Cultura funeraria en la Antigüedad, la Edad Media y la Modernidad Leones y libros en el más allá: tumbas impresionantes para un Día de los Difuntos con arte y esperanza

Sarcófago de los esposos. Arte etrusco
Sarcófago de los esposos. Arte etrusco

El arte funerario adquiere una potencia múltiple: la de que los vivos mediten sobre el más allá y los difuntos lo afronten protegidos frente a lo incierto, además de un componente de búsqueda de fama póstuma entre las élites sociales de cada época histórica

Los etruscos velaban al difunto en su propia casa, con danzas rituales y un banquete que debía continuar en la tumba, entre vasijas y perfumes

La tumba monumental de Filipo de Macedonia se rodea de una necrópolis cuyos frescos impresionan por su alta calidad y por las escenas relacionadas con la muerte que representan, como la de Hades llevándose a Perséfone al Inframundo o la inclusión de esfinges apotropaicas

Leonor de Aquitania, impulsora de la lírica cortés, se unió a su esposo en la cruzada, quedando cautivada en Bizancio por el esplendor de la cultura de Oriente

Toda la historia de las imágenes puede justificarse con la intención de evocar algo ausente. Desde esa perspectiva, el arte funerario adquiere una potencia múltiple: la de que los vivos mediten sobre el más allá y los difuntos lo afronten protegidos frente a lo incierto, además de un componente de búsqueda de fama póstuma entre las élites sociales, que son las que pueden permitirse decidir las características de su descanso eterno. Hacemos un repaso, entre epitafios, escudos, leones y libros, a las más impresionantes tumbas de la Historia del Arte, de la antigua Etruria a la España moderna.

Etruscos, el banquete en la tumba

Los etruscos precedieron a la fundación de Roma (por Rómulo en el 753 a. C.) en la Península Itálica. Según Heródoto, originaria del Mediterráneo oriental, esta civilización antigua con influencias egipcias, fenicias y asirias impregnaría de su tradición la cultura de la Roma clásica y la Magna Grecia, durante siglos. Sus ciudades, cuidadas y desarrolladas como la de Cerveteri, exhibían templos con esculturas policromadas y retratos funerarios en bronce, de un realismo efectista, en comparación a la belleza idealizada del arte griego.

Tumbas en la necrópolis de Tarquinia
Tumbas en la necrópolis de Tarquinia

La tumba la entendían como un complemento del palacio aristocrático. Las urnas cinerarias de los miembros de la familia fallecidos se disponían alrededor de la del matrimonio fundador del linaje. A estos panteones se llegaba después de velar al difunto con un banquete y danzas rituales, en su propia casa. El banquete, además, debía continuar en la tumba, para calmar los manes del difunto. Junto a las cenizas, pues, se depositaban como ajuar funerario todo tipo de vasijas que le garantizasen los placeres terrenales. Se sabe que el mismo pueblo que confiaba sus restos a urnas cinerarias de terracota, en forma de casa (con tejado a dos aguas), en el más acá disfrutaba de sabores, olores (quemadores de perfume), juegos (incluso aparecen malabares, representados al fresco en las tumbas de Tarquina) y del sexo (en sus cerámicas de figuras rojas, se representan escenas muy eróticas).

En la Tumba de los augures, dos hombres despiden al fallecido; en la de las Olimpiadas, se ven varios atletas… Así el arte funerario sirve para asomarse a la forma de vida de la sociedad etrusca. Pero si una tumba etrusca destaca, es el famoso Sarcófago de los esposos, del 520 a. C. Encontrado en el S. XIX, representa a un matrimonio aristócrata reclinado sobre un triclinio. Como asegurando que la muerte, simplemente, es la continuación del banquete de la vida. Dormir para siempre, en compañía del amor de siempre. Él, con la piel pintada de ocre, ella en crema; él con trenzas rubias, ella negras; él con la denominada 'sonrisa etrusca', ella con botas rojas… aceptan con radiante calma el otro lado de la vida.

Rapto de Perséfone. Fresco en el gran túmulo de Vergina
Rapto de Perséfone. Fresco en el gran túmulo de Vergina

Filipo en el Inframundo

La Tumba de Filipo II en Macedonia fue descubierta por el arqueólogo Androkinos en 1977. En el estudio anatómico-forense que siguió a la excavación, participó por ejemplo el paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga. Convertida la tumba y el complejo en el que es protagonista en Museo de las Tumbas Reales desde 1993, recuerda con mucho fasto al rey asesinado en Egas, padre de Alejandro Magno, y se encuentra en Vergina, en la llanura que mira el mar Egeo.

Se trata de un gran túmulo, para el que fue considerado un gran rey. Con escenas de caza y columnas dóricas, la tumba monumental de Filipo de Macedonia se rodea de una necrópolis cuyos frescos impresionan por su alta calidad y por las escenas relacionadas con la muerte que representan, como la de Hades llevándose a Perséfone al Inframundo o la inclusión de esfinges apotropaicas. En su interior, los restos de Filipo se enterraron acompañados de joyas de plata, coronas de oro con formas de ramas de encina; escudo, casco y una coraza adornada con pequeñas cabezas de leones de oro. Los leones, que iconográficamente se corresponden con el “sol subterráneo”, abundan en las tumbas, de Occidente a Oriente. Tal vez por el vínculo de este astro con el signo zodiacal de Leo, y porque el león representa fuerza y protección también en el posterior simbolismo cristiano, además de la necesaria victoria del bien sobre el mal.

Sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal
Sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal

Por Diodoro de Sicilia se conoce que Filipo II de Macedonia, apuñalado en su complejo palaciego, fue incinerado y dejó viudas a siete esposas. A los habitáculos funerarios de las tumbas macedonias se desciende por una rampa, y cada habitación está coronada semicircularmente en su techo por una bóveda, creando una especie de montículo en el exterior. En estas dependencias soterradas, proliferan los bajorrelieves con batallas entre macedonios y persas, o mosaicos en los que se ve al dios Hermes, encargado de transportar las almas al Hades.

Con la lección aprendida al más allá

Desde las plañideras de la Antigüedad, los rituales y el arte funerarios fueron evolucionando con el paso de los siglos en Europa. Llegando a la Edad Media, en la que las tumbas se transformaron en un escaparate de propaganda para monarcas, nobles y altos eclesiásticos, al mismo tiempo que siguieron siendo su pasaporte a la salvación.

En la escultura funeraria del siglo XIII puede encontrarse, de hecho, todo un repertorio de los motivos que el arte gótico asociaba a la muerte y la trascendencia: caballeros medievales portando un escudo invertido, en señal de duelo; espadas, escudos de linajes nobiliarios o reales… Pero es curioso que esos mismos que atesoraban el poder temporal, se preparasen para morir, en ocasiones, no con blasones, sino con la sencillez del hábito de una orden mendicante como sudario.

Es curioso que esos mismos que atesoraban el poder temporal, se preparasen para morir, en ocasiones, no con blasones, sino con la sencillez del hábito de una orden mendicante

Es el caso de Leonor de Aquitania, enterrada en Francia, en cuya tumba se la contempla amortajada y con un libro abierto en las manos. Concentrada no tanto en que los vivos la recuerden, sino en saberse la lección (el Libro de las Horas) al presentarse ante San Pedro. Reina en el 1137, tras casarse con Luis VII de Francia en una boda acordada por su padre, a la joven Leonor le gustaba la poesía y tenía sed de conocer el mundo. No consentiría que sus labores de reina se redujesen a la maternidad. Así que se unió a su esposo en la cruzada, quedando cautivada por el esplendor de la cultura de Oriente, en Bizancio. También se sabe que el matrimonio no funcionaba (“creía haberme casado con un hombre y no con un monje”, se quejaba la esposa) y que finalmente el arzobispo de Reims lo anuló en 1152.

Volviendo a ser duquesa de Aquitania, Leonor (con ese carácter vistosamente adelantado a su tiempo) se propuso como esposa a Enrique II de Inglaterra, por cierto más joven que ella. Celebradas las bodas, los dominios de la reina-duquesa se extendían más allá del Canal de la Mancha (mucho más que lo que le quedó de Francia a su primer marido). Fundadora de círculos culturales en los que se celebraba el amor cortés, Leonor de Aquitania defendía que nada impide que un hombre sea amado por un hombre, y viceversa. Eso de considerar todo amor puro no hizo gracia a la Iglesia, pero el que acabó teniendo problemas con el arzobispo de Canterbury fue su esposo Enrique, y no ella.

Tumba de Leonor de Aquitania
Tumba de Leonor de Aquitania

Enfrentado a sus propios hijos, el monarca renegaría de Leonor, que por apoyar la rebelión de uno de sus descendientes acabó prisionera y después pasó casi 16 años en régimen de arresto domiciliario en Salisbury. Hasta la muerte de Enrique no fue liberada esta pionera del empoderamiento femenino, que no tardó en recuperar la actividad política, como regente en las ausencias del sucesor, Ricardo Corazón de León. Después de una vida trepidante y ocho partos, murió a los 82 años, retirada en la Abadía de Fontevrault.

Armas y letras

Entre el medievo y la Modernidad, España se pobló de panteones regios con sus correspondientes esculturas de difuntos sedentes o entronizados, representando la majestad de las diferentes Casas Reales. De Santiago de Compostela al Monasterio de San Juan de los Reyes en Toledo; de la Capilla Real de Granada al pudridero de El Escorial… las dinastías reposan buscando fama y expresando interioridad a la vez. Persiguiendo el adorno y la calidez espiritual.

Destaca siempre, cómo no, el cenotafio de Juan II e Isabel de Portugal, padres de Isabel la Católica, en la Cartuja de Miraflores, de Burgos. Obra de Gil de Siloé, tiene forma de estrella de ocho puntas. El rey está inmortalizado pegado a su poder (portando el cetro) y la reina asegurando sus tareas piadosas (leyendo un libro de oraciones). Ambos monarcas están rodeados de leones, evangelistas y cartujos que les velan.

Sepulcro del cardenal Gil Álvarez de Albornoz en Toledo
Sepulcro del cardenal Gil Álvarez de Albornoz en Toledo

Por su parte, el cardenal Gil Álvarez de Albornoz descansa en el Hospital Tavera de Toledo. Cardenal primado y canciller mayor del reino de Castilla de Alfonso XI, tuvo privilegios similares a los de la familia real, por lo que cuando murió (en 1367) se construyeron para sus restos dos sepulcros. Uno en Asís, para sus vísceras, y el otro en Toledo, con seis leones y un cortejo fúnebre de religiosos, arropando el resto de su cuerpo.

Por último, la tumba más representativa del siglo XV español probablemente sea el Doncel de Sigüenza, paradigma de ese tiempo en el que las espadas y las letras eran una doble ambición, fundamental para la aristocracia. En la Capilla de Santa Catalina, en Sigüenza, este joven noble no está representado ni en posición yacente (como marcaba la costumbre) ni arrodillado (como se prefería para enfatizar la devoción del difunto), sino recostado como los etruscos o sus continuadores romanos (“postura de comensal”). Con el codo apoyado en laureles, símbolos de la victoria del cristiano sobre la muerte, lleva armadura y la cruz de Santiago en el pecho. Pero lo más poético es que, mientras duerme el sueño de los tiempos, el doncel sigue leyendo.

El doncel de Sigüenza, con su libro
El doncel de Sigüenza, con su libro

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