Algunas claves interpretativas a propósito de la hospitalidad de Génesis 18

Los relatos al momento de escribirse buscan impactar en una comunidad destinataria, la cual a su vez los interpreta de manera de asumir cierta praxis religiosa, social, política o cultural tanto en la comunidad misma así también en la relación de dicho grupo humano con otros. Anteriormente veíamos como el Ciclo de Abraham (Génesis 12-25) buscaba que Israel repensara el lugar étnico o sociopolítico en medio de la coexistencia con otros. Es un relato que “va creciendo y proporcionando sentido y cohesión social y religiosa a la comunidad de sus lectores”(1). Estos lectores que escuchan las historias, deben constituir sujetos activos que puedan decodificar el mensaje que se les transmite para así establecer pautas de comportamiento, entre las que destacan, como hemos visto, la hospitalidad.

Haciendo uso de la propuesta educativa liberadora de Paulo Freire, pero a su vez manteniendo las necesarias distancias y disimilitudes con la interpretación narrativa de los textos bíblicos, hemos de sostener que la relación establecida entre el texto y el lector se comprende como misteriosa, es una “relación dialógica con el autor del texto, cuyo mediador no es el texto considerado formalmente, sino el tema o los temas en él tratados”(2). Dentro de cada texto encontramos pactos comunicativos y simbólicos, que hacen que el lector atento tome postura frente a este entramado de temas que, en el caso del Ciclo de Abraham, manifiestan un ethos y una forma de ser de Israel. A partir de esto es que queremos proponer en la segunda parte de esta obra algunas claves para ahondar más en la dinámica de la hospitalidad, que en definitiva es una forma concreta de vivir y practicar la alteridad y el reconocimiento de la coexistencia con otros.

Un elemento central a todo el Ciclo de Abraham es que el personaje constituye un nómade, alguien que vive su existencia como peregrinar. Es más, la Alianza que Adonay promete implica la salida de la casa paterna, un desarraigo de las relaciones iniciales para así forjar una propia identidad (Cf. Gn 12,1; 12,10; 13,1; 13,8; 20,1). Vemos a personajes que están en constante movimiento, sea por causas de necesidad de alimento para ellos o para sus animales, sea por seguir caminando por la tierra prometida por Dios. Resulta que cada vez que ellos se asientan en un espacio físico se produce el juego de la hospitalidad, esto es, se practica la hospitalidad con Abraham o el mismo personaje u otro, por ejemplo, Lot, inician la acogida. Esto a nuestro juicio marca pautas educativas para el auditorio oyente de los relatos: muestra en un primer lugar la condición nómade del creyente, del que se mueve en pos de una promesa que recibió de su Dios, camino abierto que involucra la relación con otros. Otra clave es la función de hacer interiorizar la necesidad de practicar una sana acogida, tanto con el que es de mi propio clan así como el que es distinto de mí, de manera de evidenciar la necesidad de construir una “retórica de la fraternidad”(3), es decir un discurso que manifieste como la Alianza misma representa un espacio fundado en el encuentro y en la acogida de Dios por parte del hombre así como del hombre que sabe acoger a la divinidad.

La hospitalidad bien vivida viene a romper un esquema de cerrazón frente a los demás pueblos. El ejemplo de Abraham y el de Lot, que se acercan a los forasteros para ofrecerles su casa para el descanso y la alimentación, involucra experimentar momentos de fraternidad y de Alianza, en donde la vida es salvaguardada y bendecida, en el caso de Abraham con el anuncio definitivo del nacimiento de Isaac y en el caso de Lot con la advertencia a salir de las ciudades de Sedom y Amorah que serían destruidas por Adonay.

En síntesis, la hospitalidad nos abre un camino para la vivencia de una sana coexistencia con grupos humanos distintos. Acoger al extranjero se transforma por tanto en una norma ética que rige la vida de la comunidad de Israel y en definitiva de toda sociedad humana. Con las lecturas de los textos del Ciclo de Abraham en los cuales encontramos casos de hospitalidad, resuena en nosotros la posterior palabra neotestamentaria de la Carta a los Hebreos: “no olviden la hospitalidad. Por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb 13,2). Esto nos pone en el plano de una práctica de la convivialidad tanto hacia adentro de la comunidad como hacia fuera de ella. En esta cultura de la aceptación, del reconocimiento y de la alteridad se nos impone el desafío de asumir que “los extranjeros no son enemigos, sino ángeles; no son sólo mano de obra barata, sino – y en ello semejan a los ángeles – mensajeros, consejeros. Deberíamos por tanto, prestar atención a la profecía extranjera de hombres venidos de otros mundos culturales”(4).


(1) Mike Van Treek, “Imaginarios de extranjeridad…”, 5.

(2) Paulo Freire, “Consideraciones críticas en torno al acto de estudiar” Pastoral Popular, Mayo-Junio 1968, 55.

(3) Mark Brett, Genesis, 69.

(4) Johann Baptist Metz, “Perspectivas de un cristianismo multicultural”, en Cristianismo y liberación. Homenaje a Casiano Floristán, Ed. Juan José Tamayo (Madrid: Trotta, 1996), 31-41, 35.

Extracto del artículo presentado a la Revista Cuariensia (Revista Anual de Ciencias Eclesiásticas) y aprobado para su publicación Diciembre 2016, número 11. Artículo titulado "La hospitalidad en el ciclo de Abrahám: una propuesta de lectura desde el análisis narrativo" (https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=7607)
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