Esperando al Espíritu… Tres líneas eclesiales, cuatro tareas pentecostales

Las iglesias son comunidades de “virtuosos” carismáticos, que se han descubierto animados (enriquecidos, impulsados) por el Espíritu o vida de Dios,  que alienta en ellos (les vincula, les enciende e ilumina) en un camino de amor abierto a la comunión y culminación culminación de la vida humana, entendida en forma de Resurrección  esto es, de presencia  Dios como Cristo en la historia de los hombres.

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TRES LÍNEAS ECLESIALES

Tres son las iglesias o comuniones más significativas de cristianos que hoy existes sobre el mundo (católica, ortodoxa y evangélica o protestante). Las tres viven en situación de esperanza de Pentecostés, de venida del Espíritu Santo y así lo indican desde perspectivas complementarias.  

    Católicos, ortodoxos y protestantes mantenemos una misma confesión trinitaria y cristológica, fundada en la Escritura del NT y en el consenso de los cuatro primeros concilios de la Iglesia (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia). Eso significa en, la base, mantenemos una misma doctrina sobre el Espíritu Santo, confesando que “es Señor y Vivificador, que procede del Padre y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (Credo Conciliar).  Pero después han venido a surgir diferencias en la forma de entender la presencia y tarea del Espíritu Santo. 

Los católicos hemos destacado la relación entre el Espíritu Santo y la acción salvadora de Cristo, dentro de la Iglesia, a través de una jerarquía que habría sido creada por el mismo Jesús para interpretar, modular y guiar la tarea de Dios en el mundo.

En general, los ortodoxos nos han criticado por silenciar la voz del Espíritu Santo, convirtiéndole en un mero “delegado” de Cristo, a quien miramos como Señor monárquico (casi político) de una iglesia organizada muy jerárquicamente. Los ortodoxos nos dicen que hemos convertido a nuestra jerarquía (papas y obispos) como gerencia de la obra de Dios. 

Llegando hasta el final en esa línea, algunos ortodoxos nos han acusado de poner al mismo Espíritu Santo bajo la autoridad de la jerarquía: ellos, los jerarcas, habrían recibido por la ordenación el Espíritu divino y lo interpretan y regulan, dentro de la iglesia; los simples fieles estarían obligados a recibir el Espíritu a través del Magisterio (en el nivel de la enseñanza) y del Ministerio sacerdotal (en el nivel de la ordenación eclesial y de la administración de sacramentos). De esa forma habríamos ahogado la espontaneidad del Espíritu Santo, negando en el fondo su divinidad. .

 Riesgo católico. Ciertamente, al acentuar una determinada visión cristológica (un Jesús Señor, desligado del Espíritu y que expresa su poder por medio de la jerarquía de la iglesia), algunos católicos han podido caer en los riesgos que han puesto de relieve los ortodoxos: un mesianismo político, que identifica el reinado de Jesús con el triunfo temporal de la iglesia; un  ontologismo teológico, que interpreta la confesión de fe en términos de sistematización lógica, como un orden de proposiciones, y no como encuentro personal con Dios, en el Espíritu; una jerarquización eclesial, que mira al papa y los obispos como mediadores privilegiados del Espíritu, negando así los valores de la comunidad.

Esta crítica puede tener cierto fondo de verdad, pero  ha sido y es una exageración, La teología católica de la segunda mitad del siglo XX ha superado o quiere superar eso riego de jerarquicemos/clericalismo. El mismo papa Francisco está diciendo que los clérigos no son gerentes/dueños del Espíritu Santo, sino servidores de su poder de recreación humana, pero las cosas no son del todo claras… y la disputa sobre el conciliarismo (todos los cristianos formamos un concilio de Dios) o mejor dicho sobre la transformación sinodal (la iglesia es un camino compartido)   sigue estando pendiente, tanto en España como en Alemania, tanto en USA como en el Vaticano….

     Seguimos en medio de peleas barrio-bajeras o alto-clericales…. Como dándonos codazos en la sala de  Pentecostés: Yo más que tú, nosotros más que vosotros… para quedar colocados ante la foto de este Pentecostés 2024.

Vengamos a las  Iglesias orientales que se dicen más sinodales y espirituales. Los ortodoxos han cultivado, en general, una pneumatología más autónoma, destacando la experiencia del Espíritu en la vida de la iglesia, tanto en la celebración litúrgica como en la vida espiritual de cada uno de los creyentes. Es evidente que  todos los cristianos debemos estarles agradecidos, pues ellos, los ortodoxos, han conservado para el conjunto de las iglesias una tradición original que pertenece a toda la cristiandad. Pero, después de afirmar eso, debemos añadir que también ellos han corrido y corren ciertos peligros en la interpretación del Espíritu.

Algunos llamados ortodoxos pueden correr el riesgo de encerrarse en un Espíritu sin Jesús histórico, el riesgo de buscar y cultivar un Espíritu sin la historia real y conflictiva de Cristo, cosa que puede llevarles a un misticismo extra-mundano, a una confusión teológica y a una disolución histórica.

Habría  misticismo extra-mundano si el Espíritu se viera como profundidad espiritual abierta, desligada de la vida y obra redentora de Jesús, dirigiendo a los creyentes hacia una experiencia insondable de celebración y misterio que puede acabar siendo vacía.

Habría confusión teológica allí donde la experiencia del Espíritu nos condujera hacia el misterio puramente indecible de Dios, en un apofatismo puro, desligado de la vida y acción liberadora de Jesús. Puede haber, finalmente, un riesgo de disolución histórica, si  la búsqueda de un Espíritu extra-cristiano pudiera conducirnos a un nivel de experiencia mistérica, desligándonos de la gran tarea mesiánica de recrear la historia, desde el dolor y la acción liberadora, siguiendo a Jesús que, con la fuerza del Espíritu Santo, fue expulsando los demonios y construyendo así el reino de Dios (cf. Mt 12, 28) .

Podría haber también un riesgo de  absolutizar un tipo estructuras sacrales de sus  Iglesias, con grandes vestiduras, con inciensos cerrados en sí mismos. Ciertamente, la ortodoxia ha elaborado una visión ejemplar del Espíritu Santo, que es patrimonio de todos los cristianos, pero esa visión puede haber quedado algo anclada en estructuras eclesiales de tipo tradicional, más deseosas de recordar la riqueza de un pasado glorioso, que dede abrirse, por Jesús, hacia futuro abierto de reino, que empieza ya en este mundo, a través de la lucha y creatividad histórica, en ansia de libertad.

Es evidente que las iglesias católicas (y protestantes) han corrido el riesgo de “diluir” el Espíritu de Cristo en la búsqueda gozosa y dolorosa (prometéica y sufriente) de la modernidad, perdiendo así su identidad cristiana. Pero ese riesgo ha sido y sigue siendo, a mi juicio, necesario: el Espíritu de Cristo ha venido a presentarse desde el principio como fuente creatividad histórica, fermento y garantía de futuro, no sólo en la resurrección final de los muertos, sino aquí, en el mismo camino de la historia.

La tradición protestante ha tenido un elemento pentecostal muy  creador.  Como su propio nombre indica, ella he empezado reaccionando (protestando) contra el riesgo de un jerarquicismo eclesial católico, poniendo así de relieve la subjetividad del Espíritu, vinculado a la propia opción creyente (fe) y a la lectura personal de la Palabra de Dios (el Espíritu de Cristo actúa allí donde los fieles escuchan e interpretan la Escritura).

Frente al riesgo de una iglesia jerárquica, que parece “adueñarse” del Espíritu, diciendo a los simples fieles lo que deben creer y realizar lo que digan los “grandes jerarcas”, los grandes reformadores evangélicos han destacado la madurez de cada cristiano, capaz de recibir y cultivar, en fe y confianza, los dones del Espíritu, que se expresa de un modo especial a través de la Escritura, que viene a presentarse así como lugar privilegiado del Espíritu… El catolicismo ha corrido el riesgo de convertir al Espíritu Santo en garante de una dictadura clerical… pero a veces un tipo de dictadura (que mantiene a muchos católicos sometidos a un sistema clerical)… puede tener elementos buenos….

‒ Pero en otro sentido, la protesta protestante sigue siendo aún necesaria, no tanto para los protestantes, como para los católicos… No podemos olvidar que el Espíritu Santo es la creatividad de Dios, en la libertad para la comunión, en un camino que fue encarnado por Jesús y ratificado por el NT

Conforme a la experiencia protestante, el gran carisma del Espíritu en la iglesia es la lectura e interpretación personal de la Biblia, más que el orden eclesial reflejado por la jerarquía (riesgo católico) o que el misterio celebrado en forma de liturgia comunitaria (riesgo ortodoxo).

Esta “protesta evangélica” de los reformadores pertenece también a la tradición común de las iglesias y así lo han comprendido gran parte de los teólogos católicos, y el mismo Concilio Vaticano II. Pero ella puede convertirse en riesgo allí donde ella abandona a cada uno de los fieles, dejándole ante su propia interpretación aislada de la Biblia, fuera de la Gran Comunión de los Creyentes, en la Comunidad de la iglesia, pues, como   puso de relieve San Pablo en 1 Cor 12-14, el Espíritu es de Cristo si crea cuerpo, si es comunión concreta de amor.

             Ciertamente, la gran teología protestante del siglo XX (de K. Barth a R. Bultmann, de P. Tillich a D. Bonhöffer) ha protestado contra una interpretación individualista del Espíritu, pero los resultados de su protesta no parecen todavía claros. De esa forma, los protestantes actuales (divididos en múltiples grupos) se mueven entre el riesgo de una neo-ortodoxia, vinculada al literalismo bíblica, y el riesgo aún mayor de una disolución antropológica  (neo-liberal) del Espíritu de Cristo.

Lo que ellos han dicho y han hecho, sobre todo en el campo de la lectura de la Biblia, sigue siendo modélico: ninguna otra iglesia ha trabajado en este campo con su rigor y deseo de verdad; ningún otro grupo humano ha pensado con el rigor con ellos lo han hecho. Pero es muy posible que también ellos, los protestantes nuevos, por respeto a sus reformadores (Lutero, Calvino...) y, sobre todo, por fidelidad a las fuentes bíblicas, deban dialogar con la tradición ortodoxa y con la experiencia eclesial de los católicos, para así descubrir mejor la identidad y acción del Espíritu de Cristo en nuestro tiempo.

CUATRO  AUTORIDADES (TAREAS)  PENTECOSTALES  2024

Conforme a una visión muy extendida del protestantismo, Dios ofrece su Espíritu a los fieles para que lean e interpreten de manera personal y salvadora la Escritura de Dios. Conforme a otra visión extendida del catolicismo, Dios habría dado su Espíritu al Papa y a los obispos, para que actúen en su nombre (en nombre de Dios) y digan a los otros lo que tienen que hacer. Ésta es una lectura simplista de los hechos, pero nos ayuda a interpretarlos… En este contexto quiero fijar algunos rasgos del surgimiento carismático de la autoridad cristiana (eclesial), en línea ecuménica: 

1. Primera autoridad cristiana es el carisma,

es decir, la creatividad personal de los creyentes, como Pablo ha desarrollado en 1 Cor 12-14 y Juan en todo su evangelio y en sus cartas. Esa autoridad se encuentra vinculada al testimonio y  creatividad de aquellos que  enriquecen a a los demás, abriendo para ellos un  camino de seguimiento y maduración. Esta autoridad se avala por sí misma: no tiene que imponerse, se ofrece; no se consigue por razones o por votos, se expresa y  justifica por sí misma. En esta perspectiva se sitúa la autoridad de los grandes creadores espirituales como Jesús o Mahoma, lo mismo que los fundadores de las órdenes  y movimientos religiosos.

La fuerza de esta autoridad reside en el ejemplo y  prestigio de aquellos que se han presentado ante los demás como hombres o mujeres de Espíritu, capaces de mantenerse en diálogo con lo divino. Esta es la autoridad que define el estado naciente de una institución o grupo. De algún modo, ella perdura a través de las instituciones ya formadas (iglesias constituidas), aunque pierde la importancia que solía tener en su principio, pues las iglesias tienden a convertirse en  administradoras de un carisma ya codificado y  funcionalizado.

El carisma de autoridad tiende a estabilizarse en formas y estructuras de poder delegado, a través de los funcionarios o administradores que organizan la vida del grupo conforme a unas leyes aceptadas en principio por todos. Así se pasa de los fundadores carismáticos a los funcionarios eficientes cuya tarea no consiste en crear carisma (recibir nuevo Espíritu) sino en administrar la vida de aquellos que están reunidos en nombre de ese carisma. Estos superiores delegados (administradores) no ejercen autoridad por sí mismos ni pueden apelar a una inspiración más alta del Espíritu.

Son representantes de un conjunto social que les ha dado unas tareas que tienden a burocratizarse; son ejecutores de una ley  que pertenece a todos (que ellos no han creado  ni pueden ejercer a capricho). Los auto-llamados jerarcas de la iglesia no son dueños de los carismas de Dios, ni gerentes de sus “gracias”, sino  testigos y garantes del valor personal y comunitario de los carismas del conjunto de las iglesias.

Normalmente, para mantener su prestigio y mantener su distintos, esos administradores eclesiales administradores tienden a convertirse en "jerarcas", es decir, en autoridad sagrada, y eso puede tener un elemento practico que es positivo… Pero tiene (puede tener) unos riesgos mucho más grandes. Para ello sacralizan su poder, afirmando que han recibido la garantía del Espíritu divino, pudiendo convertirse en más importantes que el mismo Cristo y que el Espíritu Santo.

2. Las iglesias vinculan autoridad carismática y  acción administrativo.

Eso significa que los cristianos, superando el riesgo de burocratización (institucionalización) de sus miembros, deben volver siempre "a las fuentes de inspiración de su vida", es decir, al manantial carismático de Jesús y de los cristianos primitivos. Desde ese fondo debemos superar dos riesgos, el de una búsqueda puramente carismática del Espíritu, sin apoyo en la realidad concreta de sus miembros, y el de una institucionalización pura de la vida eclesial. Así podemos hablar de los dos tipos de "espíritu" cristiano, uno más carismático, otro más institucional.  

No hay puro Espíritu, en total espontaneidad, sin ninguna organización. No se puede hablar de un puro estado naciente, en el que no habría todavía instituciones, pues tan pronto como el grupo  ha nacido y/o se ha organizado en cuanto tal necesita realizar tareas administrativas: se dividen funciones, se reparten encargos etc.  Lo que llamamos el Espíritu Santo del "estado naciente" de la iglesia (de las primeras comunidades galileas o de Jerusalén) se expresa desde el principio a través de ciertas funciones del grupo (vinculadas a misioneros y profetas ambulantes, a maestros y presidentes de las comunidades)

 La autoridad eclesial (lo que se ha llamado jerarquía) no es puro carisma ni pura institución tiene que volver incesantemente a las raíces carismáticas de la iglesia (a la experiencia pascual, a la visión de Pentecostés) para realizar sus tareas. Eso significa que la misma institución participa de la libertad y creatividad carismática del origen de la iglesia; ella se mantiene siempre en estado naciente. Esta dialéctica entre carisma e institución está en la base  del cristianismo y de cada uno de los grandes movimientos religiosos intracristianos. El puro carisma se diluye pronto y pierde su capacidad creadora a no ser que se organice a través de instituciones encargadas de expresarlo y expandirlo (en cauces de administración y poder). Pero si las instituciones pierden su autoridad carismática y se convierten en puras administradores de poder se vuelven fósiles sin alma.

   Por su distancia respecto al origen (que es siempre el amor creador) y por exigencias de la organización, autoridad debe expresarse a través de unas mediaciones funcionales y administrativas, vinculadas a la trama del poder, que pertenecen a la estructura de la vida social y deben ponerse al servicio del carisma. Recordemos que un carisma sin institución pierde  pronto su sentido y se diluye en la impotencia o en cien manifestaciones a menudo contradictorias. 

 3.El oreen (ordo) cristiano es Espíritu de Cristo, su comunión de amor.

Dentro de la estructura legal de un judeo-cristianismo de ley, es decir, legalista (el judaísmo como tal no es legalista, sino legal: la verdadera ley es contraria al legalismo!), los ministerios aparecen reglamentados según ley, conforme a un esquema de herencia (de transmisión familiar) o de organización social…. Pero ellos no se pueden estructurar desde fuera, ni se pueden imponer, sino que brotan conforme a la exigencia de la misma estructura y vida eclesial.

Todos los ministerios han de estar al servicio del del cuerpo mesiánico y carismático de la Iglesia, no de un cuerpo nacional o eclesiástico, sino del cuerpo mesiánico, fundado y expresado conforme a la gracia del Espíritu del Cristo, al servicio del conjunto de la comunidad y, de un modo especial, del conjunto de la humanidad. Por eso, la finalidad de la autoridad del Espíritu consiste en que no haya poder ni poderes…

4Los ministerios son de nacimiento y vida compartida… (bautismo, eucaristía) 

Al servicio de ese nacimiento y eucaristía están todos: 

«Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas...» (1 Cor 12:28).

 Hay, por tanto, ministerios, hay servicios eclesiales, pero brotan de la misma comunidad abierta al amor, en el Espíritu. Todos ellos se expresan y culminan en el único servicio del amor, como sabe 1 Cor 12, 31b-13,13.

El carisma fundante (y en el fondo único) de toda vida cristiana (y evidentemente de sus diversas instituciones) es el amor, es el sacerdocio “especial” y supremo  de todos los creyentes, que es el de Jesús…., no un sacerdocio como ministerio administrativo de algunos, , sino como experiencia de comunión de amor de todo,  como don gratuito y fuente de unión no impositiva entre creyentes de Jesús, al servicio de la humanidad.

Fundada en ese amor que brota del Espíritu (que se identifica con el Espíritu)  la iglesia de Jesús no ha desarrollado (ni puede desarrollar) en principio ninguna autoridad específica distinta de aquella que posee y representa Jesús resucitado, por medio del espíritu.  Su autoridad es el amor común y al servicio de ese amor emergen diferentes ministerios o, mejor dicho, diversos ministros, como representantes y portadores personales del amor común.

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