". La elección de Dios sobre ella por encima de todas las otras (las de alto nivel) es un signo profético de consecuencias insondables.
Pero el significado de la elección de María de Nazaret sólo es comprensible a partir de la relación de María con Jesús.
Jesús tiene que ser del pueblo, porque es el Mesías, y el Reino de Dios es de los pobres: de los pobres de carne y hueso, social e históricamente, como subraya el Evangelio de Lucas: "Bienaventurados los pobres (en contraposición a los ricos), porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6, 20b y 24).
El Evangelio de Mateo matiza que se trata de pobres con espíritu (Mt 5, 3), es decir, pobres reales con esperanza y espíritu de solidaridad. Son los anawim (humildes, pobres) a que se refiere el profeta Sofonías (que fue profeta en el reino de Judá entre 640 y 630 a. C.): buscadores del Señor, de la justicia, de la humildad (Sof 2, 3), cuya presencia y acción sobre la tierra es presentida por el mismo profeta en términos inolvidables:
"No cometerán injusticia, no dirán mentiras no se encontrará ya en su boca lengua embustera. Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe" (Sof 3, 13)
Por eso el Padre elige a María, la mujer pobre y creyente de Nazaret, para ser madre de Jesús. Así éste es genéticamente y socialmente del pueblo-pueblo y es, a la vez y sobre esta base, la cumbre de la pobreza con espíritu. Por eso tuvo que nacer de mujer (Gal 4, 4) de los pobres.
Sólo desde esta perspectiva se comprende en profundidad a Jesús. Un día se le acercó un teólogo (Mt 8, 19) –para Lucas 9, 57, simplemente "uno"– y le dijo: Maestro (el quidam de Lc omite el título), te seguiré a donde quiera que vayas.
La respuesta de Jesús tiene dimensión social-histórica (y no ascético-religiosa, como se ha supuesto inconscientemente): "las zorras tienen madriguera, y las aves del cielo nidos, pero yo no tengo donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 19; Lc 9, 58).
Los negros de América lo han comprendido bien y lo han expresado en uno de sus "espirituales":
"Las zorras tienen guaridas en el suelo, y los pájaros sus nidos en el aire. Cada bestia tiene su escondrijo; pero nosotros, pobres pecadores, no tenemos nada".
Seguir a Jesús es entrar en el mundo de los pobres, no por una opción ascética o espiritual, sino por una opción histórica y real. Porque Jesús es "el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón" y sus hermanas están en Nazaret, entre la gente (Mc 6, 3).
Esto lo ha visto certeramente el obispo brasileño Pedro Casaldáliga, cuando dice que, en el siglo que va a empezar, los cristianos serán pobres o visceralmente identificados con los pobres o no serán.
San Pablo, exhortando a los cristianos de Corinto a ser generosos en la colecta de solidaridad con la comunidad pobre de Jerusalén, les dice: "Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza" (2 Cor 8, 9). La riqueza de Jesús de que aquí habla Pablo se refiere al misterio de su transcendencia, de aquella "condición divina" a que alude el himno incluido por el mismo Pablo en su carta a los filipenses (2, 6). Como hombre, Jesús no se hizo pobre, sino que fue pobre. Y el factor condicionante fue ser su madre la señora María de Nazaret. En esta condición pobre y popular de María, la bendita, está una raíz y entraña de la totalidad del evangelio, de la "buena noticia" para los pobres.
Jesús, verdadero hombre, y Mesías de los pobres. Es éste el misterio de Dios. Y María está imbricada en la médula de este misterio, que es el evangelio.
Los cristianos tenemos el convencimiento vivo, cordial, anclado en nuestra fe hondamente, de que María es la número uno, incomparablemente, en la participación de la gracia salvadora de Jesucristo. Pero también aquí nos encontramos con una paradoja evangélica.
María no es una especie de monja que tuvo un hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y esto la hizo mucho más monja todavía.
Mi mayor respeto y afecto por las monjas, que han sido y son, tantas veces, admirables. Pero María de Nazaret, psicosociológicamente, no tiene nada absolutamente de "monja". Es una mujer-mujer del pueblo-pueblo. Así nos la presentan los acercamientos más históricos de las fuentes evangélicas.
Todavía podemos y debemos dar un paso más en este camino.
Los sinópticos dejan traslucir una tensión entre Jesús y sus parientes. También el Evangelio de San Juan afirma taxativamente (7, 5) que "ni siquiera sus hermanos creían en él". Marcos (3, 21) dice crudamente que los parientes, enterados del movimiento multitudinario, que se producía en torno a Jesús, "fueron a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales".
Ningún texto dice ni sugiere que María participara de la incredulidad de sus allegados. Probablemente callaba.
En este contexto, los tres sinópticos nos dan una indicación importante.
"Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. Tenía gente sentada alrededor, y le dijeron:
–Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera.
El les contestó:
–¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Y paseando la mirada por los que estaban sentados en corro, dijo:
–Aquí tenéis a mi madre y a mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre" (Mc 3, 31-35; cfr. Mt 12, 46-50 y –con menos dramatismo– Lc 8, 19-21).
Los cristianos pensamos que María fue madre para Jesús porque, en su sencillez, fue la más fiel cumplidora del beneplácito de Dios. Mucho más que el vehemente, generoso y complicado Pablo, por ejemplo.
Pero el dicho de Jesús pone de relieve su oposición a todo espíritu de nepotismo. Y este dato es importante, porque en el mundo judío los vínculos de consanguinidad tenían un papel predominante. En este sentido, hay un antagonismo,
evangélicamente significativo, entre la actitud de Jesús con su madre y la del rey Salomón respecto de la suya, como nos la describe el primer libro de los Reyes (2, 19). María no es para Jesús la "Reina Madre".
Lucas nos ha conservado un detalle lleno de frescura, en que la cordial e ingenua alabanza de una mujer del pueblo a María es trasportada por Jesús a otra clave:
"Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer de entre la gente le dijo gritando:
–¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que mamaste!
Pero él dijo:
–Mejor: ¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen! (Lc 11, 27-28). Todos estos incidentes nos hacen entrever situaciones muy realistas, enteramente ajenas a la tentación del "cuento de hadas".
Esto nos lleva a captar otro rasgo importante del gran signo evangélico que es María.
La grandeza de María es su fe. Ella es bienaventurada porque "creyó" (Lc 1, 42-45). Pero la fe de María no está teologizada. No es elitista. No se engarza en especulaciones profundas.
Más bien hay que decir que María no entiende. Pero calla, espera y es fiel.
Los capítulos de la infancia de Jesús en el Evangelio de Lucas son más simbólicos y teológicos que históricos. Dan una versión poética, bellísima, de la figura de María. Como las incomparables anunciaciones de Fray Angélico.
Pero Lucas hace notar expresamente que, cuando María y José encuentran al niño en el templo al cabo de tres días de angustiosa búsqueda, la madre se le queja y no comprende la respuesta que Jesús le da (Lc 2, 46-50).
También en el relato maravilloso de la visita de los pastores al recién nacido, anota el Evangelio: "todos los que lo oyeron (también María) se maravillaban de lo que los pastores decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, 18-19).
Jesús ha dicho que "los últimos serán los primeros y los primeros últimos" (Mt 20, 16). Esto nunca se ha manifestado tan claramente como en María.
Por eso ella misma es el evangelio, la "buena noticia" para los pobres, la realidad de las Bienaventuranzas de Jesús.
Quiero terminar estas líneas, escritas como una loa entrañable a María, la madre de Jesús, a la que siento, en lo profundo de mi alma, como madre mía, con una copla popular andaluza, que le cantan a la Virgen del santuario de la Cabeza, en Andújar.
Me parece de una sencillez que expresa lo que he estado r.eflexionando sobre el significado de la persona de María de Nazaret. Y lo hace con una gracia y una fuerza simbólica y poética inimitables:
"Pequeñita y morenita lo mismo que una aceituna, una aceituna bendita, morena de luz de luna".
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José Mª Díez-Alegría Gutiérrez. Yo todavía creo en la esperanza (El credo que ha dado sentido a mi vida) (Spanish Edition) (pp. 111-121). DESCLÉE. Édition du Kindle.
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