Algo más que un eclipse

Los fenómenos celestes han sido siempre momentos sugerentes. En medio de esta época de Navidad, recordamos cómo los sabios del Oriente se movieron buscando una estrella que, con su luz, los fue guiando hasta el lugar del nacimiento de Jesús (Mateo 2,1-12). Jesús mismo nos dice que es bueno discernir o comprender las señales del tiempo y del cielo (Mateo 16,3). Lo que hoy ha ocurrido en Chile y, en parte de Argentina, el eclipse, representa un fenómeno que es algo más que un mero eclipse. El modo de acercarnos a él puede ser variado: la mirada de la ciencia que se deslumbra ante los movimientos físicos de los astros, la mirada de los pueblos originarios, en este caso el indómito pueblo mapuche quien mira el eclipse desde su ancestralidad y desde la vitalidad de la Ñuke Mapu, la madre tierra. Incluso el comerciante que aprovecha de ganar un poco más de dinero vendiendo lentes especiales, empanadas, bebidas, poleras y tazones con los motivos del eclipse. Muchas miradas, y en medio de ellas, la mirada cristiana, la mirada de la fe que también busca comprender qué hay detrás de un fenómeno de la magnitud como el que hoy hemos visto.

En primer lugar, el centro de nuestra fe confiesa que existe un Dios Creador. Es más, el primer artículo de la Profesión de Fe indica: Creo en Dios Padre… creador del cielo y de la tierra. Esta confesión creyente hunde sus raíces en la teología del relato creacional del Génesis 1. En el relato llamado sacerdotal, existe una fórmula que se repite constantemente: “Y Dios creó… y vio que era bueno”. El verbo creó en hebreo se dice: bará. Los teólogos nos dicen que es un “verbo divino”, es decir, sólo aplicado a Dios y a su acción. Pero, otra característica del verbo bará-creó nos es más interesante. Él significa, en esencia, “creó separando”, “creó distinguiendo”. ¿Qué quiere decir esto? El teólogo belga Adolphe Gesché (201) nos puede ayudar a entender estas intuiciones bíblicas: “crear es instaurar una realidad que no es completa, “una”, acabada, cerrada y bloqueada, sino una realidad en la que hay diferencia, fantasía, complementariedad (como en el cas del hombre y la mujer), precisamente porque hay novedad, libertad, invención”. El eclipse de sol, los movimientos de las mareas, los temblores, el día y la noche, las estaciones y meses, son creación de una mano bondadosa, la de Dios que ha creado un mundo armónico y equilibrado, un mundo con sentido. La palabra kosmos, vocablo griego utilizado para expresar “mundo”, significa: sentido, belleza, armonía. El mundo-kosmos es esencialmente bondadoso porque surge del corazón amoroso de un Creador que es Amor (1 Jn 4,8).

En segundo lugar, ¿cómo entender el eclipse en medio de la lógica de la pandemia en curso? Quizás la mejor forma de acercarnos a esta pregunta es desde las metáforas y la razón poética. Hay dos conceptos fundamentales para entender el eclipse: la umbra y la penumbra. La umbra hace referencia al eclipse total, a que la luna tapa completamente el sol. La penumbra, por su parte, hace referencia a una sombra suave, a un estar tapado de manera parcial. ¿Cuál es nuestra umbra y nuestra penumbra? Quizás la pandemia comparte elementos de ambos conceptos astronómicos. Una oscuridad total, lo que Juan de la Cruz, místico que es recordado hoy 14 de Diciembre expresa como “la noche oscura del alma”, el vacío y el sin-sentido, la búsqueda de respuestas que no aparecen. Nos puede venir a la mente la escena de la muerte de Cristo. En ella el relato nos dice que desde el mediodía hasta las tres de la tarde se oscureció el cielo (Cf. Mateo 27,45). ¿Cuántos en esta pandemia han vivido su propio oscurecerse el cielo? Por su parte, la penumbra, puede hacer referencia a ese leve oscurecerse que no llega a ser noche total.

Lo llamativo del fenómeno astronómico del eclipse es ese tránsito, casi una Pascua (voz hebrea que significa “paso”) entre la luz del día, la oscuridad total en el lugar de la umbra, y el aparecer nuevamente la luz. Los fenómenos que ocurren en ese tránsito son muy sugerentes: la baja en la intensidad de la luz, ese viento frío que ocurre cuando baja la luz, y luego, y como si alguien prendiese la luz, salimos de esa oscuridad que nos estremece. Porque, sin duda, un eclipse estremece. Pienso, en definitiva, que la naturaleza, con sus procesos nos puede ayudar a pensar la vida desde otras claves, más metafóricas, simbólicas y poéticas.

En tercer lugar, una mirada a nuestra creaturalidad. La lógica de la acumulación, propia de la razón instrumental y económica, nos ha privado del asombro como condición básica de la vida humana. El pensador japonés Daisaku Ikeda en su obra El nuevo humanismo, reconoce que si el ser humano no se asombra, no se pregunta, no indaga, las cosas aparecen con una aparente fuerza de normalidad que provoca una legitimación de prácticas de violencia, deshumanización y marginación. La capacidad reflexiva del ser humano se entiende desde el llamado conflicto cognitivo, es decir, de la capacidad que tenemos de confrontar nuestra experiencia previa con nuevas formas de conocimiento. Hoy, muchos de nosotros miramos asombrados el cielo y nos dejamos conmover por este fenómeno celeste. En palabras del profesor José Maza, surge la sensación de que se apaga todo y es como entrar en un túnel generando un efecto sobrecogedor. El hecho de mirar, de contemplar, de preguntarnos qué o más bien, quién es el que moviliza las fuerzas celestes, es ya un salto de fe, una experiencia profundamente humana, un santo decir “no-sé”, una fuerza de implantación de lo nuevo.

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