Fe, dolor y sufrimiento en la noche oscura

El pasado 9 de marzo reflexionaba, en este mismo blog, sobre la actitud a adoptar para buscar la luz, cuando la noche se ha apoderado de nosotros. Reconocía que la reflexión emanaba desde mi propia experiencia vital.
Desde ese día ha seguido habiendo muchos momentos de tinieblas. Pero también algunas luces. Dejo a un lado temores y angustias y comparto contigo, amigo lector, algunas de las luces que me han iluminado. Con el deseo sincero y profundo de que si en algún momento las necesitas puedan servirte.
Un comentarista recordaba una frase de Shakespeare: "Dad palabras al dolor. El dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe".
El dolor no se desvanece, continuaba, pero su confesión es una humilde y sencilla forma de pedir ayuda. Y recordaba cómo, en Getsemaní, Jesús pidió a los discípulos que lo acompañaran en su situación de soledad y angustia. Una de las escenas del evangelio que más conmueven y de las que más lecciones podemos aprender.
A veces queremos parecer fuertes y ocultamos nuestro estado de debilidad, por falso cuidado de nuestra imagen o por no querer molestar a otros, siendo así que no les damos la oportunidad de que estén a nuestro lado. ¡Con lo bello y gratificante que es ayudar y dejarse ayudar!
Unamuno sostenía que “con el dolor nos hacemos mientras que en el placer nos gastamos”. Es un comentario un poco fuerte, pero creo que es una palabra nacida de la experiencia y que puede ser refrendada por muchísimas personas que han atravesado esas situaciones y conocido sus mejores frutos.
Sobre el sufrimiento he leído también un bello texto de Benedicto XVI, que en “Mi cristiandad” dice:
“La fe es buena para ayudar al hombre a vivir, a contentarse, a sufrir. La indignación contra el sufrimiento que hoy nos enseñan y que nos presentan como redención no pone fin al sufrimiento sino que lo hace aún más insoportable. Tampoco la fe pone fin al sufrimiento, pero capacita a los hombres para soportarlo y para compartir su carga. El ser humano no necesita maestros de la indignación (eso puede hacerlo él mismo) sino maestros de la transformación, capaces de descubrir la alegría en la profundidad del sufrimiento y dar inicio a una nueva felicidad, allí donde termina el bienestar. Quien aprenda a conocer a esa persona que, en medio del derrumbe de todas sus expectativas, se vio empujado física y psíquicamente hacia la noche más oscura, y que era, al mismo tiempo, capaz de alabar a Dios conoce la capacidad del cielo (y sólo de él) para iluminar la tierra”.
Termino compartiendo un bello deseo: “Que el vía crucis nos lleve, por don de Dios y compañía fraterna, a la vía lucis (el camino de la luz)”.