Y sexo mal entendido, configurado como una enfermedad, un delito o una aberración.
Nuestra Iglesia tiene un grave problema con el sexo. También con la sexualidad y, cómo no, con el género. La infamante postergación de la mujer, la sublimación del celibato como un acercamiento a la perfección -qué mayor divinidad que poder traer una nueva vida al mundo, o gozar con el ser amado-, la soledad del superhombre... son sólo algunos de los ejemplos.
Todo lo que suene a sexo en nuestra sociedad es estigmatizado, por eso tal vez los escándalos sexuales entre el clero tengan tanta publicidad en los altavoces mediáticos. La doble moral vende, lamentablemente. El último escándalo de los curas gays en Romna ha sido una de las noticias más seguidas de los últimos tiempos en Internet.
Hasta sorprende que los colegios diocesanos de Valencia decidan impartir una educación sexual acorde con el pensamiento y la moral cristianas.
¿Acaso un cristiano no puede hablar con normalidad de sexo, gozar con el sexo, sentir, amar, sufrir? ¿Acaso somos ciudadanos de otro mundo? La construcción del Reino comienza en esta Tierra, con nuestros talentos, sentimientos y, cómo no, con nuestras pulsiones.
Tan enfermo está el que piensa todo el día en el sexo como el que niega su existencia o, aún peor, lo esconde detrás de aberraciones, delitos y faltas. O, peor aún:
cuando piensa que es cosa del Demonio... Tamaña estupidez...baronrampante@hotmail.es