Poner el corazón en el dinero impide el Reino de Dios (DOMINGO 28º TO B 11.10.2015)

Introducción:¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!” (Mc 10,17-30).
La reflexión sobre la renuncia a la riqueza para entrar en el Reino tiene tres partes: encuentro del joven rico con Jesús, dificultad entre riqueza y Reino, y promesa a los que dejan todo y le siguen.

Cuando Jesús salía al camino, se le acerca “uno corriendo” (signo de juventud)
Para Mateo es “un joven” (19,16) y para Lucas un “hombre importante” (18,18). Le conocemos como el “joven rico”. Es bien intencionado, pero hay síntomas de mentalidad mercantilista: - “Maestro bueno ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Concibe el modo de vida de Jesús como un patrimonio que quiere incorporar a sus riquezas. Jesús se extraña por llamarle “maestro bueno”. ¿Cómo habría reaccionado si le hubiera dicho “Santo Padre”, “santidad”, “beatitud”, “eminencia”? Le deja clara “la creencia judía de que “sólo Dios es bueno”, y que nadie es bueno en el sentido en que lo es Dios” (V. Taylor lo ilumina con Rom 7,18: “pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir en mi carne”). La institución y sus dirigentes se inflan títulos y actitudes de dominio que son antievangélicos, e incluso errores teológicos. Ante algunos apelativos, brillos, ritos, ropajes, gestos... eclesiales habría que gritar como Pablo y Bernabé: “nosotros también somos hombres mortales, igual que vosotros” (He 14, 15).

Jesús le indica la condición mínima para encontrar vida eterna: los mandamientos
Curiosamente omite los tres primeros, y señala los referentes al prójimo, la ética interhumana. Al percibir que se trata de una persona buena, sincera, le “mira con cariño” y le propone el modo de vida que adelanta el reino de los cielos ya en esta vida: “vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y sígueme”. Tras fruncir el ceño, “se marchó pesaroso, porque era muy rico”. La fe-confianza en el dinero es más fuerte que en la fraternidad, en la comunidad de bienes, en la igualdad que comparte... Claramente no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero (Mt 6,24; Lc 16,13). Personalmente se puede ser justo (legal), pero al vivir en sociedad nos vemos implicados en su injusticia (muy ricos y muy pobres). Para vivir el Reino hay que tener un corazón pobre (libre ante los bienes) y fraterno, y así eliminar de raíz la desigualdad, la injusticia...

Dios quiere que los bienes terrenos estén al servicio de todos
Principio admitido por todos en teoría, pero en la práctica:
“algunos países, generalmente los que tienen una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias” (GS 88).

No siempre la Iglesia se ha inspirado en el evangelio al enjuiciar la distribución y uso de los bienes. Antes del s. XIX existía la mentalidad de que los ricos existían para los pobres, y por eso se justificaba su riqueza. Dios ayudaba a los pobres, encargando a los ricos su cuidado. Esta tradición no es exitosa, por la mentalidad de los ricos: creyéndose dueños, sólo encontraron el camino de la limosna. Cuando movimientos y ciencias sociales abren otros caminos de justicia, la Iglesia expone esta idea no evangélica: “Es conforme al orden establecido por Dios que en la sociedad humana haya patronos y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos ...” (PIO X, “Fin dalla prima nostra encíclica” III: Acta Pii X. I, 119).

La buena noticia está en la sentencia de Jesús:¡Qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”. La confianza debe estar en vivir el reino de la fraternidad, la igualdad, la justicia, el amor, la paz, la libertad... “Con la ayuda de Dios es posible. Habría para todos cien veces más en este tiempo y vida eterna en la edad futura”. Los caminos concretos del reino es tarea creadora humana, “cuya evolución siempre está acompañada por el Espíritu divino” (GS 26). Espíritu que no dispensa del trabajo.

Oración:¡qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!” (Mc 10,17-30).

Jesús, pobre, hermano de todos:
Te contemplamos hoy dialogando con un joven bienintencionado:
quiere hacer lo necesario para heredar la vida eterna;
vive honestamente: no mata ni roba, no es adúltero, ni jura en falso;
no estafa a nadie, y honra a sus padres.

Te vemos mirándole con cariño y soñando un mundo nuevo:
- “vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, y luego sígueme”.
Pronto quedó roto tu sueño:
frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.

Miras a los que te siguen, hoy a nosotros, y te oímos decir:
¡Qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”.

Para ti, Jesús del Reino, sentirse hijo de Dios es vivir su reino de vida:
- que creamos a Dios como padre-madre que nos ama siempre;
- que nos consideremos todos hermanos, hijos del mismo Padre;
- que trabajemos porque su voluntad amorosa se realice:
haya pan, salud, fraternidad, vida... para todos;
- que seamos capaces de perdonarnos como Dios nos perdona;
- que vivamos en “justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

A anunciar y a realizar esta vida dedicaste tu existencia:
- buscaste personas que quisieran vivir y trabajar contigo;
- con ellos formaste una comunidad de hijos de Dios y hermanos entre sí;
- les animaste a desprenderse de toda riqueza;
- les enseñaste a estar cerca de los más débiles;
- les exigías renunciar a toda violencia y soberbia;
- les cargaste el corazón de humildad, paciencia y compasión;
- querías que tuvieran hambre y sed de derechos y deberes humanos;
- les invitaste a mirar la vida con los ojos limpios del Padre;
- con tu ejemplo aprendieron a sufrir por el Reino.

Nosotros, la mayoría, como el joven del evangelio:
- preferimos seguir acumulando bienes de este mundo;
- nos parece irremediable el desamparo y la humillación de los pobres;
- admiramos la riqueza, el brillo, el honor...;
- nos resignamos a pensar que esta es la voluntad del Padre:
“Es conforme al orden establecido por Dios que en la sociedad humana haya ...
patronos y proletarios, ricos y pobres, sabios e ignorantes, nobles y plebeyos ...”.

Ante este panorama, Jesús del Reino, no es extraño:
- que “frunzamos el ceño, y nos marchemos pesarosos” de tu lado;
- que tus comunidades sean tan poco creíbles y atractivas;
- que se hayan refugiado en ceremonias y boatos alienantes;
- que se apeguen a bienes y poderes de este mundo;
- que nos aferremos a leyes que sostienen privilegios no evangélicos;
- que hayamos degenerado tanto como para sostener:
. que “toda la Iglesia sufre con cualquier novedad”;
. que es “imposible la reforma de la Iglesia”...
(Encíclica “Mirari vos”, “sobre los errores modernos”, de Gregorio XVI en 1832: (cf. González Faus: La autoridad de la verdad, pp. 168-171). Esta mentalidad, de que la Iglesia no tiene que cambiar, recorre todas las épocas a nivel del alto clero. Aunque nos parezca increíble, el ex Cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, en una entrevista al El País, al preguntarle sobre los cambios en la Iglesia, a finales de 2003, decía: “El Papa que suceda a Juan Pablo II debe ser igual a Juan Pablo II en todo. No hay nada que cambiar en la Iglesia”).


Hoy escuchamos una vez más tu reflexión:
¡Qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!

Danos a comprender, Jesús realizador del Reino:
- que la confianza debe estar en el Espíritu, que nos habita;
- que con él podemos trabajar y vivir el reino de Dios Padre-Madre;
- que es posible cambiar la Iglesia en mayor libertad, en más fraternidad...;
- que es bueno anteponer el Evangelio a la ley:
. dando más protagonismo a las comunidadades cristianas;
. recuperando a los sacerdotes casados;
. acogiendo a los divorciados vueltos a casar;
. poniendo los bienes eclesiales al servicio de los necesitados;
. eliminando títulos, honores, distintivos y gestos... no evangélicos;
. considerando a la mujer “uno en Cristo” (Gál 3,28), igual que al varón;
. gobernando las comunidades y la Iglesia de modo más democrático...

Rufo González
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