Raíces socráticas de Europa

Al aproximarse las elecciones, me telefonean de un semanario para pedir opinión de voto. “Busquen a alguien mejor informado”, digo, pero insiste el reportero: “Hay muchas opiniones conservadoras y queremos contrastar con otras más liberales. “Perdone, pero esos adjetivos ¿no estaban anticuados hace medio siglo?”. “Bueno, responde, ya me entiende, me refiero a las derechas berlusconianas, bendecidas a veces por las vaticanas”.

“Ya veo, buscan morbo en rojo y verde para contrastar con el azul y amarillo en el spot electoral. Pues, mire, le propongo un trato, si me deja hablar de la filosofía de Husserl, acepto la entrevista...”

El desconcierto del reportero debió llegar al límite. El tema le parecía muy abstruso para su público semanal. Se disculpó por quitarme tiempo y colgamos ambos casi a la vez.

Pensarán ustedes que fue broma o recurso para escapar de la prensa. Pues no, va en serio y muy en serio. Hace un siglo que el padre de las corrientes fenomenológicas percibió a Europa en crisis y denunció el olvido de sus raíces filosóficas en el humus del logos socrático.

Hoy hablan de raíces europeas quienes enarbolan banderas de colores muy diferentes. Estandartes de amarillo papal piden recuperar raíces cristianas. Lábaros azules tradicionales proclaman raíces patrióticas añorando Recaredos. Banderas roji-verdes jalean raíces de modernidad y progreso. Pero, como decía Lucas en su libro de los Hechos apostólicos (cf.19,32 ), “cada uno gritaba una cosa, porque la asamblea estaba hecha un lío y la mayoría ni sabía para qué se habían congregado”, algo muy propio de muchos debates parlamentarios.

Pues mientras cada cuál busca imponer sus raíces, me quedo con las de Edmundo Husserl (1859-1938 ) desde su arraigo a orillas del Danubio. Hace 74 años, el 7 de mayo de 1935, pronunciaba en el Círculo Cultural de Viena su conferencia sobre La crisis de las ciencias europeas (Crítica, Barcelona, 1991, pp. 323-358).

Veía las raíces europeas en un logos socrático olvidado. No como el racionalizador de la clase magisterial ratzingeriana en Ratisbona, sino un logos de diá-logo y dia-léctica crítica, arrumbado en la buhardilla por las ideologías dogmatizadoras políticas o religiosas de cada época.

Pensar es confrontarse con lo diferente, ponerse en lugar de lo otro, dejarse corregir y fecundar mutuamente. Denunciando la falta de este talante, decía Husserl: "las naciones europeas están enfermas... el mayor peligro de Europa es el cansancio". Invitaba a filosofar como "funcionarios al servicio de la humanidad", para fomentar una "crítica universal de todas las formaciones y sistemas culturales... una actitud crítica, que parte de la negativa a asumir, sin cuestionarlas, opiniones y tradiciones previamente dadas, y, a la vez, plantea, a propósito del universo entero tradicionalmente dado de antemano, la cuestión de lo verdadero": la “verdad”, más allá de los absolutismos de “la razón” y los relativismos de “las opiniones”.

Para que esto sea posible, hay que dejar de partir de un yo aislado. "El yo deja de ser una cosa aislada entre otras del mismo tipo en un mundo dado... para dejar paso a un ser-unos-en-otros y unos-para-otros". Es tarea al mismo tiempo para la filosofía y para la política esta toma de conciencia, "autorrealización de la humanidad"; tarea que ha de llevarse a cabo desde un yo inseparable de un nosotros y convencido de que "el mundo es nuestro mundo común".

El paso por lo otro nos llevará a una continua corrección mutua y el paso por el tiempo nos llevará a seguir corrigiéndonos mutuamente en una tarea inacabada de diálogo, crítica y búsqueda. "Yo soy necesariamente, dice, un Yo que tiene su Tú, su Nosotros y su Vosotros, soy el Yo de los pronombres personales..."

Lo dañoso para Europa no ha sido la racionalidad, sino el racionalismo estrecho y mal entendido. La búsqueda comunitaria de la auténtica racionalidad, a través de un diálogo crítico y creador, es para Husserl la tarea de la filosofía como educación y creación de cultura.

Pensar es, repetiremos recogiendo la antorcha husserliana, preguntar juntos. R.Barthes sugería: "si no relees, lees siempre lo mismo". Y Foucault sentenciaba: "pensar es pensar de otro modo". Al cuestionar lo que habitualmente pensamos, caemos en la cuenta de que estábamos pensando mal y nos animamos a un continuo "re-pensar", volver a pensar lo mal pensado, continuo diálogo crítico y creativo.

Dialogar y criticar para crear, tal fue el secreto radical de Europa para engendrar arte, técnica y pensamiento. Esa herencia le hace falta hoy a la política para salir del estancamiento y a las religiones para salir de sus fundamentalismos.

(Publicado en La Verdad, de Murcia, el 16 de Marzo, 2009)
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