El sentido de los ángeles. 2.10.19: Ángeles custodios: Dios revelado en los más pequeños
Pecado supremo: Despreciar (manipular, destruir) a los más pequeños

El tema es la función, sentido y cuidado de los ángeles como presencia de Dios, signo de su encarnación, no sólo en Jesús, sino también en todos los que forman parte de su historia de humanidad... El tema es la revelación de Dios en los niños, que son sus ángeles, tal como dice Mt 18, 10 (cuyo sentido he presentado en mi Comentario de Mateo, VD, Estella 2017, de donde tomo lo que sigue):
- Los niños o pequeños son "presencia de Dios" (en la línea de Mt 25, 31-46) donde se dice que Jesús se identifica con los pobres, hambrientos, desnudos...
- Por un lado son lo más frágil (se les puede violar, destruir...) y por otro son lo mas "fuerte", son presencia de Dios... Ellos mismos los ángeles de la creación de Dios, Dios hecho presente en la debilidad del mundo.
- Por eso, el gran pecado es "despreciar" (escandalizar a los más pequeños, empezando por los niños...). Despreciar significa marginar, utilizar, en sentido integral (y especialmente en sentido sexual: escandalizar) como supone Mt 18, 6.
- La llamada "pederastia" o utilización sexual/humana de los niños es para Mateo y para la Iglesia actual el mayor de los pecados posibles... Es pecado contra el mismo Dios, que se revela como ángel custodio de los niños

Texto clave
18 10 Tened cuidado, no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos; (11 pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo perdido)[1].
Este pasaje propone la angelología más influyente del Nuevo Testamento, la que más huella ha dejado en los cristianos, que han formulado a partir de ella su visión de los ángeles custodios, que proviene del Antiguo Testamento, que habla de los ángeles de Dios (distintos del Ángel de Yahvé), como servidores suyos, que expresan su presencia y cantan su alabanza.
− Antiguo Testamento. Los ángeles son espíritus poderosos, que bendicen al Señor celeste y cumplen su voluntad (Sal 103, 20); son “hijos” del Dios de la vida (cf. Sal 29, 1), que cantan su gloria (Sal 148, 2), miles y millones de servidores celestes (Dan 7, 10), inmersos en un río ardiente (es decir, en el Dios Fuego de vida). La tradición posterior ha puesto nombre a varios de sus órdenes o coros, y así habla de los serafines de Is 6 y de los querubines de Ez 1 (con los tronos, dominaciones potestades, virtudes, arcángeles…), y los distingue de un modo radical de los ángeles malos, convertidos en demonios. De esos ángeles buenos ha tratado Hebreos, y les llama espíritus ardientes de Dios, llamas de fuego (Heb 1, 5-7).

− El Nuevo Testamento habla de ángeles, y los presenta con cierta frecuencia, sobre todo en los relatos del nacimiento de Jesús (Lc 2, 13) y de las tentaciones (Lc 4, 11), pero no presenta una doctrina unitaria sobre ellos, y además los subordina poderosamente a Cristo. Los textos de la anunciación (Mt 1, 18-25) y el nacimiento (Mt 2) no hablan de ángeles, sino del Ángel de Yahvé, al que identifican con el mismo Dios, que va iluminando a José y guiando la historia mesiánica de Jesús. El conjunto de Mateo interpreta a los ángeles (en plural) como servidores del Hijo del Hombre (cf. 13, 39 y 25, 31). Ellos expresan el poder escatológico de Dios (cf. 16, 27), no para liberar al Hijo del Hombre de la muerte (26, 53), sino para ratificar su sentido salvador de esa muerte.
Éste es el más significativo de los pasajes “angélicos” de Mateo (18, 10), donde el mismo Jesús dice que los ángeles de los pequeños “contemplan en el cielo el rostro de mi Padre”. En contra de los vigilantes/custodios de la tradición de 1 Henoc, estos ángeles “guardianes” no invaden la tierra y violan mujeres (destruyendo así la humanidad), sino que ayudan y acompañan a los más pequeños.
La tradición bíblica conocía el tema de los ángeles poderosos de las naciones (cf. Dt 32, 8), y se ha fijado de un modo especial en algunos más altos (arcángeles), como Miguel (protector del pueblo: Dan 12, 1; cf. Ap 12, 7; Judas 9), Rafael (protector y sanador de los piadosos; Tobías), y Gabriel (cf. Dan 8, 16; 9, 21; Lc 1, 26-38), pero sólo aquí aparece con toda claridad la presencia angélica relacionada con el valor de los pequeños en la Iglesia:
− Ángeles de los más pequeños. Nuestro pasaje presenta a los ángeles como protectores/intercesores de los más pequeños de la comunidad, en un gesto de radical inversión del mundo angélico. Ciertamente, Ap 1, 20 puede hablar de los ángeles de las siete iglesias, y de otros ángeles numerosos, en línea de poder. Por su parte, Pablo supone que los ángeles están presentes en la celebración eclesial (cf. 1 Cor 11, 10), pero añadiendo que nosotros, los hombres, estamos por encima de ellos pues tenemos el poder de juzgarles (1 Cor 6, 3; cf. Rom 8, 38). Pues bien, sólo este pasaje de Mateo habla de los ángeles de los pequeños como tales.

− Ángeles de la comunidad. Esta función de los ángeles de Dios, que están al servicio de los más pequeños, es un dato esencial de la “eclesiología” de Mateo. Ellos pueden estar relacionados con los espíritus poderosos de las iglesias del Apocalipsis (desde Ap 1, 20), pero aquí no aparecen como espíritus fuertes de las comunidades o como triunfadores del gran juicio de Dios (como en Mt 13, 39), sino como portadores y garantes de los pequeños de la comunidad[2].

Notas
[1] Recojo aquí el comentario que ofrezco en mi Comentario de Mateo al tema de los ángeles de los niños, en Mt 18. 10- He desarrollado el tema de los ángeles en Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2017, 66-72. Cf. O. Bocher, Das NT und die dämonische Mächte, SBS 58, Stuttgart 1972; B. Marconcini (ed.), Angeli e demoni. Il dramma della storia tra il bene e il male, Dehoniane Bologna, 1991; E. Peterson, El libro de los ángeles, Rialp, Madrid 1957; R. Scharf, La figura de Satanás en el Antiguo Testamento, en C. G. Jung, Simbología del espíritu, FCE, México 1962, 113-228; H. Schlier, Los ángeles en el Nuevo Testamento, en Problemas exegéticos fundamentales del Nuevo Testamento, FAX, Madrid 1970, 201-22; W. Wink, Naming the Powers;Unmasking the Powers;Engaging the Powers, Fortress, Philadelphia 1984, 1986, 1992.
[2] En este lugar, algunos manuscritos (D Lmg W Θc etc.) han añadido un verso explicativo (pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo perdido: 18, 11), que no parece formar parte del texto original (cf. manuscritos אּ B L Θ…), pero que sirve para enmarcar este pasaje, pues interpreta la presencia y función de los ángeles desde la perspectiva del Hijo del Hombre, que ha venido a salvar lo que estaba perdido, es decir, a los “pequeños” de la Iglesia que, según esa visión, podrían identificarse con las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (cf. 9, 36; 10, 6; 15, 24; 18, 11).
Esa interpretación del Hijo del Hombre, que viene a buscar y salvar lo perdido, se sitúa aquí en el contexto de la protección de los más pequeños, en la línea de la parábola siguiente. Ciertamente, los ángeles interceden por los pequeños y, de alguna forma, les representan ante Dios, pero sólo Jesús que se ha encarnado, asumiendo la historia de los hombres, puede salvarles, como ha desarrollado de forma temática la carta a los hebreos (cf. Hbr 1-2). Según eso, Mateo no ha desarrollado una eclesiología angélica de la santidad de Dios que protege a los hombres, sino una cristología y eclesiología de encarnación. El argumento del evangelio no es la revelación de un mundo angélico, sino el despliegue de la salvación de Dios que se ha encarnado en Cristo y que ha dado la vida al servicio los más pequeños, protegidos por los ángeles del mismo Dios.