"La mies es mucha y los obreros pocos" Iglesia trinitaria, sinodal y circular

Iglesia trinitaria, sinodal y circular
Iglesia trinitaria, sinodal y circular

Ayer me escribía Orlando y me decía que se cumplia el segundo aniversario de su llegada a nuestra diócesis y me agradecía mi acompañamiento. Es colombiano y vino tras haber estado seis años de misión en Cuba. Hoy mismo el evangelio nos vuelve a recordar como es la mies y la necesidad de obreros. Es verdad que normalmente hacemos una lectura muy clericalizada del texto que ha de enmarcarse en un sentido único de misón y de Iglesia evangelizadora que está más allá del clero, aunque lo incluye. En este aspecto del clero vemos como muchas de nuestras diócesis están incorporando a curas "migrantes". Pero nos hemos de cuestionar si se ha hecho un verdadero planteamiento pastoral y apostólico de estas integraciones de sacerdotes de fuera en nuestros presbiterios. Invito a la reflexión desde este sencillo hecho de vida, de una jornada compartida con tres sacerdotes de Perú, Carlos, Elmer y Pablo que estaán trabajando pastoralmente en diócesis españolas.

Iglesia trinitaria, sinodal y circular

Composición de lugar

Ayer pude compartir la mesa y celebrar un encuentro fraternal y apostólico, además de amicable, con tres sacerdotes jóvenes que fueron ordenados en la diócesis de Chimbote (Perú) y actualmente están desarrollando su ministerio en España –  en las diócesis de Ciudad Rodrigo y Mérida-Badajoz-. Carlos, Elmer y Pablo, eran seminaristas cuando Ricardo Cabezas y yo íbamos en estancias cortas del verano para impartir cursos de teología en el seminario de San Luis de Gonzaga –“El Huito”- en el vicariato de San Francisco Javier (Jaén-Perú).

Era un seminario singular, regentado por los jesuitas que tenían a su cargo dicho vicariato y acogían a seminaristas de cinco jurisdicciones distintas. Era un grupo muy nutrido de jóvenes aspirantes al ministerio, de procedencias muy distintas, que se formaban con un buen plan de estudios, así como de objetivos de formación humana y espiritual. Con unos niveles serios. Los jesuitas pensaban que era bueno que participáramos sacerdotes diocesanos en su formación para que así los jóvenes se concienciaran que una formación de nivel, no era sólo cuestión jesuítica, sino ministerial en general y que ellos debían prepararse concienzudamente para desarrollar la Iglesia en el Perú y poder servirla también en responsabilidades diocesana, obispos, profesores, etc.

Para Ricardo y para mí fueron experiencias de gran calado, que tuvimos en diez estancias allí, y la razón principal era el encuentro con esa comunidad de jóvenes, así como con el equipo del seminario y su obispo, que en las últimas ocasiones fue Pedro Barreto, actual cardenal de la iglesia que coordina la REPAM, el tema de la iglesia y la Amazonía. Con ellos pudimos adentrarnos en la realidad de aquel país, zona y pueblos que visitaban. Una mirada del mundo y de la iglesia desde otro lugar.  Ni que decir tiene que pensábamos entonces que íbamos a dar parte de nuestra formación académica y teológica, a compartir en misión apostólica. Pero no entraba en nuestros cálculos que aquellos jóvenes estuvieran un día en nuestra diócesis compartiendo labor ministerial en el mismo presbiterio.

La comida

Ayer nos encontramos para comer juntos, no fue en Emaús sino en Gladys, restaurante amigo, pero el ambiente que se formó si era propio de aquellos discípulos que sentaban a leer en creyente lo que estábamos viviendo.

Carlos, que lleva ya más de una década de presencia y labor en la iglesia española, que ha pasado por más de una diócesis, contaba la diferencia que había en la concepción eclesial sobre los sacerdotes que van de Europa a América, de los que vienen de allá. Normalmente se entiende que los que van se preparan para llegar allí y poder enriquecer con lo que llevan, para integrarse y dar. Pero no es la misma mirada para los que vienen de allá, a estos se les pide que se integren, no se les forma para ello, y se les mira desde su condición de latinos, de menor consideración. Reflexionaban que cuando un sacerdote llega a sus tierras enseguida se piensa que pueden aportar, cuál es su preparación, y se les da misión atendiendo a esas cualidades y posibilidades, aquí no es la misma mirada. Ellos sienten que se les cataloga en función de los huecos de necesidades que van a tapar y por lo que van a recibir un beneficio, que se considera como extraordinario o don, cuando no limosna. La consideración como uno más del presbiterio en sentido verdadero de integración y cuidado cuesta bastante.

La eclesiología de fondo

El tema derivó enseguida a partir de este diálogo en la comprensión eclesiológica con la que nos movemos, y la que ha sido liderada por la Europa que se resiste a dejar de primerear –en lenguaje del Papa- esa interpretación teológica y magisterial de la iglesia, entendida desde la autorreferencia eclesial europea. Conveníamos que, al pontífice, que ha venido de aquel “rincón del mundo”, no le está siendo fácil abrir la mentalidad de una iglesia verdaderamente trinitaria, con fundamento teológico universal, donde la verdad y la importancia no estén avaladas por tradiciones históricas de poder e influencias pasadas, sino de verdad evangélica y vivencia existencial de todas las iglesias, de todos los lugares.

Toca abrirse a una consideración eclesiológica de raíz trinitaria como fundamentó el concilio Vaticano II, para entender desde ahí la verdadera clave de Pueblo de Dios que le corresponde y lo que ello significa de sinodalidad. El carácter sinodal nos abre a una mirada de camino apostólico y de misión universal, de comprensión comunitaria, de enriquecimiento diverso y plural en la vivencia de los carismas propios de todas las iglesias que son la Iglesia. Hoy el carácter sinodal nos llama claramente a compartir caminos y aprendizaje mutuos, de escucha profunda y de liberación de fronteras como franquicias, para poder llegar a la misión universal que es propia de todos y a todos nos convoca apostólicamente.

La circularidad

Concluíamos que lo que en ese mismo momento de mesa compartida nosotros estábamos celebrando era la circularidad propia de la Trinidad que la vive en su interior y la desarrolla en este sacramento eclesial que nosotros estábamos viviendo con sencillez. Desde nuestra diócesis habíamos estado compartiendo vida y misión en su seminario y ahora ellos estaban entre nosotros compartiendo aquí tarea apostólica en medio de nuestros pueblos. Todo con la mayor normalidad y naturalidad del estilo propio del evangelio de Jesús y de su envío universal. Ellos están aquí con el mismo espíritu que nosotros fuimos allí. Compartimos el mismo ministerio y misión. Somos la misma Iglesia, en el mismo Cristo, para la misma misión.

La tarea es, sin duda, replantearnos cómo se está estableciendo esta circularidad de retorno en la misión, que concepción y que modos estamos utilizando en la inserción de los sacerdotes que están llegando a nuestras iglesias diocesanas. La interpelación es fuerte, es necesario plantearse si lo hacemos desde una necesidad a cubrir, mayormente litúrgica y sacramental, o desde un planteamiento de presbiterio hermano y apostólico que comparte la misma misión y se adentran juntos por los caminos que conducen a todos los pueblos y hermanos que esperan el anuncio de la buena noticia de Cristo. Los que estamos en Badajoz tenemos la experiencia de compartir en un grupo sacerdotal el estudio del evangelio, notábamos que la mayoría que participamos en él somos sacerdotes diocesanos que hemos tenido contacto directo con la misión, en concreto en Perú. Partimos de una experiencia de misión más universal y compartida.

Apuntaban ellos que en ocasiones notan como en la propia realidad de los presbiterios diocesanos no hay proyecto de acompañamiento en una formación permanente del clero que atiendan a dimensiones más allá que alguna sesión de formación intelectual, algunos encuentros espirituales poco frecuentados, por cierto.  Esta debilidad que denota cansancio y dejadez en las propias diócesis, se multiplica para acoger e integrar a sacerdotes que vienen de otras realidades, en este caso la latinoamericana. Suele ser un corta y pega de necesidades, sin planteamientos apostólicos y pastorales de fondo, sin experiencia de equipos. Todo se deja a la organización institucional, que en más de un caso funciona muy formales y poco experiencial. No se les ve claramente como apóstoles para una misión compartida en la Iglesia sino más bien como ayudas advenedizas y limitadas.

Interpelaciones

Me quedé con interrogantes serios para mí mismo y para mi realidad diocesana. He de revisarme cómo me sitúo yo en la relación con estos sacerdotes que llegan de fuera a mi presbiterio, cómo pienso, siento y actúo con respecto a ellos. Es verdad que en estos casos concretos me liga un proceso y una experiencia que es reveladora de cosas importantes, y que han hecho que tengamos esta relación fraternal y familia, desde la Palabra y desde la vida compartida, pero son más los que llegan.

El interrogante diocesano también me parece de calado y de exigencia eclesial. Es verdad que hemos tenido reflexiones a nivel de consejo de presbiterio sobre estas realidades y los sacerdotes que llegan, pero no sé hasta qué punto funcionamos en lo que se refiere a redes de fraternidad apostólica para integrarlos y para valoras las riquezas que nos pueden aportar desde su ser, vivir, formación, cultura, etc.

Ayer me quedó claro que la sinodalidad tienen que ver con la circularidad en la Iglesia y que esto no es sólo cosa de la ecología natural, sino también de la humana y la evangélica. Volvemos a lo de siempre que todo está interconectado y está llamado a una verdadera interrelación de comunión y fraternidad. Una Iglesia de Europa que de madre ha de pasar a vivir también su ser hermana y discípula de otras latitudes eclesiales y de otros hermanos que se agregan en nuestros campos a trabajar en esta mies tan universal.

José Moreno Losada

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