Cada uno con su espada: Simeón, Judit, María (Entre Belén y Gaza)

El Estado de Israel ha vuelto a sacar su espada grande contra la espada de los palestinos, respondiendo con una violencia mayor a la violencia menor de los encarcelados en la Franja de Gaza. Con este motivo, retomando el motivo de un comentario del 27,

quiero presentar una reflexión sobre tres espadas, a cada uno la suya: la de Simeón, el patriarca vengador, antepasado de los judíos; la de Judit, la viuda justiciera que mata al invasor borracho; y la de María, que sufre y sufre por cuidar al niño en amor, al servicio de la vida. Mi texto es un comentario bíblico, pero quiere servir de parábola.

a las cosas que han pasado y pasan en Gaza, a dos tiros de piedra de Belén, ciudad de la Paz deseada. No quiero comentar mucho los textos, dejo a los lectores que lo hagan... No pongo conclusión, la conclusión puede ser María, la Madre de Jesús, que sabe sufrir por sus hijos, por todos sus hijos. Sólo allí donde una mujer (y un hombre) son capaces de asumir el sufrimiento de la vida, al servicio de la Vida, como María, la madre de Jesús, puede haber futuro para la humanidad . Que sirva esta reflexión de recuerdo emocionado de las mujeres y niños (y también de los hombres) inocentes que han muerto en Gaza, la víspera del día de los Inocentes de Belén, con el deseo de que los hijos de Hamor de Siquem y de Simeón de Jacob pacten al fin y terminen asumiendo lo que quería el principio de la Biblia: que se casen en amor unos con otros; que se olviden la historia de la muerte (incluida la de Judit), que se celebren las historia de la vida

Un texto base Lucas 2,24-38

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.

La Espada Simeón patriarca, hijo de Jacob

El evangelio habla de un anciano llamado de Simeón, que acoge al niño de la niño de la paz. Ese Simeón (= Dios ha escuchado, cf .Gen 29, 33) y llega del pasado más profundo de la historia israelita, como el patriarca de su nombre. Su figura está asociada con dos gestos significativos:
Simeón es el patriarca violento y vengativo que tomó la espada para vengar a los “habitantes autóctonos que habían “violado” a su hermana Dina. Ciertamente, parece que hubo un tipo de violación o rapto. Pero los familiares de un lado y del otro llegaron a un acuerdo, de manera que los violadores se casarían con la muchacha… y los “palestinos” de entonces se circuncidarían, para convivir así con los judíos… Pero cuando el acuerdo está sellado y aquellos palestinos se estaban curando de la herida de la circuncisión vino la desgracia, el más violento bombardeo de la espada:

Pero sucedió que al tercer día, cuando ellos aún sentían dolor, dos de los hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, tomaron cada uno su espada, fueron contra la ciudad que estaba desprevenida y mataron a todo varón.
26 También mataron a filo de espada a Hamor y a su hijo Siquem, y tomando a Dina de la casa de Siquem, se fueron. 27 Y los hijos de Jacob pasaron sobre los muertos y saquearon la ciudad, porque habían mancillado a su hermana.
28 Tomaron sus ovejas, sus vacas, sus asnos, lo que había en la ciudad y lo que había en el campo. 29 Llevaron cautivos a todos sus niños y a sus mujeres, y saquearon todos sus bienes y todo lo que había en las casas.
30 Entonces Jacob dijo a Simeón y a Leví: --Me habéis arruinado, haciendo que yo sea odioso entre los habitantes de esta tierra, entre los cananeos y los ferezeos. Teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí, me herirán y me destruirán a mí y a mi casa. (Gen 34, 25-30)


El gran patriarca Jacob quería la paz entre judíos y “palestinos”, pero sus hijos no la quisieron, se vengaron, mataron…. Pues bien, la “nueva” teología judía de tiempo de Jesús (cf Jubileos30) rehabilitó la figura de Simeón (ejército) y de Leví (levitas) … y les presentó como vengadores de sangre, patronos de todos los que luchan con la espada en contra de los opresores de su pueblo.

La Espada de Judit, hija de Simeón

La “historia” simbólica de la Biblia ha recordado la figura de la gran hija de Simeón, que se llama Judit. Ella no llama a su padre para que la vengue, sino que se venga ella misma. Toma su espada y mata a Holofernes…. La historia es conocida: llevan los “asirios invasores” (un tipo de árabes, con poder universal) y van a tomar Betulia (que es Jerusalén). Los judíos van a rendirse, pero ella, Judit, la auténtica judía, se levanta y se venga, con la espada… Iniciando una guerra de liberación que llevará a la muerte de todos los asirios (palestinos, árabes). Así ora Judit:

Señor Dios de mi padre Simeón a quien pusiste en la mano la espada, para vengar a los extranjeros que violaron la matriz de una virgen para mancharla, que desnudaron sus partes para vergüenza y profanaron su matriz para deshonra; aunque tú habías dicho (no se actúe así! ellos lo hicieron. … Mira su arrogancia, descarga tu ira sobre sus cabezas, pon en mi mano de viuda la fuerza para hacer lo que he pensado (Judit 9, 2-9)


Esto es lo que ella ha pensado, lo que ella hace:… Viene como prostituta de lujo, emborracha a Holofernes, general de los asirios-árabes… y cuando él está en el sopor del vino y del deseo… ella misma toma la espada (la espada del guerrero) y le corta la cabeza, para iniciar una guerra de terrible exterminio.

Judit es portadora de la ira de Dios. Ella es débil, una simple viuda (Judit 9,9), mujer sometida a la violencia o prepotencia de los otros. No empuña la romphaia o espada cortante de su padre Simeón (Judit 9,2) ; pero tiene buena mano y puede actuar; tiene labios de engano (apatês) y desea engañar. Esto es lo que ofrece a Dios, esto es lo que pone al servicio de su pueblo: una mano de viuda/mujer, una astucia de labios seductores. No tiene espada propia… pero toma espada de Holofernes, engañado, y le corta la cabeza.

Alguien querrá elevar escrúpulos morales: ¿se puede engañar en nombre de Dios? ¿se deben emplear medios de seducción amorosa para así paralizar y matar a los incautos adversarios? Es evidente que el texto no plantea esas preguntas. Dentro de la perspectiva de un durísimo judaísmo nacionalista, Judit se abstienen de comer alimentos impuros y acostarse con un incircunciso (Jud 10-12;13,15-16)… Ella es pura, es limpia... Pero puede engañar/seducir al brutal Holofernes y matarle en nombre de Dios, el Dios de Simén patriarca (no del Simeón de María, la madre de Jesús)

Intermedio. El nuevo Simeón profeta


El nuevo Simeón del evangelio es la antítesis del viejo Siemón... es un patriarca convertido... un Israel convertido.
Simeón personifica la justicia y piedad israelita: es el pueblo que escucha a Dios, que recibe su Espíritu y espera la llegada de su Cristo. No tiene edad, no es ahora ni de antes, es de siempre: es la plenitud de la esperanza. Es evidente que Dios no le puede engañar ni rechazar; ha recibido la promesa de ver al Cristo-Señor antes de morir y vive solamente para ello. Por eso, cuando llegan los padres de Jesús, él se presenta, toma al niño en brazos y bendice a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz... (2, 29).

Ha esperado bien, sabe morir. Su vida ha culminado, ha tenido sentido lo que ha hecho. Por eso bendice a Dios diciendo ¡gracias!. Puede morir desde la esperanza realizada, como individuo concreto y como patriarca, representante del pueblo, condensado en su figura. El verdadero Israel que es Simeón ha cumplido su tarea, puede acabar, esperando al salvador donde se vinculan todos los pueblos (pantôn tôn laôn). Desaparece ya la división entre ethnê (gentiles) y laos (judíos); la gloria (doxa) de Israel esque su Cristo sea luz (phôs) de las gentes .

La Espada de María. Una espada te atravesará el alma

En ese fondo cobran sentido las palabras que siguen. Los padres del niño se admiran, navegando como están en una especie de gran travesía teológica que les lleva de esperanza en esperanza (cf. Heb 11). Como viviente que ha realizado su camino, Simeón les bendice para hablar luego a María (José vuelve a quedar al margen) su más honda palabra. Este es el verdadero Testamento de Simeón para los cristianos, palabra que dice a la nueva Judit/María (que no mata, que sabe sufrir y educar y amar):

Mira, este está puesto como (causa de)
caída y resurrección de muchos en Israel,
como señal controvertida,
a ti misma una espada te atravesará el alma (2,34-35).

Lo que era esperanza cumplida (Simeón que acoge al niño en brazos) se convierte para muchos en principio de disputa: Jesús será signo de contradicción, bandera discutida. La ternura de la escena se transforma en principio de disputa: Jesús mismo se vuelve antilegomenon, señal de contradicción, piedra de escándalo. Este es el momento de la gran revelación (apokalypsis) que expresa y define el final de los tiempos.
Hasta ahora las cosas estaban mezcladas, podían confundirse. Ahora quedan al fin desvelados los más hondos pensamientos, el bien más hondo y la maldad suprema de los corazones.
Simeón ha contemplado la verdad desde su más alta perspectiva de vidente dispuesto a morir: es patriarca convertido finalmente el profeta. Puede morir, pero María ha de vivir para contemplar hasta el misterio de esperanza, compartiendo la dureza creadora de su trama. Ella debe culminar su "parto", realizando su camino de maternidad mesiánica y acompañando hasta el final al Cristo, en gesto de esperanza creadora y dolorida: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!

Sufrimiento de María, creadora de familia

Esta no es la espada del viejo Simeón, vengador de los antiguos siquemitas (Jud 9,2); no es la espada de la fuerza de Judit (cf Jud 9,9), que corta el cuello de Holofernes (Judit 13, 6-8). Es la espada del dolor personal convertido en fuente de acción creadora. En ella viene a condensarse el más hondo sentido de la esperanza israelita, en la línea de eso que Lc 24, 27 llamará hermenéutica paciente de la Escritura. Estos son los sentidos posibles de la espada:

- Dolor israelita. Sufre María por la división de los hombres de su pueblo.
- Dolor cristiano. Sufre al seguir a Jesús en su camino de cruz.
- Dolor crucificado. Conforme a Jn 19, 25-27, María comparte la cruz de su Hijo .

Ellos nos conducen hasta el centro de la acción sufriente de María, madre mesiánica, vinculada a la acción redentora del Cristo, su Hijo. Simeón ha desvelado ante María el sentido sufriente de su maternidad. Para recorrer su camino materno ella debe acompañar al Cristo, sabiendo que una esperanza sin sufrimiento sería ilusión o magia: pensar que Dios arregla las cosas desde fuera. Pero un dolor sin esperanza acabaría siendo desesperación o masoquismo. Sólo allí donde los dos aspectos se vinculan emerge el misterio maternal y creador de la acción mesiánica de María.

Esta acción dolorida y esperanzado de María se sitúa en un camino antiguo, como indica Simeón, el patriarca israelita, al evocarlo. Al asumir en su alma el dolor de la espada del Mesías, María viene a presentarse como expresión y culmen de una acción que había comenzado en el principio de la historia de la salvación y que culmina por el Cristo.
Este dolor de la acción de María es un dolor no violento en sentido externo (nadie la mata...). Por eso se distingue del gesto sanguinario de Judit, que corta con la espada el cuello de Holofernes. Es un dolor creador de familia: ella acepta la espada de Jesús, para venir a convertirse en madre y hermana de todos los hombres.

Santa María de la familia. Saber sufrir, saber amar

María no destruye a nadie, no construye su esperanza en claves de violencia. Para actuar como madre del Cristo Salvador ella debe aprender a sufrir, en gesto de seguimiento que culmina en la pascua. Así cobran sentido los pasajes anteriores (el Benedictus se invierte, el Magnificat se profundiza). Así culmina la palabra del ángel:¡alégrate, khaire! (1, 28), sabiendo que el gozo de María resulta inseparable de la romphaia o espada afilada que atraviesa y purifica los rincones más profundos de su alma, poniéndola al servicio de la salvación del Cristo:
- El sufrimiento de María ha de entenderse en clave de esperanza. Dios ha ensanchado su alma, haciéndole capaz de recorrer un camino de entrega mesiánica (cf. 1, 32-33), llamándole agraciada. Le ha dado lo más grande (el hijo mesiánico). Sólo así le puede pedir su colaboración, de forma que ella persista en su fiat. María sufre para que todos puedan tener familia, ser hermanos en Jesús.
- Es un sufrimiento asumido de manera personal. Ella mismo lo ha querido. Ha iniciado un camino de esperanza y gozo que jamás había sido recorrido de esta forma. Lleva a Jesús en sus brazos; su mismo compromiso de maternidad mesiánica, fuente de suprema esperanza, se traducirá en forma de entrega dolorida, creadora. Sólo el que sabe sufrir puede amar, ensanchar la familia, crear fraternidad universal
- Es un sufrimiento pascual. La esperanza del gozo final nos acompaña desde el principio de la anunciación. La razón se hace evidente: para recibir la gloria de Jesús y participar de su resurrección, la madre debe acompañarle en su pasión. Ella viene a presentarse así como la primera cristiana de la historia. María es signo de la nueva familia de los hijos de Dios, una familia donde caben en amor todos los hombres y mujeres de la tierra.
Esta palabra de la espada no es fatalidad sino promesa. María ha recibido al niño y lo educará: lo ha cuidado y lo cuidará, asumiendo el sufrimiento que ello implica. El profeta ha iluminado su camino de dolor y ella lo acepta; conoce lo que Dios le pide y permanece firme. De esa forma actúa. Por eso le llaman los cristianos Virgen de la Esperanza . Por eso puede presentarse en la Iglesia como creadora de familia de los hermanos y hermanas de Jesús.
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