25.3.21. Encarnación de Dios, humanidad del hombre: Esencia del cristianismo

Hoy (25.3), nueve meses antes de Navidad, celebramos la Encarnacíón de Dios (que es la fiesta de la humanidad del hombre). Esta fiesta se llama también la Anunciación de María: Anuncio y promesa de la nueva humanidad.

Es la "celebración" del Ángelus (el ángel anunció a María...), esperanza del hombre que aguarda la total encarnación de Dios (varón y mujer, persona) y se compromete a buscar, explorar y  conseguir (en Dios y por sí mismo) su verdad y plenitud humana, esto es, divina.

   Partidos políticos, naciones y multinacionales buscan la "encarnación"  y "resurrección" del dinero. De eso discuten hablando en todo el mundo de "elecciones". Pues bien, la verdadera "elección" es la de hacernos y ser verdaderamente humanos, hombre nuevo, varón y mujer, personas. Pues bien, hoy celebramos la fiesta de la encarnación (humanización) de hombres y mujeres. Felicidades.

  Propongo una lectura inicial (fundamental) del tema, Al final, para quien quiera introducirse en cuestiones más teológicas, ofrezco diez reflexiones "clásicas" sobre la preexistencia del Verbo Encarnado. Buen 25M a todos los que se sientan hoy cristianos, encarnación de Dios, y en especial a las mujeres que se llaman y son Encarnación (de Dios), Anunciación de nueva humanidad.

Misterios Gozosos - Rosario en Familia

ENCARNACIÓN

   Nueve meses quedan para que también nosotros seamos encarnación de Dios,  plenamente humanos, siendo divinos. Todo lo demás queda en un segundo plano: Somos (hemos de ser) Palabra/Dios que se hace carne: Humanidad/Ternura, transparencia creadora, verdad...

Ésta es la esencia y verdad (el don y la tarea, el escándalo y profecía) del cristianismo, dentro de todas las religiones, y en especial de las tres monoteístas). Todo lo que no sea en la Iglesia encarnación es mentira, engaño manifiesto.

Los cristianos sabemos (con judíos y musulmanes) que Dios es trascendente y ha creado el mundo de la nada, pero añadimos que no ha querido sustentarlos sobre el fondo vacío de esa nada, sino en su propio Hijo Jesucristo a quien  ha engendrado libremente, por amor y compromiso, por dolor y esperanza, dentro de la historia en Jesucristo, a quien ha resucitado de la muerte, haciéndole así salvador (plenitud, regalo) de la humanidad.

La misma creación queda, por tanto, inmersa en el despliegue y ser de Dios. que no ha creado un mundo externo, fuera de sí mismo (como el carpintero hace una mesa), ni tampoco en el vacío que él deja al retirarse de su totalidad (cábala, zimzum), sino que lo engendra y convoca desde su interior, en su hijo Jesucristo.

Todo se condensa así en la encarnación del Dios que es Palabra, del Dios que es llamada, tarea y misterio en la entraña de este mundo, que no es pura tiniebla ni espacio de pecado donde sufren las almas desterradas y caídas (religiones orientales), sino principio de gracia y vida para los hombres. Así lo he mostrado en La Palabra se hizo carne, como indican las reflexiones que siguen, tomadas del Diccionario de las Tres religiones (págs. 341-345).

Tema de religiones y culturas. Novedad cristiana

(a) Las religiones cósmicas nos sitúan en el interior del continuo divino de la vida, que se expresa en el despliegue de conjunto del mundo y, de un modo especial, en el transcurso de las generaciones humanas. El mismo nacimiento y muerte, como rueda de destino, eterno retorno de voluntad o deseo de ser, es lo divino. Lógicamente, en ellas no se puede hablar de encarnación porque todo en Dios es “carne”.

(b) Las religiones de la interioridad han tendido a condenar (superar) ese continuo divino, descubriendo a los hombres como almas que han "caído" en la materia y deben superarla, para retornar a lo divino, donde no existen más giros, ni retornos a las condiciones de vida materiales. Tampoco aquí se puede hablar de encarnación, sino más bien de “des-encarnación”: para conseguir la salvación, los hombres tienen que “dejar la carne”, superar la historia.

(c) Las religiones puramente monoteístas, como el judaísmo y el Islam, tampoco pueden hablar de encarnación, pues en ellas Dios es sólo trascendente y no puede identificarse con una “carne” concreta, es decir, con un hombre de la historia. (d) Estrictamente hablando, sólo el cristianismo es religión de encarnación, pues confiesa que Dios, siendo superior a todo y totalmente “inmutable” (no es engendrado ni engendra en cuanto naturaleza divina) ha nacido, sin embargo, en la historia de los hombres, encarnándose entre ellos.

LA MADRE DEL VERBO ENCARNADO ES LA QUE POSIBILITA EL ICONO DE SU HIJO – La  Belleza de los Iconos

En un sentido muy hondo, la encarnación está vinculada a la generación humana, es decir, al surgimiento y despliegue de un ser humano. También aquí podemos distinguir los planos anteriores.

(a). Las religiones de la naturaleza tendían a mezclar generación vital (biológica) y crea­ción e interpretaban el mundo como engendramiento divino, uniendo así teogonía (generación intradivi­na) y cosmogonía (surgimiento del cosmos); lógicamente no podía haber encarnación

(b) Las religiones de la interioridad tendían a interpretar la generación del hombre en el mundo como caída, experiencia de pecado, alejamiento de Dios, que no engendra, ni tampoco crea, sino que se limita a ser en sí, alejado de todo lo que existe sobre el mundo. Tampoco aquí se podía unir la encarnación con un proceso de surgimiento humano.

(c) Las religiones puramente monoteístas han separado a Dios del proceso humano de la generación y despliegue de la vida.

(d) Sólo el cristianismo ha vinculado la presencia de Dios a un proceso de surgimiento humano, desde la generación hasta la muerte, tal como ha venido a expresarse y realizarse en Jesucristo.

Formulación básica

LA PALABRA SE HIZO CARNE. TEOLOGÍA DE LA BIBLIA. PIKAZA IBARRONDO, XABIER.  9788490736388 Librería online San Pablo

            Los cristianos saben (con judíos y musulmanes) que Dios es trascendente y ha creado el mundo de la nada, pero añaden que no ha querido sustentarlo sobre el fondo vacío de esa nada, sino en su propio Hijo Jesucristo a quien Dios ha engendrado libremente, por amor, dentro de la historia (por María) y a quien ha resucitado de la muerte, haciéndole así salvador del conjunto de la humanidad.

La misma creación queda, por tanto, como inmersa en el misterio trinitario. Dios ha creado el mundo como Padre de Jesús, de tal manera que el origen y despliegue de la creación se vincula con la generación y encarnación de Jesús (a quien podemos llamar Hijo Eterno) en el Espíritu.

Esto significa que Dios no ha creado un mundo externo, fuera de sí mismo (como el carpintero hace una mesa), ni tampoco en el vacío que ha dejado al retirarse de su totalidad (zimzum), sino que lo engendra y convoca desde su interior, en su hijo Jesucristo.

Jesús, Dios encarnado. Del Evangelio de Juan al Dogma de Nicea.

Los primeros cristianos no han empezado hablando de encarnación, sino de Jesús. Han escuchado sus palabras, han seguido su camino, han padecido el escándalo de su muerte y le han “visto” como Señor resucitado. Sólo entonces han podido hablar de “encarnación”, siguiendo el modelo del Evangelio de Juan, que ha interpretado la vida y muerte, la acción y presencia salvadora de Jesús como encarnación de la Palabra de Dios:

«En el principio era la Palabra y la Palabra era junto a Dios, la Palabra era Dios…Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad» (Jn 1, 1. 14).

Para describir la encarnación, el evangelio no habla de “semen” masculino, ni de semen y/o acogida femenina (útero materno), sino de la Palabra, que es signo y principio de comunicación total. La comunicación-palabra no es un atributo de Dios, sino el mismo Dios que se comunica, haciéndose hombre precisamente como “palabra”, es decir, como llamada y promesa de vida. 

Todo nace de ella, todo se condensa en ella. La Palabra está presente en la entraña de este mundo, que no es pura tiniebla ni espacio de pecado donde sufren las almas desterradas y caídas (religiones orientales), sino principio de gracia y vida para los hombres. Siendo principio y sentido de todo lo que existe, la Palabra-Luz viene en humildad, sin imponerse, de manera que los mismos a quienes ella ha preparado (israelitas) pueden rechazarla y la rechazan. Así viene y su venida culmina en Jesucristo: “La Palabra se hizo carne”.

Desde este fondo, el Concilio de Nicea ha presentando la fe de la Iglesia en los términos culturales y filosóficos de su tiempo:

«Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles o invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre…» (Credo Niceno-Constantinopolitano).

Palabra encarnada, preexistencia de Jesús.

Jesús se encarna (es concebido, nace, vive y muere) en un momento determinado de la historia. Pero, al mismo tiempo, como Palabra de Dios, él existe en el principio de los tiempos. En ese fondo, la tradición cristiana afirma que él “preexistía” antes de haber venido, antes de encarnarse.La visión de la preexistencia forma parte de una cultura donde se piensa que las realidades originarias pertenecen al nivel de lo eterno, lo divino.

Diccionario De Las Tres Religiones. Judaísmo, Cristianismo, Islam – Verbo  Divino

1.Divinas y pre-existentes son para el platonismo las ideas primordiales (verdad, justicia, bondad…) que de algún modo corresponden a los dioses de las tradiciones paganas del entorno. También las “almas” de los seres humanos preexistían en Dios y han “caído”, introduciéndose en un tiempo que se entiende como proceso de corrupción y muerte. Lógicamente, para salvarse, ellas deben retornar a lo divino, superando el tiempo y cerrando (clausurando) el ciclo de la caída. En este contexto se entiende también el judaísmo y la gnosis.

2. Judaísmo “ortodoxo”: Ley y Templo. El judaísmo “ortodoxo” (codificado en la → Misná) aplica un esquema de preexistencia pero no para referirse a las ideas y a las almas (como en el platonismo), sino para aplicarlo a las realidades primordiales, que existían en Dios antes de manifestarse en la historia. Entre ellas está la Ley (en otros contextos la Sabiduría) como pensamiento y orden primigenio, que Dios ha revelado a los humanos en el Monte Sinaí.

En la eternidad de Dios latía también desde el principio el Trono y Templo de Dios, con la Ciudad Santa y el Edén y el Nombre del Mesías…Eso significa que las grandes realidades de la salvación vienen de Dios: allí tienen su origen y sentido eterno y desde allí se manifiestan en un tiempo. Es normal que, en un contexto como éste, en el momento en que Jesús venga a mostrarse como revelación de Dios (Ley verdadera, Sabiduría divina) podrá entenderse como preexistente.

3. Judaísmo “heterodoxo”: Hijo del hombre, Profeta final… En este contexto podemos hablar no sólo de la Ley o el templo, sino también de personajes “sagrados” (superiores) que existían en Dios desde el principio. Entre ellos pueden citarse algunos “héroes” como el Hijo del Humano (tradición de Henoc) o el Profeta de algunos círculos de samaritanos. Se impone aquí, como en el caso anterior, el paralelismo o equivalente entre la protología y la escatología, el principio y fin: el paraíso original emergerá al final, el Hijo del Humano (el Anthropos, Humano) del origen se impondrá en la meta etc. Parece evidente que un esquema como éste ha influido en algunas formulaciones de Pablo y de la misma comunidad del Discípulo amado (por no hablar de los sinópticos: cf. Mc 6, 15-16; 6, 28 par); pero en sí mismo corre el riesgo de identificar a Jesús con una figura diferente que existía ya desde los tiempos más antiguos.

4. Jesús histórico, no hay preexistencia. Parece que en su vida Jesús no ha apelado a ningún tipo de pre-existencia, sino que ha venido a presentarse simplemente como un ser humano, de origen conocido, dentro de la historia de su pueblo, y como tal anuncia la llegada del Reino de Dios. Él no ha tenido “conciencia” de venir directamente de Dios, ni de haber existido previamente en un plano superior de eternidad, para bajar luego a este mundo, por condescendencia amorosa, para realizar por un tiempo la obra salvadora.

De todas formas, es posible que Jesús se haya vinculado con un Hijo del hombre que vendrá al final y que existía en Dios desde el principio (en la línea de la apocalíptica). Eso le pondría en relación con un tipo de preexistencia. En ese sentido debemos afirmar que la encarnación de Jesús no se identifica con un tipo de visión de la preexistencia de su alma.

5. Experiencia pascual y preexistencia: los helenistas. La primera comunidad cristiana, surgida por la pascua, no concibe ni presenta a Jesús como pre-existente, sino como aquel que ha triunfado de la muerte y vendrá pronto en parusía salvadora, esto es, como post-existente. De todas formas, una vez que se ha dado ese paso, identificando a Jesús con el Hijo del hombreo que vendrá, se podrá identificarle con Alguien que ya era en el principio.

Todo nos permite suponer que en esta línea han influido de un modo decisivo los supuestos del judeo-cristianismo más heterodoxo, que suele vincularse a los helenistas de Hech 6-7: ellos y sus seguidores han interpretado a Jesús como Sabiduría de Dios (cf. Pablo en 2 Cor 1, 30); eso significa que “ha venido de Dios” donde existía en forma misteriosa. Eso mismo podría decirse de algunos cristianos de una línea de judaísmo más ortodoxo, que pueden haber identificado a Jesús con la Ley originaria que viene de Dios. Esta identificación vale para “entender” a Jesús, no para contar su historia (como hará Jn).

6. Pablo, experiencia pascual: cristología alta. Se sitúa en la línea anterior, identificando al Jesús pascual con la Sabiduría (o Ley) original de Dios. En una perspectiva algo distinta se sitúan los textos del envío del Hijo (especialmente Gal 4, 4), en los que parece suponerse que Dios ha enviado al mundo a su Hijo eterno, es decir, preexistente; así pueden y, en algún sentido, deben entenderse los himnos de la kénosis o abajamiento (encarnación) de un Cristo “divino” (cf. Flp 2, 6-11 y Col 1, 15-20).

Ellos contienen, sin duda, un “germen” de preexistencia, pero no han sido desarrollados por Pablo, en esa línea, en un modo consecuente. Pablo no ha escrito la “historia del Hijo preexistente que se encarna”, sino que ha proclamado la pascua de Jesús que es Hijo de Dios al entregar su vida en favor de los humanos. Eso significa que a partir de los presupuestos de Pablo se puede desarrollar una teología de la preexistencia del Cristo pascual, pero él no lo ha hecho

7. Sinópticos, cristología pascual narrativa, sin preexistencia estricta. A partir de Marcos, los sinópticos han “contado” la historia del Jesús Mesías, pero no como encarnación de un ser divino preexistente, sino como camino de entrega y muerte del Cristo humano, que realiza su acción salvadora entregando la vida en favor del reino. Ellos contienen, sin duda, elementos que pueden situarse en línea de preexistencia (en especial desde la visión de Jesús como Sabiduría), pero los re-interpretan desde la perspectiva del misterio pascual: de muerte y resurrección.

En ese aspecto, los mismos relatos de la “concepción virginal” y del nacimiento de Jesús por el Espíritu (Mt 1-2; Lc 1-2) intentan expresar el sentido “divino” del origen de Jesús (brota del amor del Padre, por medio del Espíritu), pero sin apelar a ninguna preexistencia. Eso significa que Jesús es Hijo de Dios en su vida concreta de hombre, en la historia de su entrega pascual, ratificada por Dios en la resurrección

8. Preexistencia y la encarnación del Hijo de Dios. Los rasgos anteriores muestras que la “opción” por la preexistencia no es algo nuevo, propio de la comunidad del Discípulo Amado (de Jn), sino que se encuentra enraizada en el ambiente (helenista, judío) y en las mismas formulaciones anteriores de la iglesia (Pablo, sinópticos). Esa opción se identifica a veces con el desarrollo de lo que suele llamarse cristología alta, que consistiría en la afirmación expresa de la preexistencia de Jesús. Esta identificación y este lenguaje nos parece problemático, pues en otro sentido tanto Pablo como los sinópticos (en su forma actual) testimonian una cristología muy alta (pues presentan a Jesús como revelación y presencia definitiva de Dios), aunque en línea histórica y pascual, sin tener que hablar de una preexistencia estricta de Jesús.

Así podemos decir que para ellos Jesús es Dios (y Dios del todo) en el mismo proceso de su vida mesiánica y de su amor hacia los otros, asumida y culminada por Dios en la Pascua. No es que “ignoren” la preexistencia; es que no la quieren ni pueden tematizar, pues para ellos carecería de sentido hablar de un ser divino de Jesús fuera de su mensaje, de su entrega en favor de los pobres y su muerte, en manos de Dios. De todas maneras, la Comunidad del Discípulo Amado ha sentido la necesidad de presentar la divinidad de Jesús en claves de preexistencia.

Cuando y por qué se ha dado ese paso final es difícil de saber, aunque presumiblemente se ha hecho para responder a las acusaciones exteriores (de los judíos que les dicen “vuestro Jesús ha nacido en el tiempo, nuestra Ley y Verdad es eterna) y para desarrollar algo que estaba en germen en las formulaciones anteriores (Jesús no ha empezado a ser Hijo de Dios, lo es desde el principio, en el misterio eterno, antes de haber nacido en este mundo).

9. Evangelio de Juan: encarnación y preexistencia de Jesús. Los aspectos anteriores han “cristalizado” en un evangelio (Jn), que es una narración continua y unitaria de la vida de Jesús como vida del Hijo encarnado de Dios. Este evangelio constituye, a mi entender, la última gran “empresa” teológica y literaria del Nuevo Testamento: Jn intenta contar lo imposible, la historia temporal (concreta, humana) del Hijo eterno de Dios, sin caer por ello en el docetismo o en un tipo de espiritualismo gnóstico. Lo normal hubiera sido desvirtuar la historia, como hace el docetismo (Jesús parecía un ser humano) y un tipo de gnosticismo: no importa la vida de Jesús, sino la enseñanza de esa vida, pues en el fondo ella es un “ejemplo”, una especie de parábola de nuestra propia realidad de seres caídos del cielo que deben nuevamente ascender a lo divino.

Es indudable que Jn ha corrido el riesgo de entender la vida de Jesús como algo que ya está resuelto de antemano, pues él viene de Dios y lo sabe y tiene todo, sin necesidad de recorrer el camino de su historia y de morir, quedando así en manos de Dios, esperando su respuesta. En esa línea se podría pensar que Jesús no era en hombre, sino que lo parecía: en el fondo, su muerte no habría sido muerte, con todo lo que tiene de enigma y dolor, de entrega e impotencia, sino expresión de plenitud, de soberana majestad y ascenso a lo divino. Pues bien, a pesar de esos riesgos, al contar la historia de Jesús como “la vida de aquel que viene de Dios” (que pre-existía en el Padre), Jn ha realizado un servicio esencial en favor de la iglesia: ha hecho posible una visión o interpretación cristiana del misterio eterno de Dios, haciendo así posible que el potencial “gnóstico” (=espiritual) del mensaje y vida de Jesús no se pierda y diluya fuera de la iglesia, en las diversas sectas o grupos piadosos del entorno.

10. Conclusión. Encarnación y preexistencia. El evangelio de Juan ha sido una providencia para muchos cristianos, pues les permite descubrir que pueden contar la historia humana de la Palabra Encarnada, sin caer en especulaciones o espiritualismos separados de la vida. Ellos pueden hablar de “encarnación”, pero sin tener que acudir a elementos de generación biológica en el interior de Dios. Dios sigue siendo para ellos trascendente, de manera que puede afirmarse que no engendra ni es engendrado. Pero, al mismo tiempo, Dios se puede hacer presente como Palabra en la vida de Jesús. En ese sentido tenemos que afirmar que Jesús preexiste, pero preexiste como Dios, pues de Dios viene y en Dios tiene su centro.

De esa manera, lo que algunos llaman la “generación intradivina” (que se puede y debe estudiar desde una perspectiva trinitaria) no se puede interpretar como un proceso mítico (biológico) en el interior de Dios, como la verdad profunda de su “encarnación”. Existiendo en sí mismo, en su altura y silencio, al mismo tiempo, Dios viene a existir como “palabra encarnada” en medio de los hombres. Esto es algo que habían presentido muchos judíos anteriores cuando hablaban de las “realidades preexistentes” (de la Ley y el Templo, de la Sabiduría y del Hijo del Hombres…).

Todo lo que estaba oculto, latente, en esas realidades primordiales, como posibilidad de una presencia de Dios, se ha hecho carne en Jesús, se ha hecho “vida humana”. Por eso, los cristianos ya no hablan simplemente de una manifestación de lo divino, de un descenso de la Ley o la Palabra, del Libro de Dios o de sus ángeles santos… Todo eso se ha vuelto ahora un símbolo, es una expresión y anuncio de la realidad más honda. Dios se hace presente como divino (sin cambiar nada en sí mismo) siendo plenamente humano. Éste es el misterio de la encarnación cristiana.

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