15 de octubre, Santa Teresa de Jesús “No es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia”

"Teresa supo leer su tiempo con mirada profética: un mundo convulso, una Iglesia en crisis y un Cristo vuelto a ser condenado. Pero lo que ella vio, no era solo el drama de su época, sino una visión sobre el alma humana: incendios emocionales que cuando el vínculo se rompe, todo arde; relaciones débiles que cuando la comunión se debilita, la Iglesia se fragmenta; cuando el amor se enfría, Cristo vuelve a ser sentenciado"
"La Iglesia cae cuando su tejido relacional se rompe. Cuando la autoridad no escucha, cuando el cuidado mutuo es reemplazado por control o rutina, cuando la fraternidad se desvanece, la Iglesia pierde fuerza interior"
"El siglo XXI será relacional o no será. En un tiempo en que los vínculos se tornan frágiles, Teresa vuelve a hablarnos del Dios que se revela en la relación con los demás"
"El siglo XXI será relacional o no será. En un tiempo en que los vínculos se tornan frágiles, Teresa vuelve a hablarnos del Dios que se revela en la relación con los demás"
| María Noel Firpo, psicóloga Instagram: @psicomarianoel
“Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo (...) quieren poner su iglesia por los suelos” (C1,5).
Estas palabras de Teresa de Jesús, escritas en pleno siglo XVI, resuenan hoy con una actualidad estremecedora. Teresa supo leer su tiempo con mirada profética: un mundo convulso, una Iglesia en crisis y un Cristo vuelto a ser condenado. Pero lo que ella vio, no era solo el drama de su época, sino una visión sobre el alma humana: incendios emocionales que cuando el vínculo se rompe, todo arde; relaciones débiles que cuando la comunión se debilita, la Iglesia se fragmenta; cuando el amor se enfría, Cristo vuelve a ser sentenciado. Y al mirar con atención, descubrimos que todo proviene de un mismo corazón herido: la incapacidad de establecer relaciones auténticas, profundas y sostenidas.
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Cinco siglos después, los signos de los tiempos son los mismos. El mundo sigue ardiendo, no solo en guerras o conflictos, sino en la soledad estructural y la desvinculación emocional. La Iglesia sigue tambaleando cuando olvida su rostro fraterno y se refugia en estructuras jerárquicas. Cristo sigue siendo condenado cada vez que en nuestras comunidades, el otro no es escuchado, es silenciado, o excluido. La Iglesia cae cuando su tejido relacional se rompe. Cuando la autoridad no escucha, cuando el cuidado mutuo es reemplazado por control o rutina, cuando la fraternidad se desvanece, la Iglesia pierde fuerza interior. Los signos son claros: comunidades que no sostienen, ministerios que ejercen poder sin ternura, dobles vidas que reflejan vínculos rotos. Ahí donde falta una auténtica cultura relacional, crecen los riesgos.

Teresa enseñó que la reforma no es tanto estructural sino relacional: monasterios como espacios de encuentro, oración compartida, diálogo sincero, fraternidad. Una Iglesia relacional que sea capaz de sanar heridas, sostener la fragilidad y vivir la verdad como experiencia compartida. El corazón humano sigue clamando por relación verdadera, por presencia, por un amor que permanezca. En medio de un mundo hipertecnificado y sobrecomunicado, la verdadera relación se ha vuelto el bien más escaso. Las redes nos conectan, pero no nos vinculan. Nos exponemos, pero no nos encontramos. Hablamos, pero ya no escuchamos. Y en ese vacío de encuentro, la soledad florece como síntoma. También en la iglesia.
El siglo XXI será relacional o no será. En un tiempo en que los vínculos se tornan frágiles, Teresa vuelve a hablarnos del Dios que se revela en la relación con los demás. Quizá, si pudiéramos nombrar hoy un “signo de los tiempos” claro, creo que sería: la relación, verdadera y transformadora, como el lugar donde Dios sigue revelándose y donde la humanidad puede aprender a reconstruirse.

El mensaje teresiano es una luz para reflexionar en un momento en el cual parece que el otro/Otro se borra de nuestro horizonte mental, y lo que prepondera es el desarrollo del “yo” sin tomar en cuenta al “tú”. En la sociedad de la información nos hemos olvidado de la formación de la persona en relación. Esto es mucho más que tener un programa de “afectividad” en nuestras formaciones, es saber cómo nos configuramos como seres relacionales, cómo vamos “siendo con” el otro, qué dinámicas se ponen en juego cuando nos relacionamos, y todo esto no se aprende un día para siempre, y menos teóricamente. Se necesita un “acompañamiento permanente”. La psicología contemporánea —desde la teoría del apego hasta las neurociencias— confirma lo que Teresa intuía: que somos modelados por los vínculos. La “respuesta sensible” de quienes nos reciben, los modos en que somos mirados, escuchados, acogidos, van configurando nuestro modo de estar en el mundo. Nuestra manera de ser en relación con los demás.
Ella lo descubrió por su propia experiencia con Dios, por su “trato de amistad” con Él. Su fe fue relación, encuentro, diálogo. La transformó. Su vida espiritual está centrada en la relación interpersonal. Nos enseña, a través de sus propios vínculos, cómo pasó de la dependencia afectiva a la auténtica libertad. Teresa no propone ritos ni tareas, sino salir de uno mismo al encuentro del otro, invitándonos a morir al egocentrismo, a la indiferencia, a ese repliegue que apaga el alma. Porque sin el otro, nos extinguimos: “gran mal es un alma sola”.
Su fe fue relación, encuentro, diálogo. La transformó. Su vida espiritual está centrada en la relación interpersonal. Nos enseña, a través de sus propios vínculos, cómo pasó de la dependencia afectiva a la auténtica libertad
Su mensaje sigue siendo profundamente actual. Por eso Teresa es más urgente que nunca: nos recuerda que la reforma comienza en el vínculo. Que toda vida espiritual auténtica es una experiencia de encuentro. Que lo que Dios revela, lo revela siempre en la relación, que la unión con Dios se mide en la calidad de los vínculos “el cimiento del castillo interior, son las relaciones mutuas”. Su experiencia mística no la apartó del mundo; la hizo más humana, más encarnada, más relacional. El amor verdadero transforma, sostiene y revela. Y la verdadera comunidad eclesial se mide por su capacidad de construir vínculos que sanen y sostengan. “El amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla” (Dilexit te).
En esta fiesta de Teresa de Jesús, su palabra nos vuelve a encender la esperanza. Nos recuerda que lo genuino, lo verdadero, no comienza con decretos ni estrategias, sino con corazones que se dejan tocar, mirar y transformar. “Una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy” (Dilexit te). Y allí donde hay encuentros verdaderos, Dios se hace presente.
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