Inmigración Tráfico, Trata. Congreso de la Merced, Poio (1)

Mi ponencia se divide en dos partes.

La primera trata de la Inmigración Tráfico y Trata en el principio de la Biblia, como en un espejo en el que se reflejan y plantean los grandes problemas de nuestra sociedad:. Éxodo, de dónde venimos. Identidad, quiénes son los perdedores: Extranjeros, huérfanos, viudas. Denuncia profética contra la injusticia estructural de nuestra sociedad.  Por tres pecados y cuatro (Amós)

La segunda parte expone los temas actuales desde la perspectiva del NT: Evangelio: No he venido a plantar paz sino espada. Problemática  central, según Pablo:  Trata, asesinato, robo de personas, con la respuesta de Lev 19, 18: Amar al prójimo como a ti mismo, Rom 13. Juicio de nuestra sociedad, desde Mt 25: Tuve hambre, fui extranjero, desnudo, enfermos, encarcelado:

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  1. ÉXODO. NACIMIENTO (esta primera parte de la ponencia aparece con más extensión en una postal de RD y FB donde podrá encontrarse. La reproduzco aquí para facilidad de algunos lectores)

 El AT (libro de los hebreos/judíos conquistadores de parte de Palestina, entre Siquem y Jerusalén) puede titularse Libro de las guerras de Yahvé (Núm 21,14), Dios guerrero que empezó conquistando la tierra de Israel a través de una serie de pactos y guerras de tribus de Israel, que suelen interpretarse en la línea de tres hipótesis, es decir, de tres problemas o tareas:

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Emigración. Los israelitas se instalaron en Palestina poco a poco, como emigrantes pacíficos que fueron creciendo hasta que llegó un momento en que se hicieron más fuertes que los “autóctonos” y se establecieron como dueños de la tierra, no sólo por guerra sino por mestizaje y pactos de coexistencia. Llegaban como nómadas (semi-nómadas) de los desiertos de Siria, Sinaí y la estepa trans-jordana y se hicieron “árbitros” del conjunto social, en pacto o guerra intermitente con otros pueblos también fuertes del entorno (fenicios, filisteos, sirios, moabitas e idumeos).

Algunos escapaban de la esclavitud de Egipto, otros venían por razones económico-sociales, en busca de una tierra donde vivir en “relativa” libertad. Iban llegando en oleadas intermitentes, del XVI al XI a.C., para establecerse de manera en parte pactada en parte de ocupación pacífica en las zonas montañosas de Jude, Samaria, Galaad o la alta Galilea, regiones poco habitadas, instalándose allí, en proceso de sedentarización que les puso en contacto con las ciudades cananeas de la zona costera y los bajos valles palestinos.

El proceso parece haber sido básicamente pacífico. Los cananeos controlaban las rutas comerciales y el poder militar, manteniendo bajo vigilancia a pastores y agricultores. Pero en un momento dado, desde el siglo XI-X a. C., la. balanza del poder se fue inclinando hacia el lado de los agricultores/pastores (pre-) israelitas, a quienes impulsaba además su experiencia religiosa, vinculada al Dios de sus antepasados (pastores y guerreros) y su vida más austera, mientras las ciudades cananeas, arrastradas por la decadencia del imperio egipcio, que ejercía sobre ellas un protectorado colonial, fueron decayendo, pues no tenían fuerzas para oponerse al avance religioso-social de las tribus israelitas, que las fueron absorbiendo, en pequeñas guerras o de un modo pacífico.

Revolución social,  transformación guerra civil. En aquel tiempo los pastores, más que nómadas, capaces de realizar grandes travesías por el desierto, eran trashumantes, moviéndose en un círculo más pequeño y constante de tierra entre la estepa y las tierras de cultivo, como sucedía en otras partes de la cuenca del Mediterráneo. Antes del XIII a.C. (domesticación del camello, razias madianitas) no parece que hubiera invasiones de nómadas lejanos que tomaron posesión de Palestina.

Por otra parte, proto-israelitas en conjubto no eran grandes tribus de nómadas que, habiendo crecido en número, ocuparon el vacío de poder de las ciudades cananeas, sino qu muchos de ellos estaban afincados desde antiguo en el entorno y desde allí pudieron ir apoderándose de la tierra de Canaán a través de una revolución popular que transformó la estructura social del conjunto de la población, a través de mestizaje cultural, social y religioso, con un tipo de guerra civil incluida

-Imposición violenta, guerra de Conquista

– Invasión violenta. Toma como base los datos teologizados de la primera parte del libro de Josué (Jos 1-12 donde se supone que el pueblo, crecido de antemano bajo la opresión de Egipto, va madurado a la vida en lucha, en intensas travesías de desierto, acercándose a los vados del Jordán, como un conjunto organizado, ejército de doce tribus, conquistando por las armas Palestina en tres campañas militares, dirigidas por Josué, aniquilando a los vencidos (sin dejar en vida a ninguno, por prescripción de su dios terrible de la guerra, y repartiendo entre los vencedores la tierra desierta de enemigos (Jos 13-22).

En este contexto se utiliza, en forma de confesión de fe la terrible definición de Dios como “terror de Isaac” (Gen 31, 42); pues el mismo Isaac, a quien su padre Abraham debía haber sacrificado, según la “akedah” de Gen 22, se convierte en durísimo guerrero que sacrifica en guerra a todos los enemigo, hombre, mujeres y niños[1].

Esta perspectiva, desarrollada por la escuela del Deuteronomio y asumida por algunos historiadores y arqueólogos modernos, sobre todo norteamericanos, supone una visión dualista y destructiva de la guerra: Unos pueblos serán eran buenos, y otros, malos; por eso fue necesaria una política de guerra y tierra quemada frente a los perversos, como en la política actual de algunos estados que se creen llamados por un Dios de guerra para expulsar/matar a los “salvajes” indígenas anteriores.

La hipótesis de la conquista suponía que los israelitas formaban ya un pueblo unitario de nómadas militarizados, que tomaron la tierra de Canaán por guerra, viniendo de fuera. En contra de eso, la hipótesis de la migración supone que los israelitas eran trashumantes pacíficos que fueron entrando en Canaán, hasta crecer y adueñarse de las ciudades de la tierra, que habían perdido el poder antiguo, bajo protectorado egipcio (como muestran las cartas diplomáticas del XIV-XII aC., conservadas en Tell Amarna Egipto).

Entre esos proto-israelitas había nómadas estrictamente dichos, pastores trashumantes y campesinos marginales que habitaban en la zona montañosa; otros eran siervos de señores feudales cananeos, aparceros de sus latifundios y mercenarios diestros, habiru, ladrones e caminos y campesinos turbulentos que amenazan el frágil equilibrio feudal de las ciudades egipcias de Canaán, con proletarios militares y otros habitantes dislocadas, que no se habían constituido todavía como pueblo.

De un modo especial influyen los campesinos libres de la zona montañosa central de Palestina donde no había logrado imponerse el poder feudal de las ciudades bajo dominio egipcio. Unos mismos intereses económicos y un tipo parecido de costumbres y creencias les fue vinculando hasta formar el grupo social más significativo de de la tierra. También influyen en el surgimiento de Israel algunos fugitivos de Egipto, representados, quizá, por grupos de levitas y/o antepasados de los benjaminitas y efraimitas, portadores de una ideología sagrada de fuerte libertad. 

Revolución social, ejercito del pueblo, pacto de conquista

Israel se formó, según eso, a partir de unos habiru (mercenarios desclasados), campesinos trashumantes, fugitivos de Egipto, que se fueron vinculando en conjuntos tribales, unidos por consanguinidad y oposición al sistema feudal de las ciudades cananeas (o de Egipto), creando una comunidad (=federación) de tribus, no imperial, pero bien cohesionada en clave económica, social y religiosa.

Las tribus formaron, según eso, una sociedad igualitaria, pero sin estado central, a diferencia de los estados cananeos (bajo “protectorado” Egipcio), dirigidos por un rey y por una clase superior sacralizada con vínculos divinos. Pues bien, las nuevas tribus de Israel, opuestas al imperio militar egipcio, se vincularon ante su Yahvé, su Dios, conforme a un pacto que les obligaba a destruir el sistema imperial, militar y religioso de cananeos y egipcios:

Cuando marche mi ángel ante ti y te introduzca

  • en la tierra del amorreo, del hitita y ferezeo...
  • no adores a sus dioses ni les sirvas, ni fabriques
  • lugares de culto como los suyos,
  • sino que los destruirás; derribarás sus piedras sagradas…Ex 23, 23-24).

Las palabras del texto anterior forman parte de un pacto de conquista, constitución sacral y/o social del pueblo (cf. Ex 34,10-11; Jc 2,1-5; Dt 7 y 20), instituido probablemente en Gilgal, santuario central israelita, cercano a Jericó, que vinculaba a los federados de Yahvé, que se comprometieron a luchar contra los cananeos, destruyéndolos en guerra y destruyendo su sistema socio-religioso, matando a los antiguos señores de la tierra.  

Los israelitas no mataban uno a uno a todos los cananeos, ni arrasaron sus ciudades, como dirá la teología oficial Dtr (deuteronomista), sino que se opusieron básicamente contra la oligarquía cananea y destruyeron, en guerra sagrada, sus signos de opresión, ligados al rey y al culto de sus dioses De todas formas, mirada desde nuestra perspectiva, la conquista israelita de Canaán pudo tener aires de genocidio, como en las conquistas de entonces, un genocidio avalado “pacto de Gilgal”, círculo de las doces piedras sagradas, junto a los vados inferiores del Jordán, cerca de Jericó:

Cumple lo que yo te mando y arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, jebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde entrarás, porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares… Ni tomarás a sus hijas por mujeres de tus hijos, pues cuando se prostituyan con sus dioses, prostituirán a tus hijos (Ex 34, 10-16). 

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Conquista y “genocidio

Conforme al pacto de la conquista y tierra son de Dios y el derecho de Dios es lo primero. Por eso, los israelitas deben arrojar o aniquilar a los antiguos habitantes, en gesto religioso: "para que no te prostituyas", para que no te contamines con la idolatría de esos pueblos. Por eso, "drribarás sus altares, destrozarás sus piedras santas, talarás sus árboles sagrados". El Dios de esta guerra es celoso y fiero: “A los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia” (cf. Ex 23, 30-33; Dt 7, 1-6).

Dios aniquila, por su ángel destructor, a los dueños anteriores de la tierra, pues los no israelitas, enemigos de Dios, no tienen derecho a la vida y propiedad en Palestina. El mismo Yahvé liberador, santo y celoso, que había sacado a los cautivos (hebreos) de Egipto, justifica y promueve la muerte de sus adversarios.

Varios textos antiguos, internamente vinculados (Ex 23,20-33; 34,10-16; Dt 7 y 20; Jc 2,1-5) presentan la conquista de la tierra en ese contexto de pacto guerrero que incluye dos cláusulas correlativas:

1) De parte de Dios, una promesa: ´´Dios introducirá al pueblo en la tierra y ellos, los israelitas, la conquistarán manu militari: Dios promete su ayuda a los israelitas sin condición previa y asegura que Israel podrá ser dueño de todo Palestina.

2) De parte de Israel: compromiso de cumplir los mandatos de Dios y a matar (destruir) a los cananeos, que son los habitantes no judíos de la tierra. Esta segunda obligación tiene un aspecto o fundamento religioso: ”Para que no os contaminen con su idolatría” (Cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, 172 ss).

Una primera versión de ese pacto aparece en Ex 34,10-16: “Yo voy a hacer contigo un pacto... Cumple lo que hoy te mando y yo arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, hebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar, porque sería un lazo para ti. Derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados... Ni tomes a sus hijas por mujeres para tus hijos, pues cuando sus hijas se prostituyen con sus dioses, prostituirán a tus hijos con sus dioses”

El pueblo de Israel se considera, por ley sagrada, dueño de la tierra de Palestina y por eso puede arrojar o destruir a sus antiguos habitantes, según su le sagrado «para que no te prostituyas, es decir, para que no te contaminen con su idolatría», es decir, para que no seas como los cananeos.

Este pasaje nos sitúa ante de una persecución estrictamente religiosa, de tipo genocida: derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados. Los antiguos cananeos son privados de toda base social y sacral, sin posibilidad de ejercer su culto, de vivir conforme a su cultura. Más aún, desde el momento en que religión y cultura van unidas, la exigencia de persecución se traduce en rechazo de todo contacto humano, en un verdadero genocidio:

He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga entrar en el lugar que te he dispuesto. Acátale, escucha su voz, no le resistas, pues no perdonará tu rebelión... Si escuchas su voz y haces cuanto yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y oprimiré a quienes te opriman.

Mi ángel irá delante de ti y te introducirá en la tierra del amorreo, del hitita y pereceo, del cananeo, jeveo y jebuseo a quienes yo exterminaré. No adores entonces a sus dioses ni les sirvas, no fabriques lugares de culto como los suyos. Al contrario, destruirás y derribarás sus piedras sagradas... Los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia. No harás alianza con ellos ni con sus dioses y no les dejarás habitar en tu país, no sea que te arrastren a pecar contra mí, adorando a sus dioses, que serán para ti una trampa (cf. Ex 23,20-33).

Aplicación del Deuteronomio. Una nueva ley para justificar lo hecho

Mosteiro de Poio – Casa Museo Cristóbal Colón

La escuela del Deuteronomio es responsable no sólo de la redacción del libro de su nombre (Dt) sino también de los libros que han narrado de forma unitaria la historia de Israel hasta el exilio (de Josué a 2 Reyes). En todos ellos se mantiene como norma y presupuesto la expulsión o exterminio de los antiguos cananeos o palestinos, autóctonos de la tierra de Israel. La derrota y destrucción (expulsión) es un presupuesto constante de la “ley de Dios”:

“Harás lo que el Señor, tu Dios, aprueba y de esa forma te irá bien, entrarás y tomarás posesión de esa tierra buena que prometió el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos” (Dt 6,18). “Si ponéis por obra los preceptos que yo os mando... El Señor irá por delante, expulsando a esos pueblos más grandes y fuertes que vosotros...” (Dt 11,22-23). (Cf. Dt 12,29; 19, 1 etc.).

Lo que es bendición de Dios y vida de abundancia para Israel, supone destrucción y muerte para los cananeos. El esquema subyacente no es de tolerancia y colaboración mutua sino de enfrentamiento, lucha social y exterminio de los enemigos. Para que uno viva tiene que morir el otro. Lógico será que se le mate y le persiga[2]

Desde esta perspectiva teológica ha redactado el autor de Josué, perteneciente a la escuela del Deuteronomio (Dtr), la historia “canónica” de la entrada de Israel y la conquista en de la tierra prometida. Con recuerdos de las tribus de Efraín y Benjamín, tradiciones de Josué y con “espíritu exigente del pacto o ley de conquista”, han trazado los autores deuteronomistas las líneas básicas de una historia rápida y triunfal de la conquista israelita de Palestina, que siguen tomando como normativa muchos judíos sionistas actuales (2025), no todos los judíos. 

  1. IDENTIDAD DEL ISRAEL, PUEBLO DE DIOS., LOS PERDEDORES

 Conforme a la ley más antigua y significativa de Israel, la identidad del pueblo se define precisamente por los “perdedores” que aparecen en los códigos legales y sociales como privilegiados de Dios.

- Extranjeros, huérfanos y viudas son los representantes de la humanidad que no cuenta, es decir, de aquellos que están fuera de todo sistema de poder, por carencia de derechos y valores estatales (extranjeros), familiares (huérfanos) y sociales (viudas), Ellos son como los "hebreos perseguidos" en Egipto, a los que Dios quiso hacer agentes de liberación sobre la tierra. - Extranjeros, huérfanos y viudas son objeto de las tres opresiones más significativas de la historia humana, según el Antiguo Testamento, vinculados por su falta de los derechos, como he citado en el número anterior. Todas las opresiones del mundo se condensan en estas tres: niños abandonados (sin familia que les proteja), mujeres maltratadas y de los emigrantes sin derechos.

Una serie de textos bíblicos, que están en el centro del libro del Éxodo y del Deuteronomio exigen, por encima de toda otra ley, la protección y bienestar de estos tres tipos de personas.   El "derecho de Israel" no se expresa en la exigencia de dar a cada uno lo suyo (manteniendo el  orden establecido), sino en la exigencia de ofrecer palabra y ayuda a los rechazados de la vida social, a fin de que ellos puedan vivir en libertad y autonomía.  Estos tres colectivos no han de ser sólo objeto de una protección especial, sino que pueden y deben asumir ellos mismos una función activa en la transformación de la sociedad.En esa línea se puede y debe afirmar que sólo ellos, los "oprimidos universales" pueden iniciar un camino de liberación abierto a todos los hombres y mujeres.

Desde una perspectiva cristiana, retomando y aplicando el argumento formulado en este campo por  un pensador judío E. Lévinas (1906-2005), podemos y debemos añadir que estos tres tipos de personas son, en línea de evangelio, los adelantados y portadores del Reino de Dios, es decir, de la Nueva Humanidad. A partir de ellos se puede y debe realizar la nueva “revolución”, trazando las línea básicas de la identidad humana.

  1. Punto de partida

La legislación del libro del Éxodo y del Deuteronomio vincula a los extranjeros con los huérfanos y viudas, es decir, con la población marginada del mismo pueblo de Israel, en la línea del pacto que acabo de plantear (postular) entre los israelitas emigrantes y los segmentos pobres de la población de Canaán, en el establecimiento de la identidad israelita. Éste es un motivo central del Antiguo Testamento, y son muchos los exegetas que piensan que es el centro de toda la Biblia, que presenta a los huérfanos-viudas-extranjeros como portadores de la Salvación de Dios, primera jerarquía de la Iglesia. ‒ Viuda (‘almanah) es una mujer sin riqueza económica o protección social, porque su marido ha muerto o porque ha sido abandonada y queda abandonada, a meced del deseo y/o poder de los otros, sin padres, hermanos o parientes que puedan mantenerla. En aquel contexto patriarcal y violento, una mujer no podía sola, pues la unidad fundante y el espacio base de existencia era la “casa” (familia) y fuera de ella una mujer se hacía prostituta o vagaba sin sentido por la tierra. Desde ese fondo se entiende la institución del levirato (Dt 25,5-10): el hermano o pariente más cercano del marido muerto ha de casarse con la viuda, no sólo para asegurar la descendencia del difunto sino para protegerle (darle casa) a ella (cf. Gen 38; Rut 4).

Bajo ese término de viudas podemos y debemos entender a todas las mujeres que carecen de familia o de protección social, de tal manera que están a merced de los poderes dominantes, y en especial de aquellos que organizan y dirigen la “trata de mujeres”). Ellas forman una parte considerable de los rechazados del sistema, que sigue marcado por la violencia de género y la manipulación sexual. Hay en el mundo millones de mujeres sometidas a un durísimo comercio o trata. Esas mujeres carecen de auténtica libertad, y están a merced de aquellos que las utilizan. Estrictamente, su misma forma de vivir constituye ya una una opresión, un tipo de cárcel.

Huérfano (yatom) menor o persona sin familia donde crecer, es decir, sin protección jurídica, sin espacio de vida social y sin capacidad de desarrollo económico. Por eso está a merced de lo que hagan con él sus vecinos, pues no puede mantenerse por sí mismo. La tradición israelita ha vinculado a huérfanos y viudas, situándoles sobre un mismo campo de necesidades y haciéndoles objeto de cuidado especial por parte del resto de la sociedad (cf. Is 1,23; Jr 49,1; Job 22,9; 24,3; Lam 5,3); por eso dice que Yahvé es Padre de huérfanos, Juez de viudas (Sal 68,6), a quienes toma bajo su protección.

Así Entendidos, los huérfanos (niños y jóvenes sin arraigo familiar, sin protección jurídica y social estricta) se parecen mucho a las “viudas” bíblicas, es decir, a las mujeres que carecen de verdadera autonomía, con el agravante de que son “menores” y pueden ser destruidos como personas, no sólo al servicio de la “trata sexual”, sino de otros tipos de opresión: niños de la calle, niños de la guerra, niños obligados a trabajos de opresión, sin verdadera escuela, sin educación estricta, sin posibilidades de realizarse como personas de una forma digna, afectiva y socialmente madura. Estos huérfanos de las antiguas y nuevas sociedades, son los candidatos más idóneos para la explotación, la delincuencia y la cárcel, especialmente en países donde existe una fuerte descomposición de las tramas familiares y sociales.

‒ Extranjeros o gerim son aquellos que residen (gur) en la tierra israelita, pero que no están integrados en de la institución económica, social y sagrada de las tribus, pues no forman parte de la estructura humana, cultural y religiosa del pueblo de la alianza. No son extranjeros legales en sentido estricto (zar o nokri) pues esos extranjeros conservan el derecho del país del que provienen con sus estructuras sociales, familiares, religiosas, de manera que, aunque vivan temporalmente en la tierra de Israel, mantiene su propia referencia jurídica y nacional, siendo por tanto defendidos por sus países de origen. Por el contrario, estos extranjeros o gerim están en la tierra de Israel, pero sin pertenecer a la estructura jurídica de Israel, y sin tener la protección de sus países de origen. Por eso se dice que estos gerim/extranjeros “peregrinan”, pues no tienen tierra propia, ni defensa jurídica, pudiendo ser expulsados o maltratados, incluso asesinados, sin que nadie les defienda. En esta línea he recordado a los patriarcas de Israel, que peregrinaban por la tierra de Palestina, sin derechos propios, y a los emigrantes de Egipto… y a los hebreos que entraron en la tierra prometida. Ellos constituyen una categoría especial de personas y su integración o rechazo en la estructura socio-religiosa de Israel constituye uno de los temas básicos de la historia bíblica, desde la entrada de los hebreos en Palestina hasta la culminación del proceso formativo del pueblo, tal como se narra en los libros de Esdras y Nehemías. Pues bien, la ley básica de Israel establece en su base, como principio de toda su legislación, la norma más alta de acoger, proteger a huérfanos, viudas y extranjeros.

Ciertamente, desde uns perspectiva de producción/consumo económico, huérfanos‒viudas‒extranjeros aparecen como un tipo de “población pasiva”, a merced de los “buenos propietarios” de la nación israelita, limitándose a recibir, como por caridad, unas migajas de ayuda de la sociedad establecida. Pero en otra línea, desde la perspectiva anterior (de los hebreos oprimidos en Egipto y de la temática del éxodo) podemos y debemos decir que ellos pueden y deben convertirse en el contexto del Antiguo Testamento en depositarios de un pacto superior de humanidad, y en portadores de una revolución más alta del pueblo, de una nueva salida de Egipto.

Legislación básica

En esa línea, los textos que siguen y vinculan a las viudas con los huérfanos y a los extranjeros, como depositarios de la protección de Dios pueden y deben entenderse como principio de una liberación más alta, de un pacto superior de libertad, como indicaré tras presentar en esquema los textos fundamentales: 1.Dodecálogo (=Doce leyes) de Siquem (Dt 27, 15-26). Parece el código más antiguo de la tradición israelita y comienza maldiciendo a los que “fabrican ídolos”, porque destruye la identidad de Dios. En ese contexto añade: «¡Maldito quien defraude en su derecho al extranjero, huérfano y viuda! Y todo el pueblo responda: ¡amén, así sea!» (Dt 27, 19). Esta maldición supone que aquellos que se acercan a Dios y quieren establecer un pacto con él deben comprometerse a respetar el derecho de huérfanos-viudas-forasteros, que aparecen así como "familiares de Dios", sus protegidos.

  1. El Código de la Alianza (Ex 20, 22-23, 19) forma también parte de un texto legal muy antiguo, que incluye diversas normas de tipo social, criminal, económico y litúrgico. Entre ellas está: «No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjero fuiste en Egipto... No explotarás a la viuda y al huérfano... » (Ex 22, 20-21). La ley que exige la ayuda al extranjero queda así avalada por el recuerdo más sagrado de la historia de los israelitas, pues también ellos fueron extranjeros en Egipto. El paralelismo literario que este pasaje ha trazado entre los dos “artículos” supone que los extranjeros (no israelitas) quedan asociados con los huérfanos y viudas de Israel (o de otros pueblos), es decir, con aquellos que carecen de protección legal (social).
  2. ‒ 3. Dt I: solidaridad en la fiesta. El su cuerpo central (Dt 12-26) recoge y sistematiza hacia el siglo VII a. de C., una ley sobre las fiestas: «Celebrarás (la fiesta de los Tabernáculos) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas, y tu esclavo y tu esclava… y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos» (Dt 16,11-12). Ésta es la Fiesta de Acción de Gracias, que los israelitas más afortunados celebran tras la recolección, en el otoño, dando gracias a Dios por la cosecha y la abundancia de la vida. Allí donde los pobres y extranjeros no quedan invitados a ella no se puede hablar de justicia de Dios.
  3. 4. Dt II: solidaridad alimenticia. Para que pueda celebrarse la fiesta compartida, es necesario un gesto de solidaridad económica. «Cuando siegues la mies de tu campo... cuando varees tu olivar… cuando vendimies tu viña no recojas la gavilla olvidada… no rebusques los racimos… déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto (Dt 24,17-22). De pan, vino y aceite vive el hombre; por eso es necesario que quienes tengan esos bienes los compartan con los pobres, expresando así la generosidad del Dios con todos.
  4. Dt III: ampliación espiritual amor al extranjero. En este contexto, recreando un tema que aparece de otra forma en Lev 19 (donde se dice amarás al prójimo, es decir, al israelita), nuestro texto exige amar a los extranjeros: « Yahvé, vuestro Dios... es Dios grande, poderoso y terrible, no tiene acepción de personas, ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al extranjero para darle pan y vestido. Por eso, amaréis al extranjero, porque extranjeros fuisteis en el país de Egipto» (Dt 10, 17-19). La tradición posterior ha destacado la exigencia de “amar al prójimo” o cercano de Lev 19. Pero esta exigencia de amar (de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los emigrantes, huérfanos y viudas nos sitúa en un nivel más alto de justicia y solidaridad.

Éste último pasaje afirma que Dios ama a los extranjeros, es decir, a los hombres y mujeres que no forman parte del pueblo elegido (Dt 10,18), ni tienen una patria o un hogar donde vivir protegidos. Pues bien, los israelitas deberán amar (proteger, ayudar) precisamente a éstos. Esta exigencia de amar (es decir, de recibir en el espacio de vida y familia, de clan y de grupo religioso) a los extranjeros huérfanos y viudas, constituye una de las normas superiores y más significativas de la tradición israelita y de la humanidad. Esa norma exige amar (proteger) al extranjero, superando así toda moral de grupo, en línea política, militar o religiosas. No se dice aquí que ese extranjero deba hacerse israelita de ley o religión, sino sólo que está necesitado, y que ha de ser acogido precisamente porque es un ser humano.

La tradición posterior del NT (Mc 12, 28-34), ha vinculado amor a Dios y amor al prójimo (Dt 6,5 y Lev 19,18), de una manera hermosa pero quizá un poco estrecha, en el caso de que la palabra de fondo (rea’) se entienda en sentido restringido, de miembro del propio pueblo. En una línea más radical, la tradición de los sinópticos podría haber unido los dos textos centrales del Deuteronomio: Dt: 6,5 (amor de Dios) y Dt 10,19 (amor al ger o forastero), mostrando así la relación profunda que existe entre la fe en Dios y la ayuda a los más necesitados como tales, sean o no israelitas. Éste es uno de los testimonios religiosos y sociales más “elevados” de la cultura humana. El Dios infinito (más allá del sistema), que se revela precisamente en los expulsados (huérfanos-viudas-forasteros), que son sus representantes en la tierra. Siguiendo en esa línea se puede elaborar una visión distinta de la mujer (y de los expulsados y necesitados de la sociedad).

Extranjeros, huérfanos y viudas portadores la gran transformación. Una vez que hemos llegado aquí podemos y debemos invertir el tema, en la línea del éxodo, diciendo que son precisamente los extranjeros (con los huérfanos y viudas) los que pueden y deben asumir la iniciativa para transformar (liberar) al pueblo. Sin duda, en un sentido, son los “buenos” israelitas, es decir, los representantes de la sociedad establecida los que deben “acoger” a huérfanos, viudas y extranjeros; pero en otro sentido mucho más profundo son los huérfanos‒viudas‒extranjeros los únicos que pueden salvar‒liberar esta humanidad, porque son ellos, los que están fuera del “todo del poder” (expulsados, derechos) los que pueden rescatarlo de la perdición. Así lo indicó de un modo clásico E. Levinas,uno de los grandes maestros del pensamiento judíos del siglo XX, distinguiendo entre un modelo de totalidad que diviniza el poder del sistema (cosmos, estado, capital e incluso religión establecida) y un modelo de infinito en el que Dios rompe o supera todas las posibles totalidades e ídolos para ponerse al servicio de los pobres, de forma que ellos (sólo ellos), expulsados del sistema pueden abrir un camino de humanidad verdadera.

Los representantes de la totalidad divinizada (idolátrica) son aquellos que interpretan a Dios como verdad del sistema y en aras de ese sistema, sobre el altar de la seguridad sagrada (política, económica, religiosa), pueden sacrificar y sacrifican a los pobres. Conforme a la visión de E. Levinas, el pensamiento, política y economía de occidente ha seguido y sigue ese camino de idolatría asesina, expulsando a los pobres en aras de un Dios Mammón absolutizado.

En esa línea, el pensamiento y la política/economía de occidente (del imperio, del capitalismo) ha puesto a Dios al servicio de su propio sistema, identificando su verdad con la totalidad (es decir, con el orden del sistema). Pues bien, en contra de ese modelo, los profetas (y la legislación sobre huérfanos‒viudas‒extranjeros del Éxodo y del Deuteronomio) han puesto en el centro de Dios (y de los hombres) a los pobres (huérfanos, viudas, extranjeros), es decir, a los expulsados del sistema. Asumo aquí la lectura bíblica de E. Levinas, aunque pienso que él no ha dado el último paso. Ciertamente, es bueno lo que él dice:

‒ Los pobres (huérfanos, viudas, extranjeros) no pueden exigir nada en línea de imposición social, pues en ese plano triunfa siempre el sistema, expulsando a los que no responden a su modelo de vida. Los pobres no pueden imponer nada, pero ellos señalan una presencia superior: ofrecen con su rostro necesitado una huella y camino que conduce a Dios. No hay ninguna razón social para ayudarles, pues el sistema funciona mejor echándoles al margen. Pero hay una experiencia teológica más honda: la justicia de Dios. Quien sepa que el pobre tiene valor definitivo, quien sienta y muestre que el pobre ha de ser acogido y ayudado cree en Dios, porque sólo desde Dios (el infinito que rompe las totalidades opresoras) puede afirmarse el valor definitivo de ese pobre.

‒ Los pobres revelan el misterio de un Dios que les sostiene con su gracia poderosa. Esta es la palabra que está en el fondo de Is 1 y Jer 7, la experiencia a la que apelan los textos citados de Ex 22,20-23; Dt 16,11-12; 24,17-22 y 10,12-21. Fueron signo de Dios en el principio los hebreos oprimidos en Egipto; signo y sacramento de Dios son para siempre los huérfanos‒viudas‒extranjeros de cualquier lugar del mundo. Esto significa que la historia del éxodo es nuestra historia: Dios se manifiesta en los pobres de nuestro entorno, en aquellos que la sociedad tiende a expulsar siempre de nuevo. Se revela Dios y allí debemos encontrarle, abriendo un camino de liberación social.

-Huérfanos, viudas y extranjeros, portadores de liberación.Ellos no son simplemente receptores pasivos de una ayuda que se les ha de ofrecer, sino que, conforme a la dinámica de todo lo anterior, ellos pueden y deben convertirse en principios activos de liberación, en la línea del axioma central del evangelio (la Palabra de Dios se ha hecho carne”, Jn 1, 14), conforme al cual la carne es principio de liberación.

Huérfanos‒viudas‒extranjeros aparecen así como “carne de Dios”, de forma que, en sentido radical, ellos pueden y deben presentarse no sólo con signo pasivo de Dios, sino como “ministros activos” de la liberación. Sigue siendo esencial el mandato de acoger a los huérfanos‒viudas‒extranjeros, pero en un segundo momento (al mismo tiempo) ese mandato se transforma en gesto activo de liberación: Ellos, huérfanos‒viudas‒extranjeros, unidos entre sí por su misma condición de “expulsados” vienen a convertirse por Jesús (el expulsado: cf. Flp 2, 6‒11) en portadores de salvación, pues son los únicos limpios de pecado, precisamente por no estar contaminados con este mundo malo de opresión: como dice en forma en forma de postulado teológico la carta de Santiago, que sólo cita a huérfanos y viudas, aunque es evidente que recoge el tema de los extranjeros (cf. Sant 1, 27). De esa forma van unidos:

En la legislación israelita, las mujeres no tienen identidad jurídica, de forma que reciben la de sus padres, esposos, hermanos o hijos. En ese sentido, una viuda total (sin padre, esposo, hijo o hermanos) es una extranjera en su misma patria, en el sentido más hondo del término, a merced de cualquiera que pueda utilizarlas. Pues bien, bajo el nombre y tema de “viudas” podemos incluir a todas las mujeres marginadas, utilizadas, explotadas, en una línea económica, familiar, sexual e incluso religiosa. No se trata de la mujer sin más (pues hay mujeres muy empoderadas), sino de las mujeres en riesgo de opresión y marginación.

‒ En un sentido profundo, los huérfanos son como las viudas: Carecen de familia, no tienen una “casa” (un grupo social) que les ofrezca identidad y derecho a la vida, siendo así extranjeros en su propia patria, a merced de cualquiera que se aproveche de ellos. No se trata de huérfanos de familias ricas, en sentido particular, sino de todos los niños en riesgo de marginación, maltrato y trata de tipo social, laboral, sexual o cultural. ‒ Finalmente, los extranjeros son como huérfanos‒viudas permanentes, carecen de grupo social, sea en su propia tierra (si no forman parte de la nación israelita), sea fuera de ella. Ellos son, según eso, los testigos privilegiados de una humanidad sin derechos, sin identidad social. Esta vinculación de los extranjeros con los huérfanos y viudas constituye un elemento central de la teología del Antiguo Testamento. Pues bien, estos son los verdaderos “hebreos”, expulsados del todo social, sin posibilidad de apelar a sus derechos, como si no existieran. Pues bien, conforme a la dinámica del Éxodo (de todo el Antiguo Testamento), estos tres segmentos de la población pueden unirse desde su condición de expulsados sociales y humanos, para iniciar un camino de humanización verdadera. Estos tres grupos pueden y deben ser los depositarios de la “revolución del reino”, que no se formula ya de un modo más superficial, como el del “manifiesta comunista” (proletarios del mundo uníos…), sino de un modo radical, diciendo: huérfanos, viudas y extranjeros uníos o, mejor dicho, estáis ya unidos para asumir y desarrollar el proyecto del reino.

Eso significa que los extranjeros no están solos (como una clase aislada de personas), sino que ellos entran en la “clase” o condición de los marginados supremos, con los huérfanos y viudas, de forma que ellos pueden y deben no sólo ser acogidos por la sociedad establecida, sino iniciar con huérfanos y viudas (mujeres necesitadas, maltratadas) un camino activo de liberación. En este preciso lugar se sitúa y nos sitúa Jesús

DENUNCIA PROFÉTICA. POR TRES PECADOS Y CUATRO (AMÓS)

                   Hacia el 750 a.C., habitaban en Canaán (tierra de pastores, agricultores y comerciantes), dos pueblos principales: Filisteos, palestinos de Gaza y de su entorno e israelitas de la montaña. En ese tiempo proclamó su mensaje Amós, primer profeta “escritor” del AT, que condensa el conflicto entre Israel y Gaza/Filistea con una fórmula famosa: Por tres pecados y por cuatro no perdonaré a Gaza, no perdonaré a Israel etc. (Am 1-2).   

      Amós era pastor y campesino (cultivador de higueras), de Tecoa, en la zona de Belén. Desde allí contemplaba el duro panorama de reinos y ciudades de su entorno y condenaba los pecados de sus poblaciones. No distingue en principio entre un pueblo bueno (Israel) y los otros pueblos malos del entorno, sino que presenta y describe con palabras de acusación y condena el pecado de todos (Filistea y Edom, Israel, Siria, Fenicia e Israel) los que emplean la violencia y hacen guerra para dominar a los enemigos). De un modo semejante, las guerras de nuestro tiempo (2026) siguen estando al servicio de poderes político/militares, de imperios-estados y empresas económicas que dominan (compran y venden) poblaciones por intereses de política y dinero, dejando morir de hambre a las poblaciones y condenando a sus pobladoress, en especial a sus mujeres al tráfico y trata de personas. .

      Con ojo certero, a partir de los principios religiosos de la tradición de Israel, Amós descubrió y condenó la “lógica” política, social y monetaria que vincula el comportamiento de los “ricos” de Israel y de su entorno (tratantes de personas y ganado, opresores de pobres), en un momento en que los imperios y corporaciones económicas de oriente empezaban a extenderse por el mundo, dominando a las poblaciones (comprando y vendiendo esclavos, en especial mujeres y niños a través de Gaza y Edom, de Fenicia y Grecia), con la contribución de Israel y de los grandes imperios, militares (Asiria) y comerciales (Tiro).

      En esa línea descubre y muestra Amós la conexión entre injusticia intra‒israelita (ricos que oprimen a pobres) e injusticia universal de pueblos que se enriquecen esclavizando y vendiendo personas, en especial cautivos y prisioneros de guerra (Am 1‒2), bajo un tipo de protección de Asiria que se creía autorizada por Dios para conquistar (oprimir, deportar, colonizar) a otros pueblos de Oriente. Desde ese fondo describe Amos la “lógica” del talión intra-histórico, contra Gaza y contra Israel:

  • Por tres pecados de Gaza, y por un cuarto, no revocaré su castigo:
  • Porque llevó cautivo a todo un pueblo para entregarlo a Edom.
  •  Prenderé fuego al muro de Gaza y consumirá sus palacios.
  •  Destruiré a los moradores de Asdod
  • y a los gobernadores de Ascalón; volveré mi mano contra Ecrón
  • y el resto de los filisteos perecerá, dice Jahvé, el Señor (Am 6, 2-8).

      Amós empieza nombrando a Gaza, una de las cinco capitales filisteas, que habían tomado parte activa en la venta de prisioneros a los edomitas y a través de ellos a otros pueblos oriente. Estamos probablemente en el año 735 a.C. Los asirios de Nínive intentan conquistar Siria-Palestina. Aprovechando la inseguridad de ese territorio, los filisteos de Gaza y de las ciudades del entorno, en la costa del mar Mediterráneos, con la ayuda de los Idumeos de la zonza del Mar muerto, realizan sus “razias” por Judea, haciendo prisioneros, que venden como esclavos en Tiro y a través de Tiro en los reinos del entorno hasta Nínive y Babilonia por un lado y las ciudades griegas por otro.

      El texto habla degâlūth shelēmâh, cautividad completa, para indicar que no quedó ni un hombre que no fuera robado, vendido y comprado en el mercado mundial de esclavos de oriente. En este contexto se entiende el 8º mandamiento, no robarás (Ex 20, 15; Dt 5, 19), que se refiere más que a otros robos de cosas al robo de personas, para esclavizarlas o venderlas. Robo de personas equivale en la Biblia a la muerte, es decir, al asesinato.

      Amós y la Biblia saben que en el fondo de la riqueza de imperios, ciudades y empresas económicas hay un robo/rapto y una trata de personas, que la ley condena con pena de muerte, que no puede cumplir porque son los mismos ricos y gobernantes los que lo patrocinan y dirigen (cf. Ex 21, 16 y Dt 24, 7). Quien roba personas para esclavizarlas, quien oprima a los demás, de cualquier forma, destruye la raíz de la vida humana

  •  Así dice el Señor a Israel:
  • Por tres delitos y por cuatro delitos no perdonaré,
  • porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias,
  • aplastan contra el polvo al desvalido
  • y no respetan el derecho del indigente (Am 2, 6-7).

      Este es para Amós el mayor pecado: Oprimir al pobre (cf. Am 4, 1), corromper la justicia al servicio de los poderosos (Am 5, 12), imponer un tipo de sacralidad que identifica a Dios con la injusticia.       En contra de ese pecado protestan Amós y los profetas (Miqueas, Isaías, Habacuc), afirmando que sociedad que compra-vende a hombres, al servicio del dinero o del poder, se destruye a sí misma, está muerta

  • Por tres pecados de Edom/Amalec y por un cuarto, no revocaré su castigo:
  • porque persiguió a espada a su hermano y violó todo afecto natural;
  • en su furor ha robado siempre, guardando rencor eterno.
  • Prenderé fuego a Temán, consumirá los palacios de Bosra … (cf.Am 1, 12).

      Esta condena de Edom/Amalek por robo de personas constituye un tema central de la historia bíblica, empezando en Amos y culminando, según los cristianos, en Pablo, según Rom 13, donde se vincula  el adulterio, tráfico sexual de personas, con el, asesinato. Amós condena la guerra porque mata y porque implica robo y opresión entre “hermanos” (judíos e idumeos) y con la guerra militar vincula el robo y utilización organizada de personas, en especial de niños y mujeres (especialmente de viudas, mujeres sin protección social o familiar, incapaces de valerse por sí mismas.

      Los judíos (hijos de Judá/Jacob) vivían al lado occidental del Jordán (Mar Muerto), los idumeos/Amalecitas (hijos de de Esaú, hermano de Jacob) vivían al lado oriental, y su capital era Petra, ciudad, excavada en la piedra. Las relaciones entre ambos pueblos “hermanos” estaban llenas de conflictos, recogidos en forma retórica no sólo en el libro de Amós, sino en las profecías   de Abdías y Jeremías.

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