La vida es drama. Es tensión. Es agonía. Se despliega “entre”: entre muchos “entre” Michael Moore: "Semana santa, ¿queda algo para celebrar?"

Michael Moore: "Semana santa¿queda algo para celebrar?"
Michael Moore: "Semana santa¿queda algo para celebrar?"

Se trata ni más ni menos que de re-memorar y con-memorar la vida y la muerte de Alguien importante para que confronte, ilumine, sostenga y sacuda nuestra(s) propia(s) vida(s) y muerte(s). De lo contrario será, una vez más, asistir a espectáculos litúrgicos de dudoso gusto estético y de menor impacto ético

El Misterio último de todo al que llamamos Dios, en la carne de Jesucristo, experimentó e hizo suyos, de alguna manera, todos esos “entre” los cuales se escribió la biografía de Jesús y, hoy, se tensiona las nuestras. Y por eso nos entiende y sostiene

 Podría, decir, redondeando, que hace unos 50 años que participo de las celebraciones de semana santa. Con más o menos consciencia, piedad, monotonía, obligatoriedad, fervor, convicción. Depende. De muchas cosas. Porque tanto el experimentar como el expresar la vida de fe –si no está muerta–, cambia en “materia y forma”. Me gusta decir que la fe se conjuga en gerundio: vamos creyendo… y des-creyendo.  Pero, al igual que en la última navidad  https://www.religiondigital.org/creer_pensando-_el_blog_de_michael_moore/Michael-Moore-celebramos-navidad_7_2627207264.html), estos días me ha sorprendido, insolente e insistente, la pregunta: ¿qué significa, hoy, este tiempo litúrgico para mí? ¿qué voy a celebrar?

Tengo la sensación –aunque, como sabemos, los sentidos pueden engañar­– que hemos diluido bastante el potencial “subversivo y subyugante” que encierra la sana memoria de esos acontecimientos (J.I. González Faus). Porque, en definitiva, se trata ni más ni menos que de re-memorar y con-memorar la vida y la muerte de Alguien importante –único– para que confronte, ilumine, sostenga y sacuda nuestra(s) propia(s) vida(s) y muerte(s). De lo contrario se reducirá, un año más, a asistir a espectáculos litúrgicos de dudoso gusto estético y de menor impacto ético.

La vida es drama. Es tensión. Es agonía. Se despliega “entre”: entre muchos “entre”. Si la vida fuera una paleta de colores, diría que predomina un gris claro. Y luego, pinceladas de diversas tonalidades. Algunas con colores muy brillantes y, otras, opacas o neutras. En medio de este drama que vivo, hay varones y mujeres que me siguen entusiasmando; entre esos, el que más, este Hombre. He aquí algunos trazos de sus últimos días.

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Pobre llagado

Jueves santo: entre la soledad habitada y la mezquina compañía

El Hombre –bueno, justo– ha entrado hace unos días a esa ciudad símbolo del poder que es Jerusalén. Con gente religiosa que tiene mucho poder y poca autoridad. El Hombre bueno, al contrario, aparece revestido de misteriosa autoridad (exousía) y bastante im-potencia frente a esos pre-potentes. Sólo ostenta su buena noticia, su evangelio “como faca afilada” (Pedro Casaldáliga); una faca que hiere pero no mata, que despierta para que pueda nacer vida nueva. Es recibido con entusiasmo… que dura hasta que las expectativas se ven defraudadas.

El Hombre ha llegado entre hierático y abatido. Cansado del viaje y cansado de las cerrazones. Pero decidido. Rodeado de un puñado de cercanos cuyas discusiones, mientras venían de camino desnudaban –una vez más–, sus ambiciones e incomprensiones: nunca entendieron nada o siempre entendieron poco.

Urge pensar el presente e imaginar el futuro, porque la muerte acecha. Se percibe en el aire más que una simple amenaza. La mesa compartida es un buen lugar para discernir. E intenta decir con gestos reasuntivos lo que fue su vida y lo que será su muerte: una entrega gratuita y hasta el fin. Hay que partirse y re-partirse. Pero ellos y ellas, no ven: no pueden o no quieren… Quizá fuera porque el mismo vino sabía distinto y el pan parecía más ázimo que nunca en aquella (última) comida.

Después de la cena con sabor a testamento y olor a traición, se impone retirarse un poco. Pero en el huerto no sólo encuentra el silencio sino también la soledad. El Hombre solo con su soledad. Están, pero sin estar, su Padre y sus hermanos. Aquel, parece callar; estos, prefieren dormir (o cerrar los ojos frente a la realidad). Silencio y oscuridad. Gemidos. Balbuceos. Rostro en tierra, dura y seca.

La angustia cede el paso a la traición que avanza, sibilina. Y, una vez más, mostrando su des-inteligencia, algunos que quieren defenderse de la violencia con más violencia. Y el Hombre piensa para sí y se repite, murmurando: “solo el evangelio como una faca afilada”. Esa es Su verdad. La que intentará, en vano, ofrecer una vez más antes jueces sin justicia, prepotentes y ambiciosos. “Y mais nada”. Mientras algunos se lavan las manos, otros se la ensucian con sangre inocente. Algunos se esconden. Otros salen y lloran… pero antes que se sequen las lágrimas, también se esconden. Pusilánimes todos.

Y el Hombre queda nuevamente solo. Solo con su verdad, pero ¿para qué?

Jesus lágrimas

Viernes santo: entre la desesperanza límite y la entrega confiada

Una cosa –imagino– es atisbar la muerte y otra sentirla en las manos y en los pies. Los clavos no mienten. ¿Y ahora qué? ¿Vendrá algún dios, alguna legión de ángeles o de militantes insurrectos a desenclavarlo?

Le duele el cuerpo vivo, pero más le duelen las ilusiones muertas. Torturada la carne y torturadas las esperanzas. Entre el cielo y la tierra ahora está el infierno, colgando. Elevado hacia lo alto, no atrae a nadie hacia sí. Más aún: aleja a todos. Demasiada realidad, parecen pensar los muchos.

El silencio se quiebra sólo por el ruido de los martillazos y el zumbido de las moscas. Y algún que otro grito lejano. Una ejecución masiva más donde se matan, indiscriminadamente, inocentes y culpables. Todo es oscuro. Con la oscuridad del sinsentido: espesa y negruzca.

El Hombre que susurró en el huerto ahora grita en el Gólgota ¿a quién? ¿para qué? La boca seca y la sensación de fracaso. El fracaso es indigesto y el vinagre no ayuda.

Se pasean los obscenos del espectáculo de las vidas ajenas y los aburridos que cumplen mecánicamente su trabajo. A lo lejos, intentado entrever a través de las llagas abiertas, quizá alguien todavía se anima a buscar alguna respuesta.

En la última agonía, un hilo tenue de confianza lo sostiene y le susurra –casi inaudible– que su Padre tendrá la última palabra. Inclinando la cabeza, el Hombre entrega lo que le queda: su vacío y su angustia esperanzada. Y, entonces, sólo entonces, muere hacia Él sin Él.

Después, cuando todo está consumado, alguien parece reconocer al Hombre… que ya casi es no-hombre. Varón de dolores. Lo divino en lo no-divino. Lo deiforme en lo deforme.

Cuando se produce la dispersión de los curiosos y de los trabajadores de la muerte, luego del show de las ejecuciones, sólo flota en el ambiente una firme convicción: una vez más, el mal ha triunfado en la historia.

Huezo

Sábado santo: entre el silencio ensordecedor y la tenue espera

Es sábado y no queda nada. O, mejor: queda la nada. Ni siquiera resta el cadáver ensangrentado para contemplar, esperando, el milagro. Ya no hay llantos ni gritos, súplicas ni burlas. Sólo ausencias. No hay carne ¿no hay espíritu? ¿Qué hay, qué queda cuando sólo quedan lápidas? Ayer, todo era negro. Hoy, todo es frío. Como las piedras que cubren la muerte.

Las únicas palabras que resuenan diabólicamente en el aire son las que ayer el Tentador le había enrostrado al Hombre crucificado: “ese no era el camino”.

Quizá sea el momento de dar vuelta la página y esperar nuevos mesías. La mayoría vuelve a esconderse. Pero siempre hay alguien, algún marginalizado, alguna mujer que mantiene cierta esperanza. Que sigue esperando mientras sigue buscando: “¿dónde lo han puesto?”

sábado santo María

Domingo santo: entre la incredulidad respetable y la fe adulta

Y entonces, un domingo, de entre las garras de la muerte surge la Vida: el Hombre des-humanizado ha sido glorificado. Ha llegado a ser plenamente Hombre. Su Padre lo ha rescatado de la oscuridad para abrazarlo eternamente. El Misterio de la Vida triunfa sobre el misterio de la muerte. El Vencido es el Viviente. Algunos –ahora sí– empiezan a creer.

Derraman su Espíritu para empujar la historia. La historia que está en nuestras manos. Desde lo alto –y de lo bajo– invitan a apurar resurrecciones en medio de tantas crucifixiones.

Y el Espíritu del Hombre nos recuerda el único dogma: sólo el Amor es omnipotente, pero no prepotente. El Reino viene, sigue viniendo. Despacio. En silencio.

Pascua 2010

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La vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el Hombre, el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, se nos ofrecen a la contemplación una vez más. Para leer nuestro presente, nuestro pasado y, sobre todo, pensar nuestro futuro. Toda historia está transida de pascuas, de pasos, de grandes muertes y pequeñas resurrecciones.

Entre el domingo de ramos y el domingo de resurrección se nos invita a pensar qué es el triunfo, cómo llega, qué significa que Dios sólo tiene la última palabra… y la primera, la de la creación. Porque las palabras del mientras tanto, las palabras penúltimas de la(s) historia(s) nos la(s) ha delegado a nosotros.

"¿Qué voy a celebrar?", me preguntaba al inicio de estas reflexiones. Voy a celebrar que Jesús, el Hombre, también vivió nuestras vidas y murió nuestras muertes. Por eso, su Dios y mi Dios, su Padre y mi Padre, me resultan creíbles. Voy a celebrar que tuvo  que aprender a ser Hombre, a ser Hijo y a ser Hermano, en medio de llantos, súplicas, tentaciones y apuestas. Voy a celebrar que se animó a construir Reino y desenmascarar anti-reinos, aunque le costara la vida y lo pagara con la soledad.

Voy a celebrar que, aunque no pudo salvarse a sí mismo, salvó a otros, y así nos enseñó que sólo nos salvamos-salvando. Voy a celebrar que, ante tanta violencia y prepotencia repetida, ante tanta somnolencia aburrida, ante tanta corrupción viralizada, ante tanta traición racionalmente argumentada, ante tanta desilusión justificada, ante tanta muerte temprana no reclamada, ante tanta fragilidad y pecado de ayer y de hoy, me sigue seduciendo la propuesta de ese Hombre. Y porque creo que –aunque la teología todavía no me alcance para explicitarlo–, el Misterio último de todo al que llamamos Dios, en la carne de Jesucristo, experimentó e hizo suyos, de alguna manera, todos esos “entre” los cuales se escribió la biografía de Jesús y, hoy, se tensiona la mía. Y por eso me entiende y me sostiene.

“Y mais nada”.

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