El cambio de las costumbres en el Día de Todos los Santos.
En mi intento por salvar un poco la festividad, y conociendo que cada vez es más difícil exigir a mis alumnos que se la tomen religiosamente según el catolicismo, acostumbro a pedirles que simplemente agarren un retrato de sus seres queridos fallecidos y les pongan una vela en memoria y recuerdo suyo. Les recomiendo incluso, que hagan lo posible visitar donde estén enterrados o por recordarlos. E incluso, que se apunten a comer alguno de los habituales dulces españoles de estas fiestas. Lo que si les pido, es que un día dedicado a recordar a quienes no están, no agarren disfraces sin sentido que constituyen una burla a la muerte y los fallecidos. Disfrazarse de muertos vivientes, de asesinados vilmente, de dráculas, demonios, brujas, etc, está muy lejos dentro del contexto cultural español de honrar a quienes no están, más bien es pasar de ellos y ningunear su muerte.
Personalmente en este día he colocado cinco velas rojas: Una a mi abuelo Manuel Mestre Leal, pues mucho es lo que en mi vida le he echado de menos tras solo 11 años los pasados con él. Otra vela a mi abuelo Julián Moreno García, esta más pequeñita porque apenas lo conocí, y nada recuerdo hoy de él. Otra foto a mi bisabuela Miguela Caricol, a la que solo conocí por 7 años y muy poco la traté. A mi bisabuela Cesária García, siempre en el pueblo, la traté poco en los 25 años que viví con ella, murió hace unos pocos años. La última vela, la decidí sobre la marcha, por Maria del Carmen Madero, que fue una tutora mía en el colegio por tres años. La vi apagarse en su enfermedad, el cáncer, y la recuerdo porque es mucho lo vivido con ella en tres años en el colegio y mucho se la echa en falta.
Todas estas velas frente al retrato de los fallecidos. A excepción de Maria del Carmen Madero que no tengo foto suya. Así es como intento honrar a la gente que falleció y que quiero, recordándoles en la noche de difuntos y en el día de Todos los Santos.