Coptos 2. Reescribir el cristianismo: Aportación eclesial y teológica de Egipto.

He publicado hace tres días la primera parte de un dossier de la revista Tierra Santa sobre los cristianos coptos, poniendo de relieve el origen y rasgos principales de la Iglesia de Egipto.

Paso hoy a la segunda parte, dedicada a la historia de la cristiandad de Egipto, una iglesia de gnósticos, monjes y catequistas, de teólogos y organizadores de comunidades, la primera gran Iglesia culta y comprometida de la Cristiandad. No ha existido quizá en la historia del cristianismo una Iglesia más rica que la de Egipto (con la de Siria), y así quiero destacar algunos de sus rasgos principales.



-- La Iglesia de Egipto ha sido (junto a la de Siria) la gran creadora de la teología cristiana, esto es, del cristianismo como tal. Las dos grandes iglesias "posteriores", las más significativas en clave de poder (la romana y la greco-bizantina) dependen básicamente de la aportación de Egipto y Siria (Alejandría y Antioquía).

-- La Iglesia de Egipto ha conservado los primeros testimonios cristianos (papiros de loe evangelios), con los grande textos (códices escritos) del Nuevo Testamento. Sin la aportación de Egipto no puede entenderse la teología posterior cristiana, con sus riesgos (pura gnosis, arrianismo), pero con sus valores superiores.

-- Las dos grandes disputas intra-cristianas se han dado sobre todo en Egipto: una centrada en la gnosis y la otra vinculada al arrianismo. Egipto ha sido la tierra de las principales "herejías", siendo al mismo tiempo el hogar de las auténticas respuestas evangélicas, de Orígenes y Atanasio,de los monjes y Cirilo.



-- Dependemos teológicamente de Antioquía y Alejandría, y sin embargo, la Iglesia egipcia con la de Siria, han terminado apareciendo como heréticas a partir del 4º Concilio (Caldedonia, 451). Desde entonces la cristiandad se ha hallado dividida en su base, hasta la actualidad, de formas que las dos madres del cristianismo posterior (Egipto y Siria) quedaron de parte de los perdedores.

Esta es la "clave" de la historia fundamental del cristianismo, que hoy quiero poner de relieve, para insistir en la necesidad de revisar creadoramente (no negar) el Concilio de Calcedonia, como supone y quiere desde Roma el Papa Francisco (tema que evocaré en la próxima postal copta).

Imágenes. (1) Iglesia copta, la del río Nilo, abierta hacia Eritrea y Etiopía. (2 y3). Orígenes y Atanasio, dos grandes pensadores de la iglesia egipcia.


5. Una iglesia de experiencia interior y teología

En la línea anterior, desde el principio de su historia, y en especial desde el III d.C., el auge del cristianismo se explica desde el testimonio de vida, sin presiones de tipo militar o político. Los cristianos más antiguos no tuvieron que tomar el poder, sino al contrario, vivieron bajo presión de un Estado impositivo (en régimen de excepción o de persecuciones), pero crearon formas de solidaridad intensa, mientras el imperio acudía a la violencia para mantenerse. Ese primer cristianismo no fue un círculo de sabios ni una escuela de piedad interior, como querían algunos maestros gnósticos, sino un movimiento social abierto a todos, aunque lleno de intensa experiencia y transmisor de cultura, y tuvo grandes pensadores, que definieron toda su historia posterior.

1. Un cristianismo de libros. De los papiros a los grandes manuscritos. El testimonio “físico” más antiguo del cristianismo, no sólo en Egipto, sino en el mundo entero, lo ofrece un fragmento de papiro del Evangelio de San Juan (del año 120/130 d.C.), que nos muestra que en Egipto se leían y copiaban los evangelios cristianos. A partir de ese momento, del siglo II y III, se conservan numerosísimos testimonios de papiros (algunos les llaman “artefactos”) cristianos, encontrados en las arenas o ruinas de Egipto, con textos de los evangelios y/o de libros apócrifos cristianos, de tendencia más “ortodoxa” o más gnóstica, aunque en ese momento (hasta bien entrado el siglo IV d.C.) resulta muy difícil distinguir la ortodoxia y la herejía.

Ésta sigue siendo para muchos investigadores la mayor riqueza de la historia de la “iglesia copta”, que nos ha conservado los primeros testimonio visibles de la existencia del cristianismo como religión, en forma de miles y miles de papiros y pergaminos (siglos II-IV) y después en forma de grandes códices de los evangelios (siglos IV-V).

‒ Desde un punto de vista histórico/cultural y teológico cristiano (de la “gran iglesia”), los testimonios más importantes son los papiros y después los códices del Nuevo Testamento y de toda la Biblia cristiana (edición de los LXX).

(a) Entre los papiros están los más antiguos de los evangelios y del NT (del siglo II-III), que se escribían, copiaban y transmitían en griego (para lectura interna y para “exportación”) y más tarde también en copto (para uso interno, en Egipto). Los más significativos son. Entre ellos están los doce papiros llamados de A. Chester Beatty, llamados así porque fueron comprados por un coleccionista de ese nombre y conservados en la Universidad de Michigan (USA). Contienen nueve textos del AT griego y tres del NT (Mt, Lc, Jn y Hch) de comienzos del siglo III. Son también importantes los papiros de la Biblioteca M. Bodmer, de Suiza, con textos de Jn y Lc, del siglo III-IV d. C. Finalmente, es muy importante es quizá el P52, conservado en la biblioteca de John Rylands de Manchester, que contiene un pasaje del evangelio de Jn 18, escrito hacia el 117.138 d. C. Por otra parte, en las ruinas de la ciudad de Oxirrinco se han conservado una gran cantidad de textos del AT griego y del NT, de los siglos III a V d.C., que siguen siendo estudiados por los especialistas.

(b) De Egipto provienen los tres códices más significativos de la Biblia cristiana: el Sinaítico (del siglo IV, con correcciones posteriores, proviene del Monasterio de Santa Catalina, del Sinaí, conservado en Leipzig, contiene fragmentos del AT y todo el NT); el Vaticano, el siglo V (conservado en la Biblioteca Vaticana, contiene toda la Biblia Griega con el NT y algunos apócrifos; es para muchos el testimonio bíblico más importante de la historia de la cristiandad); el Alejandrino, también del siglo V, conservado en el Museo Británico. Finalmente, podemos citar el Códice Efrén Rescripto (que es un palimpsesto o texto escrito sobre un texto anterior borrado, del siglo V, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París). Estas son la “Biblias Griegas” completas (escritas en forma de libro).

Sin ellos sería imposible un conocimiento crítico de los orígenes del cristianismo. Sólo el Codex Bezae (D), que es posterior y ha sido escrito en griego y latín, puede compararse en importancia a esos tres. Si no fuera por la Iglesia de Egipto no podríamos conocer bien la historia y el texto de los evangelios. Para la tradición textual del AT hebreo, Egipto tiene menos importancia, aunque son fundamentales los manuscritos y textos conservados en la Genizá de la Sinagoga del Cairo, fundada tras la conquista musulmana (año 634 d.C.). Allí se han conservado numerosos textos hebreos utilizados para el culto (y después guardados) a lo largo de siglos.

‒ En un línea de cristianismo ampliado y de cultura religiosa destaca la biblioteca de Nag Hammadi, en el Alto Egipto, con trece grandes códices, de los siglos III-IV, escritos básicamente en copto, de tendencia más gnóstica que ortodoxa, en el sentido posterior de la palabra. Ellos nos muestran el gran impacto cultural del cristianismo egipcio, y en ellos se leen, comparan y comentan textos de filosofía griego, de mística egipcia y de revelación cristiana, algunos tan impresionantes y de tanta enseñanza para los orígenes cristianos como el Evangelio de Tomás y el de Felipe. Esos códices de Nag Hammadi, descubiertos el año 1945, se conservan en el Museo Copto del Cairo, y fueron publicados pronto, primero en edición facsímil, que todos los estudiantes del cristianismo primitivo han debido consultar y comentar. Esos textos han sido editados después en libros comerciales de estudio (traducidos a las grandes lenguas) y siguen (con los rollos de Qumrán, junto al Mar Muerto) el mayor descubrimiento arqueológico/literario de los tiempos modernos. Ellos nos permiten conocer no sólo las diversas tendencias literarias y espirituales de la Iglesia Copta, sino de la Iglesia universal, pues, aunque, conservados en copto son en buena medida traducciones de textos anteriores escritos en griego o en sirio (cuando el latín no era todavía una lengua clave del cristianismo).

2. Un cristianismo de catequistas y teólogos.

En ese contexto de búsqueda cultural y de producción y distribución de textos escritos, a partir del siglo II d. C. surgieron y florecieron en Egipto diversas escuelas de tipo catequético y teológico. En esa línea se puede afirmar que la gran teología cristiana propiamente dicha nació aquí, especialmente en Alejandría, donde el cristianismo vino a convertirse en objeto de estudio y pensamiento. Ni en Roma ni en Constantinopla hubo por ese tiempo (siglo III-IV) una teología comparable. La escuela “asiática” (de Éfeso) había declinado ya. Sólo en Antioquía (en el entorno sirio) surgió una escuela teológica semejante a la de Alejandría, aunque más ligada al estudio literal de los textos, menos especulativa.

La escuela de catequesis de Alejandría fue la más importante del cristianismo primitivo, algo así como la primera “facultad de teología” de la historia de la Iglesia, que, en algunos sentidos, no ha sido superada todavía (pues seguimos viviendo de la gran tradición del Logos encarnado, en la línea del pensamiento de Orígenes y de Atanasio). Alejandría, la ciudad de la Biblioteca y del estudio universal de los saberes (filosofía y filología, geometría y ciencias físicas…), fue también la capital de la catequesis cristiana (y de ella dependen otras escuelas catequéticas, como la de Cesarea de Palestina.

De esa escuela (llamada Didaskálion, o centro de enseñanza) habla con admiración Eusebio de Cesarea, y dice que fue fundada por San Marcos (Historia ecclesiástica, 2, 16; 5, 10: PG 20, 454; cf. también Jerónimo, De viris illustribus, 3, 36). Aquí se empezó a estudiar y exponer el cristianismo en un sentido “científico” (es decir, razonado). Se dice que el primero de sus maestros fue Panteno (120-200), quizá originario de Atenas, pero que fundó su escuela en Alejandría, donde había ido a enseñar como filósofo, convirtiéndose al cristianismo, para erigir allí su “centro de educación cristiana. Entre sus maestros (sin contar a los grandes obispos, Atanasio y Cirilo, de los que hablaré después) han de citarse:

‒ Clemente de Alejandría (± 150- 220). Fue de los primeros pensadores cristianos, y supo vincular el cristianismo con la filosofía griega. Sus obras básicas son tres, que marcan el desarrollo del cristianismo egipcio y mundial. (a) Protréptico, donde dialoga con la filosofía y la religión griega, presentando al Logos de Dios (encarnado en Jesús) como simiente de vida que habita en todos los hombres. (b) Pedagogo, donde expone la ética cristiana, en línea estoica, pero poniendo de relieve que el verdadero maestro de moral es el Logos de Dios, encarnado en Cristo. (c) Las Strómata (Misceláneas) forman un manual de perfeccionamiento cristiano, es decir, de catequesis, dirigida a todos los creyentes, donde insiste en la necesidad de comunión entre todos los seres humanos.

‒ Orígenes de Alejandría (185-254). Fue exegeta, filósofo y teólogo alejandrino, quizá el más radical de los pensadores cristianos de todos los tiempos. Interpretó el mensaje de Jesús y la vida cristiana con categorías de tipo neoplatónico, pero adaptándolas de un modo personal. Quiso fijar el texto bíblico, y para ello preparó una edición del conjunto (políglota) de la Biblia (Antiguo Testamento, el Nuevo no estaba aún fijado), en seis columnas (por eso se llamaba Hexapla) ordenadas así: (1) Texto hebreo. (2) Texto hebreo en caracteres griegos. (3) Version griega de Aquila. (4) Versión griega de Símaco. (5) Septuaginta o LXX. (5) Versión griega de Teodoción. Ésta es un obra cumbre de la filología y de la cultura religiosa de todos los tiempos, y no ha sido superada hasta la publicación de las nuevas políglotas modernas (a partir de la Complutense, de Alcalá de Henares, bajo patrocinio del Cad. Cisneros, el año 1520).

La obra teológica cumbre de Orígenes es el Peri Arjôn (Sobre los principios), conservada en gran parte sólo en latín (De Principiis), una de las mayores aportaciones del pensamiento cristiano y universal. Quiere ser fiel a la “regla de fe” de la iglesia (credo), pero asume la tarea de exponerla en forma razonada. Encontró bastante oposición, y muchos, pasados casi tres siglos, en el Concilio de Constantinopla II (año 553), condenaron dos de sus teorías principales: (a) La preexistencia de las almas, que tendrían realidad propia antes de “encarnarse” en los hombres). (b) La apocatástasis, o reconciliación/restitución final (universal) de todos los seres en Dios. Pero esas teorías pueden y deben interpretarse rectamente en su contexto cultural y religioso. Ellas contienen quizá el mayor legado del pensamiento cristiano de Egipto a la teología universal cristiana.

‒ Dídimo el Ciego (310-393). Teólogo y educador cristiano, ciego desde su juventud, dirigió la Escuela Catequética de Alejandría durante más de cincuenta años (del 340 hasta su muerte). Fue defensor del credo de Nicea y de la teología de Atanasio. Pero, al mismo tiempo, mantuvo algunos aspectos significativos de la teología de Orígenes (preexistencia de las almas y apocatástasis), por lo que fue condenado por algunos concilios, apareciendo así en las listas “oficiales” de herejes, como en el Sínodo de Letrán del 649, que le pone al lado de «Sabelio, Arrio, Eunomio, Macedonio… Pablo de Samosata, Diodoro, Teodoro, Nestorio, Teódulo el Persa, Orígenes y Evagrio» (DH 519; cf. además los concilios de Constantinopla del 553 y del 681 y el de Nicea del 787). Esta desgraciada condena ha impedido que la mayoría de sus escritos se hayan transmitido y valorado como se merece. De su gran producción se conserva sólo el Liber de Spiritu Sancto, un libro de teología y experiencia espiritual, que nos introduce en la dinámica de la vida trinitaria, dejando que la imagen de Dios llegue en nosotros a su pleno desarrollo (se conserva la versión latina de Jerónimo).

6. En torno al Concilio de Nicea: Arrio (256-336) y San Atanasio (295-377).

1. Arrio.

De origen probablemente libio, Arrio (256-336) fue presbítero y teólogo de la Iglesia de Alejandría, y se le recuerda como promotor del mayor cisma (herejía) que, partiendo de Egipto, dividió la iglesia universal en el siglo IV y V. La discusión comenzó en torno al 319 cuando Arrio acusó a su obispo Alejandro de seguir la doctrina de un tal Sabelio (que tendía a identificar al Hijo con el Padre). Condenado por su obispo, Arrio buscó la protección y ayuda de otros obispos, iniciando una larga disputa que se extendió a casi todas las Iglesias. Hasta aquel momento, los cristianos afirmaban sin gran dificultad que Jesús era Hijo de Dios, vinculado al Padre, pero sin precisar mejor sus relaciones. Pues bien, retomando y formulando de modo riguroso una visión latente en tiempos anteriores, y elaborando de manera “lógica” unos principios platónicos, Arrio forjó tres afirmaciones que marcaron desde entonces (por contraste) la visión ortodoxa de Jesús:

‒ Jesús es una creatura excelsa, Hijo de Dios, pero creado por el Padre partiendo de la nada, de manera que no forma parte de su divinidad, es decir, de su ousia o sustancia, sino que posee una realidad inferior aunque muy excelsa, siendo intermediario entre el mundo y Dios.
‒ Jesús ha sido creado en el tiempo, de manera que hubo un momento o, quizá mejor, una “eternidad” en la que el Hijo no existía, pues él no forma parte de esa eternidad de Dios, esto es, de su identidad divina, sino del transcurso de la historia de los hombres.
‒ Jesús es divino en sentido general, un ser excelente o elevado, primera de todas las creaturas, pero su divinidad es diferente a la del Padre, de manera no conviene llamarle Dios verdadero. El problema de fondo es el sentido en que la palabra “divinidad” puede aplicarse a Dios y a Cristo.

Arrio ha sido el “hereje” cristiano más significativo de todos los tiempos, y su doctrina (el arrianismo) constituye una forma lógica y piadosa de entender a Jesús, como intermediario entre Dios y los hombres, en una línea que podría aceptar el judaísmo (y que ha desarrollado más tarde el Islam). Pues bien, en contra de eso, el Concilio de Nicea (325) señaló que la actitud más propia de los cristianos no es la sumisión/sometimiento, sino el amor mutuo entre iguales, con la identidad de naturaleza entre al Padre y el Hijo.

Los arrianos parecían muy religiosos, pues afirmaban que la actitud más propia del hombre (y de Cristo) es el sometimiento ante Dios. En oposición a eso, el concilio de Nicea, convocado por el Emperador Constantino en su Palacio de Nicea (cerca de Constantinopla), declaró que Cristo tiene la naturaleza de Dios Padre (es de su misma ousia), fijando así para siempre la identidad del cristianismo.

2. Atanasio de Alejandría (295-377).

Arrio fue quizá el mayor de todos los herejes, creador de un movimiento que reconocía a Jesús como salvador, pero no como divino. Pues bien, significativamente, la primera y más honda respuesta contra el arrianismo provino también de Egipto, y ha sido formulada por San Atanasio, el más importante de los defensores de la divinidad de Jesús, el más opuesto a Arrio. Atanasio fue un genio del pensamiento cristiano, que surgió y vivió en una Iglesia donde la discusión teológica había llegado a ser la ocupación más urgente y apasionada de miles de personas.

‒ Asistió al concilio de Nicea (323), como diácono y secretario de su obispo Alejandro, a quien sucedió en la sede (328), y su doctrina posterior está en la base de la interpretación ortodoxa y de confesión de fe de la Iglesia universal. Fue claro en la defensa de la divinidad de Jesús, y actuó con sinceridad, aunque algunos historiadores afirman que se excedió en sus procedimientos para restablecer la unidad y disciplina de su iglesia, en contra de otros pensadores y obispos.

‒ Fue platónico y cristiano. A su juicio, al encarnarse, el Hijo de Dios ha asumido no sólo la “naturaleza individual” de Jesús, sino que elevó a Dios (en Dios) toda la “naturaleza humana” (hoy diríamos la historia). Arrio ponía de relieve el carácter creado de la humanidad de Cristo. En contra de eso, Atanasio ha destacado la unidad del hombre con Dios en Cristo.

Atanasio no fue un teólogo aislado, ni un obispo separado, sino un teólogo del pueblo, capaz de enfrentarse con las autoridades imperiales de Constantinopla y de luchar contra la mayoría de los obispos de la cristiandad que, en un momento determinado, entre los concilios de Nicea y de Constantinopla I (325-381 d.C.) parecían inclinarse al arrianismo, negando así la divinidad estricta de Jesucristo.
En contra de ellos, en medio de grandes persecuciones, Atanasio defendió el credo del Concilio de Nicea, de manera que se ha podido afirmar, con cierta exageración, pero con un fondo de verdad, que en aquel momento sólo había en el mundo un verdadero cristiano, defensor de la divinidad estricta de Jesús, que era Atanasio, y que gracias a él podemos ser cristianos todos los restantes, hasta el día de hoy.

La disputa sobre al arrianismo ha marcado las dos grandes iglesias y teologías de oriente y del conjunto de la cristiandad (antes del triunfo posterior de la Iglesia Constantinopla y de la extensión del primado universal de la Iglesia de Roma): La iglesia de Alejandría, que en la línea de Atanasio pone de relieve la divinidad de Jesús; y la de Antioquía, que, sin negar la divinidad, insiste más en su humanidad. En ese contexto, Atanasio aparece como un hombre clave, como defensor radical de la confesión de Nicea, y así podemos presentarle como representante y testigo de la fe de en el Cristo Logos (Cristo Dios), antes de la división posterior de las iglesias.

7. Después de Nicea. San Cirilo y el concilio de Éfeso

Atanasio logró afianzar la fe en la divinidad radical de Jesús. Pero después las cosas se complicaron. Asumiendo la doctrina del concilio de Nicea, pero queriendo salvaguardar la diferencia entre la realidad divina y la humana de Jesús, algunos obispos de Oriente, vinculados a Nestorio, monje de Antioquía, nombrado Patriarca de Constantinopla (el año 428), tendieron a separar las dos naturalezas de Jesús, afirmando que María podía ser madre de Cristo (Christo-tokos), pero no del Hijo de Dios (Theo-tokos). Desde ese contexto se puso de relieve el gran enfrentamiento entre las dos iglesias y escuelas teológicas más importantes de la cristiandad:

La iglesia y escuela teológica de Alejandría utilizaba una exégesis o lectura bíblica de tipo más alegórico, y acentuaba el carácter divino de Jesús, como logos de Dios, pero quizá pudo correr el riesgo de entender su humanidad como algo derivado (secundario).
‒ La iglesia y de Antioquía insistía en la lectura literal de la Biblia y destacaba la humanidad de Jesús, pero podía acabar separando lo humano y lo divino, como si fueran en principio dos realidades distintas, que sólo se vinculan de un modo derivado.

1. Éfeso (431), un concilio discutido. Esas dos escuelas se opusieron entre sí de diversas formas, y, para superar las diferencias, el emperador Teodosio II convocó un Concilio que se celebraría en Éfeso (431). Los partidarios de Cirilo de Alejandría empezaron reuniéndose y condenaron a Nestorio (de la línea de Antioquía), quien se negó a participar hasta que llegaran los defensores de su línea teológica, con Juan de Antioquía y los legados del Papa Celestino I de Roma, que lo hicieron unas semanas más tarde. Los representantes de Roma y de Antioquía pidieron que se abriera de nuevo el Concilio, para discutir las cuestiones y llegar a un acuerdo compartido, pero los partidarios de Cirilo, con la ayuda del emperador, pensaron que no era necesario convocar de nuevo la asamblea, de manera que se mantuvo como definitivo el texto anterior:

Porque no nació primeramente un simple hombre (Jesús), de la Santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que el Verbo, unido desde el seno materno (a la carne), se sometió al nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esa manera ellos (los Padres del Concilio) no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios (=Theotokos) a la Santa Virgen (Concilio de Éfeso).

Con esas palabras, el concilio de Éfeso (dirigido por Cirilo), acentuó la divinidad de Jesús, de manera que algunos pensaron que dejaba en la sombra o negaba su humanidad. Éste es el principio de lo que se llamará después el “monofisitismo” de la iglesia copta de Egipto, según el cual Jesús tendría sólo una naturaleza, que es la divina.
El tema de fondo era la manera de entender la humanidad de Jesús. Los obispos de tendencia nestoriana (antioquena) preferían decir que la Madre de Jesús era Christotokos, engendradora o madre del Cristo Hombre, pero no del Verbo o Hijo eterno de Dios. Por el contrario, Cirilo y sus partidarios (de la escuela de Alejandría) la llamaban Theotokos, es decir, Madre del Verbo/Dios encarnado.

Los nestorianos corrían el riesgo de separar al hombre Jesús y al Hijo de Dios. Los partidarios de Cirilo de Alejandría (en la línea posterior de los monofisitas de Eutiques) parecían, en cambio, negar la verdadera humanidad de Jesús, haciendo que quedara absorbida (y en el fondo superada) en lo divino. Así se formularon las dos grandes “herejías” cristológicas que existen todavía, pues puede seguir habiendo nestorianos entre los cristianos de origen sirio, en la línea de Nestorio, y eutiquianos monofisitas (seguidores de Eutiques) en la línea de la iglesia de Egipto.

2. Las cuestiones de fondo.

Teología siria y teología egipcia. El dogma de Éfeso (431) ratifica la encarnación del Hijo de Dios, y podría haber sido aceptado por los antioquenos, pues defiende la humanidad de Dios (de Cristo), y no lleva en sí al monofisitismo. Pero fue impuesto sin verdadero diálogo entre las iglesias y condenaba de un modo impositivo a Nestorio, patriarca de Constantinopla, sin haber intentado hacer justicia a sus razones de fondo. Por eso, en vez de ser fuente de reconciliación entre las Iglesia vino a convertirse en principio de nuevas controversias, que desembocarían y se resolverían, aunque sólo en parte, en el Concilio de Calcedonia (451), aceptado por la Iglesia bizantina ortodoxa (de Constantinopla) y la Iglesia latina católica de Roma (y rechazado, al menos en su forma externa por las iglesias de Antioquía y de Alejandría).

En ese fondo se puede afirmar que quedaron sin valorarse y asumirse, es decir, sin resolverse las cuestiones radicales de los nestorianos (Antioquía), con las naturalezas “separadas” de Jesús, y las de los eutiquianos (Alejandría), con la experiencia más honda de la encarnación del hijo de Dios. Sólo en este contexto se pueden y deben reformular los valores y riesgos de las dos iglesias “vencidas” (la de Alejandría y la de Antioquía), que son las que representaban las dos “teologías” originarias de la cristiandad:

‒ Riesgo y valor de Nestorio (Antioquía): Cristo hombre unido a Dios. Eran muchos los que defendiendo ideas cercanas a Nestorio, parecían separar la humanidad y la divinidad de Jesús, como si fueran dos realidades (dos prosopa/personas), dos rostros separados de Cristo. Ellos querían poner de relieve la humanidad de Cristo, salvando su realidad histórica, pero al hacerlo parecían negar la unidad radical de Cristo (Hijo de Dios y hombre verdadero). En esa línea, desarrollaron una “cristología desde abajo”, más cercana al judaísmo y quizá a la misma sensibilidad de muchos cristianos actuales (año 2017). Pero su postura no fue bien entendida (y quizá era difícil de entender), de manera que lo que podía haberse tomado como una tendencia teológica acabó siendo condenado como herejía. Desde entonces, a pesar del intento de solución del concilio de Calcedonia (451), las iglesias dependientes de Antioquía han tendido a tomarse como duo-fisitas, partidarias de las dos naturalezas “separadas” del único Cristo.

‒ Riesgo y valor de Cirilo (Alejandría): El Verbo de Dios encarnado en Cristo. Muchos pensaron que, al oponerse a Nestorio, Cirilo de Alejandría, representante de la Iglesia de Egipto, había caído en el error opuesto, diciendo que Jesús sólo tenía naturaleza divina (era el mismo Logos divinoencarnado), y que su humanidad era algo secundario, conforme a una sentencia condenada por los obispos antioquenos: «En Cristo sólo hay una única physis, que es la naturaleza encarnada del Logos de Dios» (mia physis tou theou logou sesarkomênê. Cf. Cirilio de Alejandría, Epíst. 17; 46). El problema se agravó cuando, tras la muerte de Cirilo (444), Eutiques, monje y archimandrita de Constantinopla, empezó a sostener abiertamente que la realidad o naturaleza humana de Jesús quedaba absorbida por la divina, de manera que, de un modo abstracto, se podía hablar de dos naturalezas, pero en concreto sólo había una, pues la naturaleza humana quedaba disuelta (elevada y negada de hecho) en la divina. En esta línea parecía moverse el mismo emperador.

Esa propuesta de Eutiques, que desarrollaba de un modo extremo (herético) algunos supuestos de la teología de Cirilo y de la escuela alejandrina, tuvo gran repercusión en las iglesias, siendo rechazada por Flaviano, Patriarca de Constantinopla y por los obispos de tendencia antioquena (sínodo de Constantinopla, año 448). En ese contexto, el emperador Teodosio II, de tendencia monofisita, convocó otro Concilio General en Éfeso, el año 449, al que muchos llaman latrocinio, pues dicen que fue manejado por Dióscoro, sucesor de Cirilo y Patriarca de Alejandría, imponiendo a la fuerza unas doctrinas monofisitas, de modo que los soldados de la guardia imperial agredieron incluso a los obispos de la línea opuesta, entre ellos a Flaviano, Patriarca de Constantinopla, que murió como resultado de los golpes recibidos. Pareció que triunfaban las doctrinas monofisitas de Eutiques, apoyadas de un modo especial por los alejandrinos.

3. San Cirilo de Alejandría (370-441).

En este contexto deben recordarse las doctrinas del último y quizá el más grande de los pensadores de la Iglesia “helenista” antigua (de lengua griega) de Egipto. Cirilo es un hombre clave, pues a él reconocen y veneran por igual tanto los ortodoxos de Constantinopla (iglesia bizantina), como los católicos de Roma (iglesia latina) y los coptos posteriores de Egipto, de forma que él puede constituir el lazo de unión de esas tres grandes iglesias (dejando ahora a un lado el tema de los nestorianos de la línea antioquena, a quienes habría que incluir en el mismo diálogo).

Cirilo fue teólogo y obispo alejandrino, el más importante después de Atanasio, y puede considerarse de algún modo como el gran pensador de la Iglesia de Egipto. Está vinculado al Concilio de Éfeso (431) y a la preparación de Calcedonia (451). Fue defensor de lo que será la ortodoxia de la Gran Iglesia frente al arrianismo y, sobre todo, frente a Nestorio, que tendía a separar las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo. Pero resaltó de tal forma la divinidad de Jesús y se opuso con tal fuerza a los teólogos y obispos de Antioquía, dejando el tema de la humanidad quedara en un segundo plano, que algunos le acusan de haber influido en el mantenimiento de las dos grandes “herejías” que aún dividen las iglesias orientales: el monofisismo de aquellos que le han seguido de un modo literalista y el nestorianismo de los que se han opuesto a su modelo teológico y eclesial.

‒ Cirilo fue un hombre enérgico, en todo el tiempo de su ministerio como Patriarca/Papa de Alejandría (año 412-544). Quiso ser dirigente de una iglesia fuerte, capaz de oponerse a los competidores de su entorno, es decir, a la administración imperial, muy debilitada en Egipto y a los intelectuales paganos de Alejandría, que acabaron perdiendo en su tiempo el influjo que habían tenido.
‒ Sus reflexiones de tipo cristológico y trinitario (aún siendo a veces ambiguas) constituyen una de las cumbres del pensamiento cristiano (y filosófico) de todos los tiempos. Lo que él dice sobre la unidad de lo humano y divino en Cristo forma parte de la más alta reflexión de occidente (en línea filosófica y teológica), en clave de superación de una lógica racional de tipo aristotélico. Pero su tendencia al radicalismo ha influido no sólo en la pervivencia de la tendencia nestoriana (que quiere insistir en la humanidad de Jesús), sino también en un tipo de riesgo monofisita, pues el pensamiento de Cirilo, tomado de un modo menos matizado puede entenderse en esa línea.

8. Concilio de Calcedonia (451) y ruptura de la unidad de los patriarcados.

Éste es para algunos el gran concilio de las iglesias cristianas, y sus declaraciones han sido aceptadas por los cristianos latinos (Roma) y los bizantinos (Constantinopla). Pero ni los antioquenos ni los egipcios (los alejandrinos y los coptos) aceptaron su formulación, fundada en un “Tomo” o Declaración enviada por el Papa León I de Roma al concilio de Calcedonia.

Ha de confesarse que hay un solo y mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios, verdaderamente hombre…; se ha de reconocer que hay un solo y mismo Cristo que es Hijo, Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, sin que se borre en modo alguno la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partida o dividida en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo… (Denzinger-H. 300-303).

Parece una declaración equilibrada, que intenta resolver los problemas contrapuestos de las dos grandes iglesias de oriente (Antioquía y Alejandría), y de alguna forma logra su objetivo, pero lo hace desde el exterior de las partes en disputa, sin escuchar de verdad a esas dos iglesias, de manera que su declaración puede entenderse como un pacto de las iglesias de Roma y Constantinopla, que se unen entre sí para imponerse sobre el resto de la cristiandad.

En ese sentido, el Concilio de Calcedonia es un concilio aún no terminado o, mejor dicho, aún no ratificado (=recibido) por el conjunto de la Cristiandad. Esa declaración del Concilio acepta los valores y condena (al menos de un modo formal) los riesgos de los monofisitas y de los nestorianos, trazando las líneas fundamentales de la teología y vida de las iglesias posteriores. Pero lo hace de un modo “político”, sin aceptar (hasta el día de hoy) los valores de fondo de los antioquenos/sirios y de los coptos/egipcios.

‒ Con Cirilo y los alejandrinos (coptos), Calcedonia dice que en Jesús hay sólo una persona, sin división ni separación, poniendo así de relieve la unidad e identidad de Jesús: “Uno y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo”. Desde esa perspectiva añade que en Jesús no puede darse “ni división ni separación”, recogiendo así las tesis egipcias de Atanasio y Cirilo, pero sin llevarlas a un tipo de consecuencias extremas, sin afirmar que en Cristo hay sólo, de hecho, una “naturaleza”, la divina, pues el Verbo de Dios no absorbe la naturaleza humana, como si sólo quedara al fin el ser de Dios, sino que, en contra de eso, supone y dice que el mismo Verbo de Dios hace posible el surgimiento de la humanidad de Jesús.

‒ Con Nestorio y los antioquenos (sirios), Calcedonia añade que en Jesús hay dos naturalezas, sin confusión ni cambio. Muchos habían acusado a Nestorio y a los antioquenos de “separar” esas naturalezas, de tal forma que ellas se entendían como dos “personas”, unidas entre sí de un modo externo. Pues bien, en contra de eso, el Concilio afirma que las dos naturalezas se mantienen como tales, sin confundirse ni mudarse una en la otra, pero unidas en Jesús, hijo de Dios, que es perfecto en la humanidad y perfecto en la divinidad. De esa manera, en contra de aquellos que podían pensar que la humanidad de Cristo se hallaba separada de la divinidad, el Concilio afirma que, siendo distintas, las dos naturalezas se hallan unidas en la única persona del Hijo de Dios Jesucristo.

En un sentido, Calcedonia es un buen concilio, pues ofrece un punto de partida para el diálogo entre las iglesias. Pero en otro sentido, es un Concilio que no ha logrado expresarse plenamente, recogiendo la verdad más profunda de las diversas partes en litigio, de manera que necesita ser actualizado.

Al oponerse a los pretendidos extremos de las posturas anteriores (monofisismo y nestorianismo), Calcedonia ha ofrecido un camino de “solución”, pero quizá en un sentido sólo “formal”, pues se limita a trazar los límites en los que debe situarse el sentido de Jesús, como hombre y como Dios, sin precisar más en concreto los rasgos propios de la naturaleza divina de Jesús y de su historia humana. Entendida así, esta solución no recoge los auténticos valores de las dos “teologías” opuestas, la de los sirios (más duo-fisitas) y la de los egipcios (más mono- o mio-fisitas).

En un sentido, Calcedonia ha ofrecido una buena solución, aceptada básicamente por las iglesias imperiales (greco-bizantina de Oriente y romano-latina de Occidente). Pero esas dos iglesias no estaban implicadas desde dentro en el tema de fondo de la experiencia cristiana y de la teología más profunda de los Padres Sirios (con Juan Crisóstomo) y de los Egipcios (con Atanaso y Cirilo). En esa línea, el concilio de Calcedonia ha marcado el comienzo del fin de la unidad de los cristianos, de manera que, de un modo consecuente y dolorosísimo, los herederos lógicos de los alejandrinos y de los antioquenos (los cristianos más radicales de la antigüedad) han terminado fuera de la Gran Iglesia, formando comunidades que se han venido llamando no calcedonianas (pues no aceptan Calcedonia). Ciertamente, la visión teológica y social de esas dos iglesias tiene riesgos y así lo hemos venido poniendo de relieve:

‒ Los cristianos coptos de Egipto (y de Etiopía) han corrido el riesgo de tomarse como “monofisitas”, en una línea que deriva de Cirilo y Eutiques. Ellos han insistido de tal manera en el carácter divino de Jesús que parecen haber minusvalorado su carácter humano.
‒ Muchos cristianos que recogen la tradición de Antioquía, de origen sirio, han terminado siendo nestorianos, y así se han extendido durante siglos por oriente, llegando a la India y a China. Sus adversarios les acusan de separar en Jesús las dos naturalezas, la divina y la humana, como si no estuvieran radicalmente unidas en la persona del hijo de Dios.

Sea cual fuere la forma de entender su declaración fundamental, con este concilio de Calcedonia (año 451) se decidió en el fondo la suerte posterior de las iglesias de Oriente (y en especial de la copta). Tras haber sido condenado en Calcedonia, el Papa (=Patriarca) Dióscoro de Alejandría, fue desterrado por orden de Marciano, emperador bizantino, que nombró un nuevo Patriarca, llamado Proterio, con el encargo de imponer en Egipto las declaraciones del Concilio de Calcedonia sobre las dos naturalezas de Cristo.

La mayor parte de los cristianos de Alejandría y de Egipto se opusieron a esas declaraciones y sobre todo a la imposición del emperador bizantino, no sólo por causas religiosas, sino también sociales, pues religión y sociedad se hallaban profundamente unidas, y los cristianos (y habitantes de Egipto en general) se sentían oprimidos por los bizantinos. En este contexto de persecución (promovida por emperador bizantino) y de rechazo (por parte de algunos cristianos “coptos” de Egipto) se produjo el choque más importante, que tuvo lugar el año 457 (a los seis años del concilio de Calcedonia). Los “mono-fisitas” (en griego mio-fisitas), que serían partidarios de la única naturaleza divina del Verbo Encarnado destituyeron (y asesinaron) al patriarca Proterio (que era calcedoniano) e impusieron en su lugar a Timoteo II Eluro (que era mío-fisita).

Ese nuevo Patriarca (Papa) T. Eluro condenó (=excomulgó) a los patriarcas de Constantinopla y Roma, iniciándose así una ruptura o “cisma” que en algún sentido ha pervivido hasta los tiempos actuales, a pesar de que, como he señalado al principio, tanto los papas de Roma (Pablo VI y Francisco) como los de la Iglesia Copta (Amba Shenouda III y Twandros II) han levantado las excomuniones (1973 y 2017). En ese contexto se produjo una gran división o cisma que se mantuvo de algún modo y se amplió con la conquista árabe del año 641, cuando empieza a desaparecer de hecho el patriarcado “ortodoxo” de Alejandría (vinculado al imperio bizantino) y queda sólo (en algún sentido hasta el día de hoy) el patriarcado “copto”.

La historia de ese desencuentro es compleja y no puede estudiarse al detalle, pues hubo varios momentos en que existieron dos patriarcados paralelos: El “ortodoxo” (de obediencia bizantina y tendencia duo-fisita, según el concilio de Calcedonia), con sede en Alejandría y el copto (de tendencia mio-fisita), contrario al concilio de Calcedonia, que residía en un monasterio

9. Iglesia copta, el comienzo de una división.

Como he señalado, la separación o “independencia” de la iglesia copta comenzó con el concilio de Calcedonia, pero ella sólo se consolidó en los siglos posteriores, a lo largo de una historia que está definida por la ruptura del imperio bizantino y después, fundamentalmente, por la conquista árabe (641 d. C.) y la implantación del Islam. En ese contexto, con el fin de imponer su autoridad sobre las diversas partes del Imperio y lograr la unión del mundo cristiano, el año 482 el emperador Zenón había promulgado un Decreto llamado de la Unión (Henotikón), escrito por el patriarca de Constantinopla (Acacio) y dirigido a los obispos, monjes y fieles de Alejandría y Egipto en el que acepta los tres primeros concilios (Nicea, Constantinopla I, Éfeso), con los doce Anatematismos de Cirilo de Alejandría contra los nestorianos, declarando sin valor el Concilio de Calcedonia (451), que no habría resuelto los problemas en litigio:

El emperador Zenón… a los reverendísimos obispos, al clero y a los monjes de Alejandría, de la totalidad de Egipto… Puesto que sabemos que una única fe correcta y verdadera es el principio, el sostén, la fuerza y la armadura invencible de nuestro reino… Ésta es la fe del Símbolo de Nicea el único en el que tenemos confianza y por lo tanto lo defendemos en nuestro reino [...].
Anatematizamos a Nestorio y a Eutiques puesto que tenían una manera de pensar contraria al Símbolo citado, y admitimos los doce capítulos [anatemas] enunciados por Cirilo de santa memoria, que fue obispo de la santa iglesia de Alejandría [...]. (cf. B. Llorca, Historia de la Iglesia católica, I, BAC, Madrid 1964, 522 ss.

Pero este decreto no logró contentar ni a los “monofisitas” de Egipto ni a los “duo-fisitas” de Siria, abriendo un nuevo cisma religioso y social en el imperio. Los coptos de Egipto se sintieron nuevamente heridos, descubriéndose cada vez más separados de los intentos de unión que proponía Constantinopla, que eran de tipo más político que puramente cristiano.

Años después, el emperador Justiniano I (527-565) quiso restaurar el Imperio Romano desde Constantinopla y pensó que para ello era necesario unificar la fe de todos los cristianos, convocando para ello un nuevo concilio, el de Constantinopla II (553) que debería ofrecer un compendio de la fe, condenando todas las herejías anteriores, entre ellas las de “Nestorio y Eutiques, Teorodo y Platon, Maniqueo, Epicuro y Marción” etc. (cánones 11 y 12; cf. Denz-H. 421-438). Pero la condena era demasiado general y se dirigía tanto a Platón y Epicuro (que eran filósofos) como a Nestorio y Eutiques, aunque de ella (la condena) se dirigió de un modo especial a la pretendido “teología monofisita” de los egipcios (sin conocerla y valorarla desde dentro), ahondando así la división que ya existía entre la iglesia copta y la iglesia imperial de Constantinopla.

Esta nueva declaración de la fe, formulada desde una perspectiva política (en un Concilio que ha sido aceptado como canónico por la iglesia católica de Roma, pero no por la iglesia copta), no logró conseguir sus objetivos. Ciertamente, había existido y sigue existiendo un problema teológico de fondo entre las iglesias, una sensibilidad religiosa distinta, que es más unitaria en Egipto (coptos) y más dualista en Siria (tendencia nestoriana). Pero el problema básico empieza a formularse y quiere resolverse de un modo político, pues las iglesias de Antioquía y de Alejandría no aceptaron la solución de Calcedonia como tal, pues a su juicio, era impuesta por el emperador bizantino (con la aprobación al menos implícita del Papa de Roma).

Justiniano estaba decidido a marcar jurídicamente las líneas de la ortodoxia cristiana que él, como emperador, quiso imponer, para lograr así la unidad de su imperio, dentro de un espíritu jurídico y “romano” (propio de un político empeñado en compilar y unificar el Derecho Romano de su imperio). Pero esa teología unitaria, impuesta por ley política más que por diálogo y experiencia de fe compartida (en amor mutuo entre las comunidades, como quiere el discurso del Papa Francisco de Roma el 28 de abril de 207), no logró vincular de forma duradera a los diversos patriarcados, pues los grandes problemas de fondo siguieron sin resolver.

Ciertamente, la sede patriarcal de Constantinopla seguirá siendo importante, y se mantuvo por siglos, no sólo mientras existió el imperio (hasta el 1453), sino después, actuando como signo y foco de unidad de las iglesias. Más aún, esa sede extendió su influjo hacia el norte y hacia el este de Europa (con la conversión de los eslavos), igual que la de Roma se extendió por occidente, pero las cristiandades del Sur (Egipto) y del Este (Antioquía) se separarán de la ortodoxia bizantina y romana (al menos implícitamente), manteniendo su tradición de fe en medio de grandes dificultades, ante la “invasión” musulmana, que ellas en parte aceptaron y saludaron como protesta contra un tipo de dictado del Imperio que no había resuelto sus problemas.
En ese sentido, este tiempo de separación y de ruptura respecto a la “unidad de fe” que quería imponer el imperio bizantino (e implícitamente Roma), abrió un camino de profundización de la fe cristiana en Egipto, en un proceso en el que pueden destacarse varios factores:

‒ Cristianización del conjunto de la población. A partir de ahora (siglo V d. C.) el grueso de la población de Egipto abandona rápidamente el paganismo anterior y se hace cristiana, con la transformación de las tradiciones milenarias y del culto de los templos paganos, que se vacían y destruyen, convirtiéndose en iglesias cristianas. Esa conversión del conjunto de Egipto se realizó de un modo progresivo, de un modo casi natural, como descubrimiento y aceptación de la novedad del evangelio que, evidentemente, se adapta a las condiciones culturales y sociales de la población autóctona.

‒ Triunfo progresivo de las tradiciones coptas. En este contexto pierden importancia y se van abandonando las ciudades helenistas, mientras va desapareciendo la administración bizantina, de manera que el conjunto del pueblo del campo (o de las pequeñas poblaciones) retoma el idioma copto (derivación del egipcio antiguo) como lengua popular, cultural y religiosa. En esa misma línea, sin el “control” dogmático de los bizantinos y de los romanos, se va imponiendo de hecho un tipo de monofisitismo, que es más devocional que puramente dogmático (como indicaba con toda claridad la Declaración Común firmada por el Santo Padre Pablo VI y por Su Santidad Amba Shenouda III (10 mayo 1973). Ciertamente, a Jesús se le venera como Dios, pero se sabe que es Dios haciéndose hombre (se acepta su encarnación y su naturaleza humana).

Ese triunfo de la iglesia copta no se toma como una revolución (=rechazo de lo anterior, ni siquiera como una reforma, en la línea protestante…), sino más bien como una recuperación más honda de la tradición propia, que se supone ininterrumpida desde el tiempo del evangelista San Marcos. Los coptos afirman así que ellos no han cambiado, sino que (de cambiar) lo han hecho los otros (los bizantinos o los romanos), pues ellos se han mantenido fieles a la tradición antigua de su iglesia, que se siente apostólica y autónoma, creada por el evangelista Marcos, discípulo de Pedro. Ciertamente, la Iglesia Copta sigue aceptando la gran tradición griega o helenista del principio, con Atanasio y Cirilo, pero ella insiste en que su identidad más honda se ha transmitido en idioma copto (que seguirá siendo hasta hoy el idioma de su liturgia). En esa línea, la tradición de la Iglesia copta sostiene que el Patriarcado de Alejandría, separado del resto de los patriarcados, ha preservado minuciosamente la creencia y doctrina cristiana en su forma más antigua y pura, entregándola de generación en generación, sin cambios, conforme a la doctrina y los ritos apostólicos.

En ese contexto se dieron otras circunstancias de tipo político que iban a cambiar radicalmente la historia de Egipto y del oriente. La primera fue la conquista de los persas, que se adueñaron de Egipto entre el 619 y el 629 d. C. Ciertamente, ellos fueron derrotados más tarde por los bizantinos, que conquistaron de nuevo la tierra de Egipto, pero doce años después (el 641/642) llegaron los árabes musulmanes para quedarse hasta el día de hoy. Los bizantinos habían logrado vencer a los persas, cuyo imperio se hallaba también envejecido. Pero ni unos ni otros (ni persas ni bizantinos) estaban preparados para defenderse frente al embate de los árabes, unificados de un modo social y religiosa por Mahoma.

El año 628 Mahoma había conquistado la Meca, y a su muerte, el 630, los soldados del Islam se hallaban en pie de guerra para conquistar el oriente, debilitado y dividido entre bizantinos y persas. Comenzó así una historia meteórica de expansión de los musulmanes que fue en parte militar y en parte pacífica (muchas poblaciones de Siria e incluso de Egipto les recibieron amistosamente, pensando que ellos iban a liberarles del yugo bizantino).
Así cayeron en un año (638) las dos ciudades “madre” de la antigua cristiandad (Jerusalén y Antioquía), lugares de Jesús, de Pedro y Pablo. Unos años después (641/642) cayó Alejandría, sede teológica esencial de la antigua iglesia de Orígenes, de Anastasio y de Cirilo. En general, los egipcios cristianos aceptaron bastante bien a los musulmanes, sintiéndose de esa forma liberados de la imposición bizantina, para crear así una iglesia independiente (sin injerencia imperial), abandonando básicamente el idioma griego y centrándose en el copto.

Durante varios siglos (del VII al XI) una mayoría de la población de Egipto siguió siendo cristiana, manteniendo su lengua (copto) y su tradición religiosa sin grandes cambios. Sólo después de las cruzadas (a partir del siglo XII/XIII) la influencia árabe y musulmana se fue haciendo más fuerte. Se fue perdiendo el idioma copto (conservado sólo en la liturgia) y una parte considerable de la población fue dejando al cristianismo, para convertirse al Islam.
En ese contexto resulta fundamental (y debe ser estudiada con extensión, en otro contexto) la visita de San Francisco de Asís a Egipto, en medio de la Quinta Cruzada, entrevistándose en Damieta con el Sultán Malik al-Kamil, nieto de Saladino, el año 1219. Esa entrevista puede ser un signo de reconciliación o, al menos, de entendimiento de cristianos y musulmanes en Egipto, y así debe recordarse.

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