Se cumplen siete años de la subida a los altares de 'San Romero de América" Monseñor Romero: el obispo canonizado por el pueblo y por la Iglesia

Monseñor Óscar Romero
Monseñor Óscar Romero

Sus asesinos, a sueldo y auspiciados por el ejército salvadoreño y americano, fueron los que aceleraron su proceso de canonización; sin duda consiguieron algo diferente a lo que pretendían: el ejército salvadoreño y el partido Arena pretendían “eliminar" definitivamente al “obispo del pueblo”, pero consiguieron justo lo contrario, que su asesinato fuera el comienzo de una presencia distinta de Monseñor en medio de su pueblo

"Quizás hoy no haya pasado esto, porque ante el genocidio de Gaza no se han oído muchas voces de obispos que lo denunciaran, probablemente la misma Iglesia en todo este proceso genocida no ha sido molesta, y por eso “ningún obispo ha sobrado”, porque todos han cumplido las normas establecidas"

Gracias, Monseñor Romero, gracias por seguir vivo, gracias por ser el santo que dio la vida por el pueblo, gracias en definitiva por tu modelo de vida y de actuar. Queremos que sigas siendo nuestra voz, queremos que nos sigan ayudando a ser nosotros también “voz de los sin voz”

El 14 de octubre se cumplen ya siete años de la canonización de Monseñor Romero, obispo asesinado en El Salvador mientras celebraba la Eucaristía, un 24 de marzo de 1980. Monseñor fue canonizado ese día por el papa Francisco, pero había sido canonizado antes por el pueblo. Desde el mismo instante de su asesinato, Monseñor Romero fue San Romero de América en el mismo momento de que la bala asesina le quitó la vida. Sus asesinos, a sueldo y auspiciados por el ejército salvadoreño y americano, fueron los que aceleraron su proceso de canonización, sin duda consiguieron algo diferente a lo que pretendían: el ejército salvadoreño y el partido Arena del mayor D'Abuisson pretendían “eliminar" definitivamente al “obispo del pueblo”, pero consiguieron justo lo contrario, que su asesinato fuera el comienzo de una presencia distinta de Monseñor en medio de su pueblo, de su gente, y de su “pobrerío”.

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La bala fatídica no consiguió callar su voz, sino que la aumentó. Aún recuerdo la fotografía de Monseñor en la entrada de la UCA, en el centro Monseñor Romero de San Salvador; en esa foto aparecen las balas de los asesinos de los jesuitas, nueve años después. No consiguieron acabar con él, y nueve años después, tras la matanza de los hermanos jesuitas, también cosieron a balazos la imagen del obispo. Hicieron realidad las palabras que el  mismo Monseñor había dicho poco antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. Ese pueblo fue el que el santificó, nada más ser asesinado, y el que lo mantiene vivo y resucitado junto a él.

Pero si eso es cierto, es también cierto que el 14 de octubre de 2018 Monseñor Romero fue declarado santo por la Iglesia oficial. Y lo hizo alguien que a mí siempre me recuerda y me recordará a Monseñor: el papa Francisco. Un papa no al uso, sino un papa que ha sabido saltar las mismas barreras que saltó Monseñor. Un papa tan al servicio del pueblo y de la Iglesia de Jesús, que, como me decía siempre “me critican por todo”. Me hubiera gustado ver cómo fue el encuentro entre Romero y Francisco, cuando falleció, me hubiera gustado ver su abrazo fraterno, al lado del Padre. Habría pagado por contemplar como los dos santos se abrazaban y se fundían en ese amor especial ya sin límites, y resucitado totalmente. Hicieron una fiesta en el cielo delante del Dios de la vida que ellos habían predicado y testimoniado. Francisco tuvo la valentía de canonizar oficialmente al “perseguido” Monseñor Romero, y lo hizo sin duda porque ambos coincidían en ver en el pueblo pobre, humilde y necesitado, el rostro del mismo Jesús crucificado y a la vez resucitado. A los ocho años de su canonización Romero y Francisco ya están juntos para siempre, disfrutando de una eternidad merecida e intercediendo de manera especial por el pueblo sencillo y humilde.

La memoria de Monseñor Romero
La memoria de Monseñor Romero

En aquella mañana del 14 de octubre de 2018, Roma estaba especialmente de fiesta; Roma estaba especialmente “salvadoreña”: eran miles de salvadoreños y salvadoreñas , miles de personas nacidas en la “Tierra Santa de El Salvador” (y otros muchos que nos sentimos unidos a ellos), los que se encontraban allí. Cuando se pronunció el nombre de Monseñor Romero y se bajó el lienzo que cubría al gran retrato de él, en la fachada de la basílica de San Pedro, un aplauso estremecedor lleno de muchas lágrimas lleno toda la plaza, fue un aplauso de vida, de agradecimiento y lleno de emoción. Allí pudimos contemplarlo muchos, y pudimos vibrar en aquel momento que tanto habíamos deseado desde hacía años. Sin duda, el griterío  y la expectación fue similar al momento en el que cayó asesinado Monseñor, al pie del altar de la capilla del Hospitalito de San Salvador; en aquel momento de tristeza, incluso de rabia contenida, de llanto sin consuelo, en este otro momento de emoción y de descubrir que por fin la Iglesia, a la que tanto amó y sirvió Monseñor Romero, le reconocía el título que ya le había conseguido el pueblo, y que el otro santo de América latina, Monseñor Pedro Casaldáliga, al día siguiente le otorgó: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía!”.

El Papa. Francisco conservaba un trozo de la ropa de Romero y Rutilio
El Papa. Francisco conservaba un trozo de la ropa de Romero y Rutilio

Esa última homilía que le costó definitivamente la vida, fue la puntilla sin duda, donde el obispo llamaba desde el mandato a parar la represión y a la insurrección militar del ejército. Una homilía donde desde la valentía que siempre le caracterizó, Monseñor Romero hacia suyo el mandato evangélico de ponerse de parte del pobre, del marginado, del que nadie quiere. Una homilía que le costó de manera casi irrevocable  el asesinato, como le costó al mismo Jesús de Nazaret. Ambos asesinatos, el de Jesús de Nazaret, el de Romero y el de tantos miles de salvadoreños y salvadoreñas, como los jesuitas de la UCA, que han hecho del pequeño país centroamericano una Tierra especialmente Santa, por ser tierra de mártires. Una tierra santa similar a la tierra de Gaza, donde los judíos, sin hacer caso de su historia, han llevado a cabo el genocidio mayor de los últimos años. Gaza es también “Tierra Santa”, como lo es El Salvador, y como son muchos países de nuestro mundo, donde la vida de los pobres no tiene valor y es crucificada a diario. En Gaza los crucificados siguen gritando justicia, siguen diciéndonos a todos los países del mundo que cómo hemos sido capaces de asistir impasibles, durante más de dos años, a semejante monstruosidad. Los crucificados de Gaza, como los de El Salvador en su día ( y también hoy desde la dictadura del actual presidente, que encarcela a cualquiera y además en condiciones infrahumanas, que ha sustituido la violencia callejera por la violencia institucional auspiciada por él mismo) nos siguen gritando, como los miles de crucificados de muchos países de Africa, América Latina, Asía y ·”la martirizada Ucrania”, a la que también se refería el papa Francisco.

“En nombre de Dios y de este martirizado pueblos os suplico, os ruego, OS ORDENO: cese la represión”. Está claro que alguien que se atreve a hablar así al ejército, no podía seguir vivo, parece que la muerte Monseñor se la ganó un poco “a pulso”, no buscó la muerte, pero sin duda que iba en el lote de lo que decía, como también iba en el lote de Jesús de Nazaret. Dice el Evangelio, en muchos de sus versículos, que después de que Jesús hablaba o actuaba, muchos querían despeñarlo e incluso en un momento concreto, decidieron darlo muerte. Es lo que hizo el mayor Roberto D´Aubuisson : decidió dar muerte a Monseñor Romero porque le estorbaba, porque personas como él son molestas para un régimen dictatorial y corrupto como lo era el suyo. Monseñor avisó del baño de sangre que podría suceder si las cosas seguían así, pero una vez más los poderosos no le hicieron caso, y su asesinato fue sin duda el preludio de una cruel guerra civil que asoló el país y de la que aún quedan cicatrices tanto en la estructura de país, como en la propia gente que sufrió todo aquello.

Rogelio y monseñor Romero
Rogelio y monseñor Romero

Por fin fue canonizado en aquella mañana, donde Roma se tiño de América latina, y de salvadoreños, y fue canonizado sobre todo por su vida, porque el auténtico milagro de Romero fue su misma vida, no había que esperar que por su causa fuera “curado alguien” físicamente, sino que su vida ejemplar fue el auténtico milagro y la auténtica cura para el pueblo martirizado. Es lo que el propio papa Francisco reconoció: la vida de Monseñor es  milagro delante de Dios , delante del pueblo y delante de la Iglesia, y por eso es modelo para todos los cristianos. El papa “venido del fin del mundo” tuvo la osadía de proclamarlo “santo oficial”, y no le importó que le volvieran a criticar. Tanto Francisco como Romero fueron tachados de “comunistas”, porque el delito y el “ comunismo” de ambos fue decir que Dios es Padre-Madre de todos, que nos quiere a todos por igual y que solo quiere que todos podamos vivir, no malvivir; que el Dios del evangelio que nos muestra Jesús de Nazaret, quiere que todos sus hijos e hijas podamos ser siempre felices.

El único pecado de ambos fue el proclamar la igualdad para todos y la misericordia de un Dios ante el cual todos podemos estar, seamos del país que seamos y vivíamos como vivamos.  Una misericordia que, en palabras de Francisco, supone “asumir las miserias del otro como las nuestras propias”, es decir descubrir que todos tenemos debilidades, flaquezas y sufrimientos pero que en la Iglesia, como también decía siempre Francisco,  cabemos “todos, todos, todos”. Esa Iglesia misericordiosa y acogedora que ha proclamado Francisco y por la que Monseñor Romero dio la vida. Un Monseñor que no fue entendido por esa  misma Iglesia, incluso que fue asesinado por personas que asistían a la misa dominical, pero que por mucho que fueran a misa y “cumplieran el precepto”, no habían leído el evangelio “ni por el forro”.

Esa Iglesia que casi llegó a afirmar que el asesinato de Romero estaba justificado porque había perdido la fe y no proclamaba ya el evangelio, sino una pura política, una política que le llevó a dar la vida por los más débiles. En la homilía del funeral del también asesinado Rutilio Grande, tres años antes de Romero y preludio de su asesinato, con la catedral de San Salvador llena de fieles, y con toda la cúpula del ejército salvadoreño, Romero llega a dirigirse a los asesinos con las palabras de “hermanos asesinos”, sin importarle que estén allí, reconociendo su crueldad pero a la vez llamándolos a la conversión, y a la fraternidad evangélica, como el mismo Jesús de Nazaret hace desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Estolas bordadas por las campesinas del Salvador
Estolas bordadas por las campesinas del Salvador Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero

Quizás hoy no haya pasado esto, porque ante el genocidio de Gaza no se han oído muchas voces de obispos que lo denunciaran, probablemente la misma Iglesia en todo este proceso genocida no ha sido molesta, y por eso “ningún obispo ha sobrado”, porque todos han cumplido las normas establecidas. Han hablado de la paz , pero de manera “un tanto angelical”, tan angelical que no ha molestado a nadie del estado judío que ha provocado y llevado a cabo este exterminio. Nuestros obispos y nuestra iglesia no ha sido molesta, y por eso no ha estorbado en ningún momento. Ha tenido que ser el pueblo el que ha resultado molesto yendo en barcos hacia allí, y ese pueblo es el que ha sido humillado y maltratado.

Han pasado ya 7 años desde aquella mañana en que se canonizó oficialmente a Monseñor Romero, y nuestro obispo sigue estando presente como siempre quiso estar: al lado del pueblo, junto a su pobrerío, denunciando y siendo “voz de los sin voz”. Y nosotros seguimos echando de menos sus palabras, sus paseos por los cantones de El Salvador, su cercanía en cada una de las casas de allí, pero seguimos sintiendo su presencia viva cada vez que descubrimos su rostro y de Jesús en cada uno de los crucificados que se nos presentan: en cada inmigrante que busca un lugar para poder vivir, en cada encarcelado que sigue pidiendo que no se le quite su dignidad, en cada persona tirada en la calle sin hogar, en cada gazatí que hemos visto en recientes imágenes… Ahí nos sigue hablando Monseñor y el Jesús del Evangelio. Sigue siendo la voz para ellos y también nos dice que ahora cuenta con todos nosotros, para que como cristianos podamos nosotros también “llegar a ser molestos”. Si no lo somos, quizás no hemos entendido nada del evangelio de Jesús.

Óscar Romero
Óscar Romero

Siete años canonizado por la Iglesia y cuarenta y cinco por el pueblo, Romero sigue siendo “pastor y mártir nuestro”, en palabras también de Pedro Casaldáliga. Sigue siendo antorcha de vida para el todavía martirizado país de El Salvador, sigue viviendo en la Tierra Santa por la que ofreció su vida, y sigue ahora disfrutando, junto con el papa Francisco, toda la eternidad. Francisco tenía en el hall de Santa Marta, donde ha vivido siempre, una reliquia que  contenía la sotana machada de sangre de aquel genocidio que los poderosos llevaron a cabo contra él; seguramente ahora tendrán los dos una reliquia de los asesinados en el genocidio de Gaza. A ellos dos les pedimos que sigan intercediendo por el pueblo salvadoreño y por todo el mundo, pero también por toda nuestra Iglesia, para que nunca sea insensible a las humillaciones de los pobres.

Gracias, Monseñor Romero, gracias por seguir vivo, gracias por ser el santo que dio la vida por el pueblo, gracias en definitiva por tu modelo de vida y de actuar. Queremos que sigas siendo nuestra voz, queremos que nos sigan ayudando a ser nosotros también “voz de los sin voz”. Tu pueblo y nuestra Iglesia te siguen necesitando, tu santidad nos hace reconocer que ser santo no significa ser bueno, sino vivir desde el Evangelio y dar testimonio de él. Date un paseo con Francisco, abrazaros, y que de ese abrazo fraternal pueda surgir una Iglesia nueva misericordiosa y acogedora, una Tierra Santa Salvadoreña nueva y un nuevo mundo, donde todos podamos vivir como hermanos, reconociendo que Dios nos quiere a todos por ser Padre-Madre de todos.

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