Tierra santa 2. Galilea, una asignatura pendiente

Hablé ayer de la Guía de la Tierra Santa de Florentino Díez (Verbo Divino, Estella 2012), y de la "crisis explosiva" de esa tierra, con más de treinta siglos de historia filistea y judía, cristiana y musulmana.

Hoy quiero centrarme en Galilea, utilizando para ello la misma guía de Florentino, con el libro de J. G. Echegary y el viaje que hemos hecho con Ainkaren, enel mes pasado.

Galilea, tierra marginal en la gran historia antigua de Israel, fue rejudaizada a partir del siglo II a.C. y fue después el centro del ministerio de Jesús y del resurgimiento del judaísmo a partir del siglo II d.C. Era y sigue siendo la zona norte de la tierra de Israel, donde Jesús nació, se educó e inició su mensaje y camino de Reino, muriendo en Jerusalén, tras haber reunido unos discípulos que se llamaron en principio “galileos”.

Según los primeros evangelios (Marcos y Mateo), Galilea sigue siendo una "asignatura pendiente" de los cristianos. que deben volver a esa tierra y a su entorno, para descubrir y retomar el camino de Jesús y recorrerlo plenamente. Así lo han hecho o quieren hacerlo, de formas diversas, muchos grupos;


-- los franciscanos (Nazaret, Cafarnaúm, Monte de las Bienaventuranzas...),
-- los carmelitas (Monte Carmelo) y los salesianos (Nazaret),
-- las Comunidades Neocatecumenales (Domus Galileae),
-- los Legionarios de Cristo (Magdala)... y otros que sería largo recordar.

Pero no vale esa vuelta de grupos pequeños, es necesario un gran retorno a Galilea, como indicaré en este postal. Vuelvo a poner como libro de referencia la obra de Florentino (indispensable para recorrer por la historia y geografía de esa tierra. Pero quiero añadir a ella la obra sistemática Jesús en Galilea, de J. González Echegaray, a quien todos los amigos de la Biblia y de Galilea recordamos de un modo especial, por lo que fue, por lo que nos sigue enseñando tras el paso de los años. Como he dicho, los cristianos del momento actual nos sentimos (y debemos ser) cada vez más "galileos", por recuerdo de Jesús, por presencia de aquella tierra.

Hace un mes hemos estado allí (véanse foto), con el grupo Einkaren en Magdala (foto de las ruinas), una ciudad muy importante para entender no sólo el entorno de Jesús, sino su vida y tarea, partiendo de María de Magdala...

Ofrezco una imagen del barco sobre el lago de Jesús; sin ese mar abierto a todos los rumbos de la tierra no se entiende el evangelio. Imagen intermedia: Los amigos del grupo de Einkaren, en foto de familia, con María de Nazaret, que es con María de Magale el signo supremo del cristianismo galileo.



UNA HISTORIA ANTIGUA


1. Tierra de frontera, historia conflictiva


Galilea, al norte de Israel, podía dividirse en dos zonas: (a) La Alta Galilea, con valles profundos y montes más altos, en la ribera izquierda del primer tramo del río Jordán, cerca de la zona de influjo de Tiro. (b) La Baja Galilea, más llana, al norte de la llanura de Esdrelón, en la ribera izquierda del Mar de Galilea, donde se centrará el mensaje de Jesús.


Fue una tierra conquistada y colonizada desde antiguo por israelitas (al menos en parte), desde el siglo XI-X a.C. Pero desde el año 732 a.C., tras haber sido conquistada por los asirios, y de un modo especial desde el 721 (fin del Estado de Samaría, zona norte de Israel), fue un lugar de mestizaje y cruce de pueblos, sometida al influjo de Tiro y Damasco, con una religión que era una mezcla de yahvismo y de cultos paganos (de la zona y del entorno). Por la arqueología de detalle, sabemos que a partir del VII a.C., perdió mucha población y que no tuvo identidad político/social, careciendo prácticamente de ciudades, quedando casi despoblada, a merced de sus vecinos ricos: Damasco, Tiro/Sidón y Samaría. De esa forma, a pesar de las promesas de Is 8, 23−9, 1, su luz se apagó por siglos y no se disiparon sus sombras, aunque algunas de sus gentes recordaban a Yahvé, Dios antiguo, vinculado a las guerras de Débora y Barac, y a los profetas más fieles del yahvismo (Elías y Eliseo). Pero en conjunto la región parecía separada de Israel.

2. Rejudaización, de nuevo en Israel.

Sólo en un tiempo relativamente tardío Galilea fue conquistada y rejudaizada por Aristóbulo, rey sacerdote asmoneo de Jerusalén (cf. Josefo, Ant 13, 395), hacia el 104 a.C. Éstos son algunos momentos básicos de ese proceso.

(a) El año 160 a.C., había en Galilea israelitas fieles a Yahvé, como supone 1 Mac 5, 1-26. En esa línea se dice que, al comienzo de las guerras macabeas, Judas envió a su hermano Simón para liberar a los judíos (yahvistas), en riesgo de ser asimilados por las poblaciones vecinas (Tiro, Sidón, Ptolemaida…) y por los paganos de la zona, llevándoles a Judea. En ese momento debía haber en Galilea más paganos que judíos, de manera que los macabeos optaron por recogerlos en su zona liberada de Judea. Lógicamente, en una línea histórica normal, Galilea habría dejado de ser israelita, pues los yahvistas de la zona abandonaron la tierra.

(b) El 104 a.C. (un siglo antes de nacer Jesús) se dio el gran cambio. Tras decenios de expansión y crecimiento judío, Aristóbulo (104-103 a.C.), primer rey-sacerdote oficial asmoneo (macabeo) de Jerusalén, pudo conquistar definitivamente la zona central de Galilea, imponiendo el yahvismo (judaísmo), a través de dos procesos: Exigió que los itureos (tribus siro-árabes) de la zona se circuncidaran y adoptaran las “costumbres” (leyes, forma de vida) del judaísmo o se marcharan; e implantó en la zona a muchos judíos de Judea que se unieron a los descendientes de los galileos israelitas que tuvieron que dejar la tierra sesenta años atrás (160 a.C.); esa labor continúo en tiempos de su hermano y sucesor Alejandro Janeo, que fue rey-sacerdote del 103 al 76 a.C.

(c) El año 39 a.C., en el contexto de la desintegración del reino de los asmoneos y de la guerra de los romanos con los partos, Herodes el Grande, nombrado rey de Israel por los romanos, conquistó Galilea, no para rejudaizarla, sino para tenerla sometida dentro de su reino (bajo dominio de Roma), en contra de aquellos “judíos” de la zona que querían la independencia judía. Desde entonces, y a lo largo de más de un siglo, Galilea fue una zona política “caliente”, pronta al levantamiento nacionalista judío contra Roma.

3. Judaísmo galileo.


En contra de una “propaganda” que ha pensado que en tiempo de Jesús era una zona semi-pagana, Galilea era entonces fuertemente judía. Es normal que entre los nuevos colonos de Galilea, venidos de Judea (desde el 104 a.C.) hubiera radicales religiosos, de línea “nazorea”, que provenían quizá de Belén (y se creían/decían descendientes de David). Es probable que ellos fueran fundadores de Nazara/Nazaret (asentamiento nazoreo) y que quisieran recrear en Galilea el antiguo ideal israelita, vinculado a las tradiciones del Éxodo y la Alianza (más que al templo de Jerusalén), apelando a la memoria del profeta Elías (que había actuado en esa zona), y de un modo especial a las promesas escatológicas de bendición y plenitud final, con la llegada del Reino de Dios (tiempos mesiánicos). Por otra parte, algunos antepasados de Jesús pudieron haber itureos convertidos a la fuerza, pero que acabaron aceptando el judaísmo.

Sea como fuere, los judíos galileos (muchos de ellos nuevos conversos) tenían rasgos propios, que les distinguían de los judíos de Judea/Jerusalén. Eran famosos por su coherencia nacional y religiosa, y no se puede dudar de su fidelidad israelita. Su judaísmo se mostraba, además, en el hecho de que habían optado por Jerusalén y sus tradiciones, en contra de los samaritanos de la zona intermedia (entre Judea y Galilea), que eran israelitas, pero a su modo, pues sólo aceptaban el Pentateuco, no las tradiciones proféticas de Judá, ni las instituciones sacerdotales de Jerusalén, aunque tuvieran también ideales mesiánicos.

Cf. F. DÍEZ, "Galilea y Galilea de los gentiles en el AT": La Ciudad de Dios, 195 (1982) 369-394; S. FREYNE, Jesús, un galileo judío. Una lectura nueva de la historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2007; Galilée. From Alexander the Great to Hadrian, Clark, Edinburgh 1998; J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Jesús en Galilea. Aproximación desde la arqueología, Verbo Divino, Estella 2000. En otra perspectiva, cf. V. ELIZONDO, Galilean Journey. The Mexican American Promise, Orbis, New York 2000; versión cast. El viaje de Galilea: la promesa México-Americana, New York 2000).

TIERRA CRISTIANA

El judaísmo de los galileos del tiempo de Jesús era resultado de esa conquista violenta y de la fuete emigración de judíos, que vivieron a colonizar la zona; entre ellos se encontraban, probablemente, los antepasados de Jesús. Algunos investigadores han pensado que gran parte de los galileos del tiempo de Jesús era semi-paganos. Pero no parece que pueda ponerse en duda su fidelidad israelita, aunque es muy probable que ellos tuvieran unos rasgos propios, que les distinguían de los judíos de Judea.

(1) Galilea, la tierra prometida de Jesús

Jesús fe un judío galileo. No tuvo que inventar nada nuevo para hacer lo que debía, sino recrear la tradición israelita de los nazoreos de Galiea, vinculada a la promesa del Reino de Dios, que debía instaurarse en la misma tierra prometida, que para él (Jesús) era Galilea. Había nacido y crecido en la tradición de Israel (era nazoreo), y concebía a Dios como fuente y sede de todos los poderes, vinculando en su sígno (Reino) religión y política, experiencia interior y transformación social, abundancia material y comunicación humana. En conjunto, otros israelitas, y el mismo Juan Bautista, suponían que el tiempo del Reino no había llegado todavía, de manera que los hombres debían aguardar, insistir en la conversión… Pero Jesús creyó que el Reino de Dios debía proclamarse y prepararse en Galilea.

Su maestro Juan Bautista no podía proclamar el Reino de Dios, sino que insistía en el pecado y elevaba ante los hombres (pecadores) su exigencia de conversión (bautismo), pues el Reino vendrá luego, tras el juicio de Dios (o de su enviado: el Más Fuerte: cf. Mc 1, 7). Por eso se quedó en el Jordán, sin pasar a la tierra prometida. Pues bien, superando esa visión de Juan, Jesús afirma que el Reino ha comenzado «ya», en este lugar (Galilea), en ese tiempo (ahora), porque Dios así lo ha decidido, lo que indica no sólo que Dios viene, sino que él, Jesús, ha de anunciar y expresar (indicar, “de-mostrar” su venida). Galilea, los pueblos y aldeas del entorno del Lago de Genesaret (Tiberíades) fueron para Jesús al tierra de Dios, tierra prometida.

El espacio geográfico (y teológico) de Juan era el desierto que llega hasta el río, fuera de la tierra prometida, hasta que venga el juicio. El de Jesús es ya la misma tierra prometida, donde Dios actúa como Rey. Para Jesús, en principio, esa tierra no fue Jerusalén, ciudad del templo, donde él debería haber subido, como querían en Qumrán, para reformar el culto, sino la misma Galilea, donde vino a proclamar el Reino, como ha formulado Marcos, recogiendo una tradición que condensa y define la tarea de su vida.

–Jesús empezó en Galilea porque era de allí. No era de Jerusalén, de templo y libro de leyes, sino israelita de pueblo, nazoreo mesiánico, que unía las tradiciones de David con las experiencias de los marginados de Galilea. Había salido de su tierra, buscando una respuesta junto al río de Juan; pero, tras haber hecho el camino de la conversión, superó ese plano profético y volvió “lleno del Espíritu de Dios” (cf. Lc 4, 17-18) a su propia tierra, para iniciar precisamente allí la marcha victoriosa del Reino.

– Le marcó su tierra. Su proyecto le ligó a los campesinos y aldeanos de Galilea, que él había conocido y sufrido en su carne, como he puesto ya de relieve. Galilea era el lugar de máximo dolor, y allí debía iniciarse el proyecto y camino del Reino, pues así lo había decidido Dios, que le había encomendado esa misión: Ser profeta del Reino entre su gente, comenzando así la gran transformación social y personal, económica, política y religiosa de la humanidad.

Jesús no empezó anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando Reino, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Por eso ha venido a sembrarla, es decir, a recordar a los hombres y mujeres su grandeza, como seres capaces de Palabra. Ciertamente, es sembrador y tiene la esperanza de que su siembra de Reino culminará, pero no sabe externamente cómo, no puede calcular la forma ni la hora, sino que debe confiar, dejando la semilla en la tierra de los hombres, pues Dios le dará crecimiento, sin que el sembrador sepa la manera (cf. Mc 4, 26-29).

No sabe la forma en que vendrá el Reino en concreto (ni en qué día), pero está seguro de que ha empezado y culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores del Reino, desde Galilea. No sabe con detalle la manera, pero estaba convencido de que el Reino está viniendo a través de los aldeanos, artesanos, pobres, a quienes entendió como portadores de la promesa de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1).

No fue a las grande ciudades de Galilea (Séforis, Tiberíades), las capitales del Reino de Heerodes Antipas, ni a las ciudades aún mayores del entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco)… No quiso empezar por las ciudades, quizá porque pensó que no podían convertirse, porque su misma estructura político social era contraria el Reino de Dios. Ciertamente, Jesús sabía que en ellas había muchos pobres, abiertos al reino de Dios; pero su núcleo dominante se hallaba pervertido, entregado en manos de un poder político y religioso contrario a Dios.

(2) Galilea, cuna del cristianismo.

La "cosa" empezó en Nazaret, donde Jesús fue concebido, donde se recuerda a María, su Madre, en la Basílica de la Anunciación:



Jesús empezó en Galilea, proclamando allí la llegada del Reino de Dios. Pero en un momento dado, para radicalizar su opción y su proyecto, en la línea de los profetas antiguos, subió a Jerusalén, donde propuso su mensaje y le mataron. Por eso, tras el “fracaso” de la Cruz, muchos seguidores de Jesús pensaron que había que volver a Galilea, para rehacer allí el camino mesiánico, para revivir allí la experiencia pascual del reino, viendo y siguiendo a Jesús resucitado. Éste es el núcleo del mensaje de Mc 16, 1-8 y de Mt 28.

Por eso, a los primeros cristianos les llamaron despectivamente galileos, por la patria de su fundador y por el lugar de su origen de su movimiento (Hech 1, 11; 2, 7: cf. Lc 22, 59). No parecían israelita puros como los de Judea (cf. Jn 7, 52), ni representantes de una cultura universal, como muchos helenistas de la diáspora, entre los que se cuenta el mismo Pablo (cf. Hech 21, 39). Eran hombres y mujeres de provincia, a quienes se les distinguía por su dialecto (cf. Mc 14, 70). Del entorno de Galilea vinieron Pedro y Andres (de Betsaida), Santiago y Juan que parecen haber sido de Cafarnaúm, como María de Magdala, ciudad de la pesca, mujer esencial de la Iglesia primitiva.

De ese lugar que parecía apartado y poco importante llegaron los cristianos y allí siguieron viviendo, en la zona donde Jesús anunció el evangelio y donde, según Marcos 16, 7 y Mateo 28, 7.16-20, debía comenzar la misión del resucitado. Allí, en la periferia, había comenzado la cosa de Cristo (cf. Hech 10, 37), de manera que sus primeros seguidores fueron hombres y mujeres que no estaban en el centro de la iglesia judía, ni de la cultura del imperio.

En Galilea tenían sus raíces (y posiblemente actuaron) no sólo Pedro y los Doce, sino también las mujeres amigas de Jesús y quizá los quinientos hermanos de quienes dice 1 Cor 15, 5-6 que «vieron» a Jesús resucitado. Todos ellos empezaron siendo oriundos de una provincia de cruce, abiertos a influjos diversos, mestizos despreciados por los puros. Es muy probable que las muchedumbres de seguidores de Jesús, que la tradición ha recordado (cf. Mc 3, 7-12), sirvan para evocar a esos cristianos de provincia. Entre los galileos estaban aquellos a quienes Jesús resucitado ofreció el pan y los peces de las multiplicaciones (cf. Mc 6-8).

Ellos recogieron y transmitieron muchos elementos de una tradición que ha desembocado en los evangelios, a partir de Marcos y de un documento que suele llamarse Q (del alemán Quelle, Fuente), que no se conserva, pero que ha sido generosamente utilizado por Mateo y Lucas. Las comunidades galileas se expandieron por Transjordania, Siria y Fenicia en los años anteriores a la guerra del 67-70 d. C., aunque Pablo (promotor de un cristianismo urbano) no las cita.

(3) Las comunidades cristianas de Galilea

Eran iglesias rurales, sin obispos ni presbíteros. Se organizaban de un modo sencillo y estaban animadas por el ministerio carismático de unos profetas itinerantes, sin alforja ni dinero, sin repuesto de comida o de vestido, sin más autoridad que curar y expulsar demonios, siendo acogidos en las casas de aquellos que quisieran acogerles (cf. Mt 6, 7-11; Lc 9, 1-8 y Mt 10, 5-13).

(a) Esos profetas galileos de Jesús eran exorcistas y sanadores como él (cf. Mt 12, 28 par) y quizá algunos de ellos formaban parte del grupo de los Doce. No eran escribas ni sacerdotes, ni presbíteros o inspectores (=obispos) de comunidades bien instituidas sino enviados carismáticos del Reino, con poder para curar (liberar) a posesos y enfermos. Fueron la primera autoridad cristiana.

(b) Eran profetas pobres: «Y les ordenó que no llevaran nada...» (Mc 6, 8 par). Los grandes sistemas actúan con medios materiales (capital, provisiones) y organizativos (jerarquías, documentaciones), creando estructuras donde cada uno vale en razón de sus funciones, de manera que la comunión personal queda sustituida por una relación de oficio y rango, de papeles y representaciones. Los cristianos galileos no tenían más autoridad que su vida al servicio de los necesitados. Por eso, carecían de bienes materiales (pan, dinero) o representativos (vestidura, báculo). Su pobreza era expresión de un fuerte sentimiento de confianza y solidaridad mesiánica: dan gratis lo que tienen y esperan gratis lo que necesitan.

(c) Cada casa podía ser una comunidad: «Dondequiera que entréis...» (Mc 6, 10 par). Estos profetas no tienen una casa propia; son huéspedes constantes, no por rechazo, sino por confianza. Para ofrecer abiertamente el evangelio quedan a merced de aquellos que quieran (o no quieran) recibirles. Por eso no empiezan creando o imponiendo autoridad, sino que aceptan la que existe para recrearla desde el evangelio, ofreciendo así su semilla o simiente de reino.

(d) Comunidades provisionales, de carácter itinerante. Y donde no os reciban... (Mc 6, 11). Los enviados de Jesús siguen caminando, tanto si son acogidos como si no (tras un tiempo de permanencia en la casa o ciudad deben irse). Sin nada vinieron, sin nada han de marchar. Pero tienen la confianza de que algunos les recibirán, porque llega el Reino (cf. Mc 9, 1 par; Mt 10, 23). La violencia del poder brota del miedo de perderlo. Los que no tienen nada propio carecen de miedo, pues nadie les podrá robar: no son representantes de un sistema, sino testigos de la gracia de Jesús. Estos profetas- misioneros de Galilea veneraban a Jesús resucitado, pero más que su resurrección, entendida de manera espiritualista, destacaban su magisterio de sanación y su anuncio del Reino, y de esa forma seguían viviendo como Jesús había vivido: curando enfermos, acogiendo a expulsados y abriendo un camino de vida para los pobres.

Aquellos cristianos galileos mostraban con su vida que Jesús seguía vivo, sin necesidad de grandes estructuras exteriores u organizaciones. Su lugar de referencia no era el templo (experiencia de poder sagrado), ni la sinagoga (oración organizada), ni la escuela (reunión de estudiosos), sino el camino de los itinerantes y la casa familiar ampliada, donde todos eran hermanos y hermanas, madres e hijos del Cristo (cf. Mc 3, 31-35).

(4) Pervivencia del cristianismo galileo.

Ciertamente, en la iglesia posterior han influido de manera más directa otras tendencias, vinculadas a Jerusalén y a la misión → helenistas, como supone el libro de los Hechos. Pero aquellos profetas itinerantes de Galilea y de su entorno se nos han vuelto hoy cercanos, pues repiten los gestos de Jesús (curaciones, exorcismos) y proclaman sus palabras (Sermón de la Montaña), como muchos quieren hacer hoy. No organizaron grandes iglesias, porque Jesús, mensajero del Reino, crucificado por los poderes del mundo, iba a volver pronto y ellos debían esperarle. En ese sentido podemos decir que fracasaron: muchas de ellas se fueron apagando, por cansancio interior o porque habían cumplido su tarea, por la guerra del 67-70 d. C. que devastó sus tierras y, también por los cambios que el movimiento cristiano iba experimentando en otros contextos. No pudieron (ni quisieron) competir con las grandes iglesias Jerusalén o Antioquia, Éfeso, Corinto o Roma, pero su inspiración no desapareció, sino que fue asumida por los evangelios sinópticos, dentro de la gran iglesia, de manera que hoy debemos recuperarla, sin queremos redescubrir el pasado y abrirnos al futuro de Jesús.

Por otra parte, algunos cristianos galileos exploraron nuevos caminos de experiencia interior (gnosis), descubriendo que el verdadero de Dios se hallaba dentro de ellos y así formaron comunidades de iniciados que se fueron apagando en Galilea, pero se extendieron por Siria y luego por Egipto, donde las hallamos hasta el siglo IV y V d. C. Ellas conservaron la memoria de Pedro y, sobre todo, la de Santiago y Tomás, Felipe y María Magdalena, a quienes vieron como trasmisores de una enseñanza oculta de Jesús (en la línea del Evangelio de Tomás, que no ha sido recibido en el canon, pero que contiene mucha riqueza de evangelio).

(cf. S. FREYNE, Galilee, Jesus and the Gospels, Fortress, Philadelphia 1988; J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, La Biblia en su entorno, Verbo Divino, Estella 1996; I. E. VAAGE, Galilean Upstarts. Jesus' First Followers according to Q, Trinity, Valley Forge 1994).

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