2. Europa y el Imperio Romano (con Jerusalén y Atenas)

Sigue el tema de ayer, llegamos ya al principio, a los pilares de Europa que ha sido una creación del judeo-cristianismo, sobre una matriz helenista, a partir del Imperio Romano. Somos un águila con tres cabezas, una paloma con tres cuerpos: Venimos de Jerusalén, siendo herederos de Atenas, sucesores de Roma.
En ningún otro lugar, en ningún otro momento, se dieron circunstancias semejantes. Somos lo más improbable que podía haber sucedido, y sin embargo sucedió: En un momento dado surgió Europa, hemos surgido (estamos surgiendo nosotros).
Pero entonces, todavía no existíamos, aún no había Europa en torno año 125 d.C., en tiempo del Emperador Adriano. Pero todo se había puesto en movimiento un camino que ha llegado hasta nosotros.
Vayamos al mapa grande. Eran tiempos difíciles, pero se abría una gran esperanza:
-- Adriano había mandado destruir Jerusalén (tras la durísima guerra del 132-135, quizá la más dura de todas las guerras de Israel, para construir sobre las ruinas una ciudad helenista, Aelia Capitolina, un nuevo Capitolio en su nombre.
-- Pero el destino y semilla de Jerusalén siguió vivo en judíos y cristianos (de línea romana) , que venimos de fuera, somos mundo entero, pero nos hemos centrado (por un tiempo) en Europa.
-- Siguió vivo el espíritu de Atenas, que Adriano amaba… Estaba en su esplendor máximo Roma. Estaban ahí los pilares de Europa, que era entonces el Mediterráneo. Sí, Europa era todo el Mediterraneo, del Bósforo al Finisterre, del desierto de Arabia a las columnas de Hércules... Fuera quedaban los bárbaros de lo que es hoy centro y norte de Europa (¡algunos dicen que las cosas no han cambiado mucho).
El norte de África era entonces Europa… pero después ha dejado de serlo… El Rin y el Danubio eran entonces las fronteras…. Más allá estaban los bárbaros, pero después se hicieron (¿se hicieron?) Europa…
Las fronteras del oriente eran y son confusas, en torno a Turquía, Siria, Palestina… Hoy quizá no son Europa, pero lo que es hoy Europa no se entiende sin la contribución de las naciones que habitaban entonces en Turquía, Siria y Palestina, lo mismo que en Egipto.
Más allá quedaba Arabia, entonces en manos de los nabateos…. Pero eso era otra historia. Centrémonos en lo que han sido y son los pilares de Europa: Jerusalén, Atenas, Roma. De aquel principio vinimos, del Mediterraneo, en un triángulos formado por Jerusalén, Atenas, Roma, entre el oriente y el centro del "mare nostrum", el mar de Europa (que ya no será nuestro mar, hoy, año 2014). Buen día a todos.
a. Creados desde fuera, contribución judeo-cristiana
Lo que actualmente llamamos Europa ha nacido de fuera de sí misma, como he destacado ya al evocar las invasiones “indoeuropeas” que nos han configurado, desde el 2.500 a. C. Más aún, los orígenes de nuestra cultura vienen de fuera de nuestras fronteras, y así nos sentimos herederos de Egipto y Mesopotamia, de Siria y Fenicia, y de un modo especial de los judíos (y cristiano), con su religión y su experiencia de universalidad, que llegaron de fuera.
Los judíos llegaron también del exterior (de la actual Palestina), pero han formado parte de Europa (al menos) desde el siglo II a.C., extendiéndose por la cuenca mediterránea, con su aportación esencial, sobre todo a través del cristianismo (desde el II y III d.C.). Hubo un momento (en tiempos de Jesús) en que parecía que el Imperio Romano (matriz esencial de Europa) podría “convertirse” al judaísmo helenizado (alejandrino). Pero Roma al fin se opuso y el judaísmo en su conjunto rechazó la apertura hacia Roma (guerras judías del 67-70 y del 132-135 d.C.), volviendo a sus orígenes semitas, nacionales, perdiendo así su batalla por el dominio espiritual del Imperio romano-helenista, pero le sucedió y con éxito el cristianismo, su versión universalizada, a partir de Jesús de Nazaret.
En esa línea debemos afirmar que Europa ha sido una creación del judeo-cristianismo, sobre la matriz romana y helenistas. Hacia al año 150 d.C., diversos grupos cristianos de tipo semi-gnóstico, entre ellos el de Marción, intentaron separar a la iglesia de su principio israelita, haciendo del cristianismo una religión de pura experiencia interior, intimista, como un helenismo universal, centrado en la figura de Jesús, pero sin raíces judías.
Pero la iglesia en su conjunto reaccionó de manera dual. (a) Por un lado, defendió su origen israelita, aceptando el Antiguo Testamento de Israel, y asumió elementos sacrales de la institución sacerdotal de Jerusalén, haciéndose así más judía que la misma sinagoga rabínica. (b) Por otro destacó su independencia respecto al judaísmo, introduciendo en su Escritura unos textos propios (Nuevo Testamento) y organizando su vida y liturgia de forma independiente, con elementos de pensamiento griego y administración romana, de tipo jerárquico y universalista. De esa manera, a partir del 200 d. C., ella vino a expresarse y expandirse de manera autónoma, como un “cuerpo” social y religioso multinacional, separándose cada vez más de un judaísmo nacional, centrado en la Misná.
De esa forma, superando unas bases judías nacionales, el cristianismo ha seguido siendo judío en su raíz, porque conserva el Antiguo Testamento, que es la memoria de Israel, y que está presente en la configuración del cristianismo europeo (y de Europa), en sus dos formas principales (bizantina y romana). De todas formas, la relación de la Europa cristiana con el judaísmo ha sido a veces traumática, como muestras las persecuciones anti-judías de la Edad Media, la expulsión de España (1492) y el gran holocausto de nazi (1939-1945):
‒ El judaísmo ha sido y es un elemento interior del cristianismo, con su mensaje mesiánico. Sólo reinterpretando su raíz israelita en perspectiva más sacral (jerarquía, culto eucarístico) y abriéndose a las formas culturales y sociales del Imperio romano, en su forma griega y latina, la Iglesia ha podido convertirse en una institución católica, universal, extendida a todas las clases sociales, en contra de otros grupos de tipo elitista (estoicismo, filosofía cínica, comunidades gnósticas o herméticas) y a diferencia un judaísmo nacional que ha seguido centrado a su propia identidad de pueblo separado .
‒ El judaísmo nacional ha seguido existiendo e influyendo hasta hoy en Europa, tanto en un plano activo (con su aportación particular) como pasivo (a la historia europea pertenecen las cruzadas contra los musulmanes y las expulsiones y persecuciones contra los judíos). Ciertamente, el judaísmo es más amplio que Europa, pues se ha desarrollado también en el mundo babilonio-persa y musulmán, pero pertenece de un modo intenso a la historia e identidad actual de Europa y en sentido más amplio de occidente (Estados Unidos de América).
A pesar (o por) las expulsiones y persecuciones que han sufrido, los judíos de Europa constituyen el ejemplo clásico de separación entre Estado y Religión. Muchos son europeos en el sentido más estricto, desde hace muchos siglos, pero no han formado un Estado distinto, sino que forman parte de los diversos estados de Europa, conservando su identidad religiosa y social, siendo así muy particulares y muy universales. De manera consecuente, la presencia de los judíos ha planteado ya hace mucho tiempo la exigencia de una separación entre Estado e Iglesia, cosa que sólo se ha logrado poco a poco y con muchas dificultades, como muestra en España la expulsión de los judíos (1492) y en el conjunto de Europa la guerras de los Treinta Años (1818-1648) .
((Al mantenerse social y religiosamente independientes, los judíos han ofrecido a Europa el testimonio esencial de su identidad (ser ellos mismos, europeos y distintos), en un mundo que tendía a absolutizar las identidades nacionales. Pasados los siglos, tras la gran masacre nazi/alemana, en la que millone fueron asesinados simplemente por no ser arios, algunos judíos nacionalistas han creado el Estado de Israel, buscando una identidad y separación nacional y religiosa, en un contexto mayoritariamente musulmán. Ese Estado de Israel forma una “paradoja” difícil de explicar, un problema no resuelto. En un sentido es parte de Europa (aunque con rasgos que no le permiten integrarse en la Unión Europea). En otro sentido es Asía y depende no sólo de sí mismo, sino del “ala más fuerte del militarismo occidental” (USA).
Tanto por su origen como por su cercanía e implicaciones sociales, el Estado de Israel (aunque parezca estar fuera de su espacio vital) es un reflejo conflictivo de la historia de Europa. Lo que allí suceda importa, no sólo para los judíos, sino para toda Europa, que sólo podrá encontrar su identidad en la medida en que integre en ella grupos distintos y autónomos. Ese problema fue discutida por Bruno Bauer en, La cuestión judía (1843), al que respondió K. MARX con otro opúsculo, titulado también La cuestión judía (1843), que destaca el aspecto económico, pero ignora otros elementos esenciales. Sólo superando el antisemitismo más duro de su historia, Europa podrá ser lugar de convivencia abierta y signo para el conjunto de la humanidad)).

b. Cristianismo europeo y herencia greco-romana
Como he dicho, el judaísmo nacional se desligó de Roma, mientras los cristianos, seguidores de Jesús (representantes del ala universal y mesiánica del judaísmo), aceptaron la cultura y lengua griega (y el latín), como espacio de diálogo social y religioso. Así vincularon las dos tradiciones (israelita y helenista), dentro del imperio romano que era para ellos la ecumene o mundo habitado (dejamos aquí a un lado los cristianos “exteriores”: Sirios, persas etíopes…). En esa línea podemos afirmar que Europa ha sido un producto del gran pacto del cristianismo con la cultura greco-romana. Por su parte, hasta el día de hoy, el cristianismo ha tendido a pensar en griego y a organizarse en latín, ofreciendo así la base de la identidad europea.
De esa forma se unieron una experiencia religiosa (cristianismo), un ideal de conocimiento (helenismo) y una racionalidad política (Roma).
Esos elementos han sido esenciales para Europa, de manera que somos herederos de la razón greco-romana, siendo a la vez cristianos. Hemos nacido de la unión de dos realidades universales (cristianismo y cultura greco-romana) que se fecundan y limitan mutuamente. Este ha sido el primer parlamento o pacto no escrito de Europa, el diálogo de religión y pensamiento, dentro de unos moldes “administrativos” vinculados al Imperio romano.
El influjo griego no ha sido el mismo en occidente (con latín y pueblos bárbaros) y en oriente (con griego y teocracia bizantina). Pero las iglesias cristianas que se han extendido en Europa (prescindamos de las iglesias coptas o siríacas) han sido y siguen siendo helenistas. Los europeos no somos cristianos “y” griegos, como si esos elementos pudieran separarse, sino greco-romanos siendo cristianos:
‒ No podemos ser sólo greco-romanos olvidando el cristianismo. Algunos pensadores renacentistas (siglo XV-XVI) y luego ilustrados alemanes hubieran querido apoyarse de un modo exclusivo en Grecia, sin la mediación cristiana. Pues bien, esos intentos han sido y son artificiales, pues ya no existen griegos, al estilo antiguo (en contra de lo que sucede con el judaísmo), y porque el cristianismo ha marcado la recepción de Grecia en la Europa moderna. La racionalidad griega (que ha desembocado en la ciencia y la filosofía de occidente) se encuentra unida de hecho al substrato cristiano.
‒ Pero tampoco podemos volver a un cristianismo sin Grecia, es decir, sin libertad de pensamiento. Ciertamente, algunos cristianos han querido rechazar el influjo griego, creando una religión sin racionalidad, sin teologías, sin conexión con las ideas. Pero esos intentos han fracasado una y otra vez. El cristianismo de Europa ha desplegado un camino de racionalidad filosófica, científica y social que ha conducido de hecho al surgimiento de la ilustración moderna.
Por eso, Europa es un continente híbrido, donde la religión y la racionalidad se han unido sin destruirse una a la otra. Sin el sustrato cristiano (o judeo-cristiano) Europa perdería su principio de identidad moral, vinculada a la dignidad infinita de cada persona. Pero, sin el influjo griego, sin tensión de libertad racional, de búsqueda científica y pasión por el diálogo social y la democracia política, perdería su capacidad creadora . Pues bien, en ese contexto debemos añadir el influjo romano.
c. Libertad religiosa, libertad política
Los judíos nacionales optaron por mantener su “nación religiosa”, aunque inmersos en otras culturas y estados. Por el contrario, los cristianos no pudieron ni quisieron convertirse en una nación religiosa, sino que se hicieron griegos con los griegos y romanos con los romanos (cf. Gal 3, 28).
Esa fue una opción difícil, a la que parecían oponerse algunos movimientos de resistencia, como el Apocalipsis. Pero la iglesia en su conjunto se integró en el orden romano (y de fuera de Roma), sin renunciar a su identidad, y así vivió en una situación paradójica de “clandestinidad abierta”, sin estatuto legal reconocido, pero sin convertirse en una secta o grupo intimista (gnóstica) ni en guerrilla anti-estatal, dentro de un Imperio que representaba entonces la máxima racionalidad.
Esa situación de presencia y fermento social sin poder político duró más de dos siglos, hasta el 313 (Edicto de Milán), y ha definido el pasado y presente del cristianismo y de Europa que, a pesar de los cambios, tensiones y problemas, ha mantenido o re-descubierto siempre la diferencia de los dos poderes:
‒ El Estado tiene un poder autónomo y una legalidad racional, de manera que debe renunciar a su “divinización”, no puede volverse absoluto, ni imponer ningún tipo de religión. La Iglesia (en principio) no quiso hacerse Estado, pero tampoco permite que el Estado se convierta en religión. La autonomía del poder político implica, al mismo tiempo, su limitación: El Estado es importante, tiene su racionalidad jurídica (derecho romano) y su fundamento filosófico-social (filosofía helenista), pero no puede convertirse en absoluto, no puede hacerse Iglesia (como aún sucede en otro contexto en ciertas zonas del Islam).
‒ La Iglesia, que asume y actualiza el movimiento de Jesús, es muy valiosa, pero no puede imponer sus normas al Estado, ni convertirse en único principio social. Ciertamente, ella es una realidad pública y no busca un aislamiento intimista (no se convierte en secta), sino que se expresa de forma social, externa, instituida; pero, al mismo tiempo, al menos en principio, debe mantenerse fuera de las instituciones puramente políticas del Estado, a las que respeta y valora como independientes
Esta separación de poderes aparece pronto en las interpretaciones del dicho de Jesús (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”: 12, 17), y ha sido reconocida de formas distintas por la escuela de san Pablo (Rom 13) y por san Agustín (La Ciudad de Dios). En sentido profundo, ella ha constituido y sigue constituyendo un elemento esencial de la identidad de Europa, entendida como un proyecto donde se vinculan y separan los valores socio-políticos (que no son absolutos en un plano religioso) y los religiosos (que tampoco lo son en un plano social). Esta separación y vinculación sólo ha podido expresarse en un momento en que tanto la política como la religión han adquirido una gran madurez.
‒ Para que haya separación Iglesia-Estado, la política debe volverse «racional», como realidad autónoma, que puede organizarse a sí misma, con instituciones jurídicas, que implican y exigen democracia (es decir, que el poder venga del pueblo en cuanto tal, y no se funde en instancias religiosas superiores). Por eso, la política debe renunciar al «derecho divino» de los reyes y emperadores, presentándose como algo profano.
‒ Para que haya separación Iglesia-Estado, la religión ha de ser básicamente «religiosa», renunciando a imponerse en un plano de política (tomando el poder). Esta “limitación evangélica” ha sido esencial para la cultura europea y para el cristianismo. La religión sólo puede ser portadora de una palabra de Dios (no de un poder social) en la medida en que no quiere imponer su identidad por medios políticos.
Por eso, lo que llamamos Europa, en el sentido moderno del término, sólo ha podido establecerse allí donde Estado y Religión se limitan y vinculan (fecundan) mutuamente, sin que un elemento absorba al otro. De esa forma se enriquecen, siendo distintos, el ideal filosófico-político de Europa (con Sócrates y Julio César), y el ideal religioso (con Jesús y Pablo). Ese modelo de separación y vinculación se encontraba básicamente trazado y resuelto hacia el final del siglo III d.C. (en el tiempo de las persecuciones romanas), aunque ha tardado siglos en desarrollarse (el problema sigue abierto todavía hoy, en el siglo XXI). Eso significa que la estructura básica de Europa se encontraba anunciada y de alguna forma preparada en los primeros siglos de la historia cristiana.
Los judíos rabínicos, nación diferente al interior del imperio de Roma, habían podido conservar sus instituciones (sin dejarse “contaminar”), pero tuvieron que renunciar a “convertir” el Imperio, y se estructuraron como «nación privada» dentro del espacio público del Imperio o de las naciones de Europa. Por el contrario, en tres siglos de resistencia no violenta frente a Roma y creatividad clandestina (hasta el Edicto de Milán: 313 d. C.), los cristianos optaron por abrirse al imperio, ofreciendo su aportación religiosa mundial. No quisieron ser una nación aparte, «pueblo privado» sino una experiencia religiosa de universalidad, lo mismo y más que Roma (que no había logrado convertirse nunca en ecumene o imperio mundial) .
De esa unión nació Europa, a través de largos choques entre Estado (Roma, Imperio, reinos) y Religión (que en conjunto ha sido la cristiana). Somos hijos de dos padres, de un pacto o parlamento, cristianos “y” romanos, y ambos elementos se distinguen, pero no pueden separarse totalmente ni oponerse. A pesar de muchos emperadores, papas y reyes (desde las investiduras del XI-XII a la guerra de los Treinta años, 1618‒1648), el Estado no ha logrado dominar a la religión, ni la religión al Estado.