Biblia y familia, 3. Jesús, una "guerra" de familia
- Abraham dejó tierra e imperio (casa, estirpe, dioses…) para crear familia en Canaán (Gen 12,1-3).
- Los hebreos rechazaron la esclavitud de Egipto para “cruzar” mar y desierto y crear familia de ley en Israel.
-Jesús creó familia de amor y libertad en Galilea, con enfermos, pobre. Era peligroso su intento, y le mataron los poderes.
-Hoy (2023) sigue la guerra de familia, la más importante de todas, en imperios, poderes e iglesias.
Muchos pensamos que esa "guerra" no está bien planteada. Por eso, Francisco ha convocado un gran sínodo en Roma. Mis reflexiones sobre la guerra de familia de Jesús pueden ayudar a plantearla.
-Jesús creó familia de amor y libertad en Galilea, con enfermos, pobre. Era peligroso su intento, y le mataron los poderes.
-Hoy (2023) sigue la guerra de familia, la más importante de todas, en imperios, poderes e iglesias.
Muchos pensamos que esa "guerra" no está bien planteada. Por eso, Francisco ha convocado un gran sínodo en Roma. Mis reflexiones sobre la guerra de familia de Jesús pueden ayudar a plantearla.
Muchos pensamos que esa "guerra" no está bien planteada. Por eso, Francisco ha convocado un gran sínodo en Roma. Mis reflexiones sobre la guerra de familia de Jesús pueden ayudar a plantearla.
| X.Pikaza
Imagen 1-2. Molnar, Abraham y su familia (1850, Museo de Budapest). Dos niños de la mano, tres mujeres en camello (portada libro Pikaza)
3. Curso de Ibicla. Hoy presento algunos aspectos fundamentales de la guerra de familia de Jesús.
4-6. Jesús y su gente. Maximino Cerezo(1932: La nueva familia de Jesús, en camino.
Empezar por la familia.
No anunció ni promovió un mensaje espiritualista, ni quiso superar la estructura más “carnal” de Israel por una más religiosa, sino fundar un tipo más extenso de familia carnal (cf. Jn 1, 14), abierta en comunión y diálogo a los excluidos de la alianza de Israel, desde los más pobres. Ése fue su interés: Crear familia donde la anterior estaba rota.
‒ Jesús ha superado una familia patriarcal judía, presidida jerárquicamente por un padre, en el entorno honorable de la casa de Israel, pues él ha ofrecido su palabra fuera del espacio de las buenas familias, abriendo en su mesa un lugar para enfermos e impuros. Más que experiencia espiritualista o de grupo nacional, su evangelio traza un modo integral de vida y de vinculación, en cercanía humana y universalidad (apertura a los expulsados del sistema), en un momento de crisis radical, cuando el esquema anterior de familia había entrado irremediablemente en crisis.
‒ Jesús no ha creado otra familia patronal helenista o romana, presidida por un rico protector que recibe en su casa y protege en la ciudad a "clientes" inferiores que buscan su apoyo social. Esa familia era de tipo contractual, pues ambas partes se necesitaban: un patrono sin clientes carece de influjo y poder en la calle; unos clientes sin patrono quedan sin trabajo y comida. En contra de eso, Jesús quiso crear personas y familias libres e iguales, que libremente se regalan y comparten la vida, instaurando para ello un modelo nuevo de relación social, es decir, de comunidad, recreando para ello las tradiciones de Israel.
Familia patriarcal y patronal se cierran en sí mismas, al servicio del grupo, y en esa línea ha seguido avanzando cierto judaísmo (y cristianismo posterior), como familia o casa de pureza nacional, formada por miembros del propio grupo. El mismo imperio romano ha tendido a estructurarse como casa de familia, que se decía abierta a todos los seres humanos, pero que de hecho se ponía al servicio de un orden político privilegiado.
En contra de eso, la familia mesiánica de Jesús anuncia la reconciliación universal, la nueva comunión de hermanos y hermanas que cumplen la voluntad de Dios, sin distinción de raza, lengua o religión. Así lo supieron sus primeros seguidores, que superaron el orden patriarcal (sin sacralizar las relaciones de clan, nación o grupo), pues no aceptaron un modelo patronal de familia (ya que todos los hombres y mujeres son hermanos, en línea de comunicación gratuita de la vida).
Ciertamente, los “buenos” judíos sabían que Dios es lo primero, de manera que por él podía romperse y superarse un tipo de familia que se opusiera a su ley divina (cf. Dt 13, 7-11). Así lo puso de relieve Filón de Alejandría, desde un fondo helenista: «Porque sólo un lazo de parentesco debemos tener, un solo símbolo de amistad: el complacer a Dios, el decir y hacer todo movidos por la piedad. Los llamados lazos de parentesco por consanguineidad de nuestros antepasados, y aquellas vinculaciones resultantes de los matrimonios y de otras causas similares deben ser dejados de lado, a no ser que conduzcan firmemente a esa misma meta, es decir, a la honra de Dios» (Spec. Leg 1, 317-318). Éste es el buen parentesco “elevado” de los puros ante Dios.
Filón y otros grupos judíos (esenios, fariseos…) estaban dispuestos a dejar en segundo plano un tipo de pequeña familia, pero sólo con el fin de potenciar mejor la gran familia nacional israelita. Pero Jesús ha roto el mismo esquema de noble familia nacional, poniendo de relieve la unidad “más alta” del Reino de Dios desde lo “más bajo” del mundo, a partir de los expulsados del modelo social israelita. En principio, los seguidores de Filón, lo mismo que los esenios y terapeutas, sólo acogían en su familia a los puros de Israel, y lo mismo hacían los fariseos. Por el contrario, Jesús quiso abrir la familia a los marginados del entorno (publicanos, prostitutas, pobres, impuros), iniciando así una gran ruptura, un tipo de “reino de eunucos”.
Novedad de Jesús. Celebración y comunión de familia
Los cambios políticos o puramente económicos (en sentido material) acaban siendo secundarios; lo que de verdad importa es crear un nuevo tipo de familia, unas relaciones humanas distintas, desde abajo, superando el dominio patriarcal. Por situarse en ese fondo, la actitud de Jesús resulta peligrosa en una sociedad, que tiende a defender con violencia sus líneas de poder, como indican los textos en los que Jesús habla de persecución, no por causas religiosas en sentido intimista, sino por razones de familia. Ni los judíos nacionales ni los romanos imperiales se han opuesto a Jesús por ideas espiritualistas, sino porque su proyecto representaba una amenaza contra el orden de familiar patriarcal, fundado en el poder de algunos contra otros (sacerdotes sobre pueblo, imperio sobre el conjunto de la población…).
Jesús se opone a la raíz del poder socio-religioso, que se encarna en la familia patriarcal (judía, romana) porque quiere vincular de un modo más alto a todos los hombres, en un tipo de familia donde importan especialmente los pobres. Así lo indican una palabras inquietantes, que ha retomado y recreado a partir de una tradición profética anterior (Miq 7, 6), dándoles un sentido nuevo, no de pura destrucción, sino de destrucción creadora:
las palabras y gestos de evocan y declaran una gran revolución, la “guerra” suprema de la historia, que no es un combate entre grandes naciones (que en el fondo son semejantes unas a las otras), sino entre una forma de familia dominadora y excluyente y la familia de Jesús, abierta en gratuidad y amor a todos los hombres, a todos los pueblos. Mateo sitúa este pasaje al final del discurso misionero, tras haber resaltado la necesidad de “confesar al Hijo del Hombre”, es decir, al representante de los pobres y expulsados (Mt, 10, 32-33).
Al promover el surgimiento de una comunidad abierta a todos, y de un modo especial a los expulsados del sistema, Jesús ha debido enfrentarse con los defensores de las “buenas familias”, introduciendo la espada de la división por el mismo centro de la familia patriarcal. Así reconoce y promueve su nueva forma y estilo de casa (familia), y la incluye en su proyecto misionero (Mt 10, 12-13; cf. Mc 6, 10). Pero, al mismo tiempo (precisamente para instaurarla), él tiene que criticar la antigua casa, hecha de vinculaciones de poder y de exclusiones; sólo allí donde se supera la lógica de fondo y la estructura concreta de una familia entendida en clave de poder de unos sobre otros (y de exclusión de los últimos, entre los que se encuentran los eunucos), puede surgir y desarrollarse la nueva familia de Jesús.
Su proyecto mesiánico se centra y condensa en una nueva relación humana. Por eso, él empieza desde abajo, transformando la vida de los hombres y mujeres, desde su nuevo itinerario de familia que es íntima y es, al mismo tiempo, universal. Lo que él ha querido ante todo es cambiar la orientación y sentido de la red de familias de su entorno galileo, para convertirlas en principio y fermento del Reino, familias íntimas y abiertas, en las que quepan todos. Ése ha sido el motivo central de su proyecto: Crear/iniciar el Reino de Dios como proyecto de familia.
Su oposición al Templo de Jerusalén será consecuencia de esa opción de familia (como supone Mc 11), lo mismo que su posible rechazo del orden imperial romano. Por eso, el mensaje de Reino que él ha comenzado a proclamar y realizar entre los marginados de Galilea se ha vuelto principio de discordia, introduciendo una espada de división en la carne del pueblo, y de un modo especial al interior de las familias (Lc 14, 16-24; cf. Lc 2, 35; Mc 13, 8).
El principio del evangelio. Romper con un tipo de padre
- Llamada de Jesús según Marcos, una ruptura de familia. Jesús vivió en un tiempo de fuerte desarraigo: muchos (enfermos, leprosos, expulsados sociales) no tenían casa ni compañía honrosa, tanto en el ámbito rural como en el urbano (Jerusalén). Desde ese fondo se entiende su condena de un tipo de sociedad fundada en el honor patriarcal, y su intento de crear una familia distinta, no sólo “para”, sino desde los rechazados e impuros de las viejas estructuras familiares, como indicaremos destacando algunos dichos y gestos que la tradición posterior sólo ha entendido con dificultad, al reintroducir su mensaje en esquemas patriarcales.
El Evangelio de Marcos supone que Jesús pidió a sus discípulos que dejaran todo (casa y familia) para seguirle, e iniciar con él un nuevo camino de Reino (como el de Abraham). Así lo muestra su llamada a los cuatro primeros seguidores, recogida en un texto que no es histórico en sentido literal, pero que refleja la novedad del evangelio:
Y pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. Jesús los llamó también; y ellos fueron tras él, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros (Mc 1, 16-20)
Estos fueron los colaboradores de Jesús, a los que él pidió que dejaran un tipo de familia patriarcal, y un trabajo al servicio de ella, para hacerse pescadores de hombres (Mc 1, 17; cf. 3, 9; 4, 3-5 etc.), creadores de un tipo distinto de comunidad, una familia en la que pudieran entrar los expulsados y condenados por las otras sociedades (desde los eunucos). En esa línea, Jesús no ha creado un movimientos de gentes honorables, ni una religión de libro (como podían hacer los escribas), con leyes para un tipo de escuela de eruditos (como ha podido hacer cierto tipo de judaísmo rabínico), sino una familia cercana y universal, abierta a todos (desde los más pobres), con unos discípulos, a quienes él quiso convertir en creadores y adelantados del Reino de Dios. Con ese fin les envió en su primera misión, antes de su muerte (cf. Mc 6, 7-13; Lc 9, 1-6; Mt 10, 1-15)
Tradición de los “dichos”. Mateo y Lucas.
En esa línea se sitúa y avanzaun pasaje muy significativo de la tradición de las palabras/dichos, llamada generalmente Q (Lc 9, 57-62; cf. Mt 8, 18-22), que contiene tres pequeñas unidades que expresan la ruptura radical (familiar y social) del evangelio, en las que Jesús dice a sus seguidores que han de estar dispuesto a dejar a los padres (familia patriarcal) para compartir y formar con él una nueva familia de reino:
- El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza.
«Uno (Mateo añade: un escriba) le dijo mientras iban de camino ¡Te seguiré dondequiera que vayas! Jesús le dijo: Los zorros tienen madrigueras y nidos las aves del cielo; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9, 57-58; Mt 8, 18-20). Este aspirante, a quien Mateo llama certeramente escriba, quiere que Jesús le ofrezca un tipo de seguridad de familia (es decir, una buena casa: en la línea del nido-madriguera de los animales), de manera que él pueda servirle de ayuda como experto intérprete del Libro, alcanzando así dignidad. Este escriba es un hombre importante para el judaísmo, tiene un buen puesto y espera conservarlo con Jesús, pues, a su juicio, el camino del Reino necesitará especialistas, como los rabinos de la Misná (Abot) y los teólogos posteriores de la iglesia cristiana, es decir, doctores de Libro. Pero Jesús la defrauda, diciéndole que no le puede ofrecer una familia honrosa (una casa segura) como él quiere; su familia es diferente.
- Deja que los muertos entierren a sus muertos:
«(Jesús) dijo a otro: Sígueme. Pero él respondió: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Y tú ¡vete y anuncia el reino de Dios!» (Lc 9, 59-60; Mt 8, 21-22). La tradición mandaba que los hijos siguieran “sometidos” a los padres, manteniendo así la familia patriarcal. Pues bien, Jesús sabe que es preciso ayudar a los padres necesitados (cf. Mc 7, 8-13; Mt 15, 3-6), pero sabe también que hay un principio superior de Reino, que exige superar la familia patriarcal, para abrirse a todos los necesitados. El postulante desea "enterrar a su padre", manteniéndose bajo su autoridad de familia, en un mundo jerárquicamente organizado. Pero Jesús supera y rompe ese nivel de ordenamiento patriarcal, como muestran las dos palabras fundamentales de su contestación.
Allí donde se impone la autoridad patriarcal del padre de familia no se puede expresar la novedad del reino: triunfa la genealogía, los intereses de los miembros del grupo que se justifican y sostienen entre sí... En contra de eso, sabiendo que es preciso ayudar a los padres en cuanto necesitados, Jesús sabe que lo más importante en la familia son los pobres, es decir, a los marginados, leprosos, huérfanos, enfermos y eunucos (¡y los padres en cuanto necesitados, no como autoridad patriarcal). Por eso se opone al que quiere enterrar al padre, pues ello implica, en aquel contexto, mantener su autoridad genealógica y familiar, en un mundo que reproduce sus instancias de poder. Por eso, Jesús dice que los muertos entierren a sus muertos.
‒ Tú vete y anuncia el reino de Dios. Ese Reino que el discípulo debe proclamar e iniciar implica un orden nuevo de relaciones interhumanas, que rompen (desgarran, superan) la estructura patriarcal, que se expresa en el orgullo de grupo (buenos padres y familias) y en la nobleza genealógica, que la tradición posterior (códigos familiares de Col, Ef y 1 Ped y Pastorales) parecen sacralizar de nuevo. Pues bien, según Jesús, allí donde se quiere anunciar el reino hay que dejar al padre patriarcal, descubriendo y cultivando la presencia de Dios a través de una familia abierta a los pobres y excluidos del mundo, es decir, a los que no tienen padre a quien enterrar.
Odiar padre y madre, una experiencia sobrecogedora.
Posiblemente, la palabra central del pasaje anterior (¡no he venido a traer paz, sino espada!) proviene de un profeta eclesial que habla en nombre de Jesús, en el contexto de la misión posterior, pero expresa bien la novedad radical de su evangelio. La forma en que Jesús llamó y buscó a los marginados (enfermos, pecadores) iba en contra de los lazos más sagrados de un tipo de familia que intenta cerrarse en sí misma, e imponerse a la fuerza, dejando así fuera, sin defensa, a los marginados, carentes de familia. Lógicamente, la forma en que Jesús llama a los pobres y se vincula con los expulsados sociales (sin buena familia) aparece así como un riesgo para las familias poderosas, patriarcales, que buscan defenderse ante todo a sí mismas. Por eso:
Quien ame a su padre o a madre más que a mí no es digno de mí, y quien ame a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí,quien no tome su cruz y me sigue no es digno de mí (Mt 10, 37-38; Lc 14, 25-27).
Mateo ha formulado este pasaje en forma comparativa (quien ame a su… más que a mí),Lucas en forma excluyente (quien no odie a su padre y a su madre...), pero el tema de fondo es el mismo: Jesús aparece en ambos casos como signo y fuente de un tipo distinto de fidelidad familiar. Amar significa ser fiel de un modo radical; no es un puro sentimiento interior, sino gesto radical de fidelidad. En esa línea, un tipo de amor a la propia familia va en contra de la opción de Jesús por el Reino (de su apertura a los excluidos, sin familia).
En ese sentido, Lucas afirma que es preciso odiar, es decir, oponerse a una forma de fidelidad cerrada, a un tipo de familia exclusivista para crear así familias que sean íntimas (de amor cercano) y universales, rompiendo las barreras y muros de una relación que se cierra en sí misma, expulsando a los otros. Por eso, amar a Jesús significa optar por su proyecto de Reino, acogiendo en la nueva familia a los proscritos del buen orden imperante, a los enfermos y expulsados, a los pobres y pecadores. Ciertamente, Jesús reconoce en un plano las relaciones antiguas (padre-madre, hijo-hija…). Pero sitúa por encima de ellas el cuidado por los expulsados y pobres de la sociedad establecida.
Perseguidos por crear nueva familia
Os perseguirán. Éste ha sido el centro de su plan mesiánico, por eso ha encontrado resistencia, y desde ese fondo ha de entenderse su gran crisis de Reino. Habría sido relativamente fácil cambiar el orden militar del mundo, pues lo han hecho los grandes imperios mundiales (cf. Dan 2. 7).
También sería fácil transformar un tipo de religión externa (de poder) o un culto intimista, que cierra a los hombres y mujeres en sí mismos. Lo difícil es cambiar un orden social que se expresa en la familia. Pues bien, eso es lo que Jesús ha intentado, rompiendo (poniendo en riesgo) los modelos de poder social establecido. Por eso, aquellos que le sigan, queriendo instaurar su familia (Reino de Dios) podrán sentirse (y serán) perseguidos por las instituciones dominantes, como muestra un texto clave de la tradición de Marcos, recreado por Mateo:
Perseguidos por el poder socio-religioso: Sanedrines y Reyes: «Guardaos de los “hombres”, porque os entregarán a los sanedrines y os azotarán en sus sinagogas, os llevarán ante gobernadores y reyes» (Mt 10, 17-18; cf. Mc 13, 9). Estos “hombres” que les persiguen son representantes de un orden social vinculado a las sinagogas (religión establecida) y a los gobernadores y reyes (poderes que se imponen por la fuerza, vinculándose con las sinagogas).
- Perseguidos por la familia: "El hermano entregará a muerte a su hermano, y el padre a su hijo. Se levantarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mt 10, 21-22; cf. Mc 13, 12-13). En el lugar de sanedrines-reyes del pasaje anterior (a: Mt 10, 17-18), en la línea del pasaje antes citado (Mt 10, 34-36) aparecen aquí los representantes de la “familia dominante”, que se defienden (defienden su poder, su “dios”) incluso a costa de los otros familiares, sin excluir a los padres.
El poder familiar y social establecido (el sistema) apela a la violencia para defenderse. Por el contrario, la libertadde la nueva familia se expresa y despliega como amor abierto hacia los excluidos, y sólo se puede probar dando la vida, es decir, siendo testigos de ella. Entendido así, el martirio constituye la esencia de la autoridad cristiana, y se identifica con el testimonio de la propia vida, abierta en familia de amor a todos, sin fundarse en funciones o representaciones exteriores.
Sanedrines y sinagogas (sistema judío), gobernadores y reyes (sistema pagano) pueden apelar y apelan con violencia al poder que ellos representan y ejercen para defenderse a sí mismos, porque tienen miedo de la libertad, no de una libertad abstracta, sino de aquella que se expresa en la existencia de nuevas formas de familia (de vida social) liberada, es decir, abierta a los necesitados. Por el contrario, los portadores y testigos de la nueva “familia” de Jesús no tienen más autoridad que su propio testimonio (es decir, su propia vida), sin poderla imponer por la fuerza (pues con ello introducirían un nuevo patriarcalismo); por eso, ellos han de estar dispuestos a sufrir persecución de parte de aquellos que se sienten amenazados, es decir, de los defensores del orden establecido.
Un “martirio consecuente”.
Al renunciar al “poder” que ofrecen las “buenas familias” (con fuertes lazos económicos y sociales), al abrirse desde abajo a todos, los cristianos “muestran” la falta de sentido de esos poderes establecidos, a los que en el fondo condenan.
Ése es, por tanto, un martirio o testimonio vinculado a la ruptura de aquellos que optan por el modelo de familia de Jesús, que al optar por un orden distinto de comunión con los pobres, tiene que enfrentarse con las estructuras dominantes del orden antiguo, que se siente amenazado y quiere defenderse. Esta persecución no es algo ocasional, sino que forma parte de la misma institución familiar de Jesús y de sus seguidores, que quedan de esa forma indefensos, a merced de los poderes sociales familiares y sociales, que pueden actuar de una forma que parece más legal y otra más incontrolada:
‒ Persecución más legal: "El hermano entrega al hermano, el padre al hijo", poniéndole en manos de la autoridad competente, para que le juzgue y/o mate. Estamos aquí ante una ruptura horizontal de hermano contra hermano (se desintegra la fratría) y ante otra vertical, propia del padre que lucha contra el hijo (para defender su patriarcado); pero en ambos casos, la persecución se realiza apelando al poder de la institución social y religiosa, al servicio del sistema. Eso significa que la “familia instituida como poder” (judía, romana o después “cristiana” en sentido impositivo) se alía con las grandes instituciones jurídico-políticas, que se defienden a sí mismas al defender ese tipo de familia
‒ Persecución incontrolada: “Se alzarán los hijos contra los padres y los matarán”. Aquí estamos ante una violencia más directa o inmediata. Estos hijos no instauran un proceso legal, sino que se dejan llevar por el vértigo de la violencia y para instaurar su autoridad linchan a sus mismos progenitores, entendidos como competidores. Así repiten, quizá sin saberlo, un esquema de asesinato primigenio, que aparecen en muchos mitos antiguos donde los hijos matan al padre. El mismo Antiguo Testamento suponen que los hijos pueden condenar y hacer matar a sus padres allí donde abandonan al Dios de Israel (cf. Dt 12, 1-12); en esa línea, estos hijos se alzarán contra los padres allí donde sientan que ellos significa una amenaza contra su seguridad y poder dominante.
Los perseguidos de estos pasajes no son padres o hijos que han abandonado expresamente al Dios de Israel, sino “israelitas nuevos”, seguidores de Jesús que han optado por su familia mesiánica, abierta a los excluidos, por encima del orden establecido de la buena familia sacral israelita. Los perseguidores (que apelan a la violencia legal o actúan de forma incontrolada) se elevan contra el testimonio de aquellos que buscan y crean un tipo de familia abierta a todos, desde los pobres y excluidos, en línea no patriarcalista. En ese contexto podemos afirmar que la familia de Jesús se expande y triunfa porque en su debilidad está dispuesta a morir; no necesita defenderse, ni apelar a la fuerza, pues no quieren imponerse sobre nadie. Frente al poder externo de los perseguidores, los fieles de Jesús poseen la autoridad suprema de la Palabra, que es principio de comunicación que se abre a todos.
Familia no patriarcalista. Nuevos textos de persecución
El orden nacional israelita estaba presidido por sacerdotes y ancianos, cuya autoridad venía garantizada de un modo legal. Ciertamente, esos “padres” del entorno de Jesús no tenían tanta autoridad como en el tiempo de las tribus, pues la habían perdido con la monarquía y el surgimiento del estado organizado. Pero habían vuelto a recibirla, al menos en parte, tras el exilio, con la restauración.
Ancianos y sacerdotes unidos formaban la autoridad natural del judaísmo naciente, como supone F. Josefo. Significativamente se les unían los escribas, vinculados a la Ley. Ésta era la tríada (sacerdotes, ancianos, escribas) del Sanedrín o Gran Consejo, que poseía los poderes sacrales, dinástico-familiares y legales del pueblo. Los ancianos (padres de familias significativas y ricas) eran representantes de la tradición y de la continuidad israelita, en línea de fidelidad a lo ya dado, pero también de poder (como un tipo de razón anamnética). Ellos formaban la jerarquía social: autoridad del varón sobre la mujer, del padre sobre el hijo, del pasado (tradición) sobre el futuro.
1. Contra un tipo de familia establecida. Jesús ha superado la estructura de poder presbiteral, poniendo en su lugar la autoridad carismática de Dios que él ha venido a revelar, y la autoridad comunitaria o dialogada de la fraternidad, desde los excluidos del sistema anterior, sin lugar para presbíteros y padres de familia en cuanto tales, pues ellos representan una tradición que excluye a muchos pobres y una jerarquía que se impone sobre el conjunto del Lógicamente, el movimiento de Jesús resulta fuertemente subversivo, pues introduce un principio de ruptura frente a la autoridad establecida de los presbíteros, representantes del orden establecido:
Los fariseos y algunos escribas procedentes de Jerusalén se acercaron a Jesús y observaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavárselas... y le preguntaron: ¿Por qué tus discípulos rompen la tradición de los ancianos, comiendo el pan con mano impura? (Mc 7, 1-5).
Jesús, el perseguido. En ese contexto se entienden mejor una serie de textos de persecución, que han sido quizá creados por la tradición cristiana, pero que reflejan la historia de Jesús, condenado por un tribunal (sanedrín) donde se imponen los “ancianos dominantes” (la autoridad de un tipo de tradición patriarcal), unidos a los sacerdotes y escribas. La “ley” que condena a Jesús no es simplemente de sacerdotes y escribas, sino una la ley de la buena familia avalada por presbíteros capaces de cumplir las leyes de pureza, a favor del orden tradicional del pueblo:
Y empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía padecer mucho,que sería rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y escribas;que lo matarían, y a los tres días resucitaría (Mc 8, 31)
Jesús ha ofrecido comunión (familia) a excluidos/marginados del orden nacional (pecadores y tullidos, leprosos y hambrientos, eunucos y prostitutas), y es normal que los representantes de un tipo de orden familiar (empezando por los patriarcas) le rechacen. Ha renunciado a la violencia externa, pues no quiere defenderse (crear un nuevo patriarcado) y al hacerlo queda en manos de la violencia del sistema de ancianos, sacerdotes y escribas. De un modo consecuente, en esa misma línea, él ha rechazado un poder genealógico sacral, no para buscar mayor pureza (como en Qumrán), sino para abrir la casa de Dios a todos los humanos.
Jesús ha roto así los esquemas de dominación de la sociedad jerárquica de su entorno (cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-30), creando (¡dejando que surja!) una fraternidad igualitaria y universal donde son importantes los ancianos en cuanto necesitados o personas, pero no son ya garantes poderosos de una tradición establecida, que margina o rechaza a los impuros y pobres. Al actuar así, él no ha roto con los padres como persona, sino todo lo contrario: Precisamente para valorar (salvar) a los padres como personas (como necesitados: Mc 7, 8-13) ha tenido que oponerse a un tipo de patriarcado en el que ellos no actuaban de un modo personal, sino como representantes de un tipo de autoridad impositiva.
Temas especiales, prostitutas
En la “buena familia patriarcal” no hay lugar para eunucos y prostitutas, que han de salir y mantenerse al margen (como si no existieran). Pues bien, en contra de eso, Jesús quiere que la familia empiece precisamente por ellos y por ellas. En esta perspectiva ha de entenderse la “moral” del Sermón de la Montaña, aunque a veces se ha olvidado algo que es obvio y evidente: Jesús no ha distinguido las funciones de varones y mujeres, pues todos aparecen igual como personas, de manera que sus distinciones de género y/o sexo resultan secundarias en ese plano, sin olvidar nunca que los más importantes son los más pequeños, precisamente los utilizados y excluidos por el sistema de poder. Éste no es un dato accidental, detalle del que pueda prescindirse:
‒ Jesús no formula unas tablas domésticas que organizan la vida (familia) desde los más “importantes”. Los textos morales de entonces (de judíos, estoicos etc., incluso los formularios de la iglesia postpaulina: Col 3, 18-4, 1: Ef 5, 22-6, 9; 1 Ped 3, 1-7 etc.), están llenos de mandatos propios para unos u otros, siempre desde arriba. De esa forma ofrecen preceptos donde todo está reglamentado, especialmente para la mujer. Pues bien, Jesús ignora (o deja a un lado) esas distinciones. A su juicio no existe una segunda moral propia de mujeres, sino sola para todos, varones y mujeres, de manera que en el Evangelio resulta impensable un texto como el orden tercero de la Misná (Nashim) que trata básicamente de las mujeres…, y más impensable aún una moral construida desde arriba, para dominar de esa manera a los de abajo.
‒ No hay dos morales, sino una sola, pero siempre desde los últimos.Con su llamada de Reino (gratuidad, perdón, renuncia a la violencia, vida compartida….), Jesús está ofreciendo las bases de un nuevo tipo de familia en el que puedan superarse las funciones cerradas de varones y mujeres, en la línea de lo que dirá Pablo: “no hay varón, ni mujer…” (Gal 3, 28).
En este plano, conforme al evangelio no se puede trazar una distinción por sexos. Ambos son iguales desde el reino y para el reino. Todo intento de crear dos moralidades o de justificar la superioridad del varón, reservando para él funciones personales exclusivas, cuyo acceso está vedado a las mujeres, me parece contrario al evangelio: es un retorno, más atrás del Sermón de la Montaña. En el principio de la “moral de Jesús”, como norma o base universal de Reino, están los excluidos y pequeños (hambrientos y sedientos, encarcelados y enfermos, publicanos y prostitutas; cf. Mt 25, 31-46).
En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas os proceden en el reino de Dios. Porque Juan vino a vosotros en el camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aunque vosotros lo visteis, después no cambiasteis de parecer para creerle (Mc 21, 31-32).
Este pasaje ha de entenderse de un modo radical y consecuente. Publicanos y prostitutas pueden asumir la dinámica del Reino, es decir, la experiencia de la nueva familia de Jesús, abierta a los marginados, en comunión de vida. Por el contrario, los defensores de un tipo de “poder patriarcal” no pueden hacerlo, a no ser que abandonen y superen su dinámica de imposición y dominio sobre los otros. En esa línea, publicanos, prostitutas y eunucos están, en cuanto tales, más cerca del camino de Reino de Jesús, es decir, de la nueva comunión familiar no impositiva.
Jesús vivió en un ambiente de crispación y ruptura que se imponía en Galilea y en el conjunto de la población de Palestina (y del Oriente), trasformada de un modo radical por el proceso de industrialización agrícola (agro-industria). Era un tiempo y lugar de oprimidos (personas que tenían que venderse y se vendían por motivos de trabajo y subsistencia); era un tiempo de “pecadores” (personas que parecían y eran impuras desde las perspectivas de pureza de la élite sacerdotal y desde el nuevo legalismo de los judíos). Era un tiempo de prostitutas (mujeres sin capacidad ni posibilidades de un desarrollo afectivo y familiar que respondiera a las exigencias morales y religiosas de aquel tiempo. Era un tiempo de eunucos, es decir, de personas social y sexualmente marginadas o ignoradas.
En ese contexto se sitúa Jesús, amigos de publicanos y prostitutas, es decir, de marginados sociales y morales (personales), de hombres y mujeres que no tienen ni pueden desarrollar un trabajo propio, ni tener una familia honorable, de manera que viven por un lado “oprimidos” y por otro aparecen como una amenaza contra los “buenos” ciudadanos, siendo objeto de explotación y desprecio de la mayoría de la población. En ese submundo ha penetrado Jesús, haciéndose amigo de publicanos y prostitutas, para iniciar desde ellos y con ellos el camino del Reino de Dios, es decir, un movimiento integral, contracultural, de trasformación humana, en línea de familia “alternativa” (es decir, contraria al orden patriarcal que se impone por la fuerza y se aprovecha de los más débiles).
Conclusión: Celibato de Jesús, familia cristiana
La tradición del NT no ha desarrollado el motivo del posible celibato de Jesús, pues no ha querido responder a esa cuestión (y al tema general de la familia) de un modo académico, sino contando su vida, como han hecho de formas distintas y complementarias los cuatro evangelios, a través de un proceso en el que destacan dos líneas complementarias: (a) El mensaje de Jesús define el sentido de su familia. (b) La familia que Jesús busca define todo su mensaje:
Jesús ha surgido en una familia israelita, de manera y así ha tenido que enfocar los temas de su vida y de la vida de los hombres y mujeres de su entorno desde un ángulo especial de patriarcado (es decir, de sociedad establecida en un contexto legal, con dominio de los padres de familia). Pero, al mismo tiempo, todas sus actitudes y respuestas han de entenderse desde el fondo de su propia opción personal, una opción por la que, asumiendo las posibilidades familiares de Israel, él ha debido replantearlas y superarlas de un modo eficaz, en perspectiva de Reino de Dios.
El celibato de Jesús no ha sido un gesto de negación sino de elevación, al servicio de la nueva familia de los hijos de Dios. Aquí no se plantea, por tanto, un tema abstracto, no se trata de saber si es superior el matrimonio o celibato en cuanto tal(¡ese planteamiento le parecería a Jesús fuera de sentido!). Lo que importa no es el celibato ni el matrimonio como tales, sino la extensión del Reino de Dios.
El celibato de Jesús ha de entenderse a la luz de la ruptura social y familia del entorno.No importa ser célibe para contemplar mejor a Dios, en un contexto de espiritualismo supramundano, sino para encarnarse en el mundo real de su entorno, y para anunciar y preparar el Reino de Dios. Jesús ha querido protestar contra una vida regulada de un modo jerárquico, al servicio de los dominadores del sistema. En esa línea, a través del celibato, él ha podido compartir y comparte la vida de los expulsados sociales, marginados y oprimidos, para impulsar el más alto “matrimonio” del Reino, entendido como unión amorosa de los hombres y mujeres
u celibato concreto va unido a su ruptura familiar (su crítica contra la familia establecida), que forma parte esencial de su mensaje de Reino. Jesús no ha venido a sancionar y ratificar un tipo de estructuras ya existentes, sino a romper las que había (que estaban al servicio de la opresión de los pobres), para crear una familia abierta a todos, en especial a los expulsados del orden social dominante
Este proyecto de transformación de Jesús tiene un aspecto social y otro teológico, ambos inseparables. La presencia de Dios se expresa en un tipo de familia (fraternidad), donde los hombres y mujeres pueden compartir y compartan lo que son y tienen, en gesto de comunión, que sólo puede cumplirse de un modo total por la pascua, es decir, por la resurrección, como seguiremos indicando mañana.