RUPERTO DE DEUTZ (1075-1129/1130). REVELACIÓN TRINITARIA

He presentado esta mañana una pequeña reflexión sobre la Trinidad, anticipándome a su fiesta. Gracias a Galetel, Carmen, JMS etc. por sus comentarios. Del sentido femenino de la Ruah he tratado muy por extenso. Alguien me ha peguntado qué gano con ese libro (Enchiridion Trinitatis); pues debo decirle que nada, nada más que la satisfacción de haberlo escrito, que es grande, pues no tengo ya derechos de autor. Y gano además la satisfacción de poder dialogar con Oberto, interesado en San Ruperto; esto es lo que dedico a Ruperto en el Enchiridion. A todos de nuevo buen día, en la Trinidad…, con el gozo de poder recordar a Ruperto de Deutz, uno de los grandes testigos de la teología y vida de la iglesia, citando unode sus textos básicos..

Ruperto de Deutz

Fue abad benedictino de Deutz, junto a Colonia. Defendió la teología monástica (de tipo místico y experiencial) frente a la escolástica naciente. El relato que ahora presentamos ofrece una de las primeras «visiones» místicas y teológica de la Trinidad, que aparece como principio y fundamento de la Eucaristía. La "contemplación" trinitaria forma parte de una experiencia litúrgica de alabanza y esperanza escatológica. La teología se identifica aquí con la biografía interior.

Obras PL 167-170; en especial De Sancta Trinitate et operibus eius, editada por R. HAACKE (CCh. Continuatio mediaevalis 21-24). Cf. J. SESE ALEGRE, La Trinidad y el Espíritu Santo en la teología de Ruperto de Deutz, EUNSA, Pamplona 1991. K.-G. Wesseling, «Rupert von Deutz», BBK 8 (1994) 1021-1031. Cf. M.-D. CHENU, La Theólogie au douzième siècle, Études de Philos. Médiévale 45, Paris 1957. J. LECLERCQ, L'amour des lettres et le désir de Dieu. Initiation aux auteurs monastiques du Moyen-Age, Paris 1957. W. BECKER, «Der Brand v. Deutz im Jahre 1128. Auszüge aus dem Buch De incendio des Abtes Rupert von Deutz.», Jb. f. Gesch. u. Landeskunde 6 (1980) 121-140. P. DINZELBACHER, Vision u. Visionslit. im MA, Monogrr. z. Gesch. des MAs 23, Stuttgart 1981. L. O. NIELSEN, Theology and Philosophy in the Twelfth Century, Acta Theologica Danica 15, Leiden 1982.

Revelation trinitaria

Hallándome en mi lecho en estado de duerme-vela, he aquí que vi una gran luz, semejante al sol que extiende sobre mí, mientras oigo sonar la campana de la iglesia, como de costumbre, cuando nos convocan para una determinada hora de oración. Me pareció que yo me levantaba y corría para la oración. Entonces me llegaron unas voces y palabras que yo iba escuchando y que provenían de un coro compuesto por numerosas personas que yo no conocía y que, en una parte de la iglesia, cantaba el salmo 50 (Miserere mei Deus) y que provenían también de otro coro que, en otra parte de la iglesia, cantaba el salmo 26 (Dominus illuminatio mea).

El enemigo maligno se elevaba ante mí, en una esquina, a la entrada del oratorio. Cuando le vi le increpé con la expresión de mi rostro más que con palabras, como se hace de costumbre ante visión de un fantasma. Y por esa razón, como el enemigo se lanzara furioso sobre mí, yo me desperté de mi ligero sueño.

Yo podía comprender que estas cosas sucedían para mi consuelo. Y, sin embargo, toda esta noche en la aflicción y, habiendo omitido la plegaría que yo tenía costumbre de practicar, a la caída de la tarde y a la aurora del día siguiente, yo retorné con tristeza al sueño, cuando, encontrándome probablemente bajo un sueño ligero, me pareció como el día anterior, que tocaban la campana para la oración.

Yo me levanté y corrí a la iglesia; y he aquí que ella estaba llena de una muchedumbre de gentes de tipos diferentes, pero sobre todo de monjes
, como para una solemnidad del Señor. Un obispo de cabellos venerables, blancos, celebraba los misterios de la misa. Se acercó para la ofrenda una procesión numerosa, compuesta de personas venerables de los dos sexos, como es costumbre que se haga después del evangelio, al momento de ofrecer el santo sacrificio. Yo corrí como para pedir la limosna que me correspondía por estas ofrendas.

Y he aquí que se hallaban junto al altar, al ángulo derecho, tres Personas tan venerables por su aspecto y por su dignidad que ninguno podría describirlas con palabras. Dos de ellas tenían más edad, es decir, tenían los cabellos muy blancos. La tercera persona, a su lado, parecía un bello joven, de dignidad real, como lo mostraban sus vestidos. Una de las tres personas, de dignidad muy agradable por la venerable blancura de sus cabellos y de aspecto muy pacífico, me extendió la mano, me besó y pronunció algunas palabras. Yo no he logrado retenerlas en mi memoria, pero sé que ellas se referían a la tarea o ministerio de la Escritura. En cuanto a la persona real, aquel bello joven, ella no decía nada, pero me miraba como un hermano, con un afecto tan fraternal y con una mirada tan tranquila, modesta y respetuosa, que me emocionó en lo más profundo de mis entrañas.

Sólo en un segundo momento, no al principio, yo reconocí que las personas eran la Santa Trinidad y supe así que ese joven era el Hijo de Dios: por delante y por detrás me rodeaban los espíritus malvados, y ante el mismo altar, mientras que yo me elevaba sobre ellos, que eran minúsculos, y ellos comenzaban a golpearme y herirme en las costillas con sus dedos pequeños y crueles. Como me atormentaban de esa forma y como yo pedía la ayuda de aquellos a quienes veía, el Señor Jesús, que se había separado un poco más, aunque yo podía verle, dejó que yo le conociera, mientras las otras personas decían: «Espera un poco, Jesús vendrá enseguida y te ayudará». Al oír esto, yo invoqué al mismo Señor Jesús por su nombre. Y sin esperar más, Jesús subió las escaleras por las que había descendido y, golpeando con poder a estos espíritus, arrancó de inmediato sus manos de mis flancos y me liberó.

Entonces, las tres personas, iguales por su gran estatura, me rodearon, a mí que soy tan miserable: abrieron un libro y, colocándome encima, me elevaron al cielo. Hecho esto, aquel que al principio me había dado un beso, me reconfortó con bondad y, de un modo familiar, pronunció estas palabras: «No temas ya». Y señalando sobre el altar algunas filacterias de santos, confeccionadas con oro, que nosotros llamamos de ordinario relicarios, me dijo: «Un día, tú serás mejor que estos objetos».

Esta visión fue de tal modo clara que yo pude decir sinceramente: «Yo no sé si esto sucedió en el cuerpo o fuera del cuerpo, Dios lo sabe», aunque esto no pueda reflejar en modo alguno la gloria de quien habla «pues él fue raptado hasta el tercer cielo, fue raptado al paraíso, y escuchó palabras secretas que ningún hombre es capaz de decir».
(De Gloria et Honore Filii Hominis. Super Matthaeum» XII, PL 168, 1307-1634, 1311-1372, 1377 ss).
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