En los 30 años de su fallecimiento Moncho Valcarce: un cura místico y rebelde, comprometido en la lucha de liberación de su país

Moncho Valcarce
Moncho Valcarce

30 años del fallecimiento de de Moncho Valcarce, “el cura de las Encrobas”

Su compromiso revolucionario fue el que lo llevó a vivir su fe cristiana con un activismo social y político

Aunque es más conocido en Galicia por su compromiso social y político con las luchas campesinas y obreras, Moncho Valcarce fue sobre todo un cura de parroquia. Esto no fue para él algo secundario, sometido a su compromiso sociopolítico

Pero, además de un cura y un militante, Moncho era un místico. La mística lleva a una mayor implicación en la realidad

El pasado mes de febrero se hicieron 30 años del fallecimiento de de Moncho Valcarce (5 de set.1935-1 de feb.1993). Un cura gallego más conocido como “el cura de las Encrobas”, por su activa participación, e incluso protagonismo –protagonismo que él nunca buscó-, en la memorable lucha de valerosos campesinos y campesinas gallegas por sus tierras en 1977; que ha pasado a la historia de las justas reivindicaciones de este colectivo en la historia moderna de Galicia.

Una lucha testificada por un amplio reportaje gráfico del enfrentamiento con las fuerzas del orden, que defendían los intereses capitalistas enfrentados a los del pueblo; los títulos son tan expresivos como “Cuando la guardia civil cargaba con mosquetón contra las mujeres gallegas”. Moncho fue un cura atípico; “épico y de combate”, con palabras de Ramón Muñiz, que fue el presidente de la Irmandade Moncho Valcarce hasta su muerte, nacida para mantener y reavivar la memoria de Moncho.

Un cura fuera de la casta clerical

Su compromiso revolucionario fue el que lo llevó a vivir su fe cristiana con un activismo social y político, integrándose en las organizaciones políticas y sindicales, sin dejar su labor parroquial evangelizador al lado de la gente humilde. Una cruz y la bandera gallega con la estrella de la liberación eran sus símbolos, siempre presentes en la iglesia de Sésamo, la parroquia que regentó cerca de A Coruña.

Poco tiempo después de su paso a la plenitud, escribí un artículo en la revista Alandar titulado: “Moncho Valcarce, el último cura comunista”. Desde entonces he dicho repetidamente que Moncho fue un cura, un militante político, un profeta y un místico; compromisos y realidades vividos armónicamente, a pesar de los conflictos que le supusieron. Él mismo escribió en uno de sus diarios, que publicamos hace unos años junto con unos estudios sobre su vida y obra (Victorino Pérez [ed.], Moncho Valcarce. Un símbolo para Galiza. Diarios inéditos e outros textos, A Coruña 2010):

“El cristianismo no es una ideología cuya función sea asegurar la estabilidad del orden político-social… Jesús estaba contra el orden establecido y nada quiso saber de los ‘líderes’ religioso que adormecían al pueblo oprimido. Su misión sigue donde la lengua y la cultura de un pueblo está encadenada, se aplastan sus derechos y no se le deja ser protagonista de su historia… cuando rompemos con unas normas morales-religiosas y socioeconómicas convencionales, para estar al lado de Dios y de los hombres en la acción liberadora. Mi fe me empuja a concienciar al pueblo para que todos consigamos la liberación” (Cuaderno de Poio).

Aunque es más conocido en Galicia por su compromiso social y político con las luchas campesinas y obreras, Moncho Valcarce fue sobre todo un cura de parroquia. Esto no fue para él algo secundario, sometido a su compromiso sociopolítico. Su identidad presbiteral –palabra con la que gustaba definirse en muchas ocasiones- y su compromiso revolucionario –palabra de la que también gustaba- estuvieron siempre unidos, desde que descubrió lo que significaba realmente ser cristiano, pues venia de una familia burguesa con un cristianismo tradicional: “Vosotros hicisteis de mi un cura, un cura gallego –escribe en sus diarios hablando de la gente sus parroquia de Sésamo-. Vosotros me enseñasteis a vivir el Evangelio liberador; que exige vivir la realidad, ser servidor y no ser servido” (Moncho Valcarce. Un símbolo para Galiza).

Sin embargo, no supo entenderlo su Iglesia, y tuvo constantes conflictos con su obispo, Ángel Suquía, entonces arzobispo de Santiago, y sufrió la marginación de otros curas por ser un “cura comunista”. Tampoco lo entendieron bien sus camaradas de la política, y el pueblo… sólo un poco.

Porque Moncho no era de la casta clerical. Estaba en las antípodas de lo que en tiempo se llamaba en Galicia lo “desertores del arado”, por estar el estamento clerical gallego lleno de hijos de labradores que se metieron curas para huir del duro trabajo rural. Hizo el camino inverso, de la burguesía a los pobres; quiso por voluntad propia ser realmente un cura al servicio del pueblo gallego, aunque esto lo convirtiese en un “cura maldito”, como escribía en otro de sus diarios: “Veo mi misión como cura tal como la realicé… lo que supuso cadenas, golpes, torturas y muchos disgustos, mucho miedo” (Diario de los Ejercicios Espirituales en Pontedeume, en Moncho Valcarce. Un símbolo para Galiza).

En Sésamo practica un nuevo estilo pastoral; gratuidad del ministerio, sencillez y compromiso con la realidad social del pueblo, galleguización de la liturgia y compromiso sociopolítico. En un trabajo académico realizado en la universidad de Salamanca escribe: “Mi servicio  político fue una obligación nacida de mi fidelidad a Jesús de Nazaret y mi amor al pueblo; que no son cosas diferentes, sino una sola fe y un solo amor, que trae como consecuencia inevitable la cruz” (El compromiso sociopolítico de un presbítero, en el libro citado).

Un místico

Pero, además de un cura y un militante, Moncho era un místico. La mística lleva a una mayor implicación en la realidad. Una Realidad que es única, cuando se vive de manera no dualista, más allá de las divisiones materia-espíritu, Dios-Mundo. Dios como Realidad Una y Jesús el Cristo como aquel que señaló el camino para la experiencia de unidad con el principio divino. La mística es la experiencia de que no hay separación entre Dios y el ser humano, como un despertar a la Consciencia Divina en nosotros, una experiencia de la Unidad de todo lo que es. La mística es “la experiencia plena de la vida”, como dijo magníficamente Raimon Panikkar (De la mística. Experiencia plena de la vida).

Llama la atención en los textos de Moncho Valcarce el ardiente deseo de los místicos: “ser uno con Dios”; estar íntimamente unidos a Él. Sentirse hasta tal punto vinculado a Él “que los dos seamos uno”, como escribe en el Cuaderno verde (1964, en el libro citado). En el Diario de Ejercicios Espirituales (1983) habla de su espiritualidad como “unión con el Uno” y con Todo:

“Soy un no instalado … Un no instalado tiene cariño por todo, siempre ama la totalidad… Es como un profeta! Al profeta lo mueve Dios, la totalidad, y se da cuenta que ante el Todo, lo particular no es nada… Todos somos Uno! Como vivir el Uno en uan sociedad tan materializada?... Tiene que esta muy lleno de Dios para vivir el Uno… Deja que Jesús entre en ti; él te llenará de Dios. Comprenderás el Uno, y no serás ni un ladrón, ni un mercenario que sólo anda por la paga… Será uno más, pero dando todo, hasta la vida, por un miembro del Uno”.

En el Diario de unos días de retiro en Poio  (1980)  aparece su experiencia mística franciscana, unificadora de todo su ser:

“La vida es muy sencilla, es VIDA… Que el ‘Cántico de la creaturas’ siga siendo para mi el cántico de la fraternidad universal y del optimismo. Que siga poniéndoseme la carne de gallina cuando lo lea; a veces en el silencio de la noche ruidosa del invierno u de la callada primavera… Que siga sintiendo la naturaleza”

Y en el Diario íntimo de su enfermedad (Revolucionario e místico. Diario íntimo da doenza final, Santiago 1994)  manifiesta Moncho una experiencia estremecedora, religiosa y mística, en su enfermedad terminal. Allí expresa con claridad su verdad más honda, lo que mueve su existencia: su fe en Jesucristo Liberador y en Dios Padre. Desde esta fe llega a ver la muerte con total esperanza:

“La muerte es la puerta del Infinito; no es oscuridad, es luz, no es condena, es amor. El triunfo de la Cruz y la Resurrección; así como Jesús de Nazaret se transformó en Cristo, el Señor, yo me transformaré, por su triunfo, en señor con el Señor. Ya no seré el Moncho pecador, mentiroso, egoísta y orgulloso, seré Cristo en Cristo”.

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