Pasó el Amor ante la puerta de su Cárcel. San Juan de la Cruz, nuevamente en Ávila

No sabemos lo que hubiera sido el resto de su vida sin esa cárcel, cómo hubiera seguido y culminado la aventura de reforma del Carmelo que la Madre Teresa le había propuesto casi diez años atrás (1568) en Medina del Campo.

Posiblemente hubiera sido un buen poeta y pensador, pero no el Maestro de las Canciones, el adelantado y guía de un Ejercicio de Amor que él empezó a poner en marcha desde aquella cárcel de Toledo (1578), que fue en un sentido desgraciada (¡mejor si no hubiera existido!), pero que en otro le permitió iniciar un proyecto de vida y de Iglesia en el momento clave del comienzo de la modernidad.

Pero pasó el amor y entró en su cárcel....... y de esa forma despertó a la vida más alta. Y así surgieron las estrofas del Cántico Espiritual, que son las de un enfermo, emparedado en un antro de Toledo (dos metros y medio de largo, metro medio de ancho…), que era al mismo tiempo las del hombre más sano de todo el entorno, porque según él mismo dice la salud de un hombre es el amor (CB 11, 10).

Allí le habían llevado, vendados los ojos, para que no supiera dónde estaba, sin apenas ver, ni poder moverse. Allí le encerraron tras el juicio, donde estuvo casi al borde de la muerte. Pues bien, en esa situación recibió la visita sorprendente del Amado, de aquel a quien él decide dar su vida, su esposo Cristo, que abrió sus oídos, iluminó ojos y despertó su corazón para amarle.Así escribió unas canciones de enfermo curado de Amor.

Vino su Amado para curarle, pero se fue luego (o, al menos, así lo pareció), para que él, Juan Yepes pudiera iniciar su Ejercicio de Amor. Ciertamente, en el juicio le ofrecieron el perdón, si es que se retractaba, tentándole como Jesús le tentaba el Diablo de Mt 4 y Lc 4, con dinero/pan, poder y seguridad religiosa (¡milagro!). Pero él prefirió la celda del penal, donde apenas podía moverse, porque allí pudo vivir la experiencia del Amor sin medida.

Sólo por esta visita de amor (esto es, de Amado) pudo mantenerse SJC, como se mantienen los condenados a muerte, que sin embargo resisten por un ideal, y así comenzó la aventura de su vida despierta, un camino que alumbró su imaginación, su vida entera, de tal forma que decidió caminar, diciendo: buscando mis amores iré por esos montes y riberas…, precisamente él, que estaba encerrado en una oscuridad casi perpetua, entre dos cortas paredes, sin anchura alguna.

Para descubrir de nuevo y presentar este "paso de Amor" se reúnen hoy, de nuevo en Ávila (de donde llevaron preso a San Juan de la Cruz) algunos de los mayores especialistas para comentar, partiendo del libro de X. Pikaza, el Camino de Amor de San Juan de la Cruz.

Precisamente allí (en Ávila) de donde le llevaron preso a Toledo comenzó la historia de amor de Juan de la Cruz. Para entender mejor y rehacer ese camino puedes encontrarnos hoy en el CITES, a las ocho de la tarde.


Lo más alto comenzó en una cárcel


En ese contexto de de cárcel (llevado de Ávila a Tolero), sin más curación que el Amado, ha empezado SJC este camino (ejercicio) de purificación (preparación) para el amor, que empieza en las doce primeras estrofas del Cántico, para expandirse después de manera desbordante por las veintiocho siguientes (las cuarenta del Cántico B que Pikaza ha comentado en este libro). Sin duda, es difícil reconstruir con ellas el primer despliegue de su vida, pues los temas se cruzan, y avanzan en una confluencia de preguntas, encuadres, llamadas, quejas, dolores, ansiedades... Pero ellas expresan del mejor modo posible su escuela preparatoria de Amor .

Todo lo anterior (familiares, amigos u opositores, pastores de Iglesia o de Orden) queda en un segundo plano, pues su misma identidad tuvo que ser recreada, a partir de ese “bautismo en amor” que él recibió en la cárcel de Toledo. Desde este momento él no tendrá más cura ni remedio que el Amado, aquel que ha removido su interior, le ha despertado al amor y le ha llamado, para compartir la vida, siendo uno en el otro, para encontrarse y beber (gozar) unidos el don de Dios que es el Amor .

Sólo en ese fondo se puede decir que él mismo (SJC) es la Amante de las canciones, iniciando un camino de amor desde la cárcel. Él (=ella) ha nacido en verdad en el momento en que unos ojos le han llamado al amor. Ha empezad a vivir como persona (=Amante), al descubrirse herido y llamado por la flecha o mirada de Aquel que desde siempre (ahora en concreto) le ha venido a mirar, en esa cárcel-penal, saliendo a su encuentro y diciéndole: ¡Vamos! Desde ese fondo se entiende el esquema y desarrollo de estas primeras doce canciones .

A modo de ejemplo. Comentario a la primera canción

l. ¿Adónde te escondiste?

¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.


1. Amor que huye para que así busquemos

La primera canción empieza así, de pronto, sin preparación, como voz de enamorada que grita al Amado que había encendido los ojos de su corazón, para marchar y esconderse luego. Ha debido haber algo anterior: una mirada, un gesto, una palabra, de manera que la amante ha despertado. Pero luego, de manera incomprensible, que el texto no ha querido declarar, desaparece el Amado y queda así la Amante (varón o mujer) a solas, gritando la ausencia del Amor y su propio desconsuelo, dentro de un consuelo más grande (pues sabe que hay amor, algo que antes no sabía).

Como he dicho, SJC evoca probablemente su desdicha (gemido, herida, búsqueda a voces) en el penal de Toledo. Pero esa desdicha puede ampliarse de forma alegórica a la vida de todos los hombres arrojados y perdidos, en la cárcel del mundo. Lógicamente, en su declaración, él interpreta este comienzo en clave espiritual, con esta introducción solemne:

Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer,
viendo que la vida es breve (Job 14,5),
la senda de la vida eterna estrecha
conociendo por otra parte la gran deuda que a Dios debe...,
para remediar tanto mal y daño
− mayormente sintiendo a Dios muy enojado y escondido
por haberse ella querido olvidar tanto de él entre las criaturas−,
tocada ella de pavor y dolor de corazón interior...,
renunciando a todas las cosas, dando de mano a todo negocio,
sin dilatar un día ni una hora, con ansia y gemido
salido del corazón herido ya del amor de Dios,
comienza a invocar a su Amado
y dice: ¿Adónde te escondiste...? (CB l, 1).


Esa declaración teológica es sin duda buena (en un plano de alegoría), pero ella no puede hacernos olvidar que quien así grita (¿adónde te escondiste…?) empieza siendo una persona (hombre o mujer) que se ha despertado al Amor y llama a la persona Amada (¡que le ha despertado!), con fuerte amor humano. La herida del amor le duele y no puede remediarla por sí sola, pues sabe que su mal consiste en no ver al Amado, en no tenerle entre sus brazos, y eso no depende sólo de ella, sino de que el Amado quiera responderle.

De esa forma mira y descubre su vida amenazada por la ausencia, agravada quizá por la pena de pensar que el Amado ha tenido razón para marcharse, porque ella está llena de defectos que le han hecho esconderse y dejarla. Al descubrir esta situación, ella decide cambiar: vuelve en sí, volviendo a lo divino del amor para cambiar y comenzar de nuevo.

Por eso grita llamando, buscando, al Amado, que ha pasado por su vida, le ha tocado el alma, ha cambiado todas sus prioridades. Antes creía saber donde situarse: había un camino que llevaba al monte superior, otro al valle; estaba en su lugar la casa (o la cabaña), vivían a su lado y le ayudaban sus hermanos, sus amigos pastores, las amigas, quizá también su madre. Pero ese “universo de orden” ha quebrado, ha terminado, y ella, nueva Amante, descubre que hasta ahora había perdido la vida entre cosas secundarias, pues lo único que importa (le importa) de verdad es el Amado .

Quedan así sin valor los esquemas anteriores, pasan a segundo plano los valores establecidos (amigos, padres, hermanos, trabajos, casa, campos), y Amante (trastornada en su interior por el Amado) se descubre caminando hacia el misterio más hondo de ese misma Amado, iniciando un enorme ejercicio de amor, que comienza con una pregunta ¿adónde te escondiste? Ésta es sin duda la pregunta de miles y millones de enamorados, la pregunta de SJC desde la cárcel de Toledo .

2. Gimiendo y llamando

Vivía previamente en un paraíso inmediato, de plantas y animales, con otros hombres y mujeres que se movían a su lado, pero sin conocerse de verdad unos a otros, ni conocerse a sí mismos. Tenía capacidades teóricas y prácticas, podía pensar y trabajar la tierra, había domado ya animales (cf. Gen 2, 18-20). Pero, a pesar de estar con muchos (rodeada de pastores y ganados), se encontraba sola, sin reconocerse ni saber lo que implicaba y prometía su ex-sistencia .

Pero entonces pasó el Amado (él, ella) y le miró para mostrarle aquello que era, de manera que despertó y se supo viva (para la vida), con otros hombres o mujeres, caminantes, como el primer Adán cuando encontró a su vera a la Mujer (o viceversa) y dijo: “Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos…; por eso dejará el hombre a su madre y su padre y se unirá a su esposa” (Gen 2, 23-24). Todos somos esa Amante (varón o mujer) a quien el Amado ha despertado, pero después parece que se ha ido, precisamente por ser el Amado y porque así nos invita a buscarle, gimiendo y llamando (=clamando) como siguen diciendo los versos:

1. ¿Adónde te escondiste, Amado? Estaba oculto, pero de pronto se ha mostrado y por eso le buscamos. Este ocultamiento define el amor, como supone el Cantar cuando evoca la presencia del Amado ausente (cf. Cant 3, 3; 5, 6; 6, 1). Más que olvido en general, es un escondimiento muy concreto, vinculado al mismo ser de amor del hombre, como exigencia de transformación. Nuestra existencia verdadera surge, según eso, a través una llamada (vivimos porque nos han llamado) que implica una fuerte ruptura (dejar lo que habíamos sido, un tipo de vida con padre/madre), para buscar y encontrarnos en aquello que no somos, pues sólo podemos alcanzar nuestra Verdad en el Amado. Desde aquí se entienden las tres palabras del verso:

‒ Amado. El hombre no es “hijo de”, alguien que debe volver a la Madre y alcanzar la totalidad en ella (como en la oración de la Salve) o/y obedecer siempre al Padre (sujetarse a sus leyes), sino un “amante”, alguien que debe acoger y recorrer el camino del amor, tras la llamada del Amado, esto, de aquel que le despierta y le pone en camino, haciéndole capaz de amar. Antes no se podía hablar aún humanidad, pues la humanidad empieza sólo, de verdad, cuando alguien se descubre llamado a la vida por el Amor, es decir, por el Amado que le despierta y le impulsa, convirtiéndole en Amante (es decir, en humano).
‒ ¿… Te escondiste? El hombre es un Amante a quien despierta el Amado, para que aprendiendo y recorriendo el camino de amor pueda encontrarse a sí mismo. En ese contexto es esencial la experiencia del Amado escondido, no por simple juego, sino por exigencia del mismo Amor, pues si estuviera patente, sin necesidad de ponernos en camino para así encontrarle no sería ya fuente de amor para nosotros. El Amado puede (y quizá debe) manifestarse del todo, pero sólo si nosotros le queremos. Por eso ha de empezar a mostrarse “a escondidas”, pues sólo así puede buscarle y quererle de verdad la Amante, en ejercicio de amor, como dice SJC en el título de su declaración.
‒ ¿Adonde? El Amado no está quieto en un lugar, atrayendo desde allí a todos los seres, como el Eromenos (Amado) o Motor Inmóvil de Aristóteles (cf. Metafísica, XII, 7) que sin él moverse mueve y atrae todo lo que existe (cf. Benedicto XVI, Deus Caritas est, 2005, 9). Nuestra Amante sabe que el Amado no tiene un lugar quieto, sino qué el mismo es movimiento de amor, como irán mostrando todas las canciones y la declaración de SJC. Por eso, la Amante pregunta “adónde” porque, más que un lugar, su Amado es un Camino, y ella quiere recorrerla con él, a través de la más intensa geografía del amor, entendido como “historia” (es decir, como tiempo de búsqueda y encuentro) .

2. Y me dejaste con gemido. Esta experiencia de llanto no proviene de consideraciones generales sobre la vida como dolor o angustia (como parece haber dicho algunos pensadores, en la línea M. Heidegger, a quien muchos toman como el último de los grandes metafísicos occidentales: 1889-1976), sino que pertenece al despliegue y descubrimiento del amor, que sólo puede ser tal como don escondido y camino. Es como si de pronto viéramos con horror (y con gozo inmensamente superior) que nos falta algo mucho más importante que un brazo, una pierna, unos ojos. Antes no lo sabíamos. Ahora los reconocemos, nos falta lo esencial, que es el Amado (y es muy bueno que nos falte, porque sólo así podemos buscarlo y acogerlo, recibiendo su amor como Vida de nuestra vida).

Ésta es una herida de ausencia y privación, y así enciende en nosotros un dolor inmenso, como supo de alguna forma Buda, fundador y signo de budismo: Con gemido nace el niño, con llanto muere el hombre. Así nos han dejado, nos han abandonado después de empezar a despertarnos. Pero, en otro sentido, esta herida constituye la mayor de las riquezas de la Amante, porque es herida de Amado, principio y camino de encuentro de amor.

Ciertamente, en un sentido, como sabe Buda, el hombre llora por nacimiento y muerte, por posesión y carencia de cosas (porque acaba doliendo tanto el tenerlas como el perderlas). Pero nuestra Amante gime y llora por ausencia y abandono de Amado, pero no para quedarse ahogada, angustiada, sino para ponerse en marcha, saliendo así para buscar al Amado, y encontrarse a sí misma, dejándose encontrar por ese Amado (en quien vive y vivirá por siempre). Sabemos así que, en su misma raíz, el amor no es dolor de nacimiento, ni de orfandad de niño abandonado, ni angustia de muerte, sino llanto de Amante que busca a su Amado y así empieza a vivir con llanto, como niño que comienza a respirar llorando, y sólo así si llora (si protesta y busca) puede seguir viviendo .

3. Como el ciervo huiste. El Amado no es manso cordero, de redil sumiso, sino el Ciervo misterioso (así, en singular, no hay muchos, sino un solo Ciervo de Amor), como imagen del sol sorprendido, en la naturaleza libre, apareciendo un momento para conmovernos con sus ojos, pero despareciendo luego para que salgamos a buscarle, si queremos que nuestra vida como ejercicio de amor. De esa forma, en su mismo movimiento se vinculan el ocultamiento anterior (adónde te escondiste), el abandono actual (como cierro huiste) y el deseo de encontrarle (salí tras ti clamando…).

El Ciervo desaparece y es bueno que así sea, no porque otros lo hagan desaparecer, sino porque de esa forma nos conmueve más, nos llama con más fuerza. Es como si tuviera cosas y tareas que ignoramos, como animal imprevisible y raudo, al interior de un bosque imprevisible, lleno de oscuridades, misterios y promesas. Ese amor no es capricho fácil, que se consigue a la primera, un juguete con el que nos divertimos un momento y luego lo dejamos, para buscar otros juguetes, sino que es la tarea de la vida, y si queremos conseguirlo debemos dejar otras cosas y buscarlo. Este amor es por esencia fugitivo, y de esa forma le gusta esconderse, como los amantes se esconden (y parecen huir) para ser así mejor buscados. De todas formas, en este momento, lo único que la Amante sabe es que el Ciervo se ha escondido, que la dicha se le escapa, y que ella sólo puede gritar para hallarle, si es que quiere ser hallada .

4. Habiéndome herido. La experiencia ha durado quizá sólo un instante (o toda una noche de cárcel de Toledo, entre olores de letrina, donde SJC se encuentra preso) y, sin embargo, ha dejado una huella imborrable, una herida, como la de Dios cuando luchaba con Jacob en el vado del Yabok: ¡Habiéndome herido! (Gen 32). Desde su misma ausencia y sin tocar externamente su carne, el Amado ha puesto su sello de amor para siempre en amor a la Amada.
Nacemos así con una herida, como un hueco que nos abre a la más alta plenitud, como una oscuridad que alumbra. No es herida de carencia (como algunos han podido suponer), ni es simple pecado o pequeñez, como han respondido otros, sino herida de amor más alto. Los animales carecen de esa herida, y por eso no pueden amar, están instalados en la superficie plana de las tierras y los mares. Por el contrario, los hombres y mujeres nacen con herida de amor, que les marca y define como en-amorables, es decir, como amantes, seres que pueden responder en amor al Amado .

5. Salí tras ti clamando, y eras ido. La Amante así herida no quiere volver a sus pastos antiguos, pues descubre que aquellos no era patria verdadera, y así busca una más alta, la del Ciervo de Amor, que ha cruzado por el bosque misterioso y le ha engendrado a la vida personal con su mirada, encendiendo el ansia de encontrarle, ausentándose luego, a fin de que ella pueda así correr, vivir, buscarle. Antes se hallaba dormida en el barro de la tierra, en la gran naturaleza (cf. Gen 2). Pero la mirada del amor le ha despertado y respondiendo a esa llamada sale y corre por el bosque de la vida, sin más seguridad que la promesa de los ojos del Amado.
Esta salida define el argumento del Cántico. No es una marcha de curiosidad, ni una campaña de asentamiento en soledad, sino un salir activo, abandonando la planicie anterior de su vida y siguiendo a gritos los vestigios del Amado (“tras ti clamando...”). Ésta es la primera palabra de la Amante, llamando con clamor (=clamando), al Amado que estaba y se ha ido, por el bosque de la naturaleza y de la historia humana. El Amado se ha ido como Ciervo, pero ha dejado una huella, unos trazos que pueden seguirse en la espesura. Ciertamente, no le vemos, pero sabemos que nos puede escuchar y por eso clamamos .
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