“A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno...” (EG 47) La Iglesia puede revalorizar la Eucaristía como sacramento de reconciliación

Eucaristía y Penitencia, dos caminos de reconciliación (2

Los Padres de la Iglesia vivieron la eucaristía como sacramento de reconciliación para los pecados habituales, que no rompían la opción fundamental de vida por Jesús:

- San Ambrosio de Milán (s. IV) destaca el atribución ordinaria de la Eucaristía para el perdón de los pecados.En su época el sacramento de la Penitencia sólo se podía recibir una vez en la vida. Era el segundo bautismo, reservado para aquellos que habían roto pública y radicalmente con el proyecto de Jesús. Los pecados habituales, fruto de la fragilidad, que no rompían la relación básica con Dios, aunque la debilitaran, encontraban lugar de perdón en la eucaristía. El papa Francisco, al explicar la eucaristía como “un generoso remedio y alimento para los débiles” (Evangelii Gaudium 47) cita, en la nota 51, dos textos de San Ambrosio: “Tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio(De SacramentisIV, 6, 28: PL 16, 464). “El que comió el maná murió; el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados” (ibíd.IV, 5, 24: PL 16, 463). Podría haber añadido también: “Si cada vez que se derrama su sangre, se derrama para el perdón de los pecados, tengo que recibirle siempre, para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener siempre un remedio” (ibíd., IV, 6,28; Schr 25, p. 87). “Cada vez que bebes, recibes el perdón de los pecados y te embriagas con el Espíritu” (ibíd., V, 3, 17; Schr 25, p. 92).

- Teodoro de Mopsuestia (Padre oriental del s. IV-V) defiende que todos los pecados, incluso “los grandes”, los perdona la eucaristía, si hay conversión: “Diré sin vacilar que, si uno ha cometido esos grandes pecados, pero decide abandonar el mal y entregarse a la virtud siguiendo los preceptos de Cristo, participará en sus misterios, convencido de que recibirá el perdón de todos sus pecados” (Homilías Catequéticas, XVI, 34).

- A San Cirilo de Alejandría (s. V) le duele el hecho de que muchos participantes de la eucaristía no comulgan. Les exhorta a “decidir vivir mejor y participar” de la eucaristía, que “preserva de la muerte y de las enfermedades” (pecados mortales y veniales). El Papa Francisco, en la misma nota 51 (EG 47), cita a este Padre: “Me he examinado y me he reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿Y cuándo seréis dignos? ¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden acercaros y si nunca vais a dejar de caer -¿quién conoce sus delitos?, dice el salmo-, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la eternidad? (hasta aquí la cita del Papa). Tomad entonces la decisión de vivir mejor y de forma más honrada, y participad luego en la “eulogía” (eucaristía) creyendo que ella posee la fuerza, no sólo de preservaros de la muerte, sino incluso de las enfermedades” (In Joh. Evang. IV, 2; PG 73, 584-585).

Concluye Francisco: “Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG 47). Habría que pedir, “con prudencia y audacia”, reformar la disciplina penitencial con urgencia.

El concilio de Trento dice una cosa y la otra. - Para comulgar es necesaria la confesión sacramental, si hay pecado mortal: “La costumbre (`consuetudo´) eclesiástica declara que este examen es necesario para que ninguno consciente de pecado mortal, aunque se vea a sí mismo contrito, sin una confesión sacramental previa, deba acercarse a la Sagrada Eucaristía... Incluso los sacerdotes, a quienes incumbe por oficio celebrar, si nos les falta confesor. Si celebra, por necesidad urgente, confiese cuanto antes” (Ses. XIII, c. 7. Dz 880; DS 1647).

- La eucaristía perdona todos los pecados, si hay arrepentimiento personal: “El santo Sínodo enseña que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio, y que por el mismo se hace que, si con verdadero corazón y fe recta, con temor y reverencia, contritos y penitentes nos acercamos a Dios, consigamos misericordia y encontremos gracia en auxilio oportuno (Hebr 4, 16). Pues el Señor, aplacado por la oblación de éste (sacrificio), concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los crímenes y también los pecados más ingentes... (Ses. XXII, c. 2. Dz 940; DS 1743).

Las orientaciones doctrinales y pastorales conjugan estas dos verdades. Pueden leerse en el Ritual de la Penitencia (n. 67, pp. 38-39). Para comulgar no es necesario el sacramento de la Penitencia, si no se tiene conciencia de pecado “mortal” (conducta que, según la conciencia personal, da “muerte” a la relación con Dios). Si el creyente en su interior se siente en comunión de fe y amor con Jesús, puede comulgar. Si es consciente de pecado grave y no tiene a mano confesor, y desea comulgar, puede hacerlo tras el arrepentimiento sincero. Deberá confesar “cuanto antes pueda”.

Queda claro que la eucaristía, celebrada con espíritu de fe y conversión, perdona todos los pecados. Igualmente es claro que la Iglesia, en un momento histórico, sobre todo a partir del concilio de Trento, ha impuesto, basado en una “costumbre eclesiástica”, la obligación de confesar los pecados mortales antes de comulgar, si se puede acceder a un confesor. Es disciplina eclesiástica. Podría cambiarla con razones evangélicas e históricas. No sería contrario al dogma y tendría eficacia pastoral. Sería un acto de libertad eclesial.

“Dejaos reconciliar con Dios”es la “Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia” que la Conferencia Episcopal Española publicó, en abril de 1989. Su apartado n. 61 está dedicado a la relación entre “Penitencia y Eucaristía”. Reconoce dos caminos: “Un camino que va de la Eucaristía a la Penitencia; otro que va de la Penitencia a la Eucaristía; un camino permanente de conversión que lleva a la Eucaristía y un camino que parte de ella para una vida renovada de reconciliación fraterna. El primero muestra que el misterio celebrado en la Eucaristía es fuente también de aquella reconciliación que se anuncia y realiza en el sacramento de la Penitencia; y así se relaciona con la Eucaristía como con su fundamento. El segundo nos indica que cuantos confiesan sus pecados delante de Dios y de la Iglesia se disponen a recibir cumplidamente este sacrificio de alabanza y de acción de gracias con la participación digna en el banquete eucarístico: son reintegrados por la Penitencia”.

Son dos caminos de reconciliación tras la “muerte” o “debilitamiento” de la vida del Espíritu: la Eucaristía y la Penitencia. Ambos piden conversión al amor de Dios, revelado en Jesús. Conversión por lógica del encuentro con Jesús, tanto en la Eucaristía como en la Penitencia. Ambos se realizan en la comunidad. Sin conversión personal, de corazón y mente, poco vale la mediación eclesial, símbolo de la mediación de Jesús, sacramento del Padre. Jesús hace a sus seguidores, la Iglesia, sacramento suyo, su presencia, su Cuerpo. Con los símbolos sacramentales, la Iglesia expresa y comunica el Espíritu de Jesús. El cristiano siente que Dios le ama en Cristo, presente en la comunidad. Tiene conciencia de que, al creer a Jesús, recibe su mismo Espíritu. Esta recepción, a veces recuperación, reaviva la experiencia de sentirse amado por Dios y por sus hermanos.

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