"No queremos ser una Academia encerrada en sí misma" Academia de Líderes Católicos: El Espíritu que renueva la misión

Academia de Líderes Católicos
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"La Academia Internacional de Líderes Católicos vive un tiempo de gracia y de discernimiento. Nuestra misión bebe de la Doctrina Social de la Iglesia"

"Esta mirada integral anima el trabajo del Consejo Académico. Queremos formar líderes capaces de unir fe y cultura, pensamiento y compromiso social, con una sensibilidad crítica y compasiva ante las heridas del presente"

"Tras los distintos acontecimientos que hemos vivido estos meses, muchos de nuestros académicos han vuelto, y con ellos deseamos reconstruir una comunión que no es nostalgia, sino promesa de futuro. A quienes todavía están lejos, dubitativos, los llamamos con humildad. Necesitamos sus voces, su mirada y su pasión"

"Hoy sentimos la urgencia de devolver al Consejo Académico su papel como faro intelectual y espiritual. En este tiempo de refundación, hacemos una invitación a todos, a quienes están y a quienes un día caminaron con nosotros"

La Academia Internacional de Líderes Católicos vive un tiempo de gracia y de discernimiento. No hablamos solo de reorganizar estructuras, sino de una purificación interior, de volver a la fuente viva que nos dio origen para redescubrir nuestra razón de ser, formar una nueva generación de líderes cristianos que sirvan al mundo con la verdad que libera y la caridad que transforma. Esta misión no es una idea bonita ni un anhelo romántico, es una vocación concreta confiada por la Iglesia, que nos pide inteligencia, oración, estudio y servicio. En este camino, el Consejo Académico es columna y corazón, el lugar donde la reflexión se hace escucha, donde los sueños se alinean con la fe y donde lo que enseñamos se ilumina con el Evangelio.

Un Consejo Académico no es una figura decorativa ni un trámite institucional, es la conciencia viva de una comunidad que quiere servir al bien común. Cuando el pensamiento se vuelve rápido y superficial, el Consejo nos recuerda que la formación de líderes exige hondura, diálogo serio, mirada interdisciplinar y una visión de la persona arraigada en la fe. No buscamos solo profesionales brillantes o críticos afilados, sino corazones que sepan discernir y actuar con la sabiduría del Evangelio. Jesús nos lo enseñó, “El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos” (Mc 9,35). El verdadero liderazgo, a los ojos de Dios, no es dominar sino servir, y allí donde alguien se hace servidor humilde, allí nace un auténtico líder. Por eso, el Consejo Académico es guardián de esta visión; vela para que cada propuesta formativa sea una invitación a servir, a vivir en justicia y en verdad.

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Hay quienes nos preguntan si tiene sentido una academia católica en un mundo tan secularizado. A ellos respondemos con las palabras del Papa Francisco, “No nos dejemos robar la esperanza” (Evangelii Gaudium, 86). La esperanza no es ingenuidad ni optimismo vacío, es la certeza de que el amor de Dios sigue actuando en la historia, aun cuando todo parece adverso. Esa esperanza nos sostiene, y es el tesoro que queremos transmitir a quienes se forman con nosotros.

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Nuestra misión bebe de laDoctrina Social de la Iglesia. Más de un siglo de sabiduría nos recuerda que la fe no se escapa del mundo, sino que lo fecunda desde dentro. León XIII, en Rerum Novarum, nos enseñó que la justicia social es inseparable de la dignidad del hombre, que nunca puede reducirse a engranaje de una maquinaria económica. Esta mirada integral anima el trabajo del Consejo Académico. Queremos formar líderes capaces de unir fe y cultura, pensamiento y compromiso social, con una sensibilidad crítica y compasiva ante las heridas del presente.

Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, nos dejó estas palabras, “La caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (CV, 1). Aquí está nuestra brújula. Toda formación que no nace del amor se vuelve fría acumulación de datos, y toda caridad sin verdad se diluye en sentimentalismo. El Consejo Académico existe para que ambas caminen juntas, para que la inteligencia esté iluminada por la fe y para que la fe se exprese con razón y discernimiento en medio del mundo.

No somos no queremos ser una Academia encerrada en sí misma, preocupada solo por títulos o programas sin sentido. Nuestra tarea es más grande, pensar, dialogar y formar hombres y mujeres que, desde su fe, sean fermento de justicia, de paz y de dignidad. El Papa Francisco lo ha dicho con claridad, “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción” (EG, 14). Queremos ser ese espacio de atracción, no imponiendo ideas, sino mostrando que la excelencia académica, la vida espiritual y el compromiso social pueden unirse en una misma vocación.

Hoy sentimos la urgencia de devolver al Consejo Académico su papel como faro intelectual y espiritual. No se trata solo de mantener una estructura, sino de avivar el espíritu que la sostiene. Queremos que sea un lugar donde los mejores pensadores y profesionales se encuentren al servicio de una misión que los trasciende, una misión de fe y razón, diálogo y esperanza.

Tras los distintos acontecimientos que hemos vivido estos meses, muchos de nuestros académicos han vuelto, y con ellos deseamos reconstruir una comunión que no es nostalgia, sino promesa de futuro. A quienes todavía están lejos, dubitativos, los llamamos con humildad. Necesitamos sus voces, su mirada y su pasión. Esta Academia nació de la riqueza de muchas disciplinas y saberes, teólogos, filósofos, economistas, educadores, líderes sociales, actores del espacio político, empresarial y cultural. Todos ellos, cada uno desde su vocación, ayudaron y ayudan a formar una nueva generación de líderes católicos.

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Nuestra misión no se agota en la oración —aunque la oración la sostiene—. Estamos llamados a pensar, a dialogar, a ofrecer una formación que dé líderes con el corazón de Cristo. Jesús nos dejó el ejemplo, “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). Este es el modelo que queremos transmitir, el servicio humilde que no busca el brillo propio, sino el bien de los demás.

Sabemos que hay voces que se han distanciado o que miran nuestro proyecto con reservas, y reconocemos que a veces las dudas nacen del deseo sincero de buscar lo mejor. A todos ellos queremos tender la mano con serenidad y con la certeza de que nuestra misión no se defiende a golpes de argumentos, sino con la coherencia de una vocación que nos trasciende. No trabajamos para preservar una estructura, sino para custodiar un espíritu que une fe y cultura y que está llamado a iluminar la vida de las personas y de la sociedad.

El Consejo Académico es, en este horizonte, el guardián de la visión. Allí se gestan los programas, se cuida la coherencia, se sueña con una sociedad más justa y fraterna. San Pablo nos alienta, “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos si no desmayamos” (Gal 6,9). Esta perseverancia es el espíritu que queremos contagiar.

Nuestros diplomados son fruto de este compromiso. No nacen de la improvisación, sino del trabajo paciente y de una visión profunda. El liderazgo no se improvisa, se forma con estudio y vida interior. Las universidades que nos acompañan reconocen en estos programas algo más que calidad académica. Ven en ellos una misión de transformación. Cada diploma es, en el fondo, una promesa de servicio.

Al recuperar su lugar, el Consejo Académico será espacio de innovación intelectual y de discernimiento espiritual. Queremos que todos los que aman la Iglesia y desean servir a la sociedad encuentren aquí un lugar de diálogo y aprendizaje. A quienes nos miran con reservas les decimos que el diálogo está abierto. Queremos crecer, pero sin perder nunca la fidelidad al Evangelio. Jesús nos lo recuerda, “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).

Hoy, en este tiempo de refundación, hacemos una invitación a todos, a quienes están y a quienes un día caminaron con nosotros. El futuro no depende de unos pocos nombres, sino de una comunidad de mentes y corazones que comparten un ideal, formar líderes católicos con el corazón de Cristo, capaces de unir fe y razón, justicia y misericordia, verdad y caridad.

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.” (EG, 1), dice el Papa Francisco. Esa alegría queremos que sea el alma de nuestra misión. No trabajamos por poder ni por prestigio, sino por la alegría de servir y de dar frutos para el Reino.

El Consejo Académico es, en definitiva, el alma de la Academia. A través de él dialogamos con la cultura, discernimos los desafíos y nos abrimos al futuro. Queremos que cada académico sienta que su voz contribuye a algo grande, algo que toca la vida de las personas y comunidades. Por eso, renovamos nuestra invitación. Pensemos juntos, creamos en la fuerza de la fe y de la inteligencia. Que el Consejo Académico sea faro de verdad y esperanza, un espacio donde cada decisión nazca del deseo de servir mejor.

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