Bendición de los corderos para el palio arzobispal
¿Anuncio evangélico de la fe o autobombo jerárquico?
El 21 de enero la redacción de RD se hace eco de la pintoresca (¿?) noticia: “El Papa bendice los corderos para el palio de los arzobispos”. L`Osservatore Romano, en su edición española, detalla la ceremonia y las personas que participan:
Estamos dedicando un año a la “fe cristiana”. ¿No sería oportuno que la Iglesia, sobre todo la “iglesia que está en Roma”, revisara a la luz del Evangelio, de la vida de Jesús, (¿tenemos los cristianos otro criterio?) estas pintorescas costumbres? ¿Sirven al anuncio evangélico de la fe? ¿O más bien al autobombo jerárquico?
Ya hablar de “palacio apostólico” (Lc 7, 25: “los que andan con ropas espléndidas y viven con lujo están en los palacios reales”) no parece anuncio consistente del Evangelio de Jesús. Al leer la lista de asistentes puede pensarse que se trata de una “misión” importante: “el Papa, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, el decano del Tribunal de la Rota Romana; canónigos y custodios de la basílica de San Juan de Letrán; el rector de la basílica de Santa Cecilia.., el párroco de la basílica de Santa Inés; el provincial de los canónigos regulares lateranenses; el abad trapense de la abadía de «Tre Fontane»; y sor Gendry, de la curia general de los cistercienses de la estricta observancia, las preparadoras los corderos y la abadesa del monasterio benedictino de Santa Cecilia cuya comunidad confeccionará los palios”. ¡Excelentes misioneros donde tanta falta hace!.
Además hay pormenores que animan la evangelización: “el Papa bendice dos corderos de los que se extrae la lana. Dicha lana, una vez confeccionada, se guarda en una urna de plata en la capilla de la tumba de San Pedro, en el Vaticano”. Aquí, guardados en plata (no confundir con “plata”=dinero), junto a la tumba de Pedro, el apóstol, que “no tenía ni oro ni plata” (He 3, 6), permanecen un tiempo los palios de los arzobispos (son como arciprestes o coordinadores de un grupo de obispos). Esta permanencia junto al sepulcro de Pedro debe ser para conectar la misión de la Iglesia con aquello de “entre vosotros nada de eso” (Lc 22, 26ss)! “Yo estoy entre vosotros como sirviente”. Aquí no hay poder imperial, ni dominación, sólo amor servicial y libre. ¿Significa el palio algo así como la media manta de San Martín de Tours?
El palio, un eco del poder imperial
El palio es una banda estrecha de lana blanca en forma circular y adornada con seis cruces de seda negra bordadas, con dos tiras cortas en sentido vertical, sobre el pecho y espalda. Se lleva sobre la casulla colgado de los hombros Lo usan los arzobispos y algunos obispos como signo de autoridad y jurisdicción. Se supone que de autoridad evangélica. Aunque originalmente era una insignia del poder imperial del Papa, que con el tiempo se fue concediendo, previa petición-compensación, a los obispos metropolitanos que participaban de su poder. Al empezar a usarlo, sin dicha papal, Juan VIII, en el siglo IX, reconoció el palio como insignia de la jurisdicción de los arzobispos y, al mismo tiempo, estableció las normas de súplica de concesión que debían hacerse a la Sede Apostólica bajo severísimas penas. Además de a los arzobispos, el Papa puede concederlo a otros obispos ilustres, a título personal o bien a las sedes episcopales.
La primera reflexión que surge es: ¿por qué este afán de distinguir, separar, establecer escalas...? ¿No somos seguidores de aquel que dijo que “todos somos hermanos”? Una cosa son los servicios concretos y otra las dignidades. En cristiano, creo, no debe haber dignidades, porque todos tenemos la misma de hijos y hermanos. Y los servicios se visibilizan cuando se ejercen. No tienen por qué verse en el vestido, el medallero, las insignias, el escalafón de lugares o títulos (santidad, beatitud, eminencia, excelencia...). Para ejercer un servicio no se necesitan signos que engrandece la vanidad de quien los lleva y la admiración ingenua. La vida misma, la dedicación ordenada a un ministerio determinado, es lo que debe distinguir a los hermanos. La división de tareas no pueden romper la dignidad igualitaria. Hoy, en nuestra cultura, dada la tradición de la Iglesia, este palio no es signo expresivo de los responsables de la Comunidad cristiana. Más aún, es una ostentación del servicio eclesial inexpresiva de “la vida entregada” al servicio evangélico. No es extraño que esta expresión de la vanidad, los trajes eclesiásticos, sean un recurso constante de los carnavales..
El palio, la oveja perdida
Leo en Internet –quizá no sea muy fiable- que “el Papa actual, Benedicto XVI, en la celebración de comienzo de su ministerio apostólico petrino, el 24 de abril de 2005, fijándose en la lana de ovejas en que está confeccionado, lo señaló como imagen de la oveja perdida que el Buen Pastor buscó y encontró para devolver al redil”. Quizá esta simbología rebuscada tenga una fuerte inspiración. Si el palio simboliza a la oveja perdida, ¿qué quiere decir? ¿Qué quien lo lleva sobre sus hombros está llevando en la vida real a ovejas perdidas al redil del buen Pastor? Para que sea veraz el símbolo debe representar la realidad, no las buenas intenciones, o los deseos. Ya bastantes mentiras tiene la vida, como para revestirnos los cristianos de insignias falsas, irreales, expresivas de lo contrario. Si quienes se atreven a portar tales signos son honestos, los veríamos con frecuencia en los barrios más pobres, amigos de los más descarriados del Reino, sentado a la mesa de los ignorantes... Es decir, pareciéndose al Jesús al que proclaman como modelo e inspiración de su vida.
Rufo González
El 21 de enero la redacción de RD se hace eco de la pintoresca (¿?) noticia: “El Papa bendice los corderos para el palio de los arzobispos”. L`Osservatore Romano, en su edición española, detalla la ceremonia y las personas que participan:
“Como es tradición en la memoria litúrgica de santa Inés, el 21 de enero, Benedicto XVI presidió, en la capilla de Urbano VIII del palacio apostólico, la ceremonia de presentación de los corderos -bendecidos en la basílica romana de Santa Inés Extramuros cuya lana se utilizará para la confección de los palios arzobispales.
Dirigió el rito, en la fiesta litúrgica de la virgen y mártir romana, monseñor Guido Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias. Entre los presentes se contó el decano del Tribunal de la Rota Romana; canónigos y custodios de la basílica de San Juan de Letrán; el rector de la basílica de Santa Cecilia en Trastévere y el párroco de la basílica de Santa Inés; el provincial de los canónigos regulares lateranenses; el abad trapense de la abadía de «Tre Fontane»; y sor Gendry, de la curia general de los cistercienses de la estricta observancia.
Participaron también en la ceremonia las religiosas Fidelia Iacono y Teresita Bronska, de las hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret, que desde 1884 se ocupan de preparar los corderos en su casa romana en el Esquilino. Las acompañaron la abadesa Maria Giovanna Valenziano, con sor Truran y sor Nderelimana, del monasterio benedictino de Santa Cecilia
en Trastévere, cuya comunidad confeccionará los palios” (L`Osservatore Romano, Año XLIV, nº 4, 27 de enero de 2013, pág. 3).
Estamos dedicando un año a la “fe cristiana”. ¿No sería oportuno que la Iglesia, sobre todo la “iglesia que está en Roma”, revisara a la luz del Evangelio, de la vida de Jesús, (¿tenemos los cristianos otro criterio?) estas pintorescas costumbres? ¿Sirven al anuncio evangélico de la fe? ¿O más bien al autobombo jerárquico?
Ya hablar de “palacio apostólico” (Lc 7, 25: “los que andan con ropas espléndidas y viven con lujo están en los palacios reales”) no parece anuncio consistente del Evangelio de Jesús. Al leer la lista de asistentes puede pensarse que se trata de una “misión” importante: “el Papa, el maestro de las celebraciones litúrgicas pontificias, el decano del Tribunal de la Rota Romana; canónigos y custodios de la basílica de San Juan de Letrán; el rector de la basílica de Santa Cecilia.., el párroco de la basílica de Santa Inés; el provincial de los canónigos regulares lateranenses; el abad trapense de la abadía de «Tre Fontane»; y sor Gendry, de la curia general de los cistercienses de la estricta observancia, las preparadoras los corderos y la abadesa del monasterio benedictino de Santa Cecilia cuya comunidad confeccionará los palios”. ¡Excelentes misioneros donde tanta falta hace!.
Además hay pormenores que animan la evangelización: “el Papa bendice dos corderos de los que se extrae la lana. Dicha lana, una vez confeccionada, se guarda en una urna de plata en la capilla de la tumba de San Pedro, en el Vaticano”. Aquí, guardados en plata (no confundir con “plata”=dinero), junto a la tumba de Pedro, el apóstol, que “no tenía ni oro ni plata” (He 3, 6), permanecen un tiempo los palios de los arzobispos (son como arciprestes o coordinadores de un grupo de obispos). Esta permanencia junto al sepulcro de Pedro debe ser para conectar la misión de la Iglesia con aquello de “entre vosotros nada de eso” (Lc 22, 26ss)! “Yo estoy entre vosotros como sirviente”. Aquí no hay poder imperial, ni dominación, sólo amor servicial y libre. ¿Significa el palio algo así como la media manta de San Martín de Tours?
El palio, un eco del poder imperial
El palio es una banda estrecha de lana blanca en forma circular y adornada con seis cruces de seda negra bordadas, con dos tiras cortas en sentido vertical, sobre el pecho y espalda. Se lleva sobre la casulla colgado de los hombros Lo usan los arzobispos y algunos obispos como signo de autoridad y jurisdicción. Se supone que de autoridad evangélica. Aunque originalmente era una insignia del poder imperial del Papa, que con el tiempo se fue concediendo, previa petición-compensación, a los obispos metropolitanos que participaban de su poder. Al empezar a usarlo, sin dicha papal, Juan VIII, en el siglo IX, reconoció el palio como insignia de la jurisdicción de los arzobispos y, al mismo tiempo, estableció las normas de súplica de concesión que debían hacerse a la Sede Apostólica bajo severísimas penas. Además de a los arzobispos, el Papa puede concederlo a otros obispos ilustres, a título personal o bien a las sedes episcopales.
La primera reflexión que surge es: ¿por qué este afán de distinguir, separar, establecer escalas...? ¿No somos seguidores de aquel que dijo que “todos somos hermanos”? Una cosa son los servicios concretos y otra las dignidades. En cristiano, creo, no debe haber dignidades, porque todos tenemos la misma de hijos y hermanos. Y los servicios se visibilizan cuando se ejercen. No tienen por qué verse en el vestido, el medallero, las insignias, el escalafón de lugares o títulos (santidad, beatitud, eminencia, excelencia...). Para ejercer un servicio no se necesitan signos que engrandece la vanidad de quien los lleva y la admiración ingenua. La vida misma, la dedicación ordenada a un ministerio determinado, es lo que debe distinguir a los hermanos. La división de tareas no pueden romper la dignidad igualitaria. Hoy, en nuestra cultura, dada la tradición de la Iglesia, este palio no es signo expresivo de los responsables de la Comunidad cristiana. Más aún, es una ostentación del servicio eclesial inexpresiva de “la vida entregada” al servicio evangélico. No es extraño que esta expresión de la vanidad, los trajes eclesiásticos, sean un recurso constante de los carnavales..
El palio, la oveja perdida
Leo en Internet –quizá no sea muy fiable- que “el Papa actual, Benedicto XVI, en la celebración de comienzo de su ministerio apostólico petrino, el 24 de abril de 2005, fijándose en la lana de ovejas en que está confeccionado, lo señaló como imagen de la oveja perdida que el Buen Pastor buscó y encontró para devolver al redil”. Quizá esta simbología rebuscada tenga una fuerte inspiración. Si el palio simboliza a la oveja perdida, ¿qué quiere decir? ¿Qué quien lo lleva sobre sus hombros está llevando en la vida real a ovejas perdidas al redil del buen Pastor? Para que sea veraz el símbolo debe representar la realidad, no las buenas intenciones, o los deseos. Ya bastantes mentiras tiene la vida, como para revestirnos los cristianos de insignias falsas, irreales, expresivas de lo contrario. Si quienes se atreven a portar tales signos son honestos, los veríamos con frecuencia en los barrios más pobres, amigos de los más descarriados del Reino, sentado a la mesa de los ignorantes... Es decir, pareciéndose al Jesús al que proclaman como modelo e inspiración de su vida.
Rufo González