Seminario Iglesia y Mujeres “La iglesia en estos momentos no es un espacio seguro para las mujeres"

Monserrat Escribano
Monserrat Escribano

La punta de iceberg lo ocupan la violencia y los abusos que, me temo, seguirán mostrando aún muchas otras caras. Parece que en este asunto aún no lo hemos visto todo. Así que, creo que debemos revisar críticamente esa otra parte que sostiene el iceberg y que permanece escondida.

Necesitamos una revolución que nos ayude a discernir qué estructuras de pensamiento, qué modos de gobierno, qué lenguajes, qué sistemas eclesiales jerárquicos estamos esencializando y naturalizando.

El seminario “Iglesia y Sociedad” celebrado en la sede de la UIMP en Valencia concluyó con una conferencia de la teóloga Montserrat Escribano Cárcel, licenciada en Teología y en Humanidades, máster en Ética y Democracia, profesora del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ICRV), Facultad de Teología Sant Vicent Ferrer (Valencia) y de Religión, miembro de la Asociación de Teólogas Españolas, de la European Society of Women Theological Research, del Grupo de Investigación en Bioética de la Universitat de València (GIBUV), de la Coordinadora del Fòrum Cristianisme i Món dAvui, y del consejo de la revista Iglesia Viva.

Es necesario citar este sucinto curriculum para situar a la joven teóloga justamente en el panorama de los estudios teológicos actuales donde las mujeres casi no existen a pesar de la brillantez y claridad de sus estudios e investigaciones. Le falta a la Teología la femineidad, el feminismo y lo feminista que le aporte su visión y matización. Si hay grandes profesionales mujeres en todos los ámbitos de la vida, por qué no darles el paso e importancia que se merecen también en la Teología siempre tan masculinizada.

El tema conclusivo del seminario impartido por la doctora Monserrat Escribano Cárcel versó sobre “El Concilio Vaticano II (1962 a 1965). Un cambio de paradigma para las mujeres creyentes”. Fue sin duda la conferencia más práctica, más pragmática y más concreta e todo el seminario por su manera e aterrizar y no quedarse en el mundo de lo teórico. A la tercera sesión del Concilio, a Pablo VI se le ocurrió invitar a 23 mujeres auditoras, aunque sin voz ni voto, eran simples espectadoras, aunque por primera vez en la vida a una mujer se le tuvo el detalle de convidar a un Concilio, cuando las mujeres son más de la mitad de la población de mundo. No pudieron hacer nada, sino ser testigos mudos, espectadoras pasivas, de una reunión en la que había más de 2.500 padres conciliares, muchos peritos, asesores, secretarios y subsecretarios, todos varones, decidiendo por la Iglesia, como si las mujeres no fueran hijas de Dios, no tuvieran dignidad o capacidad humana para manifestar o expresar acerca de su concepto y su contexto. Relató la anécdota de que a dos cafeterías que se instaló en el Vaticano para la ocasión a estas mujeres se les prohibió entrar.

Una masculinidad eclesial y eclesiástica que ha impregnado siempre “el estilo mariológico heteropatriarcal ofrecido desde antropologías teológicas kyriarcales. Se nos dice, de modo reiterado, que hay que ir poco a poco, que la iglesia necesita su tiempo, pero tenemos también el ejemplo revolucionario del Concilio ecuménico Vaticano II y de las veintitrés auditoras que asistieron. Ellas lograron cambiar el paisaje eclesial dibujado previamente por los padres conciliares. La revolución ha de ser desde la misericordia, es decir, desde una mirada política del amor ético de cuidados. Necesitamos procesos deliberativos transversales. Y para pensar, debatir y discutir críticamente aquellos cambios que consideremos necesarios en nuestra iglesia. Las claves que, a modo de herramientas necesitamos, son: el cuidado, el sostenimiento y el género. Estas son, entre otras, las que señalan con claridad que la relación, estrecha y amorosa, entre el Dios trinitario y la humanidad van siempre de la mano de la responsabilidad, la denuncia, el alivio y el cuidado de toda vida.”

Piensa la doctora Escribano que “la iglesia, como vemos, en estos momentos no es un espacio seguro para las mujeres. La punta de iceberg lo ocupan la violencia y los abusos que, me temo, seguirán mostrando aún muchas otras caras. Parece que en este asunto aún no lo hemos visto todo. Así que, creo que debemos revisar críticamente esa otra parte que sostiene el iceberg y que permanece escondida. Es decir, repensar nuestros marcos de comprensión eclesiales que nos hacen entender este sistema de gobierno, de sacramentalidad y de liturgias que deben ser signo del Reino”.

“Ahora vemos que si las estructuras, los marcos de comprensión eclesiales y las mentalidades de los creyentes reflejan aprecio por la igualdad, la equidad, el reconocimiento y la redistribución de responsabilidades será difícil que podamos ser signo del Reino y de la Salvación. Por ello, necesitamos una revolución que nos ayude a discernir qué estructuras de pensamiento, qué modos de gobierno, qué lenguajes, qué sistemas eclesiales jerárquicos estamos esencializando y naturalizando. Para lograr la revolución a la que nos invita la alegría del evangelio no nos basta con la voluntad, la indignación, la queja o el lamento, si no que como decía Teresa “solo Dios basta”. Así que hay que hacer una revolución de la misericordia, una revolución amorosa”.

“Se me ocurre que un modo a pertinente, por la carga revolucionaria que posee, es la de elaborar de nuevo una teología kenótica. Es decir, una teología a partir de la mirada abajada de Jesús y que incluya su corporalidad. Esta teología ha de ser también de una teología política que nos ayude a entender el mundo en que vivimos a partir de la presencia de las víctimas, de las olvidadas, de las abusadas, de las prostituidas o de las invisibilizada. Este proyecto de una teología kenótica política es, como decía la teóloga Marcella Althus-Reid, un intento por indecentar nuestras comprensiones creyentes”.

“Hay que hacer de nuestra oración algo menos individualista, quizá menos silenciosa y algo más política y escandalosa. Abandonar el servilismo y buscar transformar la iglesia para que deje de ser un espacio-tumba para las mujeres y sea un lugar pascual donde vivir el gozo. Nuestro límite solo puede ser el cielo. Les dejo como coda estas palabras de la religiosa mercedaria de Berriz, Filo Hirota: […]Creo sinceramente que el despertar de la consciencia de la mujer en el mundo y en la Iglesia es uno de los signos de los tiempos más importantes y relevantes. Y nos toca a nosotras, mujeres en la Iglesia, seguir con nuestro firme compromiso de transformar esta Iglesia para que sea el Pueblo de Dios seguidor y discípulo genuino de Jesús. Igualmente, importante es la cuestión de cómo vivir esta convicción. La no-violencia de Jesús nos indica el camino a seguir. Nuestras palabras y acciones tienen que estar enraizadas en esa ternura compasiva de Jesús que es profundamente liberadora y esperanzadora. Si las mujeres no cuestionamos ni actuamos, nada va a cambiar. Sin duda, necesitamos una revolución amorosa de las estructuras eclesiales, de nuestros cuerpos católicos y de nuestras mentes patriarcales… pero esta revolución, como el Reino, ya está entre vosotras, ¡Hágase!”.

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