"Que, al menos los cristianos, no caigamos en la manipulaciones y trampas de los opresores de hoy" Ve y en adelante no peques más

"Dedicado a los inmigrantes que llegan a nuestro país y soportan admirablemente las falsas acusaciones, excluidos por el sistema y la burocracia, heridos profundamente por la indiferencia generalizada"
"El más grave, mayor y mortal de los pecados a los que se refieren las Escrituras y particularmente los evangelios, es la opresión del herman@ y de los pueblos"
Dedicado a los inmigrantes que llegan a nuestro país y soportan admirablemente las falsas acusaciones, excluidos por el sistema y la burocracia, heridos profundamente por la indiferencia generalizada.
Esta expresión del Evangelio, dirigida a una mujer acusada de adulterio y amenazada de muerte, es similar a otras palabras pronunciadas por Jesús en contextos similares: “levántate, toma tu camilla y anda”. Ambas expresan la misma actitud y el mismo mensaje de Jesús dirigido a los “últimos”, los débiles y los más vulnerables, víctimas de la opresión y la tiranía de los poderosos. Víctimas también del silencio y la indiferencia cómplice de una mayoría cobarde y manipulada. Como quizá lo seamos, en alguna medida yo mismo y tal vez tú.
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El más grave, mayor y mortal de los pecados a los que se refieren las Escrituras y particularmente los evangelios, es la opresión del herman@ y de los pueblos. Lo es por su carga deshumanizadora y destructiva. Oprimir a las personas es equiparable a la “idolatría” porque amar a Dios y al prójimo son inseparables según el único y más importante mandamiento de Cristo.

En un mundo amenazado por la violencia y las guerras, sembrado de muertes inocentes, de dolor y sufrimiento… necesitamos comprender y distinguir entre los verdaderos “pecadores”(responsables, los verdugos y sicarios ejecutores de tanta injusticia y de tanta muerte) y quienes, por el contrario, son las víctimas de su opresión y su violencia (los asesinados de hambre, a fuego y plomo). Unos deciden vivir como tiranos, deciden dominar y oprimir a las personas y los pueblos; y otros, sin opción alguna, son víctimas de su desprecio y su violencia.
Del pecado mortal de opresión, Jesús fue una de tantas víctimas inocentes; al tiempo que de ese pecado inhumano vino a liberarnos a todos. A la liberación de los oprimidos dedicó Jesús sus días y por ellos se jugó la vida: para acabar con él y silenciar su palabra, lo asesinaron “colgándole de un madero”.
Jesús, el hombre más divino de la historia,se enfrentó a todas las dominaciones, principados y potestades opresoras: esclavitud, tiranía, sumisión, vejación, abusos, humillación, desprecio y asesinato. Algunos seguimos creyendo que sus rivales no pudieron con Él y que su vida y su mensaje siguen en pie. Venció al odio y la violencia perdonando; y venció y a la misma muerte entregando su vida y resucitando. Esta fe nos obliga a volver una y otra vez a su Palabra y a su Vida; esta fe nos alienta en el intento honesto de seguir sus pasos y hacer de nuestra existencia en esta tierra “memoria y testimonio vivo de la suya” (Lucas 22, 19).
La Iglesia que desea recuperar la sinodalidad (uno de los rasgos más esenciales de su ser y de su misión), no puede seguir soportando prácticas religiosas que acentúan la culpa en los pequeños y justifican a los poderosos, tiranos, letrados y fariseos de siempre. No podemos seguir manteniendo prácticas de los sacramentos como si fueran válvulas de escape para los opresores “creyentes” y fuente de culpabilidad para los humildes y los sencillos.
Sobre la marcha se me ha ocurrido una simple pregunta:¿a alguien le parece normal obligar a los niños a confesarse y cumplir la penitencia por sus peleas o sus desobediencias infantiles mientras sus padres, sus hermanos mayores y los adultos de su entorno viven alegremente con gravísimas complicidades, rivalidades y falsedad? ¿Qué deben pensar cuando comprueban que nadie se confiesa ni pide perdón por ello? Soy testigo, como sacerdote, que muchos niños de “primera comunión” pasan con la “primera confesión” un mal rato. No me extraña en absoluto que para la mayoría de ellos ambas (comunión y confesión) sean las primeras y las últimas (o antepenúltimas) en su itinerario espiritual. Un poco de discernimiento, sensibilidad y coherencia, en lo que al pecado se refiere, nos vendría muy bien a todos.

¿Imagen de Dios o paraíso perdido?
Insistir en la condición pecaminosa de nuestra concepción y nacimiento, seguir transmitiendo (en la catequesis y la predicación) en que todos llegamos a este mundo sucios y empecatados, en condición de esclavos y castigados, es como poco admitir que ni la muerte ni la Resurrección de Cristo, los XXI siglos de cristianismo no han sido suficientes para liberarnos de la “mancha original”.
La interpretación literalde la mitología acerca del “astuto reptil que sedujo a la primera mujer”cambió para siempre la finalidad de la Creación entera, corrigiendo al Autor de la misma. Con ésta interpretación el pecado se ha convertido en el verdadero protagonista de la teología y de la pastoral. El pecado sigue marcando la hoja de ruta a la Iglesia y del mismo Dios, incluso después que Cristo vino a este mundo “no a condenarlo sino para que el mundo se salve por Él” (Juan 3, 17). Pareciera como si su misión fuera únicamente la de un “restaurador permanente” de los desperfectos originantes y originados en el mítico paraíso. ¿Donde quedan la gracia y la misericordia de Dios Padre Amigo de la Vida y Pastor de su Pueblo?
Necesitamos un nuevo horizonte teológico y pastoral que nos permita navegar por los relatos con más fe y con esperanza en la Buena Noticia del Evangelio de Jesús. Necesitamos reinterpretar algunos textos que, leídos y repetidos machaconamente de forma literal, nos conducen a un callejón sin salida respecto a la concepción de Dios y del ser humano. Es inexcusable superar la inflación del pecado y poner en valor el amor de Dios y nuestra capacidad para corresponder, también con amor.
Amigo de publicanos, pecadores y prostitutas
Es ésta una característica de la vida humana (y divina) de Jesús y de su mensaje de liberación. No creo equivocarme en exceso si afirmo que de su afectividad, su sensibilidad, la defensa de la dignidad y los derechos de los últimos, nos coloca frente a unos de los rasgos más característicos de la personalidad de Jesús. Tanto las “amistades” de Jesús de Nazaret como sus “enemistades” son altamente reveladores de lo que Él es en su identidad más profunda y de su relación con las personas, los colectivos y las instituciones de la época.
Jesús fue amigo de aquellos que la religión, el templo y la ley despreciaban por impuros y malditos. Tal era su cercanía con publicanos y pecadores que los “fariseos”, le acusan abiertamente de identificarse con ellos: este es amigo de recaudadores y pecadores, un comilón y un borracho (Mateo 11, 18). Igualmente ocurre con las prostitutas: su acogida y el respeto hacia ellas era escandalizaba y cuestionaba su credibilidad: si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer y lo que es: una pecadora (Lucas 7, 39).
Su cercanía no fue paternalista, ni únicamente compasiva. Por ellos arriesgó su credibilidad y su vida. Solo hay que ver como la amistad con estos colectivos contrasta enormemente con la rivalidad y la oposición que mantenía con los poderosos y oficialistas de la religión. A esto se le llama hoy “tomar partido” o “dar la cara”, en aquel tiempo a quienes así actuaban se les llamaba “verdaderos profetas”. Y esto fue, en grado máximo Jesús de Nazaret el Cristo: se enfrentó abierta y directamente a todos aquellos que, desde una espiritualidad puritana y rigorista, despreciaban y condenaban a los demás: ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la lealtad! (Mateo 23, 1327). De estos profetas está necesitada la sociedad, con esta fortaleza debe la Iglesia llenar muchos de silencios y denunciar sin rodeos los genocidios, la tiranía, la inmigración forzosa y su rechazo, las desigualdades, los patriarcados y clericalismo.
Ve y en adelante no peques más
En el momento de diferenciarclaramente entre “pecadores” y “víctimas” del pecado: por una parte están los que, optan por vivir en y del pecado (opresores, ambiciosos, represores): desprecian y condenan a los demás imponiendo leyes y sentencias en nombre del Templo y de Dios; por la otra parte están las víctimas de sus guerras y de sus ambiciones: millones de hambrientos, miles de asesinados, niños y adultos mutilados, enfermos físicos y mentales sin atención sanitaria, las mujeres, los obreros, las prostitutas, los pobres y los desdichados en general.
Aunque, la afirmación “anda y no peques más” apunta a la liberación del pecado, de unos y otros, no podemos seguir aplicando el mismo rasero para todos, ni interpretarla de la misma forma cuando se dirige a unos (los que viven sin amor, ni a Dios ni a sus criaturas) o cuando se dirige a los otros (los que no pueden vivir ni amar porque o les exterminan sin piedad o tienen que huir de tanto “infierno”. Por consiguiente, el significado de esta afirmación depende del interlocutor al que se dirige la palabra del Señor.
Nos fijaremos en un texto, a mi entender paradigmático para ilustrar esta reflexión: se trata de la narración del evangelio de Juan acerca de la actuación y las palabras de Cristo en la liberación de la mujer acusada de adulterio (Juan 8, 1-11).
El mal llamado relato de “la mujer adultera”no muestra “interés” alguno en Jesús por condenar el pecado de adulterio (como tradicionalmente se ha interpretado en la catequesis y las homilías). Jesús centra su atención en poner en evidencia la hipocresía de los “acusadores” y en liberar a la mujer del crimen que están dispuestos a cometer con ella, por ser mujer por ser vulnerable, manipulado la Ley de Dios. Conviene recordar que en la Biblia, en caso de adulterio, señala el mismo castigo para el hombre y para la mujer (Levítico 20,10).
Esta es, por consiguiente, la “enseñanza” que podemos extraer del texto: Jesús denuncia todos los abusos y crímenes que se cometen amparados en leyes discriminatorias y en actitudes discriminatorias (religiosas, ideológicas o económicas). En esto debemos imitar al Maestro.
La escena es muy interesante. Primero Jesús describe a los “acusadores”, les enfrenta a sus propias contradicciones. Ninguno de ellos está libre de pecado, ni tienen autoridad para quitar la vida a nadie. Todos son pues culpables de opresión y falsedad, desenmascarados, desaparecen de la escena, incapaces de soportar la mirada y la autoridad moral del “mensajero” que pretendían descalificar. La mujer, por su parte, permanece en el centro (el relato la mantiene en pie, erguida, digna (aunque la iconografía tradicional la representa curiosamente “tirada en tierra… temerosa, como reconociendo su pecado y resignada al castigo).
Esta escena me resulta especialmente significativa. Nos pueden insultar, maltratar e incluso quitar la vida, pero nuca nos robarán la dignidad. Jesús vivirá después una experiencia parecida: frente al todopoderoso gobernador Pilatos (Este Hombre) se mantendrá en pie, en silencio, dispuesto a entregar su vida, mientras quien le va a condenar se retira a “lavarse las manos” sellando así su cobarde complicidad con el crimen que le llevará a la crucifixión. Ni siquiera la muerte pudo quitarle su dignidad ni su libertad. Lo tenía profundamente asumido: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, había advertido de ello a sus discípulos (Mateo 10, 28).
Cuando finalmente la acusada queda sola, junto a Jesús, el diálogo que mantienen es revelador. Jesús que se había inclinado para enfrentar a los opresores, ahora se incorpora y, sin intimidar a la víctima, le pregunta: —Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella contestó: —Nadie, señor. Jesús le dice: —Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más”.
Imaginemos un diálogo en el que pudiéramos escuchar lo que Jesús dice a la mujer que acaba de salvar del pecado y de la muerte: tampoco yo te condeno, ahora, vete en paz… nunca más dejes que nadie te considere “impura”, “menos”, “inferior”, sin capacidad de crecer, cambiar, transformar… abre tu corazón, ámate a ti misma y ama a todos y todo lo que puedas... No permitas que te hagan pensar que Dios está de parte de quienes abusan de tí, te condenan y quieren quitarte la vida en nombre de Dios y de la Ley. Ten ánimo, confía en mí. En adelante sigue en pie, camina… recuerda siempre que fuiste creada a imagen de Dios, nada hay impuro en tu ser. Dios está siempre de tu parte por ser vulnerable y débil y, muy especialmente por ser víctima de los “pecadores”. De los que son como tú es el Reino de los Cielos. Te lo aseguro: estos que se consideran “los primeros” son en realidad “los últimos” en acercarse al Reinado de Dios, ni lo conocen ni participan en él.
Ciertamente no sabemos de qué hablaron (tampoco importa mucho), lo que es seguro es que Jesús actuó con ella con misericordia infinita.
El relato y su interpretación tiene una dimensión paradigmática en muchos otros casos: la sanación de leprosos, ciegos, cojos, enfermos, huérfanos, viudas, prostitutas, poseído por espíritus inhumanos, hijos pródigos… Ni la enfermedad, ni la pobreza son pecado, ni fruto del pecado. No existe culpabilidad alguna en quien se ve sometido a una vida indignante y excluyente. En todos los casos podemos imaginar el mismo diálogo final: ponte en pie, anda y no dejes que el desprecio, la injusticia y la violencia que ejercen contra ti los poderosos, sabios y entendidos que te condenan, te paralice ni te aleje de Dios. Tú, anda y no imites, ni te unas ni justifiques a los opresores. Acoge, libera, reflexiona, corrige tus propios errores y perdona a los demás.
Concluyendo, por ahora…
También nosotros somos hoy testigos de esta especie de juicios ambientales, institucionales, populistas e ideológicos contra los inmigrantes, personas LGTBI y otros colectivos vulnerables. Los opresores (pecadores) actúan siempre con la misma estrategia. Importa que, al menos los cristianos, no caigamos en sus manipulaciones y sus trampas. Importa que, como Jesús, nos pongamos siempre de parte de las víctimas y como él denunciemos tanto la injusticia como la hipocresía.