30.6.25. San Pablo. Contra "adulterar", matar, robar, la respuesta no es amar a Dios, sino al prójimo
Hoy, 30.6, solía celebrarse la fiesta de San Pablo..., recordando que, cuando llegó a la meta de su vida, al final de la carta a los Romanos, que mucho le costó escribir, Pablo no cita a Dios (no dice “amad a Dios ante todo”), sino que se contenta con decir, humildemente, quizá con un poco de vergüenza: “amad al prójimo, a todo prójimo como vosotros mismos”.
Lo dice, sin duda, citando el mandato de Lev 19, 18, y recordando que en sus buenos tiempos de mozo fogoso él amaba a Dios con fuego, pero se iba hasta Damasco a perseguir/matar prójimos, de tal manera que el mismo Cristo/prójimo universal tuvo que salirle a la puerta a preguntarle: ¿por qué me persigues? (Gal 2 y Hechos 9).
| Xabier Pikaza

Ante los tres problemas de la vida (adulterar el amor, matar, robar) la respuesta no es amar a Dios (que mal no está, si lo hay) sino amar al prójimo como a ti mismo, como hondura y verdad de tu propia vida.
Allí donde la ley pretendía cerrar con su mandato el camino del deseo, esta revelación positiva (amarás a tu prójimo como a ti mismo: Lev 19, 18) extiende ante los hombres el más alto impulso y camino de un deseo y comunión de vida.
Introducción
Para mantener su paz violenta de espada y juicio, el imperio y religión del mundo necesita mantenerse en una guerra incesante, exigiendo un falso sacrificio de violencia en nombre de Dios, como hemos visto en el capítulo anterior, evocando el pensamiento y obra de Mahoma se Mahoma y de Schweitzer y falso sacrificio en nombre de Dios. Eso es lo que hay, eso es lo que Pablo ha visto y acepta de hecho en Roma, en pacto con el templo de .Jerusalén.
Desde ese fondo quiero evocar la más honda teología del NT sobre el Imperio (Roma) y sobre el Reino de Dios (mensaje de Cristo, iglesia) Lo mejor de este mundo que es el imperio (Roma) y el templo (Jerusalén) está al servicio de una guerra de espada (violencia militar).según la justicia del mundo y los impuestos/deudas de Dinero.. En ese plano no hay más solución que someterse:
1Que todos se sometan a las autoridades constituidas (Πᾶσα ψυχὴ ἐξουσίαις ὑπερεχούσαις ὑποτασσέσθω), pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. 2De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí. 3Pues los gobernantes no dan miedo al que hace el bien, sino al que obra el mal. ¿Quieres no tener miedo a la autoridad? Haz el bien y recibirás sus alabanzas…. 5Por tanto, hay que someterse (διὸ ἀνάγκη ὑποτάσσεσθαι,) no solo por el castigo, sino por razón de conciencia. 6Por ello precisamente pagáis impuestos, ya que son servidores de Dios, ocupados continuamente en ese oficio. 7Dad a cada cual lo que es debido: si son impuestos, impuestos; si tributos, tributos; si temor, temor; si respeto, respeto (Rom 13, 1-7).
Por ley social (militar, jurídica, económica) el estado/imperio (Rom 13, 1-7) impone su paz a los hombres, no sólo con la espada de las legiones, sino con el derecho de los administradores de justicia y el dinero de los diversos impuestos (tributos, foros etc.). Éste es el poder de las tres bestias primeras que, en la línea de Dan 7, ha “justificado” Ap 13. Son bestias, bajo su espada mal-viven (han de someterse) los hombres, porque Dios así lo ha querido/permitido de hecho.
Éste es el plano de los tres deseos/concupiscencias que el mismo Dios ha permitido que dominen a los hombres, que han de ser “domados” (domesticados) por tres leyes de espada y de miedo, de sometimiento, con un “dios” que de hecho es ídolo violento de dominación al que no tenemos más remedio que someternos, por imposición (imperio, impuesto, castigo). Pero, en un plano superior, el Dios verdadero se manifiesta y encarna como amor al prójimo:
A nadie le debáis nada, sólo el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley. 9De hecho, el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás (Οὐ φονεύσεις, Οὐ κλέψεις, Οὐκ ἐπιθυμήσεις, ), no codiciarás, y cualquiera de los otros mandamientos, se resume en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor (Rom 13, 8-10)

En contra de la paz imperial impuesta, esta paz cristiana no necesita espada, pues los creyentes resuelven en amor de gratuidad sus posibles problemas, antes de haberlos planteado. El amor cristiano no necesita apelar del imperio, ni impuestos de ley, pues le basta un espacio en que los hombres puedan vivir en gratuidad, para crear ámbitos de convivencia amorosa, por encima de la ley, no en contra de ella.
La gracia del evangelio no puede imponerse, ni aplicarse sobre el mundo entendido como espacio de deseos en lucha, pues en ese plano está dominado por potestades superiores (ἐξουσίαις ὑπερεχούσαις ) permitidas por Dios para regular según ley (espada y derecho) el orden civil, pues en ese plano la sociedad se encuentra sometida a la violencia (cf. Rom 8, 18-30), al impulso en sí mismo insuperable del deseo sexual (amor adulterado), del impulso asesino (homicidio) y del dominio de todos los bienes que es robo (Rom 13, 1-7).
Pablo se muestra en este plano implacable y realista. El “dios” de este mundo nos ha hecho pecadores omnívoros, multiformes, deseantes infinitos que convertimos el amor el adulterio, la fraternidad en asesinado y el disfrute de los bienes en robo. Pero en cuanto creyentes, por gracia de Dios, vivimos en dimensión de amor, trascendiendo el plano de imposición de la espada, la justicia coactiva y la imposición económica.
Según ley es necesario dar a cada uno lo debido, por deber da talión, τὰς ὀφειλάς (Rom 13, 7), de un modo especial a los que regulan el orden público. En contra de eso, en el plano supeerior de gracia ya no hay deudas (μηδενὶ μηδὲν ὀφείλετε: Rom 13, 8), pues todo ha de ser amor y todo debe compartirse como pide Jesús en su oración: «Perdona nuestra deudas, como nosotros perdonamos... » (Mt 6, 12), y en el conjunto del Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 21-48).Este paso del nivel de la ley-deuda, definido por la espada (donde las deudas se pagan y los delitos se castigan), al del amor-gracia (donde nada se debe y todo se regala, se perdona y comparte) define el evangelio.
El modelo de la espada se aplica en las estructuras imperiales (de imposición (Rom 13, 1-79, y exige que nos sometamos bajo un poder de dominación que puede estructurarse en forma de sistema, de un modo violento, a través de la espada de soldados, jueces y administradores económicos. Pero los cristianos en cuanto tales pueden y deben vivir ya conforme al modelo del perdón y del amor mutuo, pues la vida no es deuda sino gracia; no es ley, sino amor, sin impuestos ni espada. Para regular ese modelo, Pablo asume los mandamientos centrales de la ley judía (Ex 20, Dt 5), centrados en los tres deseos o codicias del sistema (adulterio, asesinato y robo), condensados en forma de ley negativa (no desear) y superados por un mandamiento positivo, amar al prójimo (Rom13, 8-9):
- Tres leyes negativas:-No adulterar -No matar -No robar, centradas en una ley general: No desear
- Opuestas a un supra- mandamiento positivo: Amar al prójimo como a ti mismo
Tres son los deseos de ley de la guerra de la vida, que dominan al hombre desde niño (que es un perverso polimorfo), como ha recordado el judío S. Freud:(1) Deseo de adulterio: que todos me quieran, dominar a todos, para que cumplan mis apetitos y me den placer. (2) Deseo de homicidio, de destrucción de todos los que me impiden ser lo que me apetece. (3) Deseo de robo, apoderarse de las posesiones de otros, que nadie tenga ante mí o contra mí.En esas tres leyes centrales ha condensado Pablo la tabla de los mandamientos del decálogo (Ex 20; Dt 5), que se pueden regular/sancionar por ley/derecho) o por violencia espada, tanto en un plano judío como romano/helenista que se extiende a todos los pueblos de la tierra.
Conforme a la visión de Pablo, este derecho de imperio, que se aplica en todos los pueblos, está regulado por una ley/religión universal, cuyo alcance él mismo ha presentado, según Hch 17, en el sermón de Atenas. Ese es plano de la “razón común” a todos los pueblos, que hoy (año 2025) podríamos tomar como principio de “mundo del sistema” (para utilizar un lenguaje conocido de autores de inspiración judía cini de J. Habermás). Pero por encima de ese plano del sistema se extiende “el mundo de la vida” que se puede y debe expresar por un mandamiento superior de amor al prójimo como a uno mismo.
Desde una perspectiva cristiana, ese mundo superior de vida puede estar representado por la resurrección de los muertos (Hech 17), superando y resolviendo los tres deseos dominantes (no adulterar, no matar, no robar) que aparece también, con una modulación semejante en otras tradiciones religiosas como la del budismo, centrado en la victoria del “iluminado” sobre es tres deseos, que son en el fondo todos los deseos.
En un plano de imperio (ley del sistema), la superación (ordenación) de esos deseos constituye la tarea central del orden de la vida (no adulterar, matar, robar), de tal manera que hombres y mujeres puedan relacionarse por amor, no por dominio/muerte de unos sobre otros. Esa ley coactiva (de espada, justicia, deuda económica) cumple un servicio en un plano de imperio (y Pablo se atreve a decir que en ese nivel proviene de Dios), pero ella en sí misma no es Dios, ni revelación de Dios. Pues bien, por encima de ella ha venido a revelarse la supra-ley positiva, que no es ya mandato negativo (no adulterar, no matar, no robar), sino invitación y llamada positiva de amor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El mismo Pablo, que había comenzado su camino de “búsqueda de Dios por ley”, persiguiendo con violencia a los cristianos, porque no cumplían unas leyes que a su juicio Dios les imponía, descubrió que Dios no está en la ley de imposición, sino en el amor al prójimo, convirtiéndose por eso a Cristo (Gal 1-2; Hech 9). Al perseguir a los cristianos por ley, Pablo estaba persiguiendo de hecho al mismo Cristo de Dios (como indicaré en comentario a Mt 25, 31-45).
El texto primitivo del decálogo (Ex 20, 17; Dt 5, 21) citaba unos deseos concretos de bienes (casa, mujer, siervo, criado, toro, asno...), pero Pablo los ha condensado en su origen, diciendo de un modo formal y universal «no desearás» en el sentido fuerte de no codiciarás (Οὐκ ἐπιθυμήσεις,), pues, como sabe el sermón de la montaña (Mt 5, 21-18), en la raíz del adulterio esta el deseo que me lleva a poseer sexualmente, por la fuerza a otra persona, está la ira, la avaricia.[1].
Como buen rabino, Pablo ha resumido la ley israelita en este último mandato negativo: «no desearás». Pero élsabe que esa barrera negativa resulta insuficiente. Por eso invierte el tema y lo plantea en forma positiva, presentando un deseo más alto, no en forma de prohibición o negación, sino como despliegue vital, llamada al gozo, al disfrute de la vida diciendo : Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Ἀγαπήσεις τὸν πλησίον σου ὡς σεαυτόν).
Este “mandato” que el “genio pagano” de I. Kant no supo (=no quiso) entender ni aplicar (y por eso su Crítica de la razón práctica sigue estando coja, lo mismo que la política de occidente) es la clave para entender la vida humana, como afirma el judío Hilel, el tiempos de Jesús, y como ratifican los evangelios cristianos (Mc 12, 28 35 y par, con la parábola del samaritano prójimo de Lucas, en el mismo contexto y con Mt 25, 31-46 con el Cristo como prójimo universal.
Más allá de la ley, que sólo puede culminar de manera unitaria, en forma negativa (no desearás), Pablo formula el mandamiento positivo de gracia que no tiene dos artículos (amar a Dios y al prójimo, como Mc 12, 29-34 par), sino sólo uno: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Lev 19, 18, Rom 13, 9), pues no es necesario el amor explícito a Dios, basta el amor a los hombres.
En esta formulación del único mandamiento de amor al prójimo (que puede incluir el amor a Dios, pero sin necesidad de formularlo) se invierten y cumplen los tres mandamientos de superación del deseo: (adulterio, asesinato y robo). Ésta es, a mi juicio, la claves de lectura e interpretación más honda no sólo de la Biblia, sino de la vida, cultura y religión de todo los pueblos.
Este “mandamiento” de amor al prójimo (que habían radicalizado ya los grandes maestros de Israel como Hilel) condensa toda la teología de Pablo y del NT, aunque a veces los muy “religiosos” no lo hayan destacado. En la línea de cierto judaísmo y de cierto islam, cierta tradición cristiana (en contra de Jesús y de Pablo) ha insistido más en el amor a Dios como si fuera lo importante y el amor al prójimo algo secundario. Por eso, muchos cristianos han hecho guerras y oprimidos a cristianos o paganos, con la Biblia o Corán en la mano, en contra de la voluntad expresa de Jesús y de Pablo.
Ni Mt 25 habla de amor a Dios, ni el samaritano de Lucas, ni siquiera Pablo en Rom 13, 8-10. Léase, por favor, bien el texto, que es el testamento teológico de Pablo, la culminación de la carta a los Romanos (si, a los romanos). Los problemas/pecados de la vida son adulterar el amor, matar a a los demás, robarlo todo… Frente a esos tres pecados no hay amor de Dios que responda y resuelva los temas (ni iglesia exprés, ni concilios… Sólo el amor al prójimo (como sabe y dice implícitamente Buda, que condena los tres pecados/deseos), aunque deja en la penumbra a Dios para resolverlos.
Cuando llega a la meta de su vida, Pablo no cita a Dios (no dice “Amad a Dios ante todo”), sino que se contenta con decir, humildemente, quizá con un poco de vergüenza: “amad al prójimo, a todo prójimo, como a vosotros mismos”. Lo dice, sin duda, citando el mandato de Lev 19, 18, y recordando que en sus buenos tiempos de mozo fogoso Él amaba a Dios con fuego, pero se iba hasta Damasco a perseguir/matar a sus prójimos, de tal manera que el mismo Cristo/prójimo universal tuvo que salirle a la puerta a preguntarle: ¿por qué me persigues? (Gal 2 y Hechos 9).
Pablo no formula aquí el mandamiento de amar al prójimo (el Shema de muchos judíos y muchos cristianos: Amarás a Dios de todo corazón…: Dt 6, 4-9). sino que lo deja en el trasfondo como experiencia previa, como presupuesto que no hace falta explicitar. Del amor a Dios se puede prescindir (y Pablo prescinde al llegar a la meta de su teología y de su vida). Lo que no se puede dejar es el amor al prójimo
Ante los tres problemas de la vida (adulterar el amor, matar, robar) la respuesta no es amar a Dios (que mal no está, si lo hay) sino amar al prójimo como a ti mismo, como hondura y verdad de tu propia vida.
Allí donde la ley pretendía cerrar con su mandato el camino del deseo, esta revelación positiva (amarás a tu prójimo como a ti mismo: Lev 19, 18) extiende ante los hombres el más alto impulso y camino de un deseo y comunión de vida.
En la tradición sinóptica, ese amor al prójimo estaba vinculado al amor a Dios, en una línea que habían destacado ya algunos escribas y sabios judíos de aquel tiempo (como dice Hilel y Mc 12). Pues bien, en este momento culminante de su teología, Pablo no habla ya de dos amores, sino de un solo amor, que no se dirige directamente a Dios, sino al prójimo, esto es, a los demás seres humanos. Evidentemente, Dios puede estar y está bien que está en en el fondo de ese amor al prójimo, pero ya no aparece de manera expresa, y es bueno que no aparezca, porque a veces estorba más que ayuda, como sabía San Ireneo en tiempo antiguo y el Papa Francissco en tiempo moderno.
Según lo dicho, hay tres mandamientos «negativos» de tipo legal (no adulterar, no matar, no robar), que se condensan en uno que supra-legal y que no puede formularse en forma jurídica (en la línea de las antítesis de Mt 5, 21-48: Habéis oído que se ha dicho no matar, no adulterar…, yo en cambio os digo….). Este paso del mandamiento externo (como ley punible) al. mandamiento interno, como purificación o superación del deseo (no odiarás….) permite que todos los mandamientos queden superados, asumidos, y cumplidos, por la única gracia y mandamiento positivo del «agape»: amar al prójimo como a uno mismo, descubriendo que el prójimo es mi vida y así amarle, amándome a mí mismo.
De esa forma, el amor al prójimo como a uno mismo viene a presentarse como expresión de la presencia de Dios, esto es, del amor total (a Dios y a mi propia vida) que se expresa y realiza en forma de amor al prójimo. Eso implica que hombres y mujeres han de quererse a sí mismos, pues sólo queriéndose aceptan el don de la vida (presencia de Dios en ellos) y pueden querer a los demás, de manera que la identidad (el yo) y la alteridad (el otro) se vinculan en un mismo despliegue de amor[2].
NOTAS
[1] Aproximación general al tema del «deseo» en A. Exeler, I dieci comandamenti, Paoline, Roma 1985, 159-169. Sobre Rom 13, 8-10, cf. C. K. Barret, Romans, Black, London 1973, 249-251; O. Michel, Romer, Vandenhoeck, Gottingen 1966, 323-327; H. Schlier, Romani, Paideia, Brescia 1982, 632-635; E. Käsemann, Romer, HNT 8a, Mohr, Tübingen 1974, 344-348; U. Wiickens, Romanos II, Sígueme, Salamanca 1992, 407-415.
[2] Este es el culmen de la antropología del Nuevo Testamento, que Pablo ha situado, de un modo significativo en el contexto de una vida político/social en la que los hombres no son objeto y sujeto de amor, sino de obediencia y deuda, en un mundo donde las cosas se cumplen por el miedo de la espada (cf. Rom 13, 1-7). Sobre el «mandamiento del amor», K. Berger, Die Gesetzesauslegung Jesu I, BibS, Neukirchen 1972, 56-257; G. Bornkamm, «El doble mandamiento del amor»: Estudios sobre elNT, Sígueme, Salamanca 1983, 171-180; R. H. Fuller, «Das Doppelgebot der Liebe», en Fests. H. Conzelmann, Mohr, Tübingen 1975, 317-329; H. Merklein, Gottesherrschaft als Handlungsprinzip, FB 34, Würzburg 1981, 100-104; E. Jüngel, Dios, misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1984.