Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) La Iglesia y la misericordia como espejo (II Domingo de Pascua)

La Iglesia y la misericordia como espejo  (II Domingo de Pascua)
La Iglesia y la misericordia como espejo (II Domingo de Pascua) Jose Moreno Losada

En la Iglesia, en nuestras comunidades, en nosotros mismos, meter los dedos en los clavos y la mano en el costado de lo que nos duele y rompe, de lo que ha escandalizado y pervertido, es acceder a la humildad del hombre que solo confía en Dios y en él pone su fuerza. Reconocer nuestras debilidades, analizarlas, confesarlas, abrazarlas en el perdón de Jesús y de la comunidad, ante la humanidad, será paso de contemplación de la fuerza de la vida resucitada.

Domingo de LA DIVINA MISERICORDIA (II Pascua)

pedir perdon
pedir perdon José

No es en la fuerza, ni en el poder, donde se revela la gracia de la resurrección, sino en la compasión de volver continuamente sobre las heridas de la historia y hacerlo con el amor del que sabe que nada está perdido y la última palabra es la del crucificado resucitado. El valor de la historia está en la debilidad y su resurrección en los cuidados gratuitos y amorosos que la envuelven, ganando pequeñas batallas, incluso aunque se pierda la guerra.

Evangelio: Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Muchos otros signos…a la vista de todos

Signos imparables que, aunque no se escriben suceden a la vista de todos, pero pocos logran contemplarlos en su sentido profundo de realización del Reino de Dios entre nosotros. La presencia del Resucitado pasa por adentrarse incluso cuando las puertas están cerradas por miedo.

El viene con alegría a romper oscuridades y cerramientos, mostrándose sin engaños, tal cual, con heridas y cicatrices del vivir y de la pasión, trae la paz y da su espíritu. Libera del pecado, de lo que ata, y convence a fondo desde lo real de una cruz que ha sido sanante y curadora de lo humano roto y martirizado en la inocencia. Nos invita al riesgo de creer y amar, aunque todo esté en el misterio, que por nada dejemos de amar para arribar a tener fe en su persona y poder creer con alegría de novedad.

Lectura resucitada de una caída

Al hilo de este texto evangélico, recibo un documento vía wasap de un amigo al que he conocido en el centro hermano de Cáritas. Ahora el alcohol es su enemigo más fuerte, aunque él es consciente que la felicidad es una tarea interior y la adicción es signo de una sed de agua viva profunda.

Mi amigo llevaba seis meses en tratamiento y venciendo la tentación, curando sus heridas afectivas, emocionales, hábitos… Una expulsión del centro de dos días, le ha hecho beber, pero ha vuelto y ahora tras una semana de reflexión profunda me envía su lectura del hecho en un documento de once páginas. Toda una lectura creyente metiendo sus dedos y su mano en la herida de su cruz, pero con visión esperanzada y madura, pudiendo exclamar “Señor mío y Dios mío”.

La caída no es una recaída, tras esta reflexión se convierte en un hecho de luz para profundizar en su proceso, conocerse mejor, seguir caminando, apostar de nuevo por lo que realmente cree. Toca seguir caminando y luchando, aunque sea sin ver, necesita seguir creyendo porque le va la vida en ello. Le ha ayudado a tocar su herida con tacto y cuidado un equipo de personas que son ahora su comunidad, la que le acompaña, junto a seres que le quieren y esperan sus pasos siguientes para la liberación total.

En él se encuentran las dos figuras la de Jesús crucificado y la de Tomás que duda, cae y se levanta ante el cuidado y las señales de lo que ha sido cruz y muerte en su vida. Su camino es de resurrección y va a seguir levantándose del sepulcro y retirando la losa que le impide vivir con la luz que sabe que está en su interior y que es gracia del Padre.

Ahora más que nunca

El camino de la Pascua no tiene vuelta atrás ha quedado señalado para siempre. La experiencia viva del resucitado se da en el marco de la comunidad compasiva que es capaz de adentrarse en el miedo y en la debilidad, tocados por la gracia de Cristo. La comunidad del resucitado pasa del encerramiento y el miedo a la luz y la alegría de las heridas curadas, saber que en la debilidad última se revela la luz primera, la del primer día. Los tiempos pueden ser adversos, las adicciones se apoderan de la institución a lo largo de los siglos, y aunque siempre está llamada a conversión los pasos se hacen muy difíciles, porque el despojamiento solo se logra por la gracia.

La Iglesia hoy siente sus heridas propias y las que le vienen de fuera, sus males y sus pecados. Ha de resistir la tentación del ocultamiento y el disfraz para seguir permaneciendo en el reconocimiento del mundo, suplantando tradición por tradiciones. La luz le vendrá por el reconocimiento profundo de su herida en la compasión del Cristo que se entrega en favor de los hermanos, dispuesto a perder la vida. Meter los dedos en los clavos y la mano en el costado de lo que nos duele y rompe, de lo que ha escandalizado y pervertido, es acceder a la humildad del hombre que solo confía en Dios y en él pone su fuerza. Reconocer nuestras debilidades, analizarlas, confesarlas, abrazarlas en el perdón de Jesús y de la comunidad, ante la humanidad, será paso de contemplación de la fuerza de la vida resucitada.

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