Ascensión 3. A la derecha de Dios, en camino los hombres

En la primera he comentado el texto de Mt 28, 16-20, poniendo de relieve la presencia del Señor Pascual desde Galilea.
En la segunda he presentado el texto de Hech 1, 1-11, desde una perspectiva litúrgica, de historia de la salvación, insistiendo en el principio de Jerusalén.
En esta desarrollo una breve teología de la Ascensión, tomando como base la palabra del Credo que dice: “subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre”, un tema que tiene dos “momentos”, conforme a la confesión de fe del Concilio de Calcedonia:
-- Siendo totalmente Dios, y precisamente por haber cumplido su camino pascual, Jesús está “sentado a la derecha del Padre”. Esta “confesión” señala el cumplimiento de su obra y su camino. Viniendo de Dios, haciéndose plenamente humano, hasta “dar” su vida por y con los hombres, Jesús se ha “sentado” en la gloria del Padre, no solamente como Dios, sino como hombre verdadero, pues su Reino humano “no tiene fin”.
-- Pero, habiendo culminado su camino, Jesús no se desentiende, sino puede estar y está en cada uno de los hombres, encarnado y actuando en ellos. De esa manera, la Ascensión viene a presentarse como verdadera y total “humanización”: El Señor del cielo está presente y actúa en cada uno de aquellos que confiesan su nombre y, de un modo especial, en los excluidos de la historia, en cojos-mancos-ciegos, los hambrientos y los encarcelados (Mt 25, 31-46).
Éste es el doble aspecto de la Ascensión, que es elevación y abajamiento, que es coronación real y presencia liberadora, que es “ausencia gloriosa” (en un sentido se ha ido), siendo encarnación total. Jesús se ha “sentado” en la gloria de Dios llevando consigo a los hombres y mujeres, sus hermanos, habitando en ellos.
Así lo ha vivido la Iglesia, así quiero comentarlo de un modo simbólico-teológico y comprometido. Con esto acaba el tema de la Ascensión.
1. INTRODUCCIÓN. EL SEÑOR SENTADO.
Sobre la presencia pascual ofrece el NT varias concepciones: Jesús asiste a sus enviados hasta el día de la consumación del mundo (Mt 28, 20); es cabeza que sostiene y vitaliza el cuerpo de la iglesia (tradición paulina), es vida y luz que alumbra a los creyentes (Juan), es el hambriento y encarcelado... Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, está enraizada en el AT (Sal 110, 1) y que presenta al Kyrios Jesús como Señor sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu:
– Sentado.
Este es un gesto específicamente humano. Los animales se sostienen en sus patas, nadan, vuelan, caminan, se agazapan o se acuestan. Algunos pueden sentarse físicamente, pero sólo de manera material. No liberan las manos para la comunicación dialogada, no construyen una sede o trono como signo de su autoridad. Por el contrario, los humanos se definen como aquellos que pueden ponerse en pie (liberando las manos para el trabajo) y sentarse (para descanso, autoridad y/o convivencia).
Por eso, cuando el Credo dice que Jesús está sentado le presenta como humano, en la línea de los reyes que toman asiento para imponer su autoridad, de los magistrados que ocupan su sede para juzgar o de los maestros que sientan cátedra para enseñar a los discípulos. También se sientan juntos los amigos, familiares y hermanos para compartir la palabra y alegría de la vida. Pues bien, Jesús resucitado se sienta, apareciendo como humano culminado. El AT presentaba a Dios sentado sobre el trono de su gloria; pues bien, sobre ese trono se sitúa ahora Jesús (cf. Mt 25, 31-45).
– Espacio, a la derecha de Dios Padre
Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que "habiendo sido elevado a la derecha de Dios.... ". De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha).
En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma! Al sentarse en el cielo, Jesús ha llegado al lugar de la plenitud de Dios que es fuente de vida y gloria para los humanos. Sentado a la derecha de Dios él se “asienta” y vive en los expulsados del mundo por los que ha muerto (enfermos, encarcelados… oprimidos).
– Tiempo.
Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado... se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico (espacio) e histórico (tiempo) de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo.
Así podemos decir que Jesús es el espacio y tiempo humano de Dios. Su mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios, donde sigue realizando su acción creadora. En la base de su triunfo está por tanto la entrega pascual (purificación); en la meta la plenitud o salvación para los humanos.
– Compañía.
Un ser humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de escucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía.
La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús "se sentó a la derecha de Dios Padre". De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos.
2. POR QUÉ Y PARA QUÉ SE HA SENTADO
Las afirmaciones anteriores suscitan las preguntas radicales de la experiencia cristiana: ¿cómo pueden sentarse en un mismo trono el Padre Dios y Cristo Humano? ¿cómo pueden suscitar espacio y tiempo común de salvación para los humanos? ¿Cómo puede estar sentado en Dios y caminar con los hombres?
Jesús está “sentado” en Dios porque, al mismo tiempo, camina en y con los hombres… Su “triunfo” es un proceso de movimiento creador, su elevación significa, al mismo tiempo, una encarnación más honda en la vida de los hombres.
Finalidad
Como supone el esquema anterior, la historia culmina allí donde Jesús se sienta a la derecha del Padre: ha terminado la marcha, parece que sólo queda el silencio cristológico. Pues bien, sobre ese silencio se eleva la más honda palabra y acción de Jesús: no ha subido al cielo para volver a bajar y ascender, conforme al mito del eterno retorno, comenzando de nuevo el ritmo de renacimientos, sino para expandir y mantener su triunfo para siempre, conforme a la visión israelita y cristiana del mesianismo.
Cristo ha muerto una sola vez y para siempre, redimiendo a los humanos (Hebr). Por eso, el pasado no vuelve: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (cf .Ap 21, 5); la sesión es culmen de la historia salvadora. Según eso, Jesús se sienta en Dios para poder caminar y entregarse en amor por los hombres.
– Se ha sentado para descansar.
Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: está sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre.
– Se ha sentado para gozar
Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Se ha sentado para ser feliz, porque es feliz, y porque quiere ofrecernos su felicidad. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida.
No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Al servicio de esa felicidad se encuentran los restantes elementos que añadimos.
– Se ha sentado para reinar
No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida.
De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos.
– También se ha sentado para juzgar
El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir...). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: "veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo" (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico.
La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante.
– Se ha sentado para comer y celebrar, banquete de amor.
Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par).
Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4). Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida.
La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para los humanos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).
A LA DERECHA DEL PADRE, EN LA HISTORIA DE LOS HOMBRES
– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.
– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre.
‒ De esa forma, al sentarse en Dios (siendo divino), Jesús puede caminar y camina con los hombres del mundo.
Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino, pero no en forma de huída, sino de encarnación radical. Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos.
No nos abandona Jesús, sino al contrario
Él ha "subido" al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado.
Al sentarse con el Padre, Jesús, Hijo de Dios, ensancha el trono y lo convierte en ámbito de encuentro y plenitud para todos los humanos. De esa forma, su historia mesiánica aparece como historia trinitaria: por medio de él llegamos al espacio/tiempo original de Dios, al amor ya realizado donde nosotros, los humanos, alcanzamos plenitud por siempre.
En un sentido, la historia humana tiene su propio espacio y tiempo. Pero, penetrando en su más honda dimensión, ella se arraiga en el misterio de la mutua entrega del Padre y de su Hijo Jesucristo en el Espíritu, volviéndose historia trinitaria. Así podemos afirmar que el Cristo sentado realiza una acción y dos acciones:
– Realiza una sola acción: ha recibido el don de Dios, se ha entregado en favor de los humanos, culminado su camino, en compañía de amor, a la diestra de Dios Padre.
– Realiza dos acciones, una humana, otra divina, inseparables ambas (forman su única persona), a nivel de eternidad divina (generación eterna) e tiempo humano (historia culminada por la pascua).
Esta es la paradoja, el doble lenguaje de la cristología, siempre presente en este blog: la misma historia humana de Jesús (sin dejar de ser humana y temporal) es realidad eterna del Hijo de Dios.