"es uno de los grandes pintores contemporáneos más hondamente religiosos" Vincent Van Gogh, espiritualidad y religiosidad hecha obra de arte (1)

| Victorino Pérez Prieto
“Pintar es una fe”, escribió Van Gogh en una de sus memorables cartas a su hermano Théo (Cartas a Théo 423). La pintura fue para él mucho más que una ocupación, sobre todo en los últimos años de su vida, una auténtica y apasionada misión nacida de su espiritualidad; un apostolado no realizado con imágenes de catequesis, sino con la vida que observa a su alrededor y la que vive interiormente. Es una pasión atormentada y una fe religiosa inquebrantable en medio de su sufrimiento; una búsqueda de Dios haciéndose eco de una conocida frase que atribuye a Victor Hugo en otra de sus Cartas a Théo: “Las religiones pasan, Dios queda” (411). En septiembre de 1888 le escribe a su hermano: “Tengo una terrible necesidad... ¿Diré la palabra? de religión. Entonces salgo por la noche para pintar las estrellas” (543).
VincentVan Gogh es uno de los grandes pintores contemporáneos más hondamente religiosos; podemos situarlo al lado de Rouault, Maurice Denis o Chagall, de distinta confesión religiosa. Por eso, no es de extrañar que haya sido objeto de varios estudios a este respecto; algunos críticos con su religiosidad, argumentando que tras un breve tiempo de predicador la de Vincent es una fe religiosa muy heterodoxa e incluso acaba siendo ateo. Pero es una fe que, en realidad, manifiesta una espiritualidad vivida desde el interior y sigue creyendo en Dios, aunque al margen de la institución eclesiástica. Con todo, la iglesia de es uno de sus últimos cuadros.
Estuve recientemente en el Museo Van Gogh de Ámsterdam. Era una visita esperada pacientemente desde hacía años por el cariño que tengo desde joven por este gran artista de vida atormentada; una vida fecunda, pero transida de sufrimiento. La mayor parte de sus cuadros quedaron en su país, Holanda, en ese museo, en el Kröller-Müller Museum de Otterlo y en otros más pequeños; pero hay muchos más en museos por todo o mundo; como los del Musée d'Orsay en Paris, que ya había visto en varias ocasiones, y algunos en el Museo Thyssen-Bornemisza en Madrid.
Conocí bastante la obra de Van Gogh desde joven –cuando soñaba también yo en ser pintor-, pero sobre todo en las reproducciones de los numerosos libros publicados sobre el pintor. Y había leído con pasión su magnífico y extenso epistolario Cartas a Théo (652 cartas); un retrato excepcional del artista y su visión del arte y del mundo, de su fe, su espiritualidad y sus sentimientos más íntimos.
Hijo de un pastor protestante. Estudiante de teología y predicador
Vincent Van Gogh (1853-1890) nació en el pueblecito holandés de Grott-Zundert (Brabante); hijo del pastor protestante Theodorus Van Gogh, de la Iglesia Reformada Holandesa, una confesión calvinista. Fue el segundo hijo de un trágico episodio materno: su hermano nació muerto y él nació ese mismo día, un año después; su madre nunca se repuso de esta pérdida y su angustia tuvo repercusión en el niño a quien le pusieron también por nombre Vincent; un gran error.
Los calvinistas suelen llevar una disciplina estricta y una fe fundamentalista, pues el calvinismo ortodoxo siempre ha creído que el hombre no podía cumplir por sí mismo la Ley de Dios; nuestra vida depende totalmente de la obediencia que Cristo ha mostrado en nuestro lugar. Pero, pesar de ser de esa Iglesia, su padre Theodorusera un pastor bastante liberal; “hablaba más de Cristo como ejemplo, que como sustituto del pecador” y “había sustituido la teología evangélica por un moralismo asfixiante” (José Segovia, “La fe de Van Gogh”).
Vincent llegó a ejercer él mismo de pastor entre los mineros belgas de las minas de carbón de Borinage,tras estudiar para pastor en Ámsterdam y Bruselas. Había empezado esta tarea al servicio de un predicador metodista en la periferia londinense (Isleworth), en sus estancia en Londres, a donde había ido en 1873 por razones laborales. En 1876 da su primer sermón; relata esa experiencia en una de sus cartas a Théo con gran entusiasmo. Aunque al año siguiente vuelve para Holanda, trabajando en una librería de Dordrecht. Por esos años parece que pasa gran parte del tiempo traduciendo la Biblia a tres idiomas y acudiendo a distintos cultos religiosos.
Decide, entonces, seguir el camino de su padre y prepararse para entrar en la Facultad de Teología de la Universidad de Ámsterdam; pero tiene dificultades con el latín y el griego, a pesar de hablar tres idiomas, y renuncia al cabo de un año. Estudia luego en la Escuela Flamenca de Evangelización de los Pobres en Laeken-les-Bruxelles, un centro de formación de misioneros (1878); pero también abandona pronto. Con todo, consigue un acuerdo con su superiores que le permite ir a predicar a la región de Borinage. Más tarde, sus constantes disputas con su padre –que lo había ayudado en sus estudios- lo van alejando de la religión institucional.
En sus estudios para pastor, Vincent “no destaca, no por incapacidad, sino por impaciencia –escribe un crítico–. ¿Qué otra cosa es ser pastor sino consagrar la vida completamente al anuncio del Evangelio, no sólo con la palabra, sino con el don de sí, con el amor del prójimo? ¿Es necesario para esto tanto saber y tantos estudios? Se marcha, sin otro mandato que san Pablo” (Claude-Henri Rocquet, “La teología de los girasoles”, La Croix). El pastor Luis D. Salem, en su trabajo “La crisis de un genio”, lo califica como un hombre bueno, con un gran amor hacia los pobres. Destaca su anhelo de ser pastor. “Como el cactus creció, floreció en tierra estéril”, subraya Salem.
Vincent entre los pobres de Borinage
En el otoño de 1878, Vincent se va a la región deprimida de Borinage, en la cuenca minera entre Bélgica y Francia; la miseria de ésta quedó retratada en el filme Misère au Borinage (H. Storck-J. Ivens, 1933). Allí está primero medio año en el pueblo de Paturage; asombrados por su celo, sus superiores le confían una misión en la cercana aldea de Wasmes, donde permanece casi un año, y le que escribe emocionantes cartas a su hermano Théo. Pero, cuando llega a desgarrar su ropa interior para curar unos mineros heridos en un derrumbe, sus superiores recelan de su actitud radical y lo suspenden de sus funciones; consideran una excentricidad esta entrega a los mineros, y su aspecto físico como poco decoroso para un predicador. Ejerce luego (1879) casi un año como predicador en Cuesmes. “La Iglesia Reformada de Holanda sería más famosa si en su lista de pastores hubiera conservado el nombre de Vincent Van Gogh”, escribe con razón el pastor Tomas Gómez (“Vincent Van Gogh: el pintor que quiso ser pastor”).
Fotograma del film Misère au Borinage
En Borinage, Vincent no solo predica, atiende a los enfermos, da clases a los niños y niñas, comparte todo lo que tiene, hasta su ropa; vive como ellos, llegando a dormir en el suelo de una choza abandonada e incluso baja a la mina. “Habría muerto allí, rápido, de penuria, si su padre no lo hubiese convencido de regresar a una vida más normal. Allí lo recuerdan como un santo” (“La teología de los girasoles”).
Con ese compromiso social radical, comenzó a dibujar a la gente de la comunidad local; haciendo los bocetos de la que será luego una de sus primeras grandes obras “Los comedores de patatas” (1885). “Es bueno ser un hombre horado y tratar de serlo más y más –escribe a su hermano Théo en Ámsterdam en 1878, antes de ir a Borinage–; y se obra bien cuando se cree que es preciso también ser un hombre interior y espiritual” (carta 121). Por eso, escribe en la misma carta:
“Debo tornarme un buen predicador que tenga algo bueno que decir y que pueda ser útil en el mundo… Desde el momento en que nos esforzamos en vivir sinceramente, todo será para buen fin… Cometeremos probablemente también graves faltas y haremos malas acciones, pero es verdad que es preferible tener el espíritu ardiente… que ser mezquino y demasiado prudente. Es buenos amar tanto como se pueda, porque aquí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas y lo que se hace por amor está bien hecho” (121).
Más aún, consecuente con esta apuesta por vivir franciscanamente en la pobreza, como la gente a la que servirá luego en Borinage, sigue en su carta:
“El que continúa guardando la pobreza para sí, y la ama, posee un gran tesoro y oirá siempre con claridad la voz de su convivencia. El que escucha y sigue esta voz interior, que es el mejor don de Dios, concluirá por encontrar en ella un amigo y no estará jamás sólo. Que esté allí nuestro destino, que tu camino se próspero –concluye diciéndole a su hermano Théo-, que Dios esté contigo en todas las cosas y te haga triunfar” (121).
En otra de sus cartas escribe: “Cuando vemos la imagen de un abandono indecible e indescriptible –soledad, pobreza, miseria, el fin de las cosas o su extremo- es entonces cuando en nuestro espíritu surge la idea de Dios. Es cuando menos mi caso” (126).
“Los comedores de patatas” de Van Gogh
El evangelio que el pastor Theodorus van Gogh predicaba era la imitación de Cristo, que tanto ha atraído al catolicismo romano. Y Vincent fue un fiel lector de La imitación de Cristo de Kempis, neerlandés como él. Había leído también La vida de Jesús de Renan; un escritor francés criticado por la Iglesia católica, que describe a Cristo como un idealista sensible, un genio de la ética, un héroe trágico. Parece que el pintor había conseguido este libro cuando estuvo en Londres en 1875; y escribió a su hermano Théo en sus cartas largas citas al respecto. Su pensamiento romántico buscaba “el amor por el amor”, en la tarea de “acabar con la banalidad de la vida humana”. Para Van Gogh, el cristianismo consiste en un amor que Cristo despierta en nosotros, pero que nosotros debemos lograr con nuestro esfuerzo. Ya en Borinage escribe a finales de 1878:
“¡Qué maestro es Jesucristo! cuando puede fortificar, consolar y aliviar a un obrero que tiene la vida dura, porque él mismo es el gran hombre del dolor, que conoce nuestras enfermedades, que ha sido llamado él mismo el hijo del carpintero, aunque fue el Hijo de Dios… Y Dios quiere que a imitación de Cristo, el hombre lleve una vida humilde sobre la tierra… aprendiendo a ser dulce y humilde de corazón” (carta 127).
Años después, en 1888 en Arles, al sur de Francia, Vincent le habla a Gauguin de Borinage en una de sus cartas; habla del minero mutilado por el grisú, abandonado por el médico, a quien ayuda, durante días y noches: “Cuando el herido, salvado al fin, vuelve a bajar a la mina, a trabajar de nuevo, habrías podido ver –dice Vincent– el rostro de Jesús mártir, que lleva sobre la frente la aureola, los signos de la corona de espinas, cicatrices rojas sobre el amarillo térreo de la frente de un minero”. Es Cristo resucitado que desciende a los infiernos. La religión de Van Gogh tiene uno de sus fundamentos en ver a Dios en los pobres; porque Dios está, sobre todo, con los más pobres, miserables, desolados y solitarios.
La primera gran crisis de Vincent
En Borinage Vincent llega a una existencia de vagabundo. Su radicalidad le lleva a una crisis, y –como dijimos- es destituido por sus autoridades religiosas. Abandona el ministerio e incluso entra en una crisis de fe. Van Gogh entra en una “gran noche”, que Paul Klee –grandísimo artista alemán influenciado por Van Gogh y Cézanne– llamó en su Diario “una tragedia ejemplar”. “Hay algo fuera de mi existencia? –le escribe Vincent a Théo- ¿Qué es pues?”. En julio de 1880, le escribe una larguísima carta, de la que tomo algunos significativos párrafos que reflejan esta situación y la búsqueda profunda del pastor luego pintor:
“Estoy en una especia de callejón sin salida o de lodazal. ¿Qué puedo hacer?... Soy un hombre de pasiones, capaz de hacer cosas más o menos insensatas… Tengo una pasión más o menos irresistible por los libros… También sentí una violenta pasión por los cuadros hasta el entusiasmo…
He estudiado más o menos seriamente los libros a mi alcance, como la Biblia… Shakespeare, Víctor Hugo y Dickens…
Entre los misioneros ocurre lo que entre los artistas. Hay una vieja escuela académica a menudo execrable, tiránica… tratan de mantener a sus protegidos y excluir a los hombre sencillos. Su Dios es como el Dios borracho de Falstaff de Shakespeare: ‘el interior de una iglesia’; en verdad algunos misioneros (¿) se encuentran por extraña coincidencia… plantados en el mismo punto de vista que un tipo borracho en cuanto a cosas espirituales.
Una de las causas por las cuales estoy fuera de lugar –porque durante años he estado desplazado- es simplemente porque tengo otras ideas que las de esos señores que dan puestos a los sujetos que piensan como ellos… Hay algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt…
Soy una especie de fiel e mi infidelidad… y mi tormento no es otro que éste: ¿Para qué podría yo servir?... Y una marea de náuseas sube a la garganta. Y enseguida digo: ¿Hasta cuando Dios mío?... El que crea en Dios, que espere la hora, que llegará tarde o temprano…
Pero tú dirás, tú eres un ser despreciable, puesto que tienes ideas imposibles de religión y escrúpulos de conciencia pueriles…
Todo lo que es verdaderamente bello y bueno, de belleza interior moral, espiritual y sublime en los hombres y en las obras, creo que viene de Dios, y que todo lo que hay de malo y feo en las obras de los hombres no es de Dios.
Pero estoy siempre inclinado a creer que el mejor medio de conocer a Dios es amarlo mucho…
Trata de comprender la última palabra de lo que dicen en la obras de arte los grandes artistas y verás a Dios allí dentro…
Después lee la Biblia buenamente, el Evangelio; esto hace pensar y mucho… esto eleva el pensamiento sobre el nivel ordinario…
¿Todo esto es imaginación, fantasía? No lo creo. Y uno se pregunta: Dios mío ¿será por mucho tiempo? ¿será para siempre? ¿será para la eternidad” (133).
“Todo lo que es verdaderamente bello y bueno, de belleza interior moral, espiritual y sublime en los hombres y en las obras, creo que viene de Dios”; es la expresión de la comunión entre la experiencia artística como búsqueda de la bella y la experiencia religiosa como búsqueda de Dios. Y, con una magnífica teología, Vincent añade: “Estoy siempre inclinado a creer que el mejor medio de conocer a Dios es amar”, amarle a Él, a sus hijos e hijas y a toda la creación. Pues, como dice Jesús de Nazaret, donde hay amor allí esta Dios (Mt 25, 40).
Lo repite Lev Tolstoi –muy admirado y leído por Van Gogh– en su cuento Donde está el amor, allí está Dios. El gran escritor ruso experimentó también en 1870 una profunda crisis espiritual que marcaría un punto de inflexión en su vida y en su literatura. Esta crisis fue desencadenada por un cuestionamiento sobre el propósito de la vida y la naturaleza del sufrimiento humano; Tolstoi encontró en el Sermón de la Montaña un camino hacia una mayor comprensión espiritual. Este período de transformación lo llevó a replantear su visión de la existencia y a crear relatos inspirados en valores como el amor, la humildad y la caridad, el encuentro entre lo divino y lo humano.
Entre los pintores antiguos Van Gogh admiraba sobre todo a Rembrandt y a Giotto. En una ocasión, tras leer los epistolarios de Petrarca, Bocaccio, Giotto y Botticelli escribe: “Giotto es el que más me ha emocionado, siempre sufriendo y siempre lleno de bondad y ardor, como si viviera ya en otro mundo distinto. Giotto es además extraordinario, y le percibo mejor que a los poetas Dante, Petrarca y Boccaccio” (540).
Artista apasionado, creyente heterodoxo
Con humor y con amor, escribe Van Gogh en Arles en Mayo de 1888, dos años antes de su muerte: “Creo cada vez más que no hay que juzgar a Dios por este mundo, porque es un estudio suyo que le salió mal. Qué quieres, en los estudios fracasados, cuando se ama al artista, uno no encuentra tanto que criticar, y se calla. Pero se tiene el derecho de exigir algo mejor (Carta 490).
Y poco después, en Junio, escribe en otra carta:
“Amar con voluntad e inteligencia conduce a Dios, lleva a la fe inquebrantable… El arte mismo, la historia son expresiones de amor... trata pues de comprender las obras de los grandes artistas, los maestros serios y verás a Dios allí dentro…
Cristo es el artista más grande. Desdeñando el mármol, la arcilla y el color, trabajaba con la carne viva... este artista inaudito no hacía estatuas, cuadros ni libros: hacía hombre vivos inmortales” (540).
Tras su fracaso de pastor, Vincent se va ilusionando con la pintura y se entrega con igual fervor y radicalidad al arte. Primero el dibujo, “ni un día sin una línea” escribe en otra de sus cartas (140); y luego el pincel, la pintura. Siente una imperiosa necesidad de dedicarse al arte y se entusiasma con este nuevo rumbo de su vida, convencido de que éste puede ser tal útil como el anterior. Así, en septiembre de 1881 escribe: “Me doy cuenta de que lograré triunfar… Deduzco que mi obra será sana y ‘razonable’ y que tendrá una razón de ser y podrá servir de algo” (154).
Y, con una característica que acompañará la mayor parte de su arte, en dibujo y pintura, escribe también: “Quiero hacer dibujos que golpeen a ciertas personas… Sea en la figura, sea en el paisaje, yo quisiera expresar no algo como un sentimentalismo melancólico, sino un profundo dolor… Tengo del arte y de la vida misma un sentimiento tan vasto y tan grande, que encuentro chocante y falso que muchos oficien de académicos” (225).
Esta búsqueda de una pintura diferente, significativa y que aporte algo a la humanidad, la expresa magníficamente en otra carta años después:
“A mí me desesperaría que mis figuras fueran buenas… Si fotografiara a un hombre que cava, la verdad es que no cavaría… Mi gran anhelo es aprender a hacer tales inexactitudes, tales anomalías, tales modificaciones, tales cambios en la realidad, para que salgan… mentiras si se quiere, pero más verdaderas que la verdad literal. Expresar al aldeano en su acción es el corazón mismo del arte moderno…
Ya sé qué quiero poner en mi obra, y qué esfuerzos debo realizar aunque tenga que hundirme, es que tengo una fe absoluta en el arte” (423).
Y logrará el éxito como pintor, aunque sólo después de muerto. A pesar de morir joven, a los 37 años, y haber pintado solo durante diez años, su obra es enorme: cerca de 900 cuadros y más de 2.000 mil dibujos; bastantes de ellos perdidos, y otros en colecciones privadas y museos por todo el mundo. En los últimos dos meses antes de su muerte, el artista hizo un cuadro cada día. Los últimos, “Los cuervos en el trigal” , como un presagio de su muerte, y “Raíces de árbol”, solo unas horas de ésta.
“Los cuervos en el trigal” de Van Gogh
“Pintar es una fe”, le escribirá a su hermano Theo; “tengo una fe absoluta en el arte” (carta 423). La fe de Van Gogh cambia de una doctrina evangélica a una fe en la fuerza de la belleza a través del arte. Desde su abandono del trabajo de misionero evangélico en Borinage, Vincent predicará con imágenes. Como el cuadro que hace tras la muerte de su padre en 1885: “Naturaleza muerta con Biblia”. El cuadro muestra una gran Biblia, que recibió de él como herencia, abierta por Isaías 53 con el anuncio del Siervo sufriente del Señor. Espacio oscuro; la única vela que podría dar luz, está apagada. Lo que está iluminado es la portada de un libro muy usado: La alegría de la vida de Emile Zola, que trata en realidad de las miserias de la vida; en la miseria de cada día mostramos los humanos la imagen del Siervo sufriente.
Vincent pintó bastantes más obras de tema bíblico. El arte se hizo para él su religión, y Cristo el más genial de los artistas, ya que “hace a la gente viva, inmortal”, escribe en una de sus últimas cartas en Auvers-sur-Oise (635) en julio de 1890, año de su muerte. Hasta el final, Jesús sigue siendo su ejemplo, en su misión como artista. Vio su pintura como un verdadero evangelio para la humanidad: “Consuelo para las próximas generaciones”.
“Naturaleza muerta con Biblia” de Van Gogh
Aunque Vincent no sustituyó su apostolado de juventud por un apostolado de la pintura como pintura pía, pintar será su vida, su pasión, su religión, su ascesis, el don y sacrificio de sí. Incluso llega a escribirle a Théo en septiembre de 1888 de “pintar a los hombres o a las mujeres con no sé qué de eterno”:
“Mi querido hermano, algunas veces sé perfectamente lo que quiero. Puedo privarme de Dios, pero no puedo, sufriendo, privarme de algo más grande que yo, que es mi vida, la potencia de crear…
Y en un cuadro, yo quisiera decir algo consolador como una música. Quisiera pintar a los hombres o a las mujeres con no sé qué de eterno, de lo que en otro tiempo el nimbo era el símbolo” (Carta 531).
En otra de las cartas a su hermano, hablando de un artículo sobre Tolstoi y su obra Mi religión, que no llegó a leer y quizás pensando en el calvinismo asfixiante que vivió cuando quería ser pastor, dice Van Gogh:
“Creo que la religión no debe ser cruel y aumentar nuestros sufrimientos; sino que, por el contrario, debe ser consoladora y debe inspirar serenidad, actividad, valor de vivir y otras cosas semejantes…
Parece que en el libro Mi religión, Tolstoi insinúa que… habrá una revolución íntima y secreta en la gente, de donde renacerá una nueva religión, algo completamente nuevo, que tendrá el mismo efecto de consolar, de hacer la vida posible, que tenía antes la religión cristiana” (542).
Y en su carta siguiente escribe algunas de sus más hermosas líneas sobre su religión: su “terrible necesidad de religión”.
“Tengo una terrible necesidad... ¿Diré la palabra? de religión. Entonces salgo por la noche para pintar las estrellas y sueño siempre con un cuadro como éste, con un grupo de figuras vivientes de compañeros…
Víctor Hugo dice: Dios es un faro intermitente, y ahora pasamos en verdad por su eclipse…
Yo quisiera solamente que se nos pudiera probar algo tranquilizante que nos consolara; de manera que cesáramos de sentirnos culpables o desgraciados y que así pudiéramos marchar sin extraviarnos en la soledad o en la nada y sin tener a cada paso que temer o calcular nerviosamente este mal que sin querer podríamos ocasionar a los demás.
Ese extraño Giotto, de quien decía su biografía que estaba siempre sufriendo y siempre lleno de ardor en las ideas; yo quisiera poder llegar a esa seguridad que te vuelve feliz, alegre y vivaz en toda ocasión” (543).
Esa necesidad de religión la vive Vincent en la profunda contemplación de la naturaleza y el cosmos, en el que percibe lo sobrenatural. En el cielo estrellado de las noches con unas estrellas en perpetuo dinamismo, como pinta en “La noche estrellada”, una de sus obras más famosas, que pintó con lo que veía desde la ventana del Sanatorio donde había sido recluido en Saint-Rémy-de-Provence. La pintó durante el día, recordando los detalles que había percibido la noche anterior. Pero también en el potente sol del mediodía, uno de los más antiguos símbolos de la Divinidad; lo hace para dar una luz de eternidad a la realidad. “La luz solar se convierte de esta manera en un símbolo de comunión con un amor cósmico” (“La fe de Van Gogh”). En “La resurrección de Lázaro”, una obra de Vincent basada en un boceto de Rembrandt, Cristo es sustituido por un destello de sol.
“La resurrección de Lázaro” de Van Gogh
Teniendo presente esta experiencia religiosa de Vincent y su fascinación por las noches estrelladas, un autor escribe: “Toda la pintura de Van Gogh está inspirada, tocada por lo sobrenatural. Las Noches estrelladas son un éxtasis. Los Girasoles son un salmo, un cántico. Los Campos de grano con cuervos, una crucifixión, una eucaristía” (“La teología de los girasoles”). Y el mismo pintor llega a escribir en una de sus cartas en Arles:
“Tengo una naturaleza un poco dual, como la que resultaría de la unión de un monje y un pintor… No creo que mi locura sea la de la persecución. Ya que mis sentimientos en estado de exaltación desembocan más bien en las preocupaciones de la eternidad y la vida eterna” (557)
Un detalle más antes de concluir, que no se suele comentar en os trabajos sobre la fe de Van Gogh, es que una de sus últimas pinturas, semanas antes de su muerte, fue “La iglesia de Auvers-sur-Oise”. No era la única iglesia que había pintado. En una de sus cartas a Théo, un par de semanas antes de su partida del sanatorio de Saint-Rémy, habla de un trabajo similar hecho sobre la iglesia de Nuenen, y describe este cuadro en una carta a su hermana Wilhelmina:“Tengo un cuadro de la iglesia del pueblo … las ventanas parecen como manchas de azul ultramar, el tejado es violeta y en parte anaranjado. Al fondo, florecen algunas plantas verdes, y arena con el reflejo rosa del sol. Y otra vez más es casi la misma cosa que los estudios que hice en Nuenen de la vieja torre y el cementerio” (Carta W22 a Wilhelmina van Gogh, 5 de junio de 1890). La iglesia de Auvers-sur-Oise se alza sobre una pequeña colina. La parte superior del cuadro está iluminada brillantemente por el sol, pero la iglesia está cubierta por su propia sombra, “ni refleja ni emana de ella ninguna luz propia” (K. Erickson, At Eternity's Gate: The Spiritual Vision of Vincent van Gogh). Después de que Vincent fuera expulsado de la carrera evangélica, escribió a su hermano Theo desde Cuesmes en julio de 1880 citando la imagen de Shakespeare de Enrique IV. Parte 1, del vacío oscuro dentro de una iglesia para simbolizar una “predicación vacía y nada ilustrada”:“Su Dios es como el Dios del borracho Falstaff de Shakespeare…” (Carta 133) Alrededor de la iglesia de Auvers se distinguen hierba y caminos bañados de luz, que llevan en direcciones diferentes; por uno de ellos se acerca al templo una devota campesina.
En fin, en las cartas de Vincent aparecen constantemente expresiones religiosas como “por Dios”, “gracias a Dios”, “válgame Dios”… Una persona atea o irreligiosa no utilizaría estas expresiones. Por todo esto, creo profundamente que, a pesar de lo que han escrito algunos, Vincent no abandonó a Dios. No coincido con la opinión del pastor José Segovia (“La fe de Van Gogh”) sobre que “hasta el final, Jesús sigue siendo su ejemplo… pero no es nada más que eso, una vida sin Dios”. Aunque en sus cartas a partir de 1880 Van Gogh hable menos de Él, sigue apareciendo en ellas; porque desde que se ha tenido una experiencia intensa de la presencia de Dios, éste no desaparece, no se le puede negar totalmente. De ahí su espiritualidad el resto de su vida. Como escribió el crítico de arte Juan Carlos Flores Zúñiga, y como el artista refleja en sus cartas: “Van Gogh veía a Dios en las personas marginadas y en las noches llenas de estrellas. Pero para plasmar esa verdad revelada se requiere estar mentalmente sobrio y en control. Van Gogh no era un loco pelirrojo cuando pintaba, sino un ser humano lleno de fe que plasmaba en el lienzo y en el papel lo que veía de Dios en todo” (Juan Carlos Flores, “La fe de Van Gogh”).
En un reciente film sobre los últimos años del pintor holandés, At Eternity’s Gate (Van Gogh: En la Puerta de la Eternidad) de Julian Schnabel (2019), un cura conversa con Vincent Van Gogh (Willem Dafoe), recluido en un manicomio, para averiguar cuál es su nivel de locura, y si debería dejarlo marchar a casa. El pintor dice que logra calmarse en sus ataques de furia cuando sale al campo y se fija en una brizna de hierba o en una rama. Y añade: “Siento que Dios es naturaleza y naturaleza es belleza”. El sacerdote le pregunta si tiene un don para pintar y de dónde cree que proviene ese don, y el artista responde:“Es el único don que Dios me dio”, y que si no vende nada y es pobre, es que Dios le hizo pintor para la gente que aún no ha nacido. En esta película, Willem Dafoe nos muestra a un Van Gogh torturado pero también feliz, en cuya mirada vemos más a una especie de profeta del arte que a un loco, un entregado a ese don que él cree que le ha venido de Dios.
Fotograma del film At Eternity’s Gate
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