"El párroco, primer promotor del diaconado permanente" "No faltan las vocaciones diaconales, faltan las invitaciones"

"El diaconado permanente en la Iglesia hoy sigue siendo un gran desconocido para muchos fieles e incluso para numerosos sacerdotes. na vocación que con frecuencia queda oculta tras la imagen más visible de los presbíteros y de la vida consagrada"
"La realidad es que muchos hombres que podrían tener las cualidades y el perfil idóneo para ser diáconos permanentes nunca llegan a plantearse esta posibilidad, sencillamente porque nadie se lo propone o porque no han oído hablar de ello"
"La historia de la Iglesia muestra que muchas vocaciones nacen de una simple invitación… Y nadie mejor que el párroco para para pronunciar esa palabra. Es un hecho demostrado que, cuando el párroco anima, surgen vocaciones"
"Quizá el mayor obstáculo para el crecimiento del diaconado permanente no sea la falta de vocaciones, sino la falta de invitaciones"
"La historia de la Iglesia muestra que muchas vocaciones nacen de una simple invitación… Y nadie mejor que el párroco para para pronunciar esa palabra. Es un hecho demostrado que, cuando el párroco anima, surgen vocaciones"
"Quizá el mayor obstáculo para el crecimiento del diaconado permanente no sea la falta de vocaciones, sino la falta de invitaciones"
Hablar del diaconado permanente en la Iglesia hoy supone hablar de un ministerio que, aunque ha ido creciendo poco a poco en número y presencia, sigue siendo un gran desconocidopara muchos fieles e incluso para numerosos sacerdotes. Es una vocación que está llamada a enriquecer la vida de la Iglesia con un servicio específico, pero que con frecuencia queda oculta tras la imagen más visible de los presbíteros y de la vida consagrada. La realidad es que muchos hombres que podrían tener las cualidades y el perfil idóneo para ser diáconos permanentes nunca llegan a plantearse esta posibilidad, sencillamente porque nadie se lo propone o porque no han oído hablar de ello.
¿Y cuál es el perfil idóneo del que hablamos? Pues el de aquellos laicos entregados que llevan años sirviendo en la catequesis, en Cáritas, en la liturgia, en la visita a enfermos, en la atención a los más necesitados. Hombres de fe probada, con vida familiar estable, con capacidad de diálogo y cercanía, con prestigio moral dentro de la comunidad. Muchos de ellos tienen un perfil que encajaría perfectamente en el ministerio diaconal, pero nunca se lo plantean porque creen que esa posibilidad no es para ellos. Y ahí, nuevamente, la voz del párroco puede marcar la diferencia. Animarles, orientarles, explicarles qué es el diaconado y por qué la Iglesia necesita de ese servicio específico, puede ser el primer paso hacia una vocación que dé mucho fruto.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME
"Muchos hombres que podrían tener las cualidades y el perfil idóneo para ser diáconos permanentes nunca llegan a plantearse esta posibilidad, sencillamente porque nadie se lo propone o porque no han oído hablar de ello"

En este sentido, el papel del párroco es fundamental. El párroco es quien está más cerca de los fieles, quien los conoce en su día a día, quien ve cómo participan en la vida de la comunidad, quiénes destacan por su compromiso, su vida de fe, su capacidad de servicio y su madurez humana y espiritual. Es él quien tiene la posibilidad de identificar, casi sin proponérselo, a aquellos hombres casados o célibes que ya viven de manera natural los valores que caracterizan la vocación diaconal: la entrega a los demás, la cercanía con los pobres, la disponibilidad en la liturgia y la fidelidad a la Iglesia. Y, sin embargo, muchas veces se deja pasar la ocasión de dar un paso más y sugerirles que tal vez Dios les esté llamando al diaconado.
"¿'Te has planteado alguna vez que el Señor podría estar llamándote a ser diácono?'… Esa sencilla pregunta puede abrir un horizonte nuevo en la vida de un hombre que jamás lo habría pensado por sí mismo"
La historia de la Iglesia muestra que muchas vocaciones nacen de una simple invitación. Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas han reconocido que la primera chispa surgió cuando alguien les preguntó directamente si habían pensado en consagrar su vida a Dios. Lo mismo sucede con el diaconado permanente: la llamada puede estar ahí, latente, esperando una palabra de aliento que despierte la inquietud vocacional. Y nadie mejor que el párroco para para pronunciar esa palabra. No basta con dar charlas generales o repartir folletos; lo decisivo es la cercanía personal, el trato directo, el conocimiento mutuo que hace posible preguntar sin miedo y sin forzar: “¿Te has planteado alguna vez que el Señor podría estar llamándote a ser diácono?”. Esa sencilla pregunta puede abrir un horizonte nuevo en la vida de un hombre que jamás lo habría pensado por sí mismo.

A veces, al hablar con sacerdotes sobre el diaconado, algunos responden que también es muy valiosa la vocación del laico comprometido. Y es cierto. Pero entonces les devuelvo la pregunta: ¿y por qué tú no te quedaste como laico comprometido? La verdad es que, si amamos de corazón a la Iglesia, debemos amar y valorar la riqueza de sus diversos ministerios. Cada uno es necesario y tiene su lugar. Por eso es tan importantetomar conciencia de todo el bien que ese parroquiano puede aportar como diácono, especialmente en el servicio a los pobres y en la vida de la parroquia. Convendría aprovechar las reuniones de sacerdotes por Vicarías o Arciprestazgos, para concienciarles sobre la importancia de que sean los propios párrocos, vicarios parroquiales y adscritos quienes animen a los hombres comprometidos de la comunidad a plantearse el discernimiento hacia el diaconado permanente. En esos encuentros debería explicarse también el contacto que deben establecer para iniciar la formación del aspirante y en qué consiste el proceso propedéutico de discernimiento a este ministerio.

Difundir el diaconado permanente no es únicamente una cuestión de carteles vocacionales, páginas web o charlas formativas, aunque todo ello pueda ser útil. La verdadera difusión pasa por la cercanía, por el testimonio y por la invitación personal. Y en esto, los párrocos están llamados a ser los principales protagonistas. Su palabra tiene un peso especial en la conciencia de los fieles. Si un párroco confía en un hombre y le sugiere discernir una vocación diaconal, ese hombre lo recibe como un gesto de aprecio, de confianza y de llamada de Dios a través de su pastor.
Es un hecho demostrado que, cuando el párroco anima, surgen vocaciones. Prueba de ello es una parroquia de Madrid en la que el párroco iba pidiendo reunirse con cada uno de los matrimonios comprometidos que tenían el perfil adecuado, y de esos encuentros brotaron numerosas vocaciones al diaconado permanente que hoy están desempeñando un ministerio lleno de frutos.
Por eso es tan importante insistir en que la promoción del diaconado permanente comience en las parroquias y, más concretamente, en la mirada atenta de los párrocos La Iglesia necesita diáconos, y los fieles necesitan ver encarnado en hombres concretos este ministerio que recuerda a todos el sentido del servicio. El obispo puede convocar y ordenar, los formadores pueden acompañar y preparar, pero el primer paso, el descubrimiento de la vocación, suele nacer de una pregunta sencilla, pronunciada en el lugar donde los fieles viven su fe día a día: la parroquia.

"Quizá el mayor obstáculo para el crecimiento del diaconado permanente no sea la falta de vocaciones, sino la falta de invitaciones"
El futuro del diaconado permanente, al menos en buena parte, depende de que los párrocos asuman este compromiso. No se trata de “reclutar” sin más, ni de presionar a nadie, sino de estar atentos, de saber ver lo que Dios ya está haciendo en tantas vidas y de poner palabras a esa acción callada. Porque quizá el mayor obstáculo para el crecimiento del diaconado permanente no sea la falta de vocaciones, sino la falta de invitaciones. Muchos hombres de fe, con vida familiar estable y capacidad de servicio, se quedarían en el camino si nadie les abre los ojos a la posibilidad de que Dios les esté llamando a este ministerio. Y el párroco, como guía espiritual cercano, tiene la llave para que esas vocaciones no se pierdan.
En definitiva, si se quiere que aumente el número de diáconos permanentes, es necesario que cada párroco se convierta en verdadero promotor de esta vocación. La parroquia es el terreno donde germinan las semillas, y el párroco es el sembrador que puede ayudar a que brote la vocación allí donde ya estaba latente. Si los párrocos asumen esta misión, la Iglesia verá crecer un ministerio llamado a enriquecerla y a recordarle siempre que su corazón está en el servicio.

Etiquetas