Lo que importa – 64 ¿Estuvo Dios en Auschwitz?
La humanidad brilló allí por su ausencia

En esta segunda reflexión sobre el libro Del Dios de Job al Dios de Auschwitz, de mi querido amigo Baldo, se dice que el Holocausto judío, perpetrado por los nazis, admite diversas interpretaciones: científicas, filosóficas, teológicas o incluso desde el saber común. Desde sus primeras páginas, el autor se inclina decididamente por el enfoque teológico, abordando el misterio del sufrimiento desde una perspectiva radicalmente teologal.
- El Dios cristiano se identifica con los marginados (Mt 25, 35-46)
Ni Dios Padre ni el Cristo glorificado intervienen, ni para bien ni para mal, en el curso del universo. En este sentido, el libro que presentamos recoge un sobrecogedor fragmento del testimonio de Elie Wiesel en su obra Noche, que es memoria viva de un sobreviviente de Auschwitz:

Los mandos del campo se negaron a desempeñar el papel de verdugos. Tres hombres de las SS aceptaron hacerlo. Tres cuellos fueron introducidos en tres lazos. “¡Viva la libertad!”, gritaron los dos adultos. Pero el niño guardó silencio. “¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?”, preguntó alguien detrás de mí. Las tres sillas cayeron… Desfilamos delante de ellos… Los dos hombres habían muerto, pero la tercera cuerda aún se movía: el niño, demasiado liviano, seguía vivo. Detrás de mí, el mismo hombre repitió la pregunta: “¿Dónde está Dios ahora?”. Y dentro de mí una voz respondió: “¿Dónde está? Ahí está: colgado de la horca”. Aquella noche, la sopa sabía a cadáver.
2.¿Dónde estaba el ser humano en Auschwitz?
a) Ante la perversidad de los asesinos nazis
Johannes-Baptist Metz aborda sin rodeos el núcleo del drama: No quisiera omitir que Auschwitz no solo plantea un problema de teodicea, sino también —y de forma igualmente trágica— un problema de antropodicea. Ya se ha señalado repetidamente: es el problema de la justificación del hombre ante los horrores de Auschwitz. En este sentido, la pregunta que formuló Wiesel podría reformularse así: “¿Dónde estaba el hombre en Auschwitz?”.

Esta observación es de una hondura inquietante. En Auschwitz, Dios fue puesto en tela de juicio: ¿cómo sostener la creencia en un Dios justo y misericordioso, creador y providente, que no intervino para salvar a las víctimas? Como señala la propia intérprete judía del Holocausto, con excesiva frecuencia se ha cargado toda la responsabilidad sobre Dios, olvidando lo que los hombres fueron capaces de hacer.
Metz insiste: los grandes perversos fueron los nazis, sin paliativos ni atenuantes. Y tras ellos, los intereses económicos que alentaron sus acciones no deben ser ignorados.
b) La perversión por omisión de cristianos y no cristianos
Mucho se ha escrito —desde la psicología, la sociología y la historia— sobre la depravación de los nazis. Sin embargo, se ha silenciado en gran medida la inhumanidad "por omisión" de tantos que, por conveniencia o cobardía, decidieron mirar hacia otro lado. ¿Qué decir del ser humano que contempla en silencio el exterminio de inocentes?

Ante hechos tan atroces, debemos repensar radicalmente nuestras concepciones sobre Dios y sobre el ser humano, especialmente sobre los creyentes cristianos. Las Iglesias, por su silencio, fueron cómplices. Si el mutismo del mundo puede ser visto como indiferencia ante el sufrimiento extremo, el silencio de las Iglesias cristianas resulta más clamoroso, pues estaban llamadas a alimentar al hambriento, a vestir al desnudo, a visitar al enfermo, a acoger al extranjero y a proteger al peregrino.
Gregor Baum señala en El Holocausto y la Teología Política que el silencio del papa Pío XII se convirtió en símbolo de la culpa de la Iglesia. La obra teatral El vicario, de Hochhuth, dotó a este símbolo de una fuerza cultural considerable. A partir de entonces, la Iglesia comenzó tímidamente a hablar del mal estructural y social. Durante mucho tiempo se presentó como guardiana de la civilización occidental, interviniendo en asuntos políticos solo cuando peligraban sus intereses o se vulneraban normas morales tradicionales, especialmente relativas a la procreación y la familia. Frente a los conflictos internacionales, optaba por un silencio diplomático.

Pío XII guardó silencio ante la invasión nazi de Polonia —una nación mayoritariamente católica—, y lo mismo hicieron muchos obispos alemanes. El mutismo de la jerarquía ante la persecución y asesinato sistemático de los judíos es un hecho bien documentado.
Ni ante Auschwitz ni ante ninguna otra tragedia puede haber espectadores inocentes. El cristiano que calla, que olvida, que teme el compromiso o lo elude por razones prácticas o ideológicas, se convierte en cómplice. ¿Qué clase de Iglesia es la que defiende a los poderosos y margina a los oprimidos? Desde luego, no es la Iglesia de Jesús. El compromiso por los más débiles comporta riesgos reales, pues los opresores atacarán siempre a quienes pretendan liberar a sus víctimas.
Jesús ya lo había anticipado: “Os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16). Sabía que sus enviados serían perseguidos. El cristianismo auténtico exige un compromiso firme con Jesús de Nazaret. Muchos, sin embargo, desertaron de esa responsabilidad durante los días oscuros de Auschwitz.
3.El Estado de Israel
Es cierto que innumerables judíos, gitanos, personas con discapacidad y otros colectivos fueron víctimas de una maldad inimaginable. Pero resulta inquietante constatar cómo, tras Auschwitz, ciertas élites judías han olvidado esa experiencia de sufrimiento y actúan hoy como agentes del capitalismo imperial, aliados con poderes opresores, enemigos de los pobres y verdugos del pueblo palestino.

Conviene matizar que esta crítica no se dirige contra el judaísmo como tradición espiritual, sino contra el sionismo político que, en su forma actual, ha traicionado la herencia profética. Israel no es hoy odiado por ser judío, sino por ser opresor. El Estado sionista ha perdido su identidad como pueblo de la Alianza con Yahvé, salvo que dicha Alianza no haya sido más que un teologúmeno instrumental, una ficción legitimadora del poder.
En un excurso final sobre este tema, Baldo afirma que el objetivo último de la teología cristiana es la liberación real de las víctimas del sufrimiento. Subraya que tanto la teología cristiana como la judía han sido, en parte, herederas de antiguas teodiceas; que una teología desconectada de la realidad sufriente y desprovista de intención salvífica no puede llamarse cristiana; que la reflexión teológica debe asumir los holocaustos de la historia y comprometerse activamente para que no se repitan; que la no intervención de Dios en el devenir del mundo no conduce necesariamente al ateísmo, pero que, si se habla de ateísmo, es fundamental precisar qué Dios se está negando y si aún es posible hablar significativa y dignamente de Dios después de Auschwitz.
4. Concluyendo

Como colofón, reproduzco el texto, tomado de Gregor Baum, con el que Baldo cierra su libro: Las Iglesias del Tercer Mundo luchan por un Evangelio que exprese solidaridad con los pobres, los hambrientos y los desposeídos, con las masas privadas de su dignidad humana. Anhelan un Evangelio que no esté aliado con los poderes dominantes. La llamada “opción preferencial por los pobres”, la decisión de contemplar la realidad desde el punto de vista de las víctimas y de testimoniar públicamente su causa, ha sido finalmente incorporada a la doctrina oficial de la Iglesia, incluso en el Concilio Vaticano II. Su puesta en práctica -concluimos- no admite más demoras.

A modo de conclusión, digamos, en cuanto a Auschwitz, que lo correcto es preguntarse no si Dios estuvo en aquel horror, que lo estuvo sufriente en cada víctima de tan espantoso holocausto, sino dónde estuvo la “humanidad”. Desde luego, no lo estuvo en los verdugos nazis, borrachos de purificación étnica, ni tampoco en la llamada a andana de tantos responsables que, teniendo voz y voto en la cosa, dejaron hacer mientras ellos miraban para otra parte. Quien falló estrepitosamente en Auschwitz no fue Dios sino el hombre. La cuestión es sumamente obvia para un creyente que centre su fe en una forma de vida compartida a fondo con todos los seres humanos sufrientes, en vez de recitar como un papagayo un credo de supuestas verdades eternas. Y puesto que esta entrega coincide con la celebración del Corpus, digamos que la eucaristía es, ante todo y sobre todo, pan de vida y bebida de salvación, y que, por tanto, lo procedente es comerla bien, es decir, compartiendo. Auschwitz convirtió en eucaristía a todas sus víctimas.