Los mártires jesuitas de Tazacorte
La mayor parte de los misioneros se reclutó en Portugal hasta cumplir el número de setenta voluntarios. El barco que los llevaba a Brasil, el Santiago, zarpó de Lisboa el 5 de junio de 1570 con otros seis barcos. Ocho días después arribaron a la Isla de Madeira, en cuyo puerto, Funchal, son atacados por el pirata hugonote por Jacques de Sorés, que es repelido.
Los comerciantes de Oporto que compartían la travesía con los misioneros jesuitas en el Santiago lograron del gobernador que les permitiera navegar hasta la isla de La Palma para comerciar, y luego regresar para unirse a la flota.
Antes de hacerse a la mar, el padre Azevedo invitó a confesar a todos los marineros de la nave "Santiago" y les dio la Comunión. Convocó también a sus compañeros jesuitas y les animó a sacrificar sus vidas en defensa de la fe, si Dios se lo pedía; pero si alguno no se consideraba con ánimos podía quedarse tranquilamente en Madeira. Cuatro novicios, en efecto, desistieron de aquel viaje, con lo que marcharon el Padre Ignacio Azevedo y treinta y nueve compañeros. El día 7 de julio de 1570 salía del puerto de Funchal el galeón Santiago aprovechando la desaparición del pirata francés. El viaje transcurrió felizmente; el mar estaba en calma hasta que, cuando ya se encontraban en las proximidades de La Palma, a una dos leguas y media de la ciudad, un fuerte viento, los lanzó lejos de la costa y les obligó a dar un rodeo a la isla hasta que encontraron refugio en el puerto de Tazacorte, en el poniente de la isla.
Los habitantes de Tazacorte les recibieron con generosa hospitalidad y les ofrecieron frutos de la tierra para reponer sus fuerzas. Durante los cinco días que permanecieron el padre Ignacio Azevedo y sus compañeros en Tazacorte, visitaron las iglesias y ermitas del contorno como la iglesia de San Miguel y la ermita de Las Angustias. El 13 de julio Ignacio Azevedo celebró su última Misa en tierra, según algunos autores, en la iglesia de San Miguel de Tazacorte.
El galeón Santiago, en la madrugada del 14 de julio, se hizo a la mar, rumbo a Santa Cruz de la Palma, por la parte sur de la isla. Fue el momento en que apareció el pirata Jacques Sorés con su navío de guerra, Le Prince. Lograda la aproximación de los dos barcos, los hugonotes franceses hacen tres intentonas de abordaje que fueron repelidas por la tripulación portuguesa. Mientras tanto se habían ido acercando al galeón Santiago los otros cuatro navíos del pirata francés y se dio la orden de abordaje. Numerosos grupos de hombres, saltando precipitadamente de los cinco navíos franceses, se lanzaron impetuosamente sobre el galeón portugués.
El padre Ignacio de Azevedo iba de una parte a otra alentando a sus compatriotas a dar su vida por la fe. Herido en la cabeza por la espada de un capitán calvinista continuó exhortando a los suyos a perdonar a sus enemigos. Herido su cuerpo de muerte por tres golpes de lanza, cayó al suelo sin vida.
Como la situación se hacía ya insostenible por momentos, la tripulación portuguesa optó por rendirse. Hecho el recuento de los tripulantes y pasajeros quedaron los misioneros jesuitas como único blanco de los ataques de los hugonotes que apuñalaron a unos y acribillaron a disparos a otros. Luego se dedicaron a arrojar por la borda los cuerpos moribundos de sus víctimas. De los mártires, ocho eran españoles y el resto portugueses.
Sólo se salvó del martirio el hermano cocinero Joao Sánchez, al que el pirata quiso conservar para aprovecharse de sus servicios. En su lugar murió un joven, que era sobrino del capitán del galeón Santiago, el cual al ver el heroísmo de aquellos religiosos se vistió con la sotana de uno de ellos y se presentó ante los verdugos diciendo que también él era católico.
Después del martirio de los misioneros jesuitas, Jacques de Sorés, se dirigió a La Gomera en son de paz. El Conde de la Gomera, don Diego de Ayala y Rojas, logró que el pirata le entregase los 28 miembros de la tripulación y pasajeros lusitanos que había hecho prisioneros. Una vez llegados estos hombres a la isla de Madeira relataron minuciosamente al jesuita Pedro Días lo ocurrido a bordo de la nave "Santiago".
El mismo día del martirio, a muchos kilómetros de distancia, en una visión, vio Santa Teresa de Jesús subir al cielo a los cuarenta mártires, reconociendo a su pariente cercano, el hermano Francisco Pérez Godoy . El Papa Benedicto XIV, en septiembre de 1742, reconoció que eran auténticos mártires por la fe; y Pío IX, en 1862, los beatificó.
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