Enviados de Jesús Palabra de Evangelio
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JESÚS, TESTIGO DE DIOS
Presentación del libro: La novedad de Jesús, Fe Adulta, Illescas 2019, en Librería ARS, Salamanca 21. 2. 2019 (cf. http://www.feadulta.com/es/).
/www.youtube.com/watch?v=U8IruXc5vcs&t=129s
En el trasfondo de Israel y como miembro de un rico judaísmo, abierto a diferentes perspectivas sociales y sacrales, surgió él. Conoció el sufrimiento, con riqueza de vida y tarea, del entorno palestino (y helenista) y se sintió llamado a ofrecer una respuesta, en continuidad con la historia de su pueblo, desde el fondo de la nueva situación existencial y política, marcada por el sistema imperial.
Era fiel a la memoria israelita, pero más fiel todavía a la presencia de Dios en una situación de cambio y sufrimiento. Mantuvo relaciones especiales con Juan, profeta bautista del juicio, pero actuó como mensajero de libertad: había contemplado a Dios como Padre, y así vino a presentarse como Hijo-Mensajero del Reino, anunciando el nacimiento mesiánico del pueblo.
Muchos habían querido recrear la Ley y Tradición. Jesús lo hizo de forma radical, asumiendo como judío la esperanza israelita y abriéndola de un modo especial a los excluidos sociales y, desde ellos, a todos los hombres. En ese fondo estudiamos los momentos principales de su historia, desde la perspectiva de una iglesia, que ha entendido y trasmitido su testimonio en los evangelios. No estudiamos aquí su vida como tal (cosa ya hecha en Historia de Jesús, Estella 2015), sino su autoridad y el legado de su evangelio, en el contexto de su tiempo.
Partiendo de las tradiciones del Antiguo Testamento y de su propia experiencia de Dios como Padre, Jesús formuló y promovió un movimiento de libertad al servicio de los expulsados del sistema. Desde ese fondo quiero evocar su identidad, como enviado y profeta de Dios, para que todos sean (seamos) también enviados de Dios y profetas.
Su autoridad fue discutida, de principio a fin de su misión, desde la sinagoga de Cafarnaúm (donde habla con autoridad: hasta los demonios le obedecen: Mc 1, 27) hasta el templo de Jerusalén, donde los jerarcas de la ciudad santa le interrogan (¿con que autoridad haces estas cosas? Mc 11, 28). De esa forma se eleva ante nosotros como portador de un poder más alto, venciendo a Satán y ofreciendo su vida al servicio del Reino. Ésa es su autoridad, éste el principio de su obra carismática, al servicio de la libertad de los hombres[1].
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CAMPESINO Y PROFETA
AUTORIDAD DE LA VIDA
Fue profeta del pueblo y su autoridad provenía de una larga historia de campesinos oprimidos y excluidos, en busca de tierra y libertad. De esa forma llevó en su vida la memoria y esperanza de un pueblo sufriente y trabajador, heredero de siglos y siglos de esperanza comprometida, iluminada por el Dios de las promesas de Israel, el liberador de los esclavos. Como campesino profeta, a ras de vida, sin ideología mentirosa de libros de engaño, se eleva ante (con nosotros) y así queremos evocarle:
- Campesino sin campo, obrero marginal[2]
Un primer dato sobre la identidad de Jesús lo ofrece Marcos cuando le presenta como tekton o artesano, obrero no especializado que se ocupa, sobre todo, de labores relacionadas con la construcción: cantero, carpintero, trabajador de la madera o la piedra. Sus antepasados vinieron probablemente de Judea a Nazaret, en la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 aC), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa de Dios, en la línea indicada por Levítico y Josué. Pero él (o José su padre), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (obrero sin obra propia).
Hoy, dentro de una sociedad post-industrial, se nos hace difícil entender lo que aquello supuso, pues la mayoría no vivimos ya inmediatamente de la tierra, sino que nuestras “propiedades” se contabilizan en forma de inversiones separadas de la vida inmediata sobre el campo. En tiempos de Jesús, en la sociedad agraria de Galilea, el israelita “ideal” era un propietario de una tierra y casa, un campesino bien casado, con familia y campo, que descubría y cultivaba el don de Dios en la siembra y la cosecha.
En el momento en que un descendiente de campesinos (a no ser que fuera sacerdote, comerciante o soldado) perdía la propiedad de su campo, solía quedar desamparado, en sentido económico y simbólico, es decir, religioso (perdía la herencia que Dios mismo había concedido a las familias de su pueblo). En este contexto se entiende la presentación de Jesús como artesano[3]:
− Marcos le define como, artesano (Mc 6, 3), no como simple “tekton” (carpintero/obrero sin más), sino como “ho tekton”, con artículo definido “el Artesano”. Antes de llamarse “el Cristo” (y para serlo), Jesús Galileo ha sido “el tekton”, el obrero del pueblo, a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar y encargar unas tareas, de las que él ha de vivir. En esa línea, Obra de Dios, que asumirá después, ha de entenderse como protesta contra el trabajo inmisericorde de gran parte de la gente de su tiempo y de su tierra. Sin duda, tiene cierto conocimiento de la Escritura y se identifica con la tradición religiosa del judaísmo. Pero, al mismo tiempo, se encuentra a merced de las necesidades y ofertas laborales de otros hombres.
− Mateo parece suavizar esa afirmación al presentarle como “el hijo del tekton” (Mt 13, 5). Ese cambio puede responder a un intento de “atenuar” la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente “el tekton” (sino el hijo del tekton), pero en realidad no atenúa esa dureza, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un “nuevo tekton”, alguien que acaba de empobrecer, por causas fortuitas, sino que aparece como “el hijo de”, esto es, como alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo. Cuando más tarde prometa a sus seguidores “el ciento por uno” en campos (agrous: Mc 10, 30 par), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia.
Jesús no es untekton de ocasión (hombre con tierras propias aunque, en ocasiones, trabaje también como artesano), sino como el tekton sin trabajo propio, sin tierra ni hacienda familiar, obrero a lance, sin otro medio de subsistencia que aquello que otros quieran ofrecerle, en un mundo sin contratos ni salarios permanentes.
Éste es un dato negativo, pero en otro sentido puede ofrecer un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda, conociendo así la realidad social desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos expulsados de su tierra. Ésta ha sido su escuela, aprendiendo en ellas cosas que no suelen aprenderse en la escuela de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes[4].
Todo nos lleva a pensar que sus antepasados habían sido propietarios de tierras “prometidas” en Galilea (a partir de la reconquista asmonea, el 104 aC), pero, a través de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia volvía a poseer su tierra: Lev 25), habían sido incapaces de mantener sus propiedades, volviéndose campesinos sin campo, sin más salida que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.
Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de lo que prometían las bendiciones de Israel y las promesas davídicas, era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista (cf. Lc 1) y como fue F. Josefo (según su Autobiografía). En ese sentido se le puede llamar un “marginal”, aunque es quizá mejor llamarle “marginado”[5]:
‒ Marginal y marginado, en un mundo religioso controlado cada vez más por escribas (de las varias escuelas), sacerdotes oficiales y miembros de la nueva aristocracia económica (que ha pactado con Roma). Es un artesano, está a merced del trabajo que le ofrecen otros, de manera que no puede cumplir la Ley como la cumplen aquellos que disponen de tiempo y contexto apropiado para ello (como muchos fariseos). Jesús no tiene trabajo propio y por eso vive a merced de la propiedad y trabajo de otros.
‒ Marginado activo. Es un marginado, pero no un resentido (no propugna la violencia reactiva en contra de los ricos). Es un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende la respuesta que ofrece a los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con entrada posterior en la tierra prometida (acompañando a Juan Bautista) e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con los pobres, en Galilea)[6].
‒ ¡Marginados del mundo, escuchad! Cuando habla de “pobreza” y llama bienaventurados a los ptojoi (desarraigados y mendigos, aquellos que no tienen nada, ni siquiera trabajo), Jesús no está proponiendo una teoría sobre otros, sino que hablando de su propia situación de marginado, que conoce y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno. Pero él no entiende su marginalidad como principio de una actitud agresiva, que desemboca en la venganza, sino como fuente de una forma distinta de crear o recrear la sociedad[7].
No fue un marginal que se retira y marcha, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un “idiota” que no sabe oponerse y decir “no” (como supuso F. Nietzsche, en un libro escrito precisamente “contra Jesús”: El Anticristo), un hombre que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son base del eterno Israel (cf. J. Klausner, Jesús), sino que él se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical y creadora.
No critica sin más desde arriba, ni pide u ofrece una simple limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, sino que inicia un camino fuerte de construcción social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Ésta es su forma de “oponerse” al mundo dominante, la más honda que conozco, ésta es su autoridad[8].
Tiene la autoridad que le ha ofrecido la escuela de un trabajo opresor, como artesano dependiente, un trabajo al que él responde de forma creadora. En esa línea habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nueva de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.
No ha sido uno de aquellos “carpinteros sabios”, que había creído descubrir G. Vermes, hombres eficientes, con trabajo asegurado, que podían volverse maestros de otros buenos trabajadora, pues tenían suficiente tiempo libre para argumentar sobre problemas muy profundos de la Ley israelita. Al contrario, él ha formado parte de los carpinteros-obreros sin tierra, que, conforme al ideal del jubileo israelita (Lv 25), quedaban fuera del espacio de las bendiciones de Israel. No ha sido un “pensador de tiempo libre”, experto en mejorar lo que existe, sino profeta en tiempos de opresión, pues no quería adaptarse sin más en lo que existe, sino acoger y crear una alternativa de Reino, conforme al modelo y promesa del principio israelita[9].
Así le encontramos como obrero no especializado, artesano de la construcción, que quizá ha servido por un tiempo en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre), o ha estado al servicio de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más necesidad de conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita[10].
El artesano carecía de la identidad representada por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y asegura en torno a la propiedad, y así viene a presentarse como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, podía tener la oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más extensa de las condiciones de vida del conjunto de los hombres, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la autoridad de Jesús, a quien veremos como profeta, creador de una nueva familia de hijos de Dios[11].
[1] He desarrollado el tema en Historia, en Comentarioa Marcos y a Mateo y en Prólogo a O. Cullmann, Cristología del NT, Sígueme, Salamanca 1998. Según H. Braun, Jesús, el hombre de Nazaret y su tiempo, Sígueme, Salamanca 1975, la autoridad “liga al hombre por un consentimiento sin coacción... Jesús puede transformarse en autoridad, incluso hoy, allí donde viene a realizarse lo que él quiere... La iglesia debía ser el lugar privilegiado en el que surja tal autoridad de Jesús " (pág. 148-149).
[2] Cf. J. D. Crossan y J. L. Reed, Jesús desenterrado, Crítica, Barcelona 2003; D. R. Edwards y C. Th. McCollough (eds.), Archaeology and the Galilee. Scholars, Atlanta 1997; D. E. Oakman, The Archaeology of First-Century Galilee and the Social Interpretation of the Historical Jesus, en E. H. Lovering (ed.), Society of Biblical Literature 1994 Seminar Papers, Scholars, Atlanta 1994, 220-251; E. M. Meyers (ed.), Galilee through the centuries. Confluence of cultures (Duke Judaic Studies), Eisenbrauns, Winona Lake IN 1999; K.H. Ostmeyer, Armenhaus und Räuberhöhle?: Galiläa zur Zeit Jesu, ZNWKK 96 (2005) 147-170; J. L. Reed, Population Numbers, Urbanization, and Economics: Galilean Archaeology and the Historical Jesus, Ibid, 203- 219; El Jesús de Galilea. Aportaciones desde la arqueología, Sígueme, Salamanca 2006
[3] Cf. R. Aguirre, Los estudios actuales sobre Galilea y la exégesis de los evangelios en: A. Borrell, A. de la Fuente y A. Puig (eds.), La Bíblia i el Mediterrani (Scripta biblica 1), Barcelona 1997, 249-262; D. E. Aune, Jesus and the Romans in Galilee: Jews and gentiles in the Decapolis, en A Yarbro Collins (ed.), Ancient and modern perspectives on the Bible and culture. FS Hans Dieter Betz, Scholars Press, Atlanta GA 1998, 230-251; J. D. Crossan y J. L. Reed, Jesús desenterrado, Crítica, Barcelona 2003; D. R. Edwards y C. Th. McCollough (eds.), Archaeology and the Galilee. Texts and contexts in the Graeco-Roman and Byzantine period, Scholars, Atlanta 1997; D. E. Oakman, The Archaeology of First-Century Galilee and the Social Interpretation of the Historical Jesus, en E. H. Lovering (ed.), Society of Biblical Literature 1994 Seminar Papers, Scholars, Atlanta 1994, 220-251; E. M. Meyers (ed.), Galilee through the centuries. Confluence of cultures (Duke Judaic Studies), Eisenbrauns, Winona Lake IN 1999; K.H. Ostmeyer, Armenhaus und Räuberhöhle?: Galiläa zur Zeit Jesu, Zeitschrift für die neut. Wissenschaft und die Kunde der älteren Kirche 96 (2005) 147-170; J. L. Reed, El Jesús de Galilea. Aportaciones desde la arqueología, Sígueme, Salamanca 2006
[4] En el contexto agrícola de Palestina, según la ideología clásica de Israel, reflejada en la ley del jubileo (Lev 25; cf. Num 26, 51-55), la identidad y nobleza de familia la ofrecía la posesión de una “heredad”, es decir, de una tierra propia. Ésta había sido la promesa de Dios, ésta la garantía de su presencia en el pueblo, a no ser en relación con los sacerdotes de la tribu de Leví que, en principio, no tenían tierra, sino que vivían de un trabajo sagrado, pues el mismo Dios era su herencia (cf. Num 18, 20-24). Cf. N. K. Gottwald, The Tribes of Yahweh, SCM, London 1980; H. G. Kippenberg, Religion und Klassenbildung im antiken Judaea, Vandehoeck & Ruprecht, Gottingen 1978; T. N. D. Mettinger, King and Messiah. The Civil and Sacral Legitimation of the Israelite Kings, Gleerup, Lund 1976; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder,Barcelona, 1985.
[5] Cf, J. D. Crossan, El Nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002, 350-351. He tratado del “jubileo” israelita en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía, Verbo Divino, Estella 2006. Hace unos decenios, los investigadores se esforzaban por estudiar con más detalle las implicaciones políticas y militares de Jesús (su relación con el celotismo). Actualmente (2018), sin negar la importancia de esa perspectiva, se presta más atención a las condiciones laborales y sociales. Jesús no se encuentra directamente confrontado con la guerra, sino con la marginación y el hambre de los galileos y en esa situación apela al Dios de las promesas de Israel, buscando la trasformación social de su pueblo.
[6] La marginación que, en un sentido, tiende a ser lugar de maldición y “estigma”, se vuelve para Jesús fuente de “carisma”: le capacita para recrear las relaciones humanas y para formular la llegada del Reino de Dios. No quiere superar la marginalidad con una toma de poder económico, social, religioso o político (para cambiar las cosas desde arriba), sino promoviendo desde los mismos marginados un camino de más honda creación y comunicación afectiva y económica. Parece que muchos acusaron y estigmatizaron a sus seguidores, diciendo que eran despreciables. Pero Jesús aceptó la acusación y convirtió el rechazo en principio de prestigio, como vio H. Mödritzer, Stigma und Charisma im Neuen Testament und seiner Umwelt. Zur Soziologie des Urchristentums, Vandekhoeck, Göttingen 1994. Cf. C. J. Gil Arbiol, Los Valores Negados. Ensayo de exégesis socio-científica sobre la autoestigmatización en el movimiento de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003.
[7] La marginación de Jesús no fue de tipo intimista (pobreza de espíritu, una forma de humildad), sino personal y social; no fue marginal por vocación, sino por realidad familiar y laboral. Pero fue un marginado activo, alguien que supo tomar la palabra y promover un camino de transformación desde la experiencia israelita: ¡Marginados de Israel, escuchad; el Señor vuestro Dios es Uno…! (Dt 6, 3).
[8] Sobre Nietzsche y el cristianismo, cf. G. Morel, Nietzsche. Introduction à une première lecture, Aubier, París 1985 ; P. Valadier, Nietzsche et la critique du christianisme, Cerf, Paris 1974.
[9] Cf. G. Vermes, Jesús el judío, Muchnik, Barcelona 1979, 25-26.
[10] La problemática de Jesús nos sitúa cerca de muchos hombres y mujeres actuales del tercer mundo, que han pasado también de una situación en que eran propietarios de sus tierras a otra de despojo y sometimiento, en manos de la economía capitalista que les aliena de su propia realidad.
El trabajo en casa-campo propio arraiga al hombre y su familia en una tierra y una historia, que la Escritura de Israel ha vinculado a Dios. En una familia de ese tipo, el padre de familia aparece como el testigo de Dios, portador de unas bendiciones y valores, que se mantienen con muy cambios, a lo largo de siglos. En ese contexto, Dios tiende a manifestarse a través de la sacralidad de la tierra y de la continuidad del grupo, sancionando unos valores de justicia y solidaridad, simbolizados por los padres, que garantizan la continuidad de la vida (herencia). La “herencia” ha marcado la vida de los agricultores a lo largo de milenios, no sólo en Israel, sino en otros muchos países del mundo. El signo o “sacramento” básico de los agricultores ha sido la transmisión de la autoridad y dominio, que pasa del antiguo propietario (padre) al nuevo propietario (hijo).
Los artesanos sin campo vivían en una situación más parecida a los hebreos de Egipto, sin seguridad material o social (sin una familia que pudiera garantizar la propiedad de la tierra. Ellos habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (la tierra); de manera que ya no podían creer en el Dios de los “buenos” propietarios y tenían que buscar nuevas formas de experiencia religiosa y/o convivencia. Así carecían de “patrimonio” (vinculado al patriarcado): no tenían tierras que dejar en herencia a los hijos, de manera que, estrictamente hablando, carecían de herederos.