Manifiesto de Caná: Refundar la Iglesia

Presenté ayer el evangelio del próximo domingo (20.1.13), ofreciendo una primera lectura del pasaje de las bodas de Caná (Jn 2, 1-11). Muchas veces he debido escribir sobre este tema. Hoy quiero hacerlo una vez más, de una forma reiterada y quizá provocativa.

Empezaré presentando un Manifiesto de Caná, con siete cláusulas, para indicar que la Iglesia en su conjunto no ha sabido responder a este pasaje (lo ha leído en general de forma “mística” para luego olvidarlo, volviendo a las seis tinajas de agua de ley e imposición social, de carencia y de sometimiento, sin pasar al séptimo día de la fiesta mesiánica). En ese contexto diré lo que significa volver a Caná, para fundar la Iglesia (es decir, para refundarla), retomando lo que quiso el evangelio de Juan al narrar este pasaje en el comienzo de los signos de Jesús.

Presentaré después dos comentarios que he debido escribir, en ocasiones distintas, presentando este pasaje en un contexto más sacramental y más piadoso. Ellos podrán servir de ayuda para entender y actualizar el texto, pero sólo para aquellos que tengan tiempo y humor para ellos.


La mayoría de los lectores se contentarán con la primera parte (la del manifiesto). Sólo algunos, los más interesados, podrán seguir leyendo las dos partes siguientes, que son en parte paralelas, tomadas de textos que he escrito en diversas circunstancial, en especial uno que se titula Fiesta del Pan, Fiesta del Vino, cuya dinámica he querido retomar el lo que sigue.

Las bodas de Caná no sucedieron así y pasaron... sino que están sucediendo ahora, son la esencia de la Iglesia.


1. MANIFIESTO DE CANÁ

a. Introducción


El texto en sí (Jn 2, 1-11) es ya un manifiesto cristiano. Tras la introducción (Jn 1), que sirve para situar a los personajes, el evangelista quiere presentar el tema de conjunto de su obra, que es un manifiesto de cristianismo, Juan escribe para lectores que conocen bien los signos (agua, seis tinajas de piedra, bodas, Jesús, madre, los discípulos, la Iglesia…). Todo está medido al milímetro, todo está pensado para definir la novedad cristiana, el surgimiento de la Iglesia.

b. Manifiesto:


1. Un presente seco. La iglesia actual se encuentra en la misma situación de los novios y los invitados de la escena: No tenemos vino. Anunciamos con trompetas nuestra fiesta, pero lo logramos ofrecer nada. Sólo la apariencia de unas bodas, fiesta externa, incluso músicos pagados, pero nos falta vino. Y sin vino ni los novios pueden pronunciar su palabra de amor, ni los amigos compartirla y celebrar con ellos, conforme al ritual judío. Ésta parece haber sido la situación de muchas iglesias judeo-cristianas (o paganas) en tiempos del Evangelista Juan. Para ellos va escrito el evangelio.

2. Toma de conciencia, la Madre de Jesús… Lo primero es tomar conciencia de la situación... Nadie se da cuenta de ella. Los convidados hablan, quizá discuten, pero no logran comprender que su fiesta está vacía. Han preparado seis grandísimas tinajas de agua (de leyes y normas para purificación. Sólo tienen eso: Normas, leyes, prohibiciones, purificaciones y nuevas purificaciones, con leyes nuevas… Una vuelta obsesiva a las normas de poder, simbolizadas por el agua de una liturgia vacía. Falta el vino, la boda no es boda, sino una forma de engañar al personal. Pero ella, la madre de Jesús (que es signo de las promesas del buen judaísmo) se da cuenta, y le dice a Jesús… También entre nosotros hay algunos que advierten la falta de vino, cristianos más comprometidos, poetas y profetas, servidores de los demás en un mundo donde se acaba la fiesta de la vida.

3. Resistencia, no es todavía mi hora. ¿Quién le dice a Jesús, de verdad, que nos falta el vino? ¿Quién puede llegar y decirlo: ¡es tu hora!? El evangelio concede ese “oficio” a la madre de Jesús, que es el signo de las promesas del judaísmo. No es ya tiempo de más purificaciones, de tinajas de agua, de normas y normas, y ella se lo dive Jesús parece resistirse, y dejarnos para siempre con el agua de los ritos, como si nada hubiera pasado (con templos externos, rituales vacíos, normas y normas llenas de prohibiciones). Es como si nos hubiera abandonado, dejándonos en manos de nuestros cenáculos vacíos, de bodas que no son bodas, de vino que no es vino…Gran parte de la jerarquía actual de la Iglesia parece resistirse, diciendo que no es todavía la hora, para centrarse en sus ritos, en sus purificaciones sin vida, en sus fiestas sin alma.


4. Decisión: Llenad las tinajas de agua… Pero Jesús escuchó a la madre y se puso en marcha, puso en movimiento su proyecto mesiánico de vino. Por eso pide a los servidores que llenen hasta arriba las tinajas, rebosantes… para que el agua del antiguo rito (purificación, gloria vacía…) se convierta en vino de fiesta. Éste es oficio de todos, de los servidores de la boda y del architriclino (que son los clérigos antiguos, que hoy serían el papa, los obispos y los celebrantes…). Es como si hubiéramos celebrado con agua de normas y ritos, queriendo purificarnos, pero sin nunca lograrlo. Es el momento de la boda, de la vida, del amor, de la alegría…Sólo este paso del agua real al vino realísimo de la fiesta, de la nueva conciencia, del gozo compartido, expresa la novedad de Jesús. Hemos vuelto a cerrar el proyecto de Jesús y encerrarlos en grandes ánforas de agua… Pues bien, bien, es la hora de ponerse en marcha, de abrir las tinajas y llenarlas de agua nueva, para que Jesús nos ayude a convertir el agua en vino de fiesta sin fin.


5. Celebración: El vino nuevo de la fiesta. Es ante todo el vino de los “novios”, de aquellos que se han unido para celebrar la fiesta de su vida, para beber juntos de una misma copa el vino del amor que crece y crece… Es la fiesta de todos los invitados, entre ellos los discípulos, que deben transformar el mundo a base de buen vino. Cuando abunda el vino, y aprende a beber en comunión de gozo, la vida cambia. Este es el motivo centrar de la fiesta de Jesús que nos hace celebrantes de la vida, animadores de esa fiesta, que es de todos, hombres y mujeres, invitados al banquete de bodas, sin que nadie quede excluido, sin que nadie lo acapare. Éste es el tiempo de pasar del vino malo al buen vino de fiesta, de amor generoso, de bodas de vino para todos, superando las viejas leyes y las purificaciones, para ponernos al servicio de la vida


6. Expansión: discípulos de Jesús. El evangelio dice que ellos creyeron y le acompañaron, poniéndose en marcha. Pues bien, también los nuevos ministros han de creer y convertirse en o servidores de la fiesta del vino, ellos, los que ahora existen y muchos nuevos. Pero no les veo convencidos de ellos; se han hecho guardianes de tradiciones, conservadores de un agua que se termina perdiendo, pudriendo…. Por eso ha de darse un cambio radical. Ciertamente, muchos ministros de las iglesias (varones y mujeres) siguen siendo portadores de una fiesta de vida. Pero muchos otros me parecen cerrados en leyes de purificaciones, en normas ya antiguas (cuyo origen nadie sabe explicar…), andan a lo suyo, que no es aquello que empezó a realizar Jesús en Caná de Galilea. Aquí es precisa una tarea nueva al servicio del vino de Jesús, con gente nueva, vino nuevo en odres nuevos, dice en otro lugar el evangelio (Mc 2).

7. Compromiso gozoso, siempre el vino. Las tinajas de las purificaciones no son algo del pasado. Ellas forman gran parte del presente de la Iglesia, hecha de ritos, envidias, cansancios, normativas… que no dejan que el vino se expanda y que corra por todos los sarmientos y cepas de la Iglesia y de la humanidad la savia de Jesús (cf. Jn 15). Pues bien, según su evangelio, Jesús nos quiere portadores del vino de la fiestas, animadores de la celebración, prontos al baile, al abrazo, a perder la cabeza en amor, por amor, en comunión… Ésta es la imagen que debíamos dar, desde el Papa de Roma hasta el monaguillo de San Martín de los Campos o los Prados… Celebradlo con vino, nos dice Jesús, o con el equivalente al vino, que es el amor que se expande, se contagia…


2. ANEJO 1. LECTURA BÁSICA

BODAS DE DIOS. ALLÍ ESTABA LA MADRE DE JESÚS (JN 2,1)


El evangelio de Juan ha presentado a Jesús como Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), relacionándole también con Juan Bautista, cuyo testimonio asume (1, 19-36) y cuyos discípulos recibe y educa luego como propios (1, 35-51). También le llama Unigénito Dios (1, 18), Hijo de Dios (1, 34) y Cordero que quita los pecados del mundo (1, 36). Ciertamente le presenta como Mesías e Hijo del Hombre (cf 1, 45.49-51).

Pues bien, después de eso, para introducir su tarea mesiánica, el evangelio le sitúa en un contexto de bodas, con la presencia de su Madre (Jn 2, 1-12). Para empezar la narración se dice que era el tercer día... (2, 1), en expresión que puede tener dos sentidos:

- Puede aludir al día tercero de la culminación escatológica, conforme al sentido que ese término recibe en los anuncios de la pasión, refiriéndose al tiempo de la victoria definitiva de Dios y de la plenitud humana (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 34 par). En este caso, las Bodas de Caná serían una especie de narración pascual anticipada y la Madre de Jesús habría intervenido de manera fuerte en ella.

- Pero ese tercer día puede sumarse a los tres que ha nombrado ya el relato (cf. Jn 1, 29.35.43), que sumados al primero que se supone y no se nombra (1,1 a 1,28), nos hacen llegar al día séptimo (uno más tres, más tres), que es día de descanso actuante de Dios y culminación del judaísmo (conforme a Gen 1): la historia de la creación/salvación vendría a desembocar de esa manera en la escena de las Bodas mesiánicas.

Sea como fuere ‒ día 7º (creación final) o día 3º (pascia) ‒ es tiempo de que el Cristo asuma y transforme, por indicación de su Madre, las bodas de este mundo, cambiando el agua vieja de las purificaciones del judaísmo en vino gozoso de fiesta de Dios. Leamos el texto, cambiando la comunidad judía en Iglesia cristiana, pasando de un judeo-cristianismo, vinculado a la ley de las purificación, al cristianismo de las bodas abundantes.

Había una boda en Caná de Galilea (2,1).

Viene al mundo la Palabra de Dios y se introduce en el contexto del Bautista y sus discípulos (Jn 1). Pero después, entrando en eso que pudiéramos llamar el escenario concreto de la vida, su primera relación con los hombres son las bodas, como indicando que ellas revelan y realizan lo más grande (son la plenitud y meta de la historia) y a la vez lo más triste o pequeño (no culminan nunca, no hay en ellas vino de existencia renovada).
Y la Madre de Jesús se hallaba allí.

Esta anotación nos causa sorpresa. Podía parecer en el principio que Jesús carecía de padres de la tierra, pues había provenido como pura Palabra de Dios, de la altura de los cielos (1, 1-18). Después se nos decía casi de pasada que era el hijo de José de Nazaret, en afirmación cuyo sentido no quedaba claro (1, 45; cf. 6, 42). Pues bien, de pronto, como indicando algo que es obvio y significativo, el texto alude a la Madre de Jesús y añade que estaba allí (2, 1).
Parece claro que esa Madre de Jesús es importante, pues se la conoce por su título y no por su nombre (igual que en Jn 19, 26-27). Sin duda alguna, ella pertenece al espacio y tiempo de las bodas. No era necesario invitarla: ¡estaba allí! Ciertamente, las bodas para ella un espacio normal (natural), forman parte de su preocupación y de su historia. No está fuera, como invitada, en actitud pasiva; está muy dentro y, actuando como supervisora, ha de mostrarse atenta a todo lo que pasa.

Jesús, en cambio, empieza siendo sólo un invitado, viene de fuera, no pertenece por sí mismo al espacio de bodas: él y sus discípulos parecen formar un mundo aparte, están como de paso. Lógicamente, no se preocupan de los temas de organización, al menos en un primer momento. Esta es la paradoja de la escena: Jesús viene como por casualidad y, sin embargo, luego actúa como dueño verdadero de las viejas y las nuevas bodas de la tierra.

Y faltando el vino le dijo la madre de Jesús: ¡no tienen vino! (2,3).

Cuidadosamente debemos situar y comentar cada uno de los rasgos de esta frase, pues en ella se contiene como en germen todo lo que sigue: la carencia humana, la atención cuidadosa de la Madre, el gesto creador de Jesús.

Lo primero es la carencia: ¡faltando el vino! Todas las explicaciones puramente historicistas de ese dato quedan cortas: los novios serían pobres, se habrían descuidado en la hora del aprovisionamiento, habrían llegado (con los discípulos de Jesús) demasiados invitados, diestros bebedores... El mensaje y conjunto de la escena es demasiado importante como para cortarlo a ese nivel.

Anticipando un poco lo que sigue, podemos afirmar que la carencia de vino es un elemento constitutivo de la escena. Si Jesús no estuviera allí quizá no se hubiera notado esa falta: ¡por siglos y siglos los hombres se habían arreglado sin (buen) vino! Sólo ahora, cuando llega Jesús, se nota la carencia y se establece una especie de fuerte desnivel entre lo antiguo (bodas sin vino) y lo nuevo (el posible regalo del Cristo).

Parece que nadie descubre esa carencia. Jesús está de incógnito. Rueda normalmente la rueda de la vida y, al no tener más referencia, los esposos (y todos los invitados) se contentan con lo poco que tienen. Sólo la Madre de Jesús nota la falta, en gesto que la viene a presentar como vidente o profetisa, en la línea del Bautista.

‒- Juan profeta había descubierto y destacado el pecado de los hombres a la vera del Jordán (río de purificaciones), señalando a los presentes: ¡este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! (1, 29). Presentaba así a Jesús como Redentor de los pecados.
‒- La Madre de Jesús ha descubierto en cambio que falta vino (2, 3). Pero ella no ha empezado diciendo eso a los hombres; se lo dice al mismo Cristo en palabra de riquísima advertencia, de iluminación y velado mandato (como queriendo que Jesús remedie la carencia).

La madre de Jesús

Para decir ¡no tienen vino! la madre de Jesús ha de estar (¡y está!) en las mismas fronteras de la vida, en el lugar donde se pasa del día sexto de la creación parcial al día séptimo de la plenitud, del día segundo de la muerte al tercero de la resurrección.

- La Madre de Jesús es por un lado una mujer del mundo antiguo: pertenece al espacio de las viejas bodas; conoce y comparte por dentro los problemas y preocupaciones de los hombres que jamás logran gozar el verdadero matrimonio de la vida. Ella se encuentra en el lugar donde debiera desplegarse la alegría: no es luto de muerte sino en fuente de esperanza creadora, matrimonio. Es mujer de gozo: está al servicio gratuito de la fiesta. Su libro verdadero es el banquete (quiere que los hombres y mujeres beban, bailen, vivan) no el ritual de muerte ni las represiones de ninguna ley miedosa de la tierra.

- Al mismo tiempo, la Madre de Jesús es mujer del mundo nuevo: sabe que hay un vino de bodas diferentes, sabe que ha llegado ya quien puede regalarlo. Por eso ella no quiere contenerse: ¡la impaciencia del nuevo Reino de Dios late en el centro de su vida y tiene que expresarla! Así se acerca y dice a Jesús en forma sobria y reverente: ¡no tienen vino!

Esas palabras condensan toda forma de necesidad humana. Pero ahora ellas se debe entender en el sentido inmediato y más intenso: las bodas judías (todas las bodas humanas) constituyen una especie de promesa de un futuro que jamás se cumple; anuncian gozo, libertad y cielo, pero al fin nos dejan en el mundo viejo de opresiones, recelos, envidias y miedos; falta el vino de la vida realizada en todas las bodas de la tierra, por eso ellas terminan siendo siempre tristes, limitadas.

La Madre de Jesús sólo pretende que las bodas sean ya lo que prometen, lo que el mismo Dios había querido en el principio (¡ahora que culmina el día séptimo de la creación!). Ella sabe que su hijo ha venido a traer la plenitud al mundo y por eso le confía reverente ¡no tienen vino!, en deseo que Jesús sólo podrá cumplir del todo en su Resurrección (día 3º).

Distanciamiento entre la madre y el hijo

Recordemos que Jesús no es novio, en contra de una perspectiva que muy pronto (cf. Ef 5) se hará tema común en el conjunto de la iglesia. Su Madre tampoco es esposa: ella es sólo iniciadora mesiánica del Cristo. Los esposos son dos desconocidos cuyo nombre no interesa recordar; son dos cualquiera, todos los humanos que al buscarse y al casarse (al vivir) están buscando plenitud, felicidad sobre la tierra.

Hemos dicho que la Madre es iniciadora mesiánica: forma parte de las bodas y allí dice a Jesús lo que los novios necesitan. Ella ha vivido, ha sufrido, conoce. Dios mismo le ha dado el encargo de educar al Hijo eterno dentro de la historia. Pues bien, esa educación culmina precisamente ahora: desde su misma madurez, en el momento primero y más solemne de su iniciación, en el centro de la crisis y pecado (carencia) de la historia, tiene que decir y dice al Cristo aquello que los hombres necesitan.

Evidentemente, esa enseñanza de la Madre resulta paradójica (en una línea que está cerca de Lc 2, 41-52). Por un lado ella tiene que decir a Jesús lo que los hombres necesitan: sólo de esa forma se comporta como madre mesiánica que abre o actualiza las promesas finales del Antiguo Testamento. Por otro lado, Jesús tiene una Palabra de sabiduría y mesianismo que transciende los deseos y poderes de su Madre. Por eso necesita distanciarse de ella, al menos en un primer momento:

¿Qué hay entre yo y tú, mujer?
¡Aún no ha llegado mi Hora! (Jn 2, 4).

El texto es difícil de traducir y todas las versiones que ofrezcamos de su primera parte resultan aproximadas: ¡Qué nos importa a tí y a mí! ¿Qué tenemos en común nosotros?... Lo cierto es que Jesús se distancia de su madre a quien llama, de forma significativa, mujer.

- Se distancia de ella para marcar su propia verdad, su autonomía mesiánica: ¡el Hijo de Dios no depende de una madre de la tierra! Él tiene su propio tiempo y verdad, como aparece en el texto convergente de la siro-fenicia (Mc 7, 27; cf también Mc 3, 31-35). En un determinado nivel, la madre pertenece aún al pueblo israelita y Jesús tiene que romper con ella y superarla para ser auténtico mesías.

- Al mismo tiempo la llama ¡Mujer! en palabra que, aludiendo al principio de la creación (Gén 1-3), ilumina y encuadra el sentido de la escena. La madre de Jesús es la verdadera Mujer/Eva de este día séptimo de la creación definitiva; por eso, ella no puede apoderarse de la voluntad de Dios, ni encauzar la vida de su Hijo.

Sea como fuere, la alusión queda velada y debe interpretarse (recrearse) desde el fondo de todo lo que sigue. Estamos, sin duda alguna, en un momento de suspense. El lector normal no habría esperado esta respuesta de Jesús; es más, la encuentra escandalosa. Pues bien, sólo penetrando en ese escándalo se entiende lo que sigue.

2. HACED LO QUE ÉL OS DIGA (JN 2,5)

Podemos situar ya nuestro pasaje a la luz de Mc 7, 24-30 donde Jesús y la madre pagana dialogan y aprenden (van cambiando) uno del otro, en diálogo también escandaloso: Jesús rechaza primer a la mujer, para escuchar y realizar después, en un nivel más alto, lo que ella le pedía. En Caná hallamos algo semejante: Jesús y su madre se escuchan, como dialogantes vivos, que dicen, rechazan y vuelven a escucharse en proceso riquísimo en que deben destacarse estos motivos:

-Parece que Jesús rechaza aquello que su madre le ha pedido, marcando su propia independencia mesiánica, distanciándose de ella con palabras que parecen marcadas de dureza: ¿Qué tenemos que ver nosotros? (Jn 2,4)

- La madre a quien Jesús llama ¡mujer! acepta su autonomía y cambia de actitud. Ya no pide nada, no argumenta ni polemiza. Ella se pone al lado de los servidores, diáconos de bodas, y como primera de todos los ministros de la nueva iglesia dice: ¡haced lo que él os diga!, confiando así en la obra de su hijo (2, 5).

- Finalmente, Jesús, que parecía haberse distanciado de su madre, cumple luego, en forma diferente, por su propia voluntad, más que lo que ella le pedía: ¡ofrece vino abundante y muy bueno a los invitados de las bodas! De esa forma realiza y desborda el deseo más profundo de María (2, 6-10)

En un contexto de alianza

De manera paradójica, desde el mutuo movimiento de gestos y palabras, debe interpretarse ya la escena. Hay aquí una especie de sometimiento y de más honda apertura mariana. Precisamente allí donde pudiera parecer que la madre quiere dominar al Hijo (¡no tienen vino!) ella viene a presentarse como servidora de ese Hijo, pidiendo a los humanos que realicen su mandato. Y precisamente allí donde parece que el Hijo se separa de la madre viene a estar más cerca de ella, cumpliendo su deseo (ofrece el vino de las bodas).

La palabra de María (¡haced lo que él os diga!) nos conduce al centro de la más honda teología de la alianza, allí donde los antiguos judíos se comprometían a cumplir la voluntad de Dios (¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3). Ha culmindo ya la historia antigua, ha llegado el tiempo de la alianza nueva y última del vino (cf Lc 22, 20; 1 Cor 11,25) de Jesús, vino y banquete de bodas donde viene a culminar la historia y se vinculan para siempre Dios y el hombre. Pues bien, como ministro (diácono entre diáconos) o iniciador de esa alianza hallamos a María, la Madre mesiánica, ocupando el lugar que tenía antes Moisés.

La renuncia de María

María ha debido renunciar a la palabra directa, que podría sonar a imposición (¡no tienen vino!), para mostrar su voluntad de una manera suplicante y más profunda. Había empezado educando a Jesús (es su Madre); pero ahora debe hacerse educadora de los servidores de las bodas, pedagoga de los hombres, en la fiesta de la nueva alianza:

- Renuncia a mandar sobre Jesús después de haberle engendrado (siendo como es su Madre). Renuncia a imponerse y dirigirle, como si Jesús no supiera lo que debe hacer, como si ignorara que a los hombres falta el vino.
-No manda porque confía en él: escucha gustosa su respuesta (¿qué hay entre nosotros?) y en amor total acepta lo que él haga... Ha llegado la hora de Jesús, ella queda atrás, está tranquila.
- Por eso se vuelve servidora de la obra de su hijo, pidiendo a los ministros de las bodas que cumplan lo que él diga. Así viene a presentarse como el personaje primero y más valioso de aquellos que preparan las bodas mesiánicas del Cristo sobre el mundo.

Ella no es la Eva mala que, según la interpretación muy extendida (aunque quizá poco fiable de Gen 2-3) ha tentado a Jesús (Adán), separándole de Dios. Ella es la mujer honrada y buena que sabe educar a los humanos (varones y mujeres) para el descubrimiento mesiánico del Cristo. Es así mujer de bodas, la única que sabe verdaderamente lo que pasa (lo que falta) sobre el mundo de manera que puede preparar y prepara a los humanos (varones y mujeres) para el vino de las bodas finales.

No teme al Cristo, ni tiene miedo al vino (plenitud de la humanidad, fiesta de bodas). Sabe hablar y habla con los servidores de la historia; sabe organizar y organiza la tarea de los servidores, diciéndoles que pongan lo que tienen (lo que saben) para que Jesús realice su tarea mesiánica. No es mujer silenciosa que calla en la asamblea sino todo lo contrario: es la que tiene más voz y palabra en el banquete, preparando de esa forma a los judíos (los que sólo tienen agua de purificaciones) para el vino de la boda universal del Cristo.

Seis ánforas, seis cántaras de piedra

Había seis ánforas de piedra, colocadas para las purificaciones de los judíos (2, 6). Eran necesarias y debían encontrarse llenas de agua, para que los fieles de la ley se purifiquen conforme al ritual de lavatorios y abluciones. Pues bien, el tiempo de esas ánforas (¡son seis! ¡el judaísmo entero!) ha terminado cuando llega el día séptimo del Cristo de las bodas.

Los judíos continúan manteniendo el agua, el rito de purificación en que se hallaba inmerso el mismo Juan Bautista (cf Jn 1, 26). La Madre de Jesús había descubierto ya que es necesario el vino, superando de esa forma la clausura legal (nacional) del antiguo judaísmo que se encuentra reflejado por el agua. Finalmente, cumpliendo la palabra de Jesús (que anuncia y anticipa el misterio de su Pascua), los ministros de las bodas ofrecen a los comensales el vino bueno de la vida convertida en fiesta.

En este comienzo eclesial, en el primero de los signos de Jesús, está su Madre, como iniciadora paradójica y sublime de su obra. Ella es la mujer auténtica que sabe aquello que los otros desconocen. Ella es la primera servidora de la Iglesia mesiánica que dice a los restantes servidores de las bodas: ¡haced lo que él os diga!.

Acabamos de indicar que ella aparece como mediadora de la alianza: pide a los hombres que cumplan lo que Cristo les enseña. Pero dando un paso más podemos afirmar que ella se pone de algún modo en el lugar del mismo Dios (del Padre de la Transfiguración) cuando decía desde el fondo de la nube a los creyentes: ¡este es mi Hijo querido, escuchadle! (Mc 9,7 par). La que ahora pide a los humanos (especialmente judíos) que acojan a Jesús es ya su Madre. No lo hace por orgullo o vanidad, pues como vimos ya en Lc 2, 34-35 y veremos en Jn 19, 25-27, ella es madre sufriente que conoce el carácter doloroso del servicio de Jesús.

3. APLICACIÓN. DE CANÁ A LA PASCUA

Parece un texto aislado y, sin embargo, tan pronto como vamos entrando en su mensaje, descubrimos que reúne todo el Evangelio. Aquí sólo trazamos dos líneas de comparación: una con el signo inmediatamente posterior (purificación del templo: Jn 2, 13-22) y otra con la escena de la muerte de Jesús (Jn 19, 25-27). Desde ese fondo retornamos al ¡no tienen vino! y al ¡haced lo que él os diga!, para resaltar en forma conclusiva el carácter festivo del relato.

a) Caná de Galilea y purificación del templo.

La escena estrictamente dicha de Caná (2, 1-11) termina con un breve comentario sobre el sentido del signo (2, 11) y una indicación sobre la estancia “eclesial” de Jesús en Cafarnaum (con madre, hermanos y discípulos: 2, 12). Luego, sin ninguna preparación, se dice que era Pascua de los Judíos y que Jesús subió a Jerusalén, para expulsar del templo a los compradores y vendedores, en escena de dura polémica y fuerte simbolismo, referido a su muerte y resurrección (2, 13-22). Las dos narraciones forman un doblete: dicen lo mismo en perspectivas diferentes; ambas se completan, ofreciendo una preciosa introducción al ministerio de Jesús:

- Las bodas lo presentan en perspectiva positiva: cumpliendo (y superando) el deseo de su madre, Jesús nos traslada del agua de los ritos judíos al vino del reino.
- La purificación lo presenta en vertiente negativa: para que el vino de reino se extienda hacia todos debe terminar el viejo templo de los sacrificios, aunque implique oposición de los judíos.

Esto significa que, indirectamente, la petición de la Madre (¡no tienen vino!) acaba enfrentando a Jesús con aquellos que defienden el agua del templo antiguo con sus ritos de purificación. Es como si la madre dijera a Jesús: ¡has de morir para que las bodas de este mundo tengan vino! ¡has de hacer que acabe el templo!.

De esa forma trazamos una línea que conduce del vino de bodas de Caná a la condena del Calvario donde Jesús dará su sangre como alimento de reino (cf 19, 34, comparado con 6, 52-59). De manera lógica, hallaremos a la Madre de Jesús bajo la cruz de su Hijo, culminando el camino de Caná y recibiendo el nuevo encargo materno (19, 25-27). Al decirle a Jesús ¡no tienen vino!, ella misma ha colocado a Jesús en camino que lleva al Calvario.


b ¡No tienen vino! (2, 3).

Esta es una de las palabras más evocadoras del NT y del conjunto de la Biblia. La Madre se la dice en primer lugar al Hijo, pero luego las podemos y debemos aplicar a nuestra historia. Son palabras que escuchan los cristianos, devotos de María, sobre todo los que están comprometidos en la gran tarea de liberación. Precisamente allí donde podemos sentirnos satisfechos, allí donde pensamos que las cosas se encuentran ya resueltas, todo en orden, se eleva con más fuerza la voz de la Madre de Jesús diciendo:

¡No tienen libertad, están cautivos! ¡No tienen salud, están enfermos!
¡No tienen pan, están hambrientos! ¡No tienen familia, están abandonados!
¡No tienen paz, se encuentran deprimidos, enfrentados!

Nosotros no podemos: ¿qué nos importa a tí y a mí? ¡no es nuestra hora! Sabemos que en Jesús y por Jesús ha llegado la hora de la Madre que nos muestra las necesidades de sus hijos, los humanos sufrientes. Sobre un mundo donde falta el vino de las bodas de la libertad/amor/justicia, sobre un mundo que sufre la opresión y el fuerte hueco de la vida, la voz de la Madre de Jesús resuena como un recordatorio activo de las necesidades de los hombres, es principio de fuerte compromiso.

c) ¡Haced lo que él os diga! (2, 5).

Esta es la hora de la fidelidad cristiana de la madre de Jesús. Se ha dicho a veces que ella nos separa del auténtico evangelio, que nos lleva a una región de devociones intimistas y evasiones, desligándonos del Cristo (acusación de algunos protestantes). Pues bien, en contra de eso, los católicos sabemos que la Madre nos conduce al Hijo, recordándonos con fuerza que debemos hacer lo que él nos diga, igual que ella lo hizo.

Es la hora de la Madre a quien el mismo Jesús llama Mujer (2, 4). Es la hora de la mujer cristiana que puede y debe conducirnos al lugar del verdadero Cristo, para cumplir de una manera intensa su evangelio. Sólo allí donde se unen estas dos palabras (¡no tienen vino! y ¡haced lo que él os diga!) encuentra su sentido la figura de María. Tenemos que descubrir la necesidad del mundo (plano de análisis liberador) e iniciar con Jesús un camino de compromiso liberador, haciendo lo que él dice en su evangelio.

Ese es evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y que llegue a todos, expresado en el vino de fiesta y plenitud gozosa. El judaísmo era religión de purificaciones y ayunos (cf Mc 2, 18 par); por eso necesitaba agua de abluciones. Pues bien, en contra de eso, el evangelio empieza siendo (unir Jn 2, 1-12 con Mc 2, 18-22) experiencia mesiánica de fiesta. En medio de ella, como animadora y guía, como hermana y amiga, encontramos a la Madre de Jesús. No la busquemos en la muerte, encontrémosla en la vida. Sólo así, cuando gocemos con ella del vino de Jesús, podremos dedicar nuestro trabajo y alegría al servicio de los pobres (los que no tienen vino).


3. ANEJO 2. LECTURA MÁS SACRAMENTAL

Al tercer día


Para empezar, la narración dice al tercer día... (2, 1), en expresión que puede referirse al día tercero de la culminación escatológica, conforme al sentido que ese término recibe en los anuncios de pasión (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 34 par); estaríamos así en tiempo de pascua, momento especial de presencia eucarística de Jesús, como hemos indicado en el capítulo anterior. Pero este día (3º) puede sumarse a los tres que ha nombrado ya el relato (cf Jn 1, 29.35.43), con el primero que se supone y no se nombra (de Jn 1,1 a 1, 28), formando así el día séptimo, que es tiempo de descanso actuante de Dios y culminación del judaísmo (conforme a Gén 1). La misma creación/salvación vendría a desembocar de esa manera en la escena de las Bodas mesiánicas. Sea el día 7º de creación final o 3º de la pascua, este es tiempo de culminación eucarística, que Jesús realiza cambiando el agua vieja de las purificaciones judías en vino gozoso de fiesta de Dios.

– Se celebraba una boda en Caná de Galilea (Jn 2, 1). Viene al mundo la Palabra de Dios y su primera acción estricta, de transformación (el primer signo: Jn 2, 11) se realiza en unas bodas eucarísticas (tiempo de amor y vino).
– Y la Madre de Jesús se hallaba allí. Esta anotación causa sorpresa. Podía parecer que Jesús carecía de padres de la tierra (c.f Jn 1, 1-18). Después se dice que era hijo de José de Nazaret, en afirmación cuyo sentido puede ser ambiguo (1, 45; cf. 6, 42). Pues bien, de pronto, como indicando algo obvio y significativo, el texto añade que su Madre estaba allí (2, 1).

No tienen vino

Ella pertenece al espacio y tiempo de bodas. No era necesario invitarla: ¡estaba! Jesús, en cambio, empieza siendo un invitad: viene de fuera, no pertenece por sí mismo al espacio de bodas: él y sus discípulos parecen venir de un mundo aparte, están como de paso. Lógicamente, no se preocupan de temas de organización. Esta es la paradoja de la escena: Jesús viene como por casualidad y, sin embargo, luego actúa como animador de las viejas y las nuevas bodas de la tierra.

– Y faltando el vino... (2, 3). Todas las explicaciones puramente historicistas (los novios serían pobres, se habrían descuidado al calcular los invitados...), quedan cortas. La carencia de vino es un elemento constitutivo de la escena. Si Jesús no estuviera allí quizá no se hubiera notado: ¡por siglos y siglos los humanos se habían arreglado sin (buen) vino! Sólo ahora, cuando llega Jesús, su madre nota la carencia y se establece una especie de fuerte desnivel entre lo antiguo (bodas sin vino) y lo nuevo (el posible regalo del Cristo).

– Le dijo la madre de Jesús: ¡no tienen vino! (Jn 2, 3). Parece que nadie advertía la carencia. Sólo la Madre la advierte, mostrándose así vidente o profetisa, en la línea del Bautista que, viendo a Jesús, dijo a los: ¡este es el Cordero de Dios que quita el pecado, presentando así a Jesús como Redentor de los pecados. La Madre de Jesús ha descubierto la falta de vino en las bodas. Pero ella no ha empezado diciendo eso a los hombres; se lo dice al mismo Cristo en palabra de riquísima advertencia, de iluminación y velado mandato (como pidiéndole que actúe).

Para decir ¡no tienen vino! ella ha de estar (¡y está!) en las mismas fronteras de la vida, en el lugar donde se pasa del día sexto de la vieja creación parcial al séptimo (o 3º) de la plenitud pascual. Ella es, por un lado, una mujer del mundo antiguo: pertenece al espacio de las viejas bodas; conoce y comparte los problemas y preocupaciones de hombres que jamás llegan a vivir las verdaderas bodas. Al mismo tiempo, ellas es mujer del mundo nuevo: sabe que hay un vino de bodas diferentes y que ha llegado quien puede regalarlo. Por eso, no quiere contenerse: la impaciencia del Reino le mueve y así dice a Jesús en forma sobria y reverente: ¡no tienen vino!

Esas palabras condensan toda necesidad humana y deben entenderse en un sentido eucarístico: las bodas judías son una promesa que jamás se cumple; anuncian gozo, libertad y cielo, pero al fin nos dejan en el mundo viejo de opresiones, recelos, envidias y miedos. Falta el vino de vida en plenitud, el pan del nuevo cuerpo mesiánico. La Madre de Jesús sólo pretende que las bodas llegan a ser ya lo que prometen, lo que el mismo Dios había querido en el principio (¡culminando el día séptimo de la creación!).

Jesús y su Madre

Jesús no aparece en esta escena como novio, en contra de una perspectiva que después (cf. Ef 5) se hará tema común entre los fieles. Su madre tampoco es señora celeste, sino iniciadora mesiánica. Los esposos parecen dos desconocidos cuyo nombre no interesa recordar; dos cualquiera, todos los humanos que al buscarse y casarse (al vivir) están buscando plenitud, felicidad sobre la tierra. Aquí culmina la tarea de la madre: como iniciadora mesiánica, ella tiene que decir y dice al Cristo aquello que los hombres necesitan. Ahora empieza la tarea de Jesús, que escucha a la madre, pero luego necesita distanciarse de ella, al menos en un primer momento, diciendo ¿qué hay entre yo y tú, mujer? ¡Aún no ha llegado mi Hora! (Jn 2, 4). En este juego de distanciamiento y escucha se centra la escena:

– Jesús se distancia de su madre, para marcar su propia verdad, su autonomía mesiánica: ¡el Hijo de Dios no depende de la iniciadora mesiánica de bodas de la tierra! Él tiene su propio tiempo y verdad. En un determinado plano, la madre pertenece aún al pueblo israelita y Jesús debe superarla para ser auténtico mesías.
– Pero, al mismo tiempo, Jesús escucha a la madre y la llama ¡Mujer! en palabra que quizá debe entenderse desde el principio de la creación, allí donde Eva toma la palabra y dialoga con la serpiente. La madre de Jesús es verdadera Mujer/Eva de este día de creación definitiva; por eso, ella no puede imponerse sobre Dios, ni manejar la vida de su Hijo; pero habla a su hijo y este, al fin, la escucha, ofreciendo a los casados un vino más alto de reino.

De todas formas, el sentido más hondo de la respuesta de Jesús queda velado y debe interpretarse (recrearse) desde lo que sigue. Esa respuesta marca, sin duda alguna, un momento de suspense. El lector normal no habría esperado esta respuesta de Jesús (¿qué hay entre tú y yo... ?), pero su madre sigue: Haced lo que él os diga (Jn 2,5). Este diálogo puede entenderse a la luz de Mc 7, 24-30 donde Jesús y la madre pagana aprenden (van cambiando) uno del otro, de manera que Jesús empieza negando el pan que le pide la mujer, para ofrecérselo luego en un nivel más alto. Pues bien, esa madre no pide pan para su hija, sino vino de bodas para todos.

– Parece que Jesús rechaza aquello que su madre le ha pedido, marcando su propia independencia mesiánica, con palabras que parecen de dureza: ¿Qué hay entre yo y tú, mujer?
– La madre, a quien Jesús llama ¡mujer!, acepta esa respuesta y no le pide nada ni argumenta. Ella se pone al lado de los servidores de las bodas (de la eucaristía) y como primer ministro de la nueva iglesia dice: ¡haced lo que él os diga!
– Jesús acaba cumpliendo, en forma diferente, por su propia voluntad, lo que ella le pedía: ¡ofrece vino abundante y mejor a los novios de las bodas! De esa forma realiza con creces el deseo más profundo de María (2, 6-10)

La madre Israel recuerda a Jesús su camino

Precisamente allí donde pudiera parecer que la madre intenta dominar al Hijo (¡no tienen vino!), ella aparece como servidora de ese Hijo, pidiendo a los humanos que cumplan su mandato. Y precisamente allí donde parece que el Hijo se separa de la madre está más cerca de ella, cumpliendo de manera más alta su deseo: no ofrece simplemente un normal vino de bodas del mundo, sino el Vino de las Bodas del Reino, de la plenitud definitiva de la historia.
La palabra de la Madre (¡haced lo que él os diga!) nos sitúa en el centro de la teología de la alianza, allí donde los antiguos judíos decían ¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3). Así nos conduce al lugar donde se ha cumplido la historia antigua, ha llegado la alianza del vino, que hemos evocado al ocuparnos de la Última Cena (cf. Mc 14, 24-25; Lc 22, 20; 1 Cor 11,25). En esta perspectiva ha de entenderse el signo eucarístico, que ha estado presente (en ausencia) desde el comienzo de la escena: ¡no tienen vino!. La Madre habla de un vino, Jesús ofrece otro, mucho más valioso. En el lugar de unión y cruce del vino de la Madre (Israel) y de Jesús (eucaristía cristiana) nos sitúa Jn 2, iniciando un tema que desarrollarán los textos eucarísticos posteriores del evangelio, como indicaremos (Jn 6 y Jn 15). De esa forma suponemos que ella conocer de algún modo aquello que pasará, sabe que el vino de Jesús será distinto de que ella ha bebido hasta ahora. Por eso dice ¡haced lo que él os diga!

La Madre de Jesús no quiere adueñarse del Árbol de la Vida, como Eva, ni tentar a Jesús (nuevo Adán), como algunos apócrifos del tiempo hubieran destacado. Ella es madre mesiánica que ha sabido educar a los humanos (varones y mujeres) para la aceptación del Cristo: es mujer de bodas, la única que sabe verdaderamente lo que pasa (lo que falta) sobre el mundo, de manera que puede preparar y prepara a los humanos (varones y mujeres) para el vino eucarístico final. No lo puede dar (ella no lo tiene); pero puede pedírselo a su hijo.

El agua se hace vino

La Madre no tiene miedo al Hijo, ni tiene miedo al vino (sacramento de plenitud, fiesta de bodas). Sabe hablar y habla a los encargados de las bodas; sabe organizar y organiza la tarea de los servidores, diciéndoles que pongan lo que tienen (lo que saben) para que Jesús realice su gesto eucarístico. No es mujer silenciosa que calla en la asamblea (cf. 1 Cor 14, 34), sino la que tiene más palabra en el banquete, preparando a los judíos (que sólo tienen agua) el vino de eucaristía del Cristo.

– Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos (2, 6). Eran necesarias y debían encontrarse llenas de agua, para que los fieles de la ley se purifiquen conforme al ritual de lavatorios, abluciones y bautismos. Pues bien, el tiempo de esas ánforas (¡son seis! ¡el judaísmo entero!) ha terminado cuando llega el día séptimo del Cristo de las bodas. Los judíos continúan manteniendo el agua, el rito de purificación en que se hallaba inmerso Juan Bautista (cf. Jn 1, 26).

– Del vino de la Madre al vino del Hijo. La Madre de Jesús sabe, de algún modo, que es preciso un vino nuevo de eucaristía, que supera la clausura legal (nacional) del antiguo judaísmo reflejado por el agua. Pero sabe también que sólo Jesús puede ofrecerlo. Pues bien, Jesús lo ofrece, respondiendo de manera indirecta pero firme a petición de su Madre y de toda la historia israelita. De esa manera ofrece a los comensales el vino bueno de la Fiesta de Dios. Este es el signo sacramental primero de Jesús, el cumplimiento de aquello que había buscado y no había conseguido el judaísmo (representado por su Madre): el vino de las bodas, el gran don del reino.

Como hemos visto ya (Parte 2ª, Cap.1-3), la petición de la Madre (¡no tienen vino!) acaba enfrentando a Jesús con aquellos que quieren encerrarse en el agua del templo antiguo, con sus ritos de purificación. Ciertamente, sabemos que en el templo había vino (cf. Parte 1ª, Cap. 2º); pero, a los ojos de Jesús y los primeros cristianos, aquel vino terminaba siendo simple agua de purificaciones, ritual del mundo viejo, no sacramento de encuentro universal para todos los humanos.

Al convertir el agua de purificación de Israel en vino de bodas mesiánicas, Jesús ha comenzado su tarea allí donde culminaban los sinópticos: en el logion escatológico del vino de bodas del reino (Mc 14, 24 par). El último signo de Jesús se convierte así en primero: lo hizo Jesús en Caná y manifestó su gloria, de manera que sus discípulos creyeron (Jn 2, 11). El signo mesiánico del vino, que aparece a modo de culminación del Antiguo Testamento (petición de la Madre), viene a presentarse como punto partida del camino eucarístico de Jesús, sacramento originario. Así lo ha vivido sin duda la iglesia.
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