Comunicado de la Academia Internacional de Líderes Católicos Ante la renuncia del expresidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, a su cargo en nuestro Consejo Internacional

Academia de Líderes Católicos
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La Academia Internacional de Líderes Católicos ha recibido la renuncia del expresidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, a su cargo en nuestro Consejo Internacional

Lo hace en un momento en que su nombre ha sido sometido nuevamente a la sospecha pública, en un escenario marcado por la incomprensión y la polarización ideológica

Ante esta decisión, queremos expresar no solo nuestro respeto, sino también nuestra admiración por el gesto de grandeza que significa apartarse voluntariamente de un espacio en el que su presencia ha sido siempre valiosa, para no afectar la misión de la Academia con una situación personal todavía envuelta en sombras

La Academia Internacional de Líderes Católicos ha recibido la renuncia del expresidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, a su cargo en nuestro Consejo Internacional. Lo hace en un momento en que su nombre ha sido sometido nuevamente a la sospecha pública, en un escenario marcado por la incomprensión y la polarización ideológica. Ante esta decisión, queremos expresar no solo nuestro respeto, sino también nuestra admiración por el gesto de grandeza que significa apartarse voluntariamente de un espacio en el que su presencia ha sido siempre valiosa, para no afectar la misión de la Academia con una situación personal todavía envuelta en sombras.

Ese desprendimiento es, en sí mismo, un acto político y cristiano: renunciar al lugar propio para cuidar a la comunidad. En un tiempo donde lo común suele sacrificarse en nombre de intereses individuales o partidistas, Miguel Ángel Rodríguez nos ofrece una lección silenciosa de lo que significa servir en la verdad.

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Miguel Ángel Rodríguez

La verdad es hoy el valor más asediado en la vida pública. La política contemporánea, en muchos países, se ha vuelto un campo donde se impone la sospecha antes que la confianza, donde los discursos giran más en torno al poder que al servicio, y donde la dignidad de las personas queda relegada frente al cálculo y la ideología. En ese terreno hostil, un político cristiano no puede aspirar a la comodidad. Su vocación lo coloca en el lugar incómodo de la cruz: no siempre visible en la sangre, pero sí en la entrega de la fama, en la renuncia a la tranquilidad, en el desgaste de cargar sobre sí ataques, incomprensiones y juicios, muchas veces desproporcionados.

Ese martirio incruento —el de la imagen pública, el del honor herido, el de la incomprensión social— es una de las formas más exigentes del testimonio cristiano en nuestro tiempo. Quien decide servir desde la fe en la política sabe que será puesto a prueba, que enfrentará acusaciones y que su fidelidad no será medida por la aclamación inmediata, sino por la firmeza con que siga defendiendo el bien común cuando todo lo demás parece volverse en contra.

Reafirmación del compromiso con la verdad

Por eso, la renuncia del expresidente Rodríguez no puede leerse como un abandono, sino como una reafirmación de su compromiso con la verdad. Aceptar alejarse de la Academia, aun cuando nos conste su valía personal y su aporte como referente, muestra que su mirada está puesta en algo más grande que él mismo: en el cuidado de una misión que trasciende su figura.

Como Academia, no nos corresponde defender jurídicamente su causa. Lo que sí nos corresponde es recordar lo que significa ser político cristiano en el mundo de hoy. No se trata de una vida exenta de conflictos ni de sospechas, sino de una vida donde la cruz se hace carne en la forma de persecución, de críticas y de renuncias dolorosas. Pero ser discípulo de Cristo es precisamente esto: tomar la cruz y seguirle, convencidos de que la verdad, aunque tarde en imponerse, siempre se abre camino.

Los cristianos no podemos renunciar a ese espacio, porque allí también Dios nos pide estar presentes como servidores, como testigos, como sembradores de esperanza

La política, tal como se practica en la actualidad, puede parecer un campo envenenado de disputas vacías y discursos alejados de la dignidad humana. Sin embargo, los cristianos no podemos renunciar a ese espacio, porque allí también Dios nos pide estar presentes como servidores, como testigos, como sembradores de esperanza. Allí debemos recordar que la salvación no procede de un partido ni de un líder, sino de Aquel que murió en la cruz y resucitó para dar vida al mundo.

Nuestra misión no es anunciar salvadores políticos, sino formar hombres y mujeres que comprendan que la verdadera luz es Cristo y que su tarea en la política es reflejarla en gestos concretos: en el cuidado del bien común, en la defensa de la dignidad de cada persona, en la atención a los más pobres y vulnerables, en la custodia de la casa común que compartimos.

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Miguel Ángel Rodríguez, con sus aciertos y caídas, ha mostrado esa disposición a servir, a aceptar la cruz y a no convertir su vida pública en motivo de escándalo, sino en testimonio de perseverancia. Hoy, al aceptar su renuncia, la Academia Internacional de Líderes Católicos reafirma que nuestra misión no depende de un nombre, sino de un horizonte: el de formar líderes capaces de dar testimonio de fe en la vida pública, aun cuando ello implique cargar con las heridas del servicio.

En un mundo donde el poder se convierte fácilmente en un ídolo, necesitamos recordar que el único criterio auténtico de la política cristiana sigue siendo el Evangelio: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

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* Mario J. Paredes es Presidente del Consejo Directivo de la Academia Internacional de Líderes Católicos.

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