Un abismo insondable

El hombre es una realidad quebradiza, finita, limitada; por lo tanto el acierto y el error le son connaturales. Pero además, el hombre, aunque sea con matices, es libre para hacer voluntariamente el bien o el mal (A. Torres Queiruga, Repensar el mal). Esto es lo que explica el mito de Prometeo que quiso robar el fuego a los dioses. La versión bíblica de este mito es él del pecado original que narra como Eva quiso robar a Yavé el conocimiento comiendo el fruto del árbol del bien y del mal. El asesinato de Abel a manos de su hermano Caín es un fruto de esta lucha del hombre por ser como los dioses: tenerlo todo, saberlo todo y ser totalmente libre.

La alta sociedad y los más humildes cometen crímenes. Hijos de reyes han matado a sus padres para ocupar su silla; mendigos han matado a compañeros para robarles el plato de lentejas. Quien viaje con los ojos abiertos habrá podido ver aquí, allá y acullá acciones nobles y de grandeza inenarrable fruto de la actividad de todo tipo de personas y también habrá tenido la ocasión de asistir a crímenes horrendos cometidos por gentes ricas y nobles, y por seres humanos destrozados, deshechos: auténticos guiñapos. El hombre, cualquier hombre, es capaz de lo mejor y de lo peor. “Un asesino es un hombre como usted y como yo después de cometer un asesinato”, dijo Simenón.

No entiendo quienes no entienden que cosas de este tipo ocurran. Y reaccionan como si lo ocurrido en Santiago abriera la caja de Pandora que ya está abierta desde que el hombre es hombre y hace de vientre detrás de los carcañales. Todas esas exclamaciones sirven de desahogo pero no aportan nada a explicar la cosa ni a buscar manera de evitarlas en el futuro.

Hay quienes, por la existencia del mal, niegan la existencia de Dios siguiendo el razonamiento de Epicuro: “Si Dios quiere evitar el mal y no puede, es impotente; si puede y no quiere, no es bueno, y si ni puede ni quiere, no es bueno y, además, es impotente”. Hay quienes niegan el mal, lo que no pueden negar es el dolor y el sufrimiento que aquel lleva consigo.

Aunque sé que el ser humano es un abismo insondable, y que el ser más noble es capaz de los actos más detestables y que el ser más repugnante es capaz de las acciones más nobles, mi mente se resiste a admitir que unos padres en su sano juicio puedan matar a un hijo. Estando en Loureses con mis padres oímos: “Una madre arroja al mar a dos de sus hijos que mueren ahogados”. Mi madre dijo al instante: “¡Qué problemas tendrá esa madre!, ¡qué habrá pasado por su cabeza!”.
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