Novena a la Inmaculada. Mi reflexión 5º día.
4 de diciembre. María, Maestra en preparar el camino al Señor
En este segundo domingo de adviento la liturgia os presenta al precursor del Mesías, al profeta que dedica su vida a la misión de preparar el camino, de allanar las colinas… de animar los corazones de un pueblo que anhela la venida de su Señor: Juan el Bautista.
Existe un detalle que puede pasar desapercibido oralmente pero que si observamos el escrito nos podremos fijar con más claridad. Mateo hace referencia a un pasaje del profeta Isaías, en concreto, a Isaías 40, 3:
“Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Aparentemente la cita es textual pero el cambio de ubicación de los dos puntos marca una diferencia interesante a tener en cuenta. Mateo escribe: “Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.
Fijémonos que la ubicación de los dos puntos expresa dos matices diferentes. Isaías escribe a un pueblo que regresa del exilio y se encuentra con su tierra devastada, ya no hay templo, no hay esplendor en Jerusalén. El profeta recibe el encargo de consolar a su pueblo, de animarlo a preparar de nuevo el camino para que llegue el Señor en el desierto que se han encontrado. Es una palabra de ánimo, consuelo y coraje. De ahí que escribe: “Una voz grita: en el desierto preparad el camino”.
Sin embargo, Mateo escribe en un contexto diferente y de ahí el matiz distinto. Mateo identifica a Juan el bautista con aquel profeta que anunciaba a su pueblo el ánimo para preparar el camino al Señor. Los dos puntos los ubica después de la palabra “desierto”. “Voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor…” Esa diferencia ubica la voz que grita en un lugar concreto, Isaías no. La voz a la que hace referencia Mateo se encuentra en el desierto. Y solo se puede escuchar si uno va al desierto. Pero, ¿Qué significa el desierto en la escritura? Es símbolo de reencuentro con Dios, lugar donde se vuelve a la intimidad con el Señor. En el éxodo se nos narra cómo Dios saca a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo conduce al desierto durante 40 años antes de llegar a la tierra prometida. En el desierto, el pueblo aprende la voluntad de Dios, crece en su confianza y fe hacia Él, se reenamora de un Dios que se hace cercano y compañero de camino del hombre, un Dios que irrumpe en la historia y salva, libera a su pueblo. Jesús mismo, tras bautizarse, es conducido por el Espíritu al desierto donde pasará 40 días creciendo en intimidad con el Padre para después entregarse a la misión de anunciar el evangelio. El profeta Oseas, casado con una prostituta como denuncia profética a un pueblo que adultera con los ídolos, también hace mención al desierto cuando dice: “Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de su corazón.” El desierto, es el lugar del enamoramiento, del reencuentro, de escuchar la voz del Señor, la voz del amado.
Por eso, en este II domingo de adviento, la Iglesia nos invita a dirigirnos al desierto, a recuperar la experiencia del encuentro personal con el amado. Es la única forma de preparar bien el camino que conduzca nuestro corazón al corazón de Dios.
María, en su “Hágase en mi según tu palabra”, expresa en su vida una continua experiencia de desierto, de escuchar al Señor (“conservaba y meditaba todas estas cosas en su corazón”). María es maestra, para nosotros, en preparar el camino al señor para que Dios pueda llevar a cabo su misión en nosotros.
En este segundo domingo de adviento la liturgia os presenta al precursor del Mesías, al profeta que dedica su vida a la misión de preparar el camino, de allanar las colinas… de animar los corazones de un pueblo que anhela la venida de su Señor: Juan el Bautista.
Existe un detalle que puede pasar desapercibido oralmente pero que si observamos el escrito nos podremos fijar con más claridad. Mateo hace referencia a un pasaje del profeta Isaías, en concreto, a Isaías 40, 3:
“Una voz grita: en el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Aparentemente la cita es textual pero el cambio de ubicación de los dos puntos marca una diferencia interesante a tener en cuenta. Mateo escribe: “Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.
Fijémonos que la ubicación de los dos puntos expresa dos matices diferentes. Isaías escribe a un pueblo que regresa del exilio y se encuentra con su tierra devastada, ya no hay templo, no hay esplendor en Jerusalén. El profeta recibe el encargo de consolar a su pueblo, de animarlo a preparar de nuevo el camino para que llegue el Señor en el desierto que se han encontrado. Es una palabra de ánimo, consuelo y coraje. De ahí que escribe: “Una voz grita: en el desierto preparad el camino”.
Sin embargo, Mateo escribe en un contexto diferente y de ahí el matiz distinto. Mateo identifica a Juan el bautista con aquel profeta que anunciaba a su pueblo el ánimo para preparar el camino al Señor. Los dos puntos los ubica después de la palabra “desierto”. “Voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor…” Esa diferencia ubica la voz que grita en un lugar concreto, Isaías no. La voz a la que hace referencia Mateo se encuentra en el desierto. Y solo se puede escuchar si uno va al desierto. Pero, ¿Qué significa el desierto en la escritura? Es símbolo de reencuentro con Dios, lugar donde se vuelve a la intimidad con el Señor. En el éxodo se nos narra cómo Dios saca a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo conduce al desierto durante 40 años antes de llegar a la tierra prometida. En el desierto, el pueblo aprende la voluntad de Dios, crece en su confianza y fe hacia Él, se reenamora de un Dios que se hace cercano y compañero de camino del hombre, un Dios que irrumpe en la historia y salva, libera a su pueblo. Jesús mismo, tras bautizarse, es conducido por el Espíritu al desierto donde pasará 40 días creciendo en intimidad con el Padre para después entregarse a la misión de anunciar el evangelio. El profeta Oseas, casado con una prostituta como denuncia profética a un pueblo que adultera con los ídolos, también hace mención al desierto cuando dice: “Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de su corazón.” El desierto, es el lugar del enamoramiento, del reencuentro, de escuchar la voz del Señor, la voz del amado.
Por eso, en este II domingo de adviento, la Iglesia nos invita a dirigirnos al desierto, a recuperar la experiencia del encuentro personal con el amado. Es la única forma de preparar bien el camino que conduzca nuestro corazón al corazón de Dios.
María, en su “Hágase en mi según tu palabra”, expresa en su vida una continua experiencia de desierto, de escuchar al Señor (“conservaba y meditaba todas estas cosas en su corazón”). María es maestra, para nosotros, en preparar el camino al señor para que Dios pueda llevar a cabo su misión en nosotros.