Enseñaba con autoridad… La enseñanza de Jesús en los evangelios (Toribio Tapia)


Presenté ayer mi reflexión sobre el Evangelio de Marcos como primer libro de enseñanza y catequesis de la Iglesia. En la misma revista (Vida Pastoral) aparece el trabajo del P. Toribio Tapia, sobre la enseñanza de Jesús.

Toribio Tapia Bahena es sacerdote de la diócesis de Cd. Lázaro Cárdenas (de México). Se doctoró en Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde compartí con él amistad y magisterio. Actualmente es profesor en la Universidad Pontificia de México (UPM), en el Instituto de Formación Teológica Intercongregacional de México (IFTIM), así como colaborador en las Obras Misionales Pontificio Episcopales (OMPE).

La publicación de este trabajo en mi blog quiere ser un homenaje a su presencia cercana y amistosa, y una ayuda para quienes quieren profundizar en el sentido del magisterio de Jesús. Buen día, Toribio, buen trabajo.

“Podemos destacar que todo Él (Jesús) es enseñanza:
su persona, sus actitudes, sus palabras y sus acciones;
se da una perfecta coherencia entre lo que dice y lo que hace,
siendo fundamento de la autoridad que todos admiran”
(CEM, Educar para una nueva sociedad, n. 56)

(Texto original en , http://www.sanpablo.com.mx/vidapastoral/index.php?option=com_k2&view=item&id=209)


Toribio Tapia: Enseñaba con autoridad


Jesús fue un auténtico Maestro no sólo porque enseñaba, sino sobre todo porque su enseñanza estuvo ligada a unos principios y a ciertos alcances. Por lo tanto, si deseamos indagar la actividad magisterial de Jesús, aunque debemos partir de la constatación de que efectivamente fue un maestro, es determinante evidenciar cómo enseñaba, así como para qué compartía sus enseñanzas. Reflexionaremos estos aspectos con la finalidad de conocer y asumir algunos principios básicos para la enseñanza en nuestros ámbitos particulares.


1. Jesús, el Maestro que enseñaba con autoridad

Los evangelios son muy claros en presentar a Jesús como un maestro; sus discípulos lo llaman maestro (Mc 4, 38; 9, 38; 10, 35; 13, 1; Jn 11, 28), así como quienes pretenden seguirlo más de cerca (Mt 8, 19; Mc 10, 51) y algunos que desean un favor suyo (Mc 9, 17). También sus adversarios lo señalan directamente como maestro (Mt 12, 38; 12, 14) o de manera indirecta dirigiéndose a los discípulos (Mt 17, 24). Incluso Jesús mismo se reconoció como Maestro (Jn 8, 4; 13, 13-14). No hay duda, pues, que Jesús fue percibido y reconocido como un maestro y, con bastante seguridad, él mismo admitió serlo. A este reconocimiento generalizado de Jesús como maestro podemos agregar que si a alguien se le atribuye la actividad de enseñar es precisamente a él; en los evangelios es presentado enseñando especialmente en la sinagoga (Mc 1, 21; 6, 2; Mt 9, 35), en el lago (Lc 5, 3), en las ciudades y pueblos (13, 22; Mc 6, 6) y en el templo (Mc 12, 35; 14, 49; Lc 19, 47; 21, 37; Jn 7, 14; 8, 20) .

Podemos sostener, por tanto, que Jesús fue un maestro; de esto no hay duda . Pero también es evidente que fue un maestro poco convencional, que se distinguía porque enseñaba con autoridad. Así, por ejemplo, el evangelio de Marcos afirma desde el comienzo “quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (1, 22). De acuerdo al mismo evangelio de Marcos, los escribas son gentes sobradas de sí mismos que actúan con intenciones malévolas aprovechándose de los más pobres ( Mc 12, 38-40) .

En segundo lugar, la autoridad de la enseñanza de Jesús está especialmente en que no la desliga de su acción. No es casualidad, por eso, que después de que Jesús saca al espíritu inmundo de un hombre es cuando la gente admirada comenta entre sí: “¿Qué es esto? ¡una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen” (Mc 1, 27). Antes de esta acción sólo se asombraban (v. 22); ahora se admiran y ofrecen su apreciación sobre la autoridad de Jesús. El acierto que impacta no está en que le dé órdenes a los espíritus inmundos sino en que le obedecen; es decir, la autoridad en lo que Jesús enseña está en relación con la eficacia en la vida, en la realidad: genera otra manera de concebir la existencia, otro modo de experimentar la esperanza.

En tercer lugar, la enseñanza de Jesús se destaca por su carácter de autoridad, porque aparece ligada a una especial sensibilidad a la situación que vive la gente más desprotegida. Así, en Mc 6, 34: “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” . La compasión de Jesús contrasta con la actitud de los apóstoles recién llegados de su primer experimento misionero (vv. 6b-13) que, curiosamente, en lugar de ser sensibles a la situación de aquellas personas, pretenden desentenderse de ellas (vv. 35-36).

El evangelio afirma que Jesús “sintió compasión” de la gente (v. 34). “Tener compasión” (del griego splagchnizomai) en la mentalidad judía es algo más que un sentimiento; significa “conmoverse hasta las entrañas”, “sentir una ternura entrañable”, ser visceral ante el sufrimiento de la gente más desprotegida . La compasión de Jesús no debe confundirse con lo que conocemos como “lástima”; es algo mucho más profundo . A Jesús le duele hasta lo más profundo de su ser la situación de la gente. Para Marcos –a esta altura del evangelio– la gente se refiera a quienes se aglomeran ante lo que hace y dice Jesús (2,4; 3, 9. 20; 4, 1. 2; 5, 21. 24), a quienes acuden a Jesús y reciben sus enseñanzas (2, 13; 3, 32; 4, 33-36); son gente anónima, quizás desprotegida, entusiasmada por la Buena Noticia que se les proclama. De ellos se compadece Jesús; y para ellos será la enseñanza (v. 34).

La gente a la que Jesús le compartirá su enseñanza y de la que previamente se ha compadecido está como oveja sin pastor. Una imagen muy cercana y comprensible para quienes leían o escuchaban el evangelio en aquel tiempo era, sin duda, la situación de una oveja sin pastor: perdida, sin rumbo fijo, en peligro de que algún animal le hiciera daño, sin posibilidad de volver al redil. Lo peor que le podía pasar a una oveja –y a un pueblo– era carecer de un buen pastor (véase Núm 27, 17) .

Marcos ha colocado estas palabras inmediatamente después del abuso de un rey que no tiene nada de buen pastor. Así, por ejemplo, el evangelista nos cuenta en los vv. 17-29 la muerte injusta de Juan el Bautista en manos de Herodes. No es casualidad que, a diferencia de Mateo (14, 3-14) que ha colocado antes de la multiplicación de los panes la muerte del Bautista, sólo Marcos afirme que Jesús se compadeció porque estaban como ovejas sin pastor . Para Marcos el problema no es la carencia de pastores sino la ausencia de “buenos pastores”, de buenos guías.

Es precisamente a estas personas, las que padecen situaciones de opresión y abandono, a quienes Jesús se puso a enseñarles muchas cosas (6, 34). Pero no vayamos a pensar que Jesús se puso a instruirlas, a darles cierto tipo de información. El verbo “enseñar” va mucho más allá que decir algo, al menos en este evangelio. Es muy probable, por lo que hemos dicho hasta el momento y por los diversos matices con los que se va presentando la enseñanza de Jesús, que al decir que Jesús se puso a enseñarles, quiera decir que “los animaba a tomar conciencia de algo”, “a caer en la cuenta” de ciertas cosas elementales para hacer presente la vida de Dios entre las personas. Además, está claro que Jesús no les enseña cualquier cosa; el texto sólo dice que “se puso a enseñarles muchas cosas”. ¿Qué cosas les enseñaría? Si tomamos en cuenta que generalmente Jesús enseñaba mostrando algo, realizando un signo (Mc 1, 21-28) y que siempre hablaba enseñando el Reino de Dios (4, 1-34), podría aclararse que Jesús no instruía sino que sobre todo ayudaba a realizar lo que modernamente podríamos llamar “procesos de concientización”.

Por último, si la enseñanza pudo haber estado relacionada con el contenido y el alcance del Reino, es de esperar que inmediatamente venga una muestra de solidaridad fraterna; esta muestra podría manifestarse en la primera multiplicación de los panes, ya que da la impresión de que ambos acontecimientos –el de la enseñanza y el de la multiplicación– están unidos (vv. 34-35). Pareciera que el autor del evangelio de Marcos quiere dejar claro que la enseñanza de Jesús no se quedaba en tomar conciencia de algo solamente sino en, desde esa enseñanza, vivir generosamente algo: la solidaridad. Es como si se quisiera dejar claro que la enseñanza de Jesús debería tener como punto de llegada y consecuencia indispensable, la solidaridad fraterna; esa solidaridad que nos hace compartir.

Por todo lo anterior podemos decir que, efectivamente, Jesús fue un maestro poco convencional, al menos desde los parámetros que tenemos para juzgar la enseñanza. Es un maestro con una profunda autoridad que enseña con buenas intenciones, ubicando la autoridad de su enseñanza, más que en el contenido, en el alcance relacionado con la esperanza y la felicidad de quienes más sufren. De ahí que la pedagogía de Jesús está intrínsecamente ligada a una compasión entrañable que suscita solidaridad. Por lo tanto, está claro –como insinuábamos al comienzo de esta reflexión– que Jesús, más que instruir, concientizaba. Su enseñanza, más que suscitar sólo buenas ideas, inspiraba y animaba a nuevos valores, a nuevas prácticas que construían una comunidad de hermanos, es decir la vivencia del Reinado de Dios.


2. Jesús, Maestro del Reino a través de las parábolas

Jesús además de hablar con autoridad, enseñó con claridad sobre el Reino de Dios; sobre la afirmación histórica de la soberanía de Dios y la revelación de su misericordia, que ha de cambiar de raíz la realidad; aquello que se espera para un futuro cercano, pero que ya se está abriendo paso en la historia. No hay, pues, ninguna duda, de que el “Reino/Reinado de Dios” (o de los cielos como afirma Mateo) fue central en la enseñanza de Jesús (Mc 4, 33-34; Mt 13, 34-35).

Desde esta perspectiva el centro de la enseñanza de Jesús, estrictamente hablando, no es Dios en sí mismo, tampoco él mismo. Jesús no se dedicó a hablar (menos a especular) sobre Dios o sobre sus cualidades . Jesús centró toda su prédica en el Reino de Dios . No se discute que Jesús habló de Dios como Padre; sin embargo, para Jesús incluso “Dios” es visto en una totalidad más amplia: “el Reino de Dios”. Al hablar del Reino de Dios Jesucristo quería dejar claro dónde y cómo se puede encontrar a Dios. Y es que el problema real no es si se tienen o no ideas claras sobre Dios sino dónde realmente está el Dios de Jesús y cómo ese Dios quiere que nos relacionemos con Él. Y Jesús enseñó sobre esto último al hablar del Reino.

Ahora bien, al ser el Reino de Dios algo desconcertante y profundo, necesitaba un lenguaje sencillo, comprensible, interpelador, como el lenguaje parabólico que si bien Jesús no inventó sí lo usó bastante y con excesiva creatividad. Este lenguaje parabólico, sencillo y profundo a la vez, posee simultáneamente un sentido revelador y otro encubridor. Es decir, para unas personas aclara lo que significa el Reino; y, para otras oculta ese significado. Revela lo que Jesús quiere decir sobre el misterio del Reino (4, 11) pero oculta su mensaje cuando se está enfrentando con sus adversarios (12, 1-12).

Desde esta perspectiva las parábolas son en sí mismo revelación para unos y ocultamiento para otros. No se trata sólo de enterarse o no enterarse de lo que enseña Jesús, comprender bien o no. Se trata sobre todo de la decisión de vivir el mensaje del Reino o rechazarlo, en definitiva, de ser o no ser auténtico discípulo.


3. Alcance de la enseñanza de Jesús

La enseñanza de Jesús refiere historias que se relacionan con la vida diaria, de lo cotidiano; cuenta la historia de tal modo que se produce un corte con lo normal, con lo acostumbrado. Este corte se presenta de tal manera que se suscita un elemento de sorpresa o de estupor de lo extraordinario, que rebasa el realismo común y conduce al lector a otra dimensión de la realidad. Es en este corte con lo normal donde Jesús con su lenguaje parabólico quiere enseñar lo realmente valioso.

Desde siempre los seres humanos hemos “organizado” la vida de tal manera que nos resulta extravagante que un padre haga una gran fiesta por un hijo que malgastó su herencia pero que volvió arrepentido; se nos hace inadmisible que el dueño de una viña sea tan bueno que a la hora de pagar no ponga atención en la hora de llegada de cada uno de los trabajadores.

En este sentido, la enseñanza de Jesús a través de las parábolas no expresa la historia trillada de lo real sino la historia virgen de lo posible; se señala lo real pero se invita a lo utópico. Es decir, el lenguaje de Jesús ayuda a distinguir entre lo habitual y el Reino, lo que buscamos y la voluntad de Dios. La enseñanza de Jesús apunta no a lo que es sino a lo que tiene que ser la vida. Por eso, este tipo de enseñanza se entiende mejor no cuando se interpreta sino sobre todo cuando se vive. Sólo sucede algo en la enseñanza de Jesús cuando acontece algo mediante o a consecuencia de ella.

Ahora bien, lo importante cuando enseña no es lo que se dice sino sobre todo lo que provoca dicha enseñansa. Por esto, es importante, si queremos captar mejor la importancia de la manera en que enseñó Jesús, de modo que veamos, aunque sea brevemente, hacia dónde condujo su enseñanza con parábolas.

Podríamos señalar en primer lugar que lo primero que las parábolas nos cambian o invierten es precisamente la imagen de Dios. Y es que como “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1, 18) con mucha facilidad lo imaginamos a nuestro antojo. Jesús modificó con sus parábolas la imagen que había de Dios en aquel tiempo. Jesús rechazó la imagen errónea de un Dios que amenaza. El gran problema que enfrenta precisamente la parábola de los talentos en Mt 25, 14-30 es que la perdición del que recibió un talento fue precisamente porque tuvo miedo (v. 25; cfr. Lc 11, 21) . Además, Jesús se opuso a una imagen de Dios, bastante promovida en su tiempo, como quien rechaza al perdido (Lc 15). Más aún, se opuso rotundamente a un tipo de Dios que paga según sus méritos a cada uno excluyendo a otros (Mt 20, 1-15); para Jesús Dios no se relaciona con los seres humanos según el principio calculador de los méritos de cada uno, sino desde el principio desconcertante de la bondad que no anda calculando lo que a cada cual le corresponde. De ahí que, en el fondo, Jesús con su enseñanza nos descubre no sólo cómo es Dios sino cómo pensamos y vivimos nosotros para descubrir en qué deberíamos cambiar.

En segundo lugar, podríamos decir que las parábolas modificaban la manera de comprender la religión en la sociedad. Así por ejemplo en la trama narrativa de Lucas, en lo que se conoce como el relato del viaje a Jerusalén (9, 51-19,44), la primer parábola (el buen samaritano, 10, 25-37) toca uno de los puntos medulares de la presencia de la religión en la sociedad: la solidaridad más allá de la observancia. Enseguida, en 11, 5-8, se deja claro que la relación del ser humano con Dios en la oración no tiene como finalidad principal el beneficio personal sino sobre todo el crecimiento en la ayuda a los hermanos. El principio de autoridad se rige no por el abuso sino por el cuidado amoroso hacia quienes se sirve (12, 41-48). Bastan estos ejemplos.

En tercer lugar, las parábolas modifican el orden social establecido (Mt 22, 1-14: parábola del banquete nupcial). Señalemos la grandiosidad del banquete: es un banquete extraordinario, pues se hace una gran matanza de animales; además, es especial ya que es con motivo de la boda del hijo del rey. De ahí que el desprecio del banquete de bodas sea, en el fondo, un desaire a la persona del rey. La grandiosidad del banquete contrasta con el desprecio de los invitados.

Concentremos nuestra atención en los súbditos. La respuesta de los invitados está llena de contrastes y contradicciones: los pretextos que ponen para no asistir (ir al campo y a su negocio) son insignificantes en comparación con el banquete de la boda del hijo del rey; más aún, a la invitación del rey algunos de ellos corresponden con crueldad y hasta matando a los enviados. Por eso, el evangelio insiste en que no fueron dignos porque conscientemente no fueron a la fiesta; más aún, no sólo no quisieron participar de la fiesta, sino que sin ningún motivo atentaron contra los enviados del rey . La insistencia del rey para que asistan a la fiesta que está a punto de comenzar contrasta con la ligereza de los súbditos para no asistir.

No se suspende la fiesta por falta de invitados; la fiesta debe realizarse. Los siervos salen a los cruces de los caminos; el evangelio insiste en que llevaron a malos y buenos y con ellos se llenó el salón de la fiesta. Los cruces de los caminos se refieren a los lugares que están más allá de los límites de la ciudad; más allá de los límites del pueblo de Israel .

Se indica con suficiente claridad que aquellos invitados no fueron dignos. Eran gente cercana; la costumbre corriente en aquel tiempo y en aquella cultura era invitar a las comidas sólo a los más cercanos, a los del propio grupo. Comer con gente extraña era uno de los modos más fáciles de perder el honor y de ser avergonzado. Por esto precisamente llama aún más la atención que, mientras los cercanos y amigos han despreciado la invitación, unos desconocidos (malos y buenos) son recibidos en el banquete para participar de la fiesta . Eso sí, la apertura para que todos entren al nuevo banquete exige responsabilidad, llevar el traje de fiesta adecuado . Esto se entiende perfectamente al recordar que los principales oyentes de la parábola eran precisamente los sumos sacerdotes y los fariseos (21, 45). Es decir, los invitados oficiales que no iban entrar en el banquete; los representantes oficiales de Dios no encontraban a Dios. En cambio, los más miserables de aquella sociedad podrían participar. Por eso, con mucha seguridad Mateo (a diferencia de Lc 14, 16-24) ha introducido la entrada del rey al salón de la fiesta. Da la impresión como si Mateo percibiera el riesgo de que, el hecho de que todos puedan entrar a la fiesta, pueda provocar una falsa confianza al grado que se llegue a pensar que la participación en el banquete no exige absolutamente nada. El evangelio deja suficientemente claro, en este sentido, que el hecho de ser llamado debe provocar un comportamiento de escogido.


Conclusión

Desde la enseñanza de Jesús podemos señalar, a manera de conclusión, que la educación no se mide sólo por los contenidos sino especialmente por los alcances.

No es posible conseguir autoridad en la tarea educativa sin cercanía, sin solidaridad y auténtica compasión con los más desprotegidos.

Esta cercanía se manifiesta, entre otras cosas, dentro de la tarea educativa en la generación o acompañamiento de procesos de concientización.

Pero no se trata sólo de ayudar al otro sino sobre todo de aprender a compartir. La verdadera enseñanza debe conducir a la fraternidad.

La enseñanza, al menos desde la perspectiva de Jesús, debe entrar en un proyecto mucho más amplio y significativo: el Reino de Dios, para que no se reduzca a un proyecto de trabajo sino que se convierta permanentemente en un proyecto de vida.

Ojalá que quienes nos dedicamos a la enseñanza nos abramos con generosidad a estar revisando permanentemente, además de los contenidos, nuestras actitudes, el lenguaje, los alcances y las consecuencias de lo que enseñamos.



Citas Bibliográficas

1 También Mc 2, 13; 4, 1.2; Mt 4, 23; 5, 2; 9, 35; 11, 1; 13, 54; Lc 5, 17; 11, 1; 20, 1; Jn 6, 59; 7, 14. 28; 8, 2; 18, 20.
2 Es cierto que muchos escritores rabínicos sólo llaman rabí (maestro) a los letrados que vivieron después del año 70 d. C.; sin embargo, de esto no puede deducirse que no hubiera maestros en tiempos de Jesús (Hillel, Shammai o Gamaliel) y que el mismo Jesús fuera reconocido como maestro.
3 Con razón Jesús le dirá a la gente y a sus discípulos que se cuiden “de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas con pretexto de largas oraciones. Ésos tendrán una sentencia más rigurosa” (12, 38-40; cfr. Mc 11, 18).
4 Llama la atención que Mateo en su paralelo haya elegido no incluir la indicación de que Jesús enseñaba (véase 9, 36-37).
5 El evangelio de Marcos utiliza esta expresión en varias ocasiones refiriéndose a Jesús (1, 41; 6, 34; 8, 2) y una vez para señalar la petición de un papá que le pide que se compadezca de él y de su hijo (9, 22).
6 Lo entrañable de este verbo está en lo visceral y en la solidaridad. Jesús no soportaba ver a las personas pasando necesidad; le dolía profundamente lo que le sucedía a la gente. Lo más interesante es que esta sensibilidad se menciona sólo cuando se trata de situaciones de sufrimiento de otros; no se habla de ella ni cuando lo que está en juego es el sufrimiento del propio Jesús.
7 Recordemos que las imágenes de la oveja y del pastor evocan inmediatamente al pueblo y a los dirigentes (véase Jer 2, 8; 3, 15; 10, 21; 23, 1-4. También Ez 34, 11-16; Zac 11, 4-17).
8 De hecho Mateo menciona esta misma frase (9, 36) pero en una situación muy diferente, a saber, antes de la misión de los Doce (10, 1-15) y después de una serie de curaciones (9, 18-34).
9 De hecho Jesús nunca se dirige a Dios como “rey”.
10 La frase “Reino de Dios” habla de Dios, en lo que los expertos llaman genitivo explicativo; de este modo “Reino de Dios” se identifica con Dios.
11 La expresión “tener miedo” (del verbo phobéomai) indica la experiencia de angustia o de estar asustado.
12 En la antigüedad los súbditos del rey tenían la obligación de ir a los eventos de la familia real; por eso sorprende que no vayan y que sean invitados con insistencia en dos ocasiones.
13 Véase también Mt 8, 5-15 (de manera diferente Lc 7, 1-10).
14 A Mateo le interesa dejar claro que Dios acoge a buenos y malos, indistintamente. Por su parte, Lucas (14, 21-23) insiste en los marginados sociales (pobres y lisiados, ciegos y cojos).
15 Recordemos además que Mateo está hablando en un tono polémico, pues de igual modo que las dos parábolas anteriores (Mt 21, 28-46) se está dirigiendo a los jefes judíos y, con ellos a ciertos miembros del pueblo de Israel que han rechazado a Jesucristo. Además, no podemos descartar la posibilidad de que algunos miembros de la comunidad de cristianos que escuchaban o leían este evangelio tuvieran el peligro de rechazar al Señor o de pensar que una vez dentro de la comunidad podían participar sin responsabilizarse.
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