Domingo 28 II 10. Transfiguración o metamorfosis de Jesús (... con Avatar de fondo)

Esa palabra (trans-figuración) es una traducción parcial (y poco acertada) de la palabra griega metamorfosis, que emplean los evangelios de Marcos y Mateo, con toda la carga religiosa y filosófica que lleva, no sólo en la cultura griega, sino en los mitos de muchas religiones de oriente (hinduismo, budismo). Por eso quiero hablar aquí de la Meta-morfosis, como elemento central de la experiencia de Jesús el Cristo (es decir, de la vida cristiana)
En esa línea, hablar de la meta-morfosis de Jesús en Marcos o Mateo significa evocar el ansia de trans-formación de casi toda la humanidad, desde los tiempos más antiguos que conocemos hasta una película tan actual como la de A. Cameron, Avatar (con un tipo de meta-morfosis, que resulta hermosa, pero, a mi juicio, acaba siendo más limitada que la de Jesús).
El tema de Avatar nos arraiga en la Madre-Eva-Pandora naturaleza (a la que nosotros, occidentales ricos y poderosos, corremos el riesgo de matar); por eso nos parece buena su llamada. La Metamofosis de Jesús nos invita no sólo a la fidelidad a la naturaleza, sino a transformarla y transformarnos en un camino de amor abierto a la resurrecciòn. La vida cristiana es una meta-morfosis, no destrucción de la natureleza, sino cumplimiento generoso de lo que está en el fondo de ella.

He decidido escribir este post partiendo del evangelio de Marcos (que está al fondo de toda la temática), pero aludiendo también al de Lucas, que hoy se lee en las iglesias católicas. Quiero invitar a mis lectores a que lean con mi comentario las aportaciones muy valiosas de dos amigos, que escriben en el fondo sobre el mismo tema, desde perspectivas diferentes, pero que podrán ayudarles a situarse en el camino de la metamorfosis de todo lo que existe. Lo que vivió Jesús en su Tabor (y lo que vieron los "tres" de aquel día) lo seguimos viviendo nosotros.
Koldo Aldai: http://blogs.periodistadigital.com/tierraliberada.php (kaixo, Koldo)
Fray Melchor: http://www.feadulta.com/index.htm (vamos a dar el salto, Melchor)
Buen domingo a todos.
Textos
Marcos 9, 2 Y seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, les subió a solas a un monte muy alto y fue transfigurado ante ellos. 3 Y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
Lucas 9, 28b-30 (Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió)
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Experiencia básica
Y seis días después… Posiblemente alude al Día de Dios (sábado o domingo), pasados seis días de la escena anterior, la de Cesarea de Felipe, con la “confesión” de Pedro y la revelación de Jesús (el camino de dar la vida por el Reino). Ha pasado la semana de los días de la creación, llega el día séptimo de la gloria de Cristo.
Tomando a solas a Pedro, Santiago y Juan. Estos tres son signo de la historia de Jesús, su grupo de intimidad; ellos son, al mismo tiempo, el testimonio de la iglesia pascual, de la experiencia de la resurrección, abierta a todos los seguidores de Jesús (cf. 16, 1-8), pero centrada en tres especiales, que son símbolo de totalidad.
Les subió a un monte muy alto… Es como si les hiciera “ascender” con él (anapherei), a un monte (horos, sin artículo). Desde la zona de Cesárea de Filipo tiene que ser el Hermón, el monte más alto de la gran cordillera, entre Galilea, Fenicia y Siria. Pero, desde la perspectiva de Galilea (donde parece que seguimos estando por lo que sigue), puede y debe tratarse, simbólicamente, del Monte Tabor, que además es famoso en la historia del Antiguo Testamento, porque allí se fraguó la gran victoria de Israel (en tiempos de Débora y Barac) sobre los cananeos sobre (Jc 4, 1). La tradición cristiana ha situado allí la transfiguración desde el siglo IV (cf. Cirilo de Jerusalén, Cath. 12, 16, y Jerónimo, Epist. 46,12). Sea como fuere, el monte que fue lugar de llamada (3, 13), aparece como lugar de revelación y metamorfosis.
Y fue transfigurado ante ellos. La palabra clave del relato es metemorphôze (fue transfigurado o metamorfoseado, en pasivo divino) ante ellos. Se trata de un término que es casi técnico en griego (e incluso en latín) y que evoca las transfiguraciones o cambios de figura que asumen (padecen) los dioses y seres divinos, tomando diversas formas para presentarse y actuar. En esa línea se sitúa la obra clásica de Ovidio (Las Metamorfosis), escrita el año 7 d.C., en la que se narran, partiendo de las obras clásicas de Homero y Hesíodo (del conjunto de la mitología de Grecia y Roma), los cambios o “transfiguraciones” de dioses y héroes, desde el principio hasta el tiempo de Julio César (pocos años antes de Cristo). Toda la realidad es, según eso, una “metamorfosis” incesante de todo lo que existe, dentro del continuo sagrado de la realidad, donde dioses y hombres se vinculan (sin diferencia esencial).
Y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrante… Marcos no dice nada del cambio del rostro de Jesús (a diferencia de Lucas 9, 29, quien significativamente omite la palabra metamorfosis, por sus implicaciones paganas), o de alguna de sus partes (como la mirada, cf. Ap 2, 18; 3, 18), sino que se fija sólo en sus vestidos, que se vuelven blancos, es decir, de color de cielo (cf. Ap 3, 18; 19, 14). De esa manera sigue la tradición del Antiguo Testamento, por ejemplo en Is 6, 1, donde se dice que el profeta vio a Dios, pero sólo se fija en su manto). También el joven de la pascua de Mc 16, 5 tendrá el vestido blanco.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Se les aparecieron a ellos (a los tres videntes), no a Jesús. En torno a Moisés y Elías se ha movido gran parte de la historia de Jesús. Sobre la interpretación de Moisés (la Ley) ha venido discutiendo Jesús con los escribas, desde Mc 2, 7, pasando por 3, 22 y 7,1, hasta culminar en 14, 53. Sobre la relación de Elías con Juan Bautista y con Jesus ha tejido Marcos su evangelio (desde 1, 2-3, pasando por 6, 15; 8, 29 y 9, 11, hasta 15, 35). Ellos representan la identidad de Israel, es decir, la Ley (Moisés) y la profecía (Elías), vinculadas en su raíz y señalando que el camino de Jesús, rechazado por otros como peligroso para la identidad y esperanza israelita, cumple en realidad esa esperanza.
Jesús asume y culmina de esa forma el camino y testimonio de Moisés y Elías Él no se identifica con ninguno de ellos, no es Moisés ni es Elías, es alguien distinto, el Cristo, Hijo de Dios, pero cumple y culmina la función que ellos han iniciado, de forma que “conversa” con ellos. Mirados desde esa perspectiva así, Moisés y Elías realizan la misma función de Isaías y el Bautista en 1,1-11: ofrecen testimonio, abren un camino de esperanza. Pero la palabra creadora y la revelación definitiva provienen directamente del Dios que engendra a Jesús (1,9-11) o le declara como Hijo delante de sus discípulos (9,7), cumpliendo y desbordando de esa forma las funciones de Moisés y Elías.
Esta es ciertamente una escena de contraste. Las autoridades oficiales y sagradas de Jerusalén (escribas-sacerdotes-ancianos) van a condenar a Jesús en nombre de Dios (cf. 8,31). Pues bien, ese mismo Dios avala a Jesús llamándole su Hijo, y así lo reconocen los representantes verdaderos de Israel (Moisés y Elías). Por eso, la Iglesia de Jesús que ha escrito y que acoge este pasaje viene a presentarse como auténtico Israel, como heredera de todas las palabras de la ley y profecía (Moisés y Elías), frente a los judíos no cristianos que, en el fondo, habrían rechazado a sus padres verdaderos
Pedro, Santiago y Juan descubren así a Jesús arriba, en la montaña de la gloria, culminando el camino de Moisés y Elías, con quienes él conversa (êsan synlalountes: estaban dialogando). Posiblemente, en su origen, el texto evocaba una experiencia de resurrección: brilla sobre Jesús la gloria de Dios en la montaña de su pascua, en la que culmina todo el camino de Israel. Pero, como seguiremos viendo, esa transfiguración pascual sólo tiene sentido (y sólo se realiza) en el camino que lleva a la entrega de la vida; por eso, Marcos ha querido situar esa escena en el momento clave del camino de Jesús, cuando él ha decidido tomar un camino de entrega de la vida a favor de los demás, poniéndose en manos del Dios de la Vida.
Esta escena, radicalmente histórica (¡muestra el sentido más hondo de la historia!) se encuentra en el centro y principio de la experiencia cristiana. Por eso podemos y debemos situarla en el trasfondo de uno de los motivos más profundos de la historia de las religiones y de la cultura de todos los tiempos.
1. Metamorfosis greco-romanas (de Hesíodo a Lavoisier). Dioses y hombres se transforman, en el interior de un gran “todo divino”, donde rige, en clave sagrada, una gran ley de la naturaleza, formulada por A. L. Lavoisier (1743-1794): “nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”. La ciencia moderna estudia esas transformaciones en un plano técnico-material. Religión “pagana” y magia (gran parte del esoterismo actual) han querido y quieren fijar el carácter espiritual de las transformaciones, y así pueden hablar de la metempsicosis (o metamorfosis de los espíritus o almas).
2. Avataras de las religiones de oriente… En un plano, en parte, semejante al anerior se sitúan muchas experiencias y/o formulaciones de las religiones orientales (sobre todo del hinduismo, pero también del budismo), que hablan de las manifestaciones sagradas de la divinidad o del misterio (Visnú, Shiva, el Dharma, lo Búdico…) en algunos seres privilegiados como Krisna, Rama o Gautama Buda. En sentido estricto, el que se metamorfosea no es el hombres, sino lo divino, que toma forma (apariencia) humana, para así ayudar a los hombres y mujeres en el camino de su divinización o liberación.
3. Avatar, un símbolo actual. Uno de los grandes acontecimientos mediáticos del año 2009/2010 ha sido la película de J. Cameron, titulada precisamente Avatar, en la que expone con símbolos de fondo pagano y bíblico (Eva…), oriental y occidental, la posible tragedia de una humanidad técnica que ha perdido su vinculación con la naturaleza sagrada (la interconexión/metamorfosis que todo lo vincula), por un deseo esquizofrénico de dominio técnico, enriquecimiento idolátrico y muerte. Avatar es un canto a la gran Metamorfosis, que se concreta en las vinculaciones (sinapsis) sagradas que vinculan a todos los vivientes, dentro del Todo sagrado (que es la Madre).
Pues bien, desde este fondo podríamos destacar, de un modo esquemático, algunos rasgos sobre la “metamorfosis” de Jesús en Mc 9, 2-9 (cf. Mt 17, 1-13 y Lc 9,28-36), destacando su identidad cristiana.
1. Es muy posible que, al emplear esa palabra (metemorphôtê), Marcos quiera situar la experiencia de Jesús en el trasfondo religioso más amplio de su tiempo, pero destacando, al mismo tiempo, la identidad cristiana de esa experiencia, desde las raíces israelitas (Moisés y Elías) y desde el camino concreto de Jesús. A su juicio, sólo se puede hablar de metamorfosis en perspectiva pascual, allí donde un hombre (Jesús) asume y despliegue su camino de Reino, en fidelidad hasta la muerte, al servicio de los otros.
2. La misma palabra metamorfosis (aceptada por Mt 17, 2, desde un contexto más judío) ha suscitado el recelo de Lucas, que se no atreve a utilizarla y sólo habla de un cambio en el rostro y vestidos de Jesús, en un contexto de oración (cf. Lc 9, 29); de esa manera ha entendido Lucas la experiencia de fondo más cristológico de Marcos (que evoca una trans-formación total de Jesús y del mundo). Sin negar lo anterior (sin emplear la palabra meta-morfosis), Lucas entiende esa experiencia a modo de cambio interior, en oración, lo que es muy valioso (lo más importante), pero que quizá resulta insuficiente.
3. En esa línea de Lucas se mantiene la tradición latina cuando, siguiendo la traducción Vulgata (transfiguratus est coram ipsis, Mc 9, 2), habla de la Trans-figuración y no de la Meta-morfosis de Jesús. La palabra transfiguración es buena, pues nos invita a trascender el plano de las figuras. Pero el cambio o desbordamiento (meta) de la morphê a que alude texto griego de Mc 9, 2 (y de M 17,2) va más allá del cambio de figura que evoca la traducción latina, pues la figura se aplica a la realidad más externa, como sabe muy bien el texto paralelo de Flp 2, 7, cuando distingue la “morphê” (que es forma-realidad) de Jesús y su “skhêma” (que es su figura). Es muy posible que el traductor de la Vulgata y la liturgia latina hayan tenido miedo de utilizar la palabra latina que hubiera sido más adecuada: trans-formatio (trans-formación, cambio de forma-morphê, no de simple skhêma/figura). En griego, morphê o “forma” (como saben bien todos los que han estudiado por ejemplo el hyle-mophismo de Aristóteles) no es la figura externa, ni siquiera la “materia” (que es hyle), sino realidad más honda, esto es, la esencia. Por eso, la meta-morfosis no es un cambio de forma externa o figura, sino un cambio esencial, una “mutación” radical
4. La experiencia cristiana de la metamorfosis de Jesús (y de aquellos que creen en él) nos sitúa, según Marcos, cerca de aquello que Pablo y su escuela han explorado al hablar de la transformación radical de la vida, que se expresa de un modo privilegiado en Jesús. Así, por ejemplo, en el himno de Flp 2, 6-11 se dice que Jesús ha tomado la “morphê” o forma/esencia de siervo, para realizar su tarea (en una línea de verdadera encarnación, no de apariencia). Pues bien, según eso, Jesús ha realizado la obra de Dios (siendo aquel que vive en morphê Theou, forma/esencia de Dios) por haber asumido la morphê doulou, forma/vida de servidor, entregándose así por los demás. Éste es el argumento que está al fondo de 1 Cor 15, 35-58, donde se habla de la gran trans-formación de la vida humana, que se realiza en Cristo, una meta-morfosis que puede y debe compararse a la que se produce (en otro nivel) en las semillas de las plantas, que se siembran y mueren y así “resucitan”.
5. En el fondo del relato de la metamorfosis de Jesús en Mc 9, 2-8 está la experiencia de la gran trasformación pascual de la humanidad y del cosmos entero (cf. Rom 8, 18-30), que es el centro de la fe cristiana. Esa meta-morfosis de Jesús (su avatar) es mucho más que lo que busca y dice Cameron, en su famoso film, pues no es un retorno a un tipo de “madre” naturaleza antigua (Eva, Pandora), de la que venimos, sino creación pascual de aquello que aún no somos. En un sentido, Cameron tiene razón (corremos el riesgo de matar a la Madre naturaleza). Pero en otro se queda muy corto: la meta-morfosis de Jesús nos lleva a futuros aún no explorados, ni imaginados…, en línea de creación pascual, a través de un amor que es capaz de dar la vida por los demás.