(16) Comenzando por lo que hemos propuesto tratar en primer término, fieles al consejo de San Ambrosio, según el cual “ningún deber mayor que el agradecimiento”, no podemos menos que dar las más fervorosas gracias a Dios omnipotente por los beneficios que de la encíclica de León XIII se han seguido para la Iglesia y para la sociedad humana. Beneficios que, de querer recordarlos siquiera superficialmente, tendríamos que repasar casi toda la historia de las cuestiones sociales de estos últimos cuarenta años. Pueden, sin embargo, reducirse fácilmente a tres puntos principales, según los tres tipos de ayuda que nuestro predecesor deseaba para realizar su gran obra de restauración.
(I. La obra de la Iglesia)
(17) El propio León XIII había enseñado ya claramente qué se debía esperar de la Iglesia: “En efecto, es la Iglesia la que saca del Evangelio las enseñanzas, en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; ella es la que trata no sólo de instruir las inteligencias, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptores; Ella la que mejora la situación de los proletarios con muchas ultimísimas instituciones (Rerum novarum nº 13).
(En materia doctrinal)
(18) Ahora bien, la Iglesia no dejó en modo alguno, que estos manantiales quedaran estancados en su seno, sino que bebió copiosamente de ellos para el bien común de tan deseada paz. La doctrina sobre materia social y económica de la encíclica Rerum novarun había sido ya proclamada una y otra vez, de palabra y por escrito, por el mismo León XIII y por sus sucesores, que no dejaron de insistir sobre ella y adaptarla convenientemente a las circunstancias de los tiempos, cuando se presentó la ocasión,poniendo siempre por delante, en la defensa de los pobres y de los débiles, una caridad de padres y una constancia de pastores, y no fue otro el comportamiento de tantos obispos, que, interpretando asidua y prudentemente la misma doctrina, la ilustraron con comentarios y procurando acomodarla a las circunstancias de las diversas regiones, según la mente y las enseñanzas de la Santa Sede.
(19) Nada extraño, que, bajo la dirección y magisterio de la Iglesia, muchos doctos varones, así eclesiásticos como seglares, se hayan consagrado con todo empeño al estudio de la ciencia social y económica, conforme a las exigencias de nuestro tiempo, impulsados por el anhelo de que la doctrina de la Iglesia saliera eficazmente al paso de las nuevas necesidades.
(20) De este modo, mostrando el camino y llevando la luz que trajo la encíclica de León XIII, surgió una verdadera doctrina social de la Iglesia, que esos eruditos varones, a los cuales hemos dado el nombre de cooperadores de la Iglesia, fomentan y enriquecen de día en día con inagotable esfuerzo, y no la ocultan en las reuniones cultas, sino que la sacan a la luz del sol y a la calle,como lo demuestran las escuelas instituidas en universidades católicas, en academias y seminarios; las semanas sociales tan provechosas y que tanto fruto han reportado; los círculos de estudios y tantos y oportunos escritos divulgados por doquier y por todos los medios.
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