Luz para tiempos inciertos: Perdonar y resistir al mal (Pedro Zabala)

pero los sabios mayas del cartel que he puesto como imagen desmienten o matizan esa afirmación.
Tiempos inciertos avanzan y son muchos los que no quieren ofrecer el perdón, sino hacer que se cumpla la dura ley contra los otros, de un modo implacable, al son de trompetas de falsa justicia, que son de venganza: Fiat lex, pereat mundus... El mundo no acaba en sí, pero podemos "acabarlo" y acabar nosotros, como proclaman en el otoño frío de Castilla las aves agoreras en la tarde incierta.Otros afirman que el mal resulta irresistible, que ya no hay remedio en el mundo...
En contra de eso, como luz de mañana, Pedro Zabala sostiene que el perdón es posible y, aún más, que podemos resistir al mal. He querido vincular sus dos aportaciones, en este tiempo fuerte de Adviento, es decir, de esperanza.
Gracias Pedro, con tu reflexión luminosa. Os dejo a todo con el cartel de los mayas, que podrían quizá relacionarse con los magos de oriente, que buscaban y buscan al Dios de la Navidad.
¿ES POSIBLE EL PERDÓN? (Pedro Zabala) Pedro Zabala
Con este título tuvimos el pasado 4 de Diciembre, en el Ateneo Riojano, una mesa redonda que me tocó moderar. Intervinieron, a partir de su experiencia, Maite Pagazaurtundua, ex-presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo y Roberto Lejarza que también ha padecido en su familia el zarpazo de la violencia. La exposición de Maite fue rotunda; señaló como las víctimas del terrorismo, además de la herida inicial, han tenido que soportar la persecución, la exaltación de los victimarios presentado como héroes y una doble victimización, como si ellas hubieran de llevar su propio dolor como un baldón.
Roberto Lejarza intentó explicar su propio proceso, a través de un análisis del mecanismo que se pone en marcha, cuando alguien es víctima. La agresión inmotivada produce un dolor físico o moral, a veces los dos. La herida hay que restañarla y repararla. Exige un período de duelo y de superación. Luego, suele producirse un sufrimiento, generado y alimentado por el propio sujeto que ha sido víctima. Suele consistir en la rememoración reiterativa del hecho causante. Es una pena psicológica, provocada por la misma víctima, alienta el rencor y el deseo de venganza.
Para salir de ese estadio, se necesita, a menudo, ayuda de terceras personas, a veces profesional. Y aquí interviene el perdón, basado según le entendí, en el olvido del hecho causante. Para remarcarlo, contó la anécdota de aquellos judíos sobrevivientes de un campo de concentración que se encontraron al cabo de los años. Uno de ellos dijo que cada día revivía el recuerdo doloroso de las atrocidades por las que pasaron. El otro le contestó que él las había olvidado, pues no quería seguir esclavo de aquellos trágicos sucesos, como le ocurría al otro que todavía vivía en el campo de concentración.
Cuando acabó, intervine para señalar como en esas violaciones graves y colectivas de Derecho Humanos, se precisa una Comisión de Verdad, formada por personas independientes que saquen a la luz todas las injusticias cometidas, identificando a los autores, sus cómplices y las víctimas. Luego, la no-impunidad: que los culpables sean llevados ante Tribunales de Justicia. Sólo después, puede iniciarse un auténtico proceso de reconciliación. Pero hay que tener claro que la sociedad no puede exigir a las víctimas su perdón, pertenece al campo estricto de su conciencia. Y cunado lo dan, porque pueden y quieren, no debe tener consecuencias jurídicas. Distinto es el reconocimiento de su culpa y la petición de perdón por parte del victimario: Si es sincero y tiene garantías de serlo, es un buen índice de su rehabilitación y podría tener efectos en el derecho penitenciario. Maite también protestó ante la pretensión de olvido, señalando como el análisis mostrado era teórico y estaba descontextualizado.
En el coloquio que siguió, algunos de los intervinientes también se mostraban opuestos a la consideración de un sufrimiento, generado y alimentado por la propia víctima. Un psicólogo asistente, en cambio, explicó su significado y la necesidad de superarlo.
Quizá, para analizar con objetividad esta cuestión conviene recordar aquella monstruosa realidad, alejada hoy de nuestras preocupaciones, que fueron los campos nazis de concentración, donde fueron acarreados judíos, gitanos, cristianos rebeldes, testigos de Jehová y homosexuales. Recuerdo los viajes por Europa, en autobús y de camping, que organizaba, hace años, una parroquia logroñesa.
Cuando estuvimos en Polonia, visitamos Auschwitz. Coincidimos con un judío sefardí, acompañado de su esposa, asturiana. Nos permitió acompañarlos y recuerdo el escalofrío de emoción que nos embargó cuando señaló la estrecha tabla en la que dormía con cuatro compañeros de cautiverio. Años después en Austria, visitamos el de Manhaussen y un republicano catalán que había estado alojado en él, nos sirvió de cicerone. Allí coincidimos con un grupo de gitanos que salían llorosos y compungidos de una cámara de gas, donde debieron encontrar la muerte algunos familiares suyos.
El olvido es falso, porque hechos tan horribles pueden repetirse, si desconocemos sus orígenes y sus consecuencias. En esas situaciones tan horrendas, pueden salir al descubierto lo mejor y lo peor que los humanos llevamos dentro. Estaban los guardianes que ejercitaban sus macabras tareas, por convicción o por un nefasto sentido de obediencia debida. Y los presos que, por salvar su pellejo, a se avenían a ser verdugos, con mayor ensañamiento aún, de sus propios compañeros. Y dentro de los condenados, como relata Victor Frankl, había los que entraban aterrados en las cámaras de gas o los que íban erguidos, recitando el Shema Israel o el Padre Nuestro.
Las aulas de Verano de este año del Instituto Emmanuel Mounier, en Burgos, se dedicaron al tema Justicia y Perdón. Castor Bartolomé nos dijo: “Renunciar a la venganza no significa renunciar a la justicia, sino pensar que es posible justicia sin venganza. Aunque hay que reconocer que renunciar a la venganza no es sinónimo de perdonar. Muchas víctimas renunciaron a venganza, pero no pueden o no quieren perdonar. Perdonar es más que no vengarse, es un acto positivo que neutraliza la dinámica violenta de la venganza por la posibilidad de la reconciliación no violenta”.
Oí hace años un ejemplo de perdón de una testigo de Jehová, parisina. Cuando la ocupación alemana fue denunciada por una vecina. Sobrevivió al campo de concentración y pudo regresar a su domicilio. Sabía qué vecina la había denunciado. Ésta, ya anciana, cayó gravemente enferma, vivía sola y sus familiares no la atendían. Se pasó meses cuidándola, hasta que falleció.
¿Es posible el perdón?. Creo que sí. ¿Basta, para ello, el convencimiento psicológico de su necesidad o se precisa una motivación espiritual?. Como decía González Faus en aquellas Aulas de Verano a las que me he referido, la disposición a perdonar no puede depender del cambio del victimario. Un teólogo menonita, Dionisio Byler que también intervino, concluyo su disertación narrando una escena de un juicio en Sudáfrica en 1996. Un policía boer fue juzgado y condenado por el asesinato del hijo y el marido de una anciana negra. Al acabar, un miembro de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación se dirigió a ella y le preguntó: ¿Qué desearía Vd?. ¿Cómo ha de ejecutarse la justicia con este hombre?. Sin titubear, la anciana respondió: tres cosas. La primera, que me lleven al lugar donde que quemaron a mi marido y donde murió perdonándolos, para recoger sus restos y darles una inhumación honrosa. La segunda, como me he quedado sin hijo, que este señor sea en adelante mi hijo; y que venga al gueto dos veces al mes a visitarme para pasar el día conmigo y que así yo pueda dedicarle el amor que todavía me pueda quedar. Y, por último, quiero que sepa que le perdono, porque Jesucristo murió para perdonarnos. Eso mismo fue el deseo de mi marido. Y que me ayuden a cruzar la sala, para abrazarlo. El asesino se desmayó, mientras los presentes, víctimas todo ellos del apartheid, entonaron el viejo himno góspel, Amazin Grace que empieza con las palabras: “Sorprendente gracia, dulce de oír, que a un desahuciado como yo salvó”..
RESISTIR AL MAL (Pedro Zabala)
Creo recordar que era Burke quien afirmaba que para que triunfe el mal, basta con que los buenos no hagan nada. La aseveración que sigue conservando toda su fuerza, creo que necesita hoy dos puntualizaciones. La primera es que la línea divisoria entre buenos y malos no es tan clara. Se da en el corazón de todo ser humano. Todos somos aptos para la bondad y para la maldad. Y la mayoría oscilamos entre actos medio buenos o medio malos. Muy pocos, son capaces de realizar maldades absolutas o bondades sin mácula. La segunda es que, en estos tiempos confusos, para muchos las fronteras entre el bien y el mal se han borrado o se niegan.
De un modo aproximado, podríamos acordar que mal es lo que hace daño, lo que hace sufrir a otro ser humano. Cosificar a una persona, convertirla en medio para el el fin egoísta de otra u otras, atentar contra sus derechos fundamentales, es maldad. Sacrificar al inocente co otro o la misma comunidad se salven, no deja de ser un crimen, una salvajada que corrompe y hunde en la inhumanidad a esa sociedad que lo promueve o lo consiente.
A nuestro alrededor se cometen diariamente actos que violan la dignidad de las personas humanas. Algunos se hallan tipificados en los códigos penales; otros, en cambio, son permitidos e incluso apoyados por los ordenamientos jurídicos vigentes. La defensa a ultranza de la propiedad privada, la desrregulación del mercado, el principio de libre comercio, la obtención del máximo beneficio a corto plazo, la venta de armas, producen cada día millones de víctimas en todo el mundo. La falta de alimentos, de agua potable, de vivienda, de seguridad física y jurídica, de acceso a la sanidad, la trata de personas, la persecución de desplazados y emigrantes, condena a millones de habitantes del planeta a la muerte, a la enfermedad, a la miseria, a la desesperación... ¿Qué decir del Estado español que alardea de una Constitución basada en los Derechos Fundamentales y en el que millares de personas carecen de vivienda, a la par que millares de viviendas permanecen vacías?...
Quien calla, se encoge de hombros, cobardemente se inhibe, egoístamente intenta solucionar sólo sus propios problemas, cierra sus ojos y sus oídos al clamor de las víctimas, no piensa en las futuras generaciones, se limita a lamentarse de la crisis, añora un nivel de bienestar que ya no recuperará y espera ilusamente que alguien (¿quién?) venga y solucione la situación, ha abdicado de su responsabilidad ética, se hace cómplice del mal, aunque no sea su autor directo y ayuda a su prolongación. ¿Por qué hay quienes en el siglo XXI prefieren ser esclavos?. ¿Podemos ser hombres y mujeres dignos sin resistir al mal?.