La memoria nunca escrita

En esta tarde de otoño me dijo: “Cada casa tiene una memoria de sucesos escabrosos de los cien años pasados, referencias de la memoria nunca escritas que, a veces, desprende un hálito frío como la muerte. El pueblo tiene una tradición oral común que cada casa interpreta a su manera. Los habitantes, a pesar de las diferencias y querellas, están unidos por una honda amistad, de cuando todos fueron niños y adolescentes, fraguada en las intimidades y violencias de las tardes de primavera, en los trabajos comunes del verano, en los atardeceres de otoño cargados de palabras gruesas y en las largas tertulias y juegos de las noches de invierno. Dentro de poco solo habrá ratas, algunos gatos que hayan sobrevivido a la hecatombe y dos perros que llegarán de tiempo en tiempo husmeando los pasos de sus dueños. Vendrá gente que haya comprado una casa, otra que la haya alquilado u ocupado porque muchas estarán pidiendo a gritos que alguien las habite para no caerse del todo”. Tomo el último sorbo y se fue

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