La Iglesia tiene esta tarea: reavivar el Espíritu de bondad que habita todo corazón La historia camina hacia la glorificación (Domingo 4º de Pascua 11.05.2025)
Jesús resucitado, “pastor que conduces hacia fuentes de aguas vivas”
| Rufo González
Comentario: “el Cordero que está delante del trono será su pastor” (Apoc 7, 9.14b-17)
Los capítulos 6 y 7 presentan las fuerzas que intervienen en la historia humana. Los sellos desvelan diversos factores de la lucha entre el bien y el mal. Los cuatro primeros sellos desvelan caballos de distintos colores (Za 1,8; 6,1-8). Representan fuerzas de la historia: violencia (rojo), hambrunas (negro), muerte (amarillento). A todos los precede el caballo blanco cuyo jinete lleva un arco y una corona, va victorioso para vencer otra vez (6,2). Hay diversas opiniones: para unos es el símbolo de Cristo (19,11); para otros es un rey oriental que lucha contra el maligno imperio romano.
El quinto y sexto sello desvelan la vida entregada de los mártires y la presencia “del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero”. Traen un cataclismo universal en el que caerán los valores inhumanos, divinidades falsas, etc.). Son fuerzas históricas. El juicio de Dios que se está realizando. Dios no puede ser indiferente ante el sufrimiento y la injusticia. “Ha llegado el gran día de su ira” de Dios y del Cordero (6, 16-17). “Ira” se entiende desde el amor de Dios manifestado en Jesús. La caída del mundo injusto se ve como inviable y eso bloquea el futuro: “¿quién podrá mantenerse en pie?”. Juan en el capítulo 7 contesta esta pregunta en sentido positivo: sí, la historia tiene futuro.
Dios lo está desvelando y realizando en la historia con su “sello”, con su Espíritu. Por eso no quiere “dañar la tierra ni el mar ni los árboles”, sino “sellar en la frente a los siervos de nuestro Dios” (7,3). Al antiguo y al nuevo Israel quiere darle su Espíritu de amor. Es lo que está ocurriendo en las comunidades cristianas (7, 9-17). Ellas son “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”. Es la iglesia realizada: ha triunfado con Jesús, su misma gloria la envuelve. Es la victoria de Dios y del Cordero.
Un anciano le ayuda a entender el camino de revelación y realización, que termina en la glorificación. Inspirado en Zacarías que dialoga con un ángel (Za 4,1-5), Juan dialoga con “uno de los ancianos: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (7,13-14). Son los seguidores de Jesús, muertos como él por el mundo injusto, resucitados según, el proyecto divino.
Este es el cielo del que disfrutan: “Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto (latreúousin: adoración espiritual, sin ritos) día y noche en su templo (el cielo). El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (7, 15-17). Hacia esta glorificación camina la historia: realizar-glorificar en el amor de Dios a toda la humanidad. Llegará tras la muerte. Podemos adelantarlo parcialmente como hizo Jesús, curando, alimentando, acompañando, alegrando… la vida. La Iglesia tiene esta tarea: anunciar la Buena Noticia de Jesús, el plan de Dios, el Espíritu de bondad que habita todo corazón, y que debe guiar su vida.
Oración: “el Cordero que está delante del trono será su pastor” (Apoc 7, 9.14b-17)
Jesús resucitado, “pastor que conduces
hacia fuentes de aguas vivas”:
como a la mujer de Samaría, nos sigues diciendo:
“el agua que yo os daré se convertirá
dentro de vosotros en un surtidor de agua
que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).
Esta “agua viva” es el Espíritu Santo, divino:
Espíritu que reconociste que estaba sobre ti;
Espíritu que te movía a dar buenas noticias a los pobres;
Espíritu que te inspiraba libertad ante toda opresión;
Espíritu que abría los ojos ante el misterio de la vida;
Espíritu que proclamaba el amor perdonador de Dios;
Espíritu que te hizo sentir como propios
“los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias, sobre todo,
de los pobres y de cuantos sufren” (GS 1).
Tu misión, buen Pastor, es comunicar este Espíritu:
tú “bautizas con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,1-12; y par.);
“el último día, el más solemne de la fiesta, en pie gritaste:
«El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí;
como dice la Escritura:
“de sus entrañas manarán ríos de agua viva”».
Dijiste esto refiriéndote al Espíritu,
que habían de recibir los que creyeran en ti” (Jn 7,37-39)
Vivir guiados por este Espíritu es nuestra espiritualidad:
“la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad,
porque el Padre desea que lo adoren así.
Dios es espíritu, y los que lo adoran
deben hacerlo en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24).
“La religiosidad auténtica e intachable
a los ojos de Dios Padre es esta:
atender a huérfanos y viudas en su aflicción
y mantenerse incontaminado del mundo” (Sant 1,27);
“por medio de él (Jesús), ofrezcamos continuamente
a Dios un sacrificio de alabanza, es decir,
el fruto de unos labios que confiesan su nombre.
No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente;
esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,15-16).
Donde hay un cristiano estás tú, el buen Pastor:
con el Espíritu que te llevó y nos lleva a dar la vida;
con tu Iglesia, atenta al bien de toda persona,
blanqueando la vida con tu sangre,
con tu amor esforzado y gratuito.
Hoy, Señor, quiero pedirte por la Iglesia:
que nos sintamos representantes tuyos;
que nos comuniquemos tu Espíritu;
que nos respetemos y nos escuchemos;
que seamos activos, según el don recibido;
que dentro y fuera de la parroquia
atendamos y sirvamos, sobre todo, a los más débiles.
Como tú, Señor, Guía y Pastor de toda nuestra vida.
rufo.go@hotmail.com