Vigilia de Adviento, pregón de Libertad

Culminando el Adviento esta semana, quiero ofrecer unos puntos de meditación, para aquellos que siguen este blog en línea orante, no sólo de erudición o disputa teológica. Tomo para ello como base la confesión de Pablo en Gal 4, 4,en el centro de su Pregón de Libertad:

Envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley
para que liberara
a los que estaban sometidos a la ley.


Desde ese fondo quiero poner de relieve que el Adviento/Navidad es tiempo de liberación personal y social, tiempo para escuchar con atención la palabra, en línea de “lectio divina”, es decir, de lectura religiosa del mensaje de la Biblia y de "lectio humana": Lo que importa es recorrer la vida al paso de Dios, que ha querido caminar y ser con nosotros a paso de Hombre, como decía Juan de la Cruz
.



Sigue, pues, un texto de lectura bíblica,pero, sobre todo, un texto de meditación personal, para recordar con José y María (en el asno),grávidos de Dios aquello que somos y seremos, superando las vallas que vamos poniendo y que nos ponen en el camino.

Buen día a todos, buen Adviento, a los amigos y lectores que quieran meditar un momento conmigo, a las puertas de la Navidad, con las palabras de entre pregón personal y social de Adviento, que es llamada y voz de Navidad.

En el centro de la primera imagen está el seno claro de María, a la que un hombre acompaña... En la imagen 2 está una simple valla. Se trata de saltar y abrir para todos, porque va a ser navidad. Al final de la meditación van unas oraciones, que pueden servir de "vigilia" de Adviento para aquellos que quieran hacer conmigo (con estas letras) el camino.



Tema.

Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gal 4, 4)... Estas palabras ofrecen la más antigua referencia cristiana sobre la madre de Jesús, pero más que de María en cuanto tal, ellos hablan del envío y acción de Jesús sobre la tierra, es decir, del sentido del Adviento. Ellas forman parte de la disputa de san Pablo con los fieles de Galacia sobre el sentido de la ley judía. Son un manifiesto en favor de la libertad cristiana, desde el nacimiento de Jesús.


1. Nacidos para la libertad.

Algunos judeocristianos muy piadosos pensaban que Dios quiere que los hombres y mujeres le estemos sometidos: que cumplamos sus mandatos y reconozcamos su grandeza, realizando unos signos concretos de cumplimiento legal como la circuncisión y las normas de fiestas y comidas. La religión sería para ellos una forma de obediencia y sometimiento sagrado. Piénsalo bien: ¿no es bueno someterse a Dios? Eso es lo que predican los judeocristianos de Galacia, presentando a Dios como garante de la ley y el orden sobre el mundo.

Pues bien, en contra de eso, san Pablo ha querido que los cristianos se descubran y sean ante todo libres. Que sientan y agradezcan la gracia de la vida, el perdón, la gratuidad, la esperanza, que sean ellos mismo, sin esclavitudes de ningún tipo. Por eso afirma que Dios no nos ha hecho para que vivamos sometidos a su ley, sirviéndole de esclavos o criados, sino para que podamos desplegar y realizar nuestra existencia con autonomía. Quiere que seamos libres y libremente le amemos, haciéndonos personas. Desde ese fondo ha de entenderse nuestro texto, en el centro de una fuerte polémica antilegalista.

Pablo sabe que muchos hombres y mujeres, sobre todo al interior del judaísmo (y después al interior de cierto cristianismo), se encontraban antaño dominados por la ley, aplastados bajo normas de sumisión religiosa.

Sacerdotes y jerarcas del templo de Jerusalén quería domar o dominar a los humanos con espíritu de miedo, pensando que sólo el temor guarda la viña de Dios, sólo el miedo hace cumplir la religión. Hoy también son muchos los que quieren imponer el sometimiento religioso. Pablo, en cambio, afirma en Gal 4, 4:

Cuando llegó la plenitud de los tiempos
envió Dios a su Hijo
nacido de mujer,
nacido bajo la ley
para recatar a los que estaban bajo la ley,
para que alcanzáramos la filiación.


Ésta es la palabra nueva de la libertad cristiana: Jesús nos ha liberado de la ley (de todo tipo de esclavitud social o personal), para que alcancemos así la libertad de hijos de Dios. Eso significa que ha llegado la plenitud de los tiempos: ha terminado el orden viejo de sometimiento de la historia, dominada por la ley, envuelta en contradicciones y opresiones de esclavitud social y de pecado religioso.

Comienza ya la era de la libertad, el tiempo en que se cumplen las promesas, conforme al designio salvador de Dios que ha querido mostrarse en plenitud, como divino, no como Señor que impone desde arriba su voluntad, sino como Padre de todos los hombres y mujeres de la tierra. La acción de Dios en Cristo es principio de libertad, camino que nos lleva al descubrimiento más hondo de la historia: somos Hijos de Dios.

Pablo no funda su argumento de libertad sobre algún tipo de esencia eterna del Hijo de Dios (aunque pudiera haberlo hecho, pues Dios es libre, y su Hijo es el Hijo de la libertad), sino sobre su acción liberadora dentro de la historia, en medio de la tierra. Ciertamente, ese Hijo proviene de la eternidad de Dios y expresa desde siempre y para siempre su misterio de amor. Pero su acción liberadora se despliega sólo al llegar la plenitud de los tiempos, por el nacimiento y pascua de Jesús.

En otras ocasiones obra, Pablo ha puesto de relieve el carácter salvador de la pascua de Jesús, hablando de su muerte por nosotros. En esta ha destacado más bien el valor salvador de su envío y nacimiento: el Hijo de Dios se ha encarnado, para compartir en amor nuestra existencia.

2. Nueva economía Dios ha enviado a su mismo Hijo

Este es el misterio: Dios podía haber cerrado su vida en lo divino, clausurado en sí, sin más amor ni dicha que la suya. Pues bien, por un designio de amor que sobrepasa nuestra comprensión, Él ha querido regalarnos su propio corazón: ha enviado a su Hijo, para que así compartamos su vida. No se ha encerrado en sí, sino que ha descorrido el velo de su santuario de amor y nos ha dado su mayor tesoro, el Hijo de su entraña, Jesucristo.

No ha enviado ya a un profeta, a un mediador… Ha enviado a su Hijo, es decir, ha venido él mismo. No ha querido mandarnos un siervo o mensajero, que no saben decirnos su secreto de amor. Nos ha mandado a su Hijo, es decir, ha venido Él mismo, sin dejar su eternidad sagrada, pero entrando dentro de la historia. ¿Cómo ha penetrado? ¿Cómo ha podido venir y hacerse humano? ¿En qué carro de fuego, en qué nave estelar ha logrado acercarse hasta nosotros? ¡Nada de eso! Dios no necesita carro de fuego, ni nave planetaria, sino que ha venido de manera más sencilla, natural, mucho más profunda: ¡a través de una mujer!

Así lo afirma Pablo cuando dice que Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer. No es que se vinculen, en unión matrimonial, Dios y esa mujer, como si Dios fuera el esposo y la mujer esposa. Ciertamente, la madre del Hijo de Dios es mujer, pero en cuanto tal no representa sólo a las mujeres, sino a todos los humanos, varones y mujeres de la historia, vinculados en la gran tarea del nacimiento del Hijo de Dios. De esa forma se vinculan en vínculo más hondo que el mero matrimonio biológico Dios y la mujer, el Padre divino y María:

– Dios envía a su propio Hijo, es decir, a la persona amante que brota del amor de su entraña. No necesita una mujer para engendrarlo, pues lo abarca todo, es masculino y femenino, es Padre y Madre, es Dios excelso, en cuyo seno ha surgido el Hijo Jesucristo, pero si quiere que su Hijo nazca como humano necesita de María.

– El Hijo de Dios se define así como "nacido de mujer": surge en la historia humana a través de una persona que le acoge y alumbra, que le engendra y educa. San Pablo no ha citado a esa mujer, no le ha dado un nombre, pero los cristianos sabemos, por Marcos y Mateo, lo mismo que por Lucas, que ella se llama María.


Pero el texto no afirma simplemente que "Dios envío a su hijo nacido de mujer", sino que añade "nacido bajo la ley". Según Pablo, la ley es el mandato que nos tiene sometidos, la dureza de la vida llena de violencia, el miedo de la muerte. Así estábamos nosotros, antes que llegara el Cristo, Hijo de Dios: sometidos a la fuerte dureza de este mundo, en situación de servidumbre, como esclavos de un Dios que parece cabecilla y dictador más que Padre de los hombres.

Pues bien, desde el momento en que el Hijo de Dios ha nacido en el mundo, para compartir nuestra existencia y ofrecernos la suya, los humanos ya no somos siervos de Dios, sino sus hijos. De esta forma ha superado Dios la situación de sometimiento en que se hallaban antes los humanos. Este es el argumento que Pablo va desarrollando en todo Gálatas (especialmente a partir de 3, 21), para culminar en la última frase del texto citado:

– Dios envió a su Hijo (divino), nacido bajo la ley,
– para que nosotros (los humanos) alcanzáramos la filiación.

Así se contraponen las dos economías, es decir, los tiempos de la acción de Dios:

- La economía (económica, social y religiosa) de la ley esclavizaba al ser humano, haciéndole siervo de Dios, sometido a sus mandatos, dominado por las leyes, estructuras o poderes de este mundo. Ese era el tiempo del judaísmo imperfecto. Parecía que la santidad de los creyentes crece en la medida en que aumenta el sometimiento: cuanto más sumiso es uno, más devoto; cuando más se niega a sí mismo, más agrada a Dios. La religión se interpretaba como una técnica de sumisión. Lógicamente, los jerarcas religiosos y sociales podían pedir sometimiento a sus vasallos, en nombre de Dios. Era tiempo y religión de servidumbre, que algunos parecen seguir añorando todavía.

- Pero ha llegado ya la economía o tiempo final de libertad y filiación, de manera que el mismo Dios anima a los humanos a cultivar su libertad, para que alcancen así la madurez cristiana. Ha enviado Dios a su Hijo, para liberarnos de la ley y ofrecernos la filiación. Dios no quiere esclavos, sino amigos. No busca vasallos sometidos, sino hombres y mujeres que se amen libremente, en gozo compartido. Pues bien, para fundar esa libertad, ha enviado a su Hijo nacido bajo la ley, es decir, sometido a los imperativos y servidumbres de este mundo viejo (cf. Flp 2, 6-11).

De esa forma se distinguen y enfrentan mutuamente los dos principios de la historia: el sometimiento y la libertad. Frente a la vieja esclavitud que sometía a los humanos (haciéndoles siervos de poderes religiosos y sociales) se ha elavado y ha nacido ya el principio de la filiación, entendida como experiencia de gratuidad y apertura a lo divino. Porque han sido creados como hijos de Dios, los hombres y mujeres de la tierra han de vivir en libertad, por Jesucristo.

Pero volvamos a la palabra anterior "nacido de mujer". No envía Dios a su Hijo desde arriba o de mentiras, como un fantasma que sigue separado de la historia, sin hacerse parte de ella. No le envía terminado y ya maduro, como un extraterrestre que ha nacido y crecido fuera de la tierra, para aparecer después en este mundo. Al contrario, Dios le envía como a todos los humanos, haciéndole surgir de la misma historia humana, como a los restantes hombres y mujeres de la tierra.

Por eso dice Pablo que "ha nacido de mujer", en proceso muy hondo y misterioso de fecundación, embarazo y alumbramiento, que le vincula a todos los humanos. A veces, empleando un esquema filosófico abstracto, pensamos que cualquiera que posea cuerpo y alma es ya un humano. Pues bien, la Biblia no ha entendido así las cosas: según ella, sólo puede ser humano aquel que nace de mujer, formando parte de una genealogía bien concreta, que no está determinada ya por los varones, como se piensa de ordinario, sino por las mujeres, que son signo de la humanidad fecunda..

3. Nacido de Mujer, hijo de Eva.

Por eso, al afirmar que Dios envió a su Hijo nacido "de mujer" no está aludiendo, en primer lugar, a su madre como persona individual, sino como portadora de esperanza, engendradora de humanidad. Pero en un segundo momento podemos afirmar que es ella (la mujer María) la que emerge en el fondo de ese texto, como madre y colaboradora de la obra de Dios:

- La mujer María forma parte de la historia israelita. Es evidente que ella empieza estando sometida a la ley, como lo está su Hijo. Más aún, ella aparece especialmente sometida a la ley por ser mujer, según ha precisado con enorme rigor la legislación judía de la Misná, detallando las leyes de pureza y sometimiento sacral de las mujeres. Jesús ha nacido de una mujer sometida a la norma legal israelita, norma que regula de forma minuciosa todo lo tocante al sexo femenino y a la maternidad, con menstruación, matrimonio, parto etc.

- María forma parte de la humanidad generadora, pues, conforme a lo indicado, el ser humano se define como nacido de mujer. Se cumple así en María aquello que anunciaba el Génesis 3, 20, cuando presentaba a la mujer como Eva, es decir, como Vitalidad generadora, por ser madre de todos los vivientes. Antes de ser una mujer sometida a la ley, la madre del Hijo divino aparece así como fuente de vida: es la humanidad que expande vida, la totalidad del ser humano en cuanto capaz de crecer y multiplicarse, según la bendición de Génesis 1, 29.

- Finalmente, María se encuentra especialmente vinculada con Dios y con su Hijo. Pablo sabe que Dios carece de mujer en plano teogámico (de unión matrimonial sagrada) y de hijo a nivel biológico (de generación sexual); por eso, no puede aceptar el mito pagano más usual del mundo antiguo, que hablaba de noviazgo y relación sexual entre los dioses y las diosas. Pero, al vincular a Dios, con un Hijo y una mujer, está evocando unos símbolos sagrados muy profundos, que hablan de la relación entre lo humano y lo divino. Cuando dice que Dios envía al mundo a su propio Hijo divino, nacido de mujer, supone que entre Dios y la mujer existen relaciones hondas de vida y generación. Por eso preguntamos ¿cómo es ese Dios? ¿por qué se llama Padre? ¿cómo se vincula con María, la Madre del mesías?

Paremos un poco, volvamos al texto. Pablo no responde a esas preguntas, pero no dice algo más hondo: Dios ha querido que su Hijo nazca en este mundo, para que los humanos, liberados de la esclavitud de la ley anterior, pueden dirigirse a Dios diciendo ¡Abba! ¡Dios, tú eres nuestro Padre! (Gal 4, 6). En ese camino que conduce hacia la libertad, recibe importancia especial la figura de María, la mujer de la que nace el Hijo, engendrado y enviado por el Padre. Ciertamente, Pablo sabe y dice que Jesús es Hijo de David y descendiente de la familia de Abraham, como afirma en la carta a los romanos. Por eso, podría haber dicho, también en nuestro texto, que Jesús:

- ha nacido del esperma o semilla vital de David según la carne
- y ha sido constituido Hijo de Dios por la resurrección

Así habría destacado el valor de las promesas de Abrahán y de David, que han venido a culminar y realizarse en Cristo. Pero lo que dice aquí es distinto:

Pablo no ha querido afirmar que Jesús ha nacido de las promesas masculinas de Abrahán y David, sino de un principio de humanidad más hondo, de la mujer ejemplar, simbolizada ya por Eva.

Así lo evoca el llamado protoevangelio, de Génesis 3,15, donde Dios, tras el pecado, condena a la serpiente y dice:

pondré enemistades entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya.

La misma mujer que en el relato del pecado parecía sometida a la serpiente viene a presentarse ahora como vencedora y madre. Ella lucha contra la serpiente del odio y de la muerte y da a luz a un Hijo que vencerá por siempre a esa serpiente, para liberar a los humanos. Leyendo bien el relato del Génesis, capítulos 2 y 3, descubrimos que la figura principal es Eva, la mujer, y no Adán en cuanto varón. Ella inició el camino de la muerte, queriendo adueñarse de los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal y de la vida. Pero también ha iniciado el camino de la vida, apareciendo al final como madre de todos los vivientes. Así se dice que:

Adán llamó a su mujer Eva , que significa la viviente,
porque ella es madre de todos los vivientes (Génesis 3,20)


La tradición ortodoxa y católica sabe que es mujer-madre portadora de vida... y añade que Esa Mujer es María. Ella es más que David, mesías israelita; es más que Abrahan, patriarca de un pueblo especial. Ella es madre de todos los vivientes, signo del amor de Dios que ofrece vida a toda la humanidad, encarnándose en ella, para liberar a los que estaban oprimidos por la ley.

– Ciertamente, esta Mujer-Eva ha empezado deseado el dominio total sobre la vida (3,1-6), vinculándose así con la serpiente: tiene envidia de Dios, quiere hacerse divina, adquiriendo el dominio total sobre sí misma y sobre toda realidad. Ella es deseo absoluto: voluntad de apoderarse de la vida, madre sin Dios, madre engañada por la serpiente de la envidia y de la muerte.

– Pues bien, Dios ha querido que, al fin, la Mujer-María, nueva Eva, venza para siempre a la serpiente, a la que ha dicho: Pongo guerra (enemistad) entre ti (la serpiente) y la mujer, entre tu descendencia y la suya... Esto significa que la serpiente no ha logrado su deseo, no ha destruido a la humanidad. La primera mujer Eva, fue tentada, pero no destruida, entregada a su dolor, pero no aniquilada; por eso, ella mantiene un deseo positivo y combate sin tregua contra la serpiente. La segunda mujer María ha logrado lo que aquella, la primera, pretendía: ha sido Madre del Hijo de Dios, del mesías.


Mujer y serpiente son Ap Jn 12-13 los signos supremos de la historia. La derrota de la primera mujer se ha vuelto luego una guerra incesante; y al final ha vencido la mujer María. Solemos pensar que el principio de la humanidad es un pacto o conflicto de varones, de manera que las mujeres son subordinadas. Pues bien, en contra de eso, el símbolo bíblico coloca en el principio de la historia (de pecado y esperanza) a la mujer que es portadora de semilla o descendencia santa. La descendencia de varones, como Abrahán o David, limitada. Sólo Eva-María es la Madre de todos los vivientes, Madre del Mesías, como indica Gálatas 4, 4.

Ciertamente, tanto Génesis como Gálatas saben que la humanidad está formada de varones y mujeres. Pero en la base y fundamento de la historia no colocan ya un pareja humana (Adán y Eva), sino a Dios que sucinta y funda la vida a través de una mujer, que al principio es Eva, al final María. Por eso, en la culminación de los tiempos la humanidad aparece simbolizada por una mujer, colaborando con Dios.


Lógicamente, conforme a la visión más honda del Génesis, los humanos ya no somos hijos de Adán y Eva, sino de Eva (que es la humanidad completa) y de Dios (que es el misterio fundante y portador de toda vida). Por eso, al llegar la plenitud de los tiempos, según Gálatas 4, 4, los miembros de la nueva humanidad, centrada en Cristo, son hijos de Dios y de la Mujer María, que aparece como madre universal, representante de todo el ser humano, Virgen de Merced, Madre redentora.

Ella ha derrotado por su Hijo a la serpiente, en diálogo con Dios, apareciendo como principio de libertad y vida sobre el mundo. Ella pone en marcha un movimiento de liberación que ha de transformar las relaciones sociales, como sabe el Magnificat.

4. Mujer con Espíritu.

La tradición constante de la iglesia, atestiguada por los evangelios de la infancia de Lucas y Mateo, afirma que Dios ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, por obra del Espíritu Santo. Ese pasaje está evocando el nacimiento liberador del Hijo de Dios. Ciertamente, ese nacimiento de Jesús, en cuanto Hijo de Dios y Señor, ha culminado en la pascua, cuando él ha entregado su vida en favor de los humanos. Pero, como ya hemos indicado, el mismo nacimiento histórico de Jesús es un acontecimiento salvador, porque Dios ha enviado a su Hijo sobre el mundo, nacido bajo la ley, nacido de mujer, para liberar a los que estaban sometidos a la ley.

Pablo sabe que Jesús es nuevo Adán: no es sólo hijo de Adán, descendiente de lo humano, sino nuevo Adán, el ser humano verdadero. También sabe que Jesús es hijo de David según la carne (Romanos 1, 3), portador de esperanza mesiánica de los judíos. Sabe, finalmente, que Jesús es hijo de Abrahán, superando el plano de la ley (del judaísmo nacional), culminando las promesas. Pues bien, asumiendo y superando esos niveles, Pablo ha llamado a Jesús el nacido de mujer. Leamos de nuevo el texto, en su forma más amplia:

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley
para que alcanzáramos la filiación
Y la prueba de que sois hijos, es que Dios ha enviado en vuestros corazones,
el Espíritu de su Hijo, gritando: ¡Abbá, oh Padre!


Dios ha enviado a su propio Hijo, nacido de mujer, superando los principios genealógicos del mundo. No basta que el mesías sea hijo de Abrahán y de David; para salvar verdaderamente a los humanos ha de ser nuevo Adán, Hijo de Dios y nacido de mujer. De esa forma nace de la historia humana (es hijo de mujer), surgiendo al mismo tiempo del misterio eterno (el Hijo de Dios). De esa forma introduce la gracia de Dios al interior de esa historia de muerte y pecado: al llegar el momento culminante, Dios ha enviado a su Hijo, para liberar a los que estaban sometidos a la ley, culminando así el camino de salvación iniciado ya en el Génesis.

- Ciertamente, la mujer que engendra al Hijo de Dios está por una parte bajo la "condena": es mujer limitada y no diosa; es madre mortal y no figura eterna. Pero en su misma limitación ella es capaz de ponerse al servicio de la vida, luchando contra la serpiente.

- Pero esta mujer engendra desde Dios. Parece que el mundo se hallaba dominado por la ley de los varones, que se expresa en forma de violencia. Pues bien, por encima de esa ley, al comienzo de un camino mesiánico iniciado ya en el Génesis, San Pablo afirma que el mismo Dios ha enviado a su Hijo a través de una mujer.


5. Superar el pecado

Situada de esta forma, en el origen y centro de todos los caminos de la historia, la madre de Jesús expresa el valor supremo de lo humano: ella emerge precisamente allí donde las promesas de Abraham y el mesianismo de David acaban siendo insuficientes; por eso lleva en sí el recuerdo del pecado (como Eva), siendo principio nueva humanidad, superación del pecado

- El pecado original es el deseo de divinización egoísta: Eva quiere apoderarse de la vida de Dios; el pecado es la violencia: Caín y Abel luchando para siempre. Pues bien, ese pecado ha culminado en la muerte de Cristo: crucificando al Hijo de Dios, los hombres ratifican el pecado. Se ha mostrado la gracia de Dios y los hombres la han negado; Dios les ha ofrecido la vida en Jesús y los hombres han preferido su muerte.

- Pues bien, frente al pecado se eleva el regalo gratuito de la vida de esta nueva mujer (María), que no quiere adueñarse de manera egoísta de la vida, sino recibirla desde Dios y regalarla, a través de su Hijo Jesucristo, que es Hijo de Dios. Frente a la mujer-Eva, que quiere divinizarse y al hacerlo se pervierte, emerge ahora la mujer-María, que ha puesto su vida al servicio de la vida de Dios, del nacimiento del Mesías.


Esta mujer encuentra su máxima expresión en la madre de Jesús. Ella es la figura más destacada de aquellos que luchan contra la serpiente, como prometía Gen 3, 15, ella es signo de libertad, Madre de Merced, figura del Adviento.

Por eso, dialoga con Dios en gesto positivo y no quiere poseer la vida en un sentido egoísta (comiendo del árbol del conocimiento), sino en fidelidad amistosa. Al servicio de la vida de Dios y del conjunto de la humanidad ha desplegado la existencia. Ella es la virgen por antonomasia. La otra Eva (que Pablo ha evocado en 2 Corintios 11, 2) puede presentarse como adúltera: es mujer seducida que engaña a todos los que dicen amarla. Por el contrario, la madre de Jesús, principio y compendio de la iglesia, es el signo de la virgen santa que Pablo quiere presentar ante Dios.

Esta madre es Virgen porque no se ha entregado a unos amores falsos, no ha traicionado a Dos, ha guardado fidelidad a la tarea de de la vida. Por eso, ella puede presentarse como transmisora de vida, persona completa, que vive ya para servir a los hermanos. Culmina así el misterio de nuestro pasaje (de Gálatas 4, 4) y de sus cuatro personajes principales. Así podemos evocarlos, resumiendo todo lo anterior, concluyendo nuestra meditación:

– El primer personaje es evidentemente Dios, protagonista de todos los caminos de la historia. Dios ha enviado a su Hijo, Dios quiere liberarnos de la ley y del pecado, del sometimiento y de la muerte. Por eso le empezamos venerando, en gesto de gozo agradecido. La salvación humana es fiesta de Dios, plenitud y despliegue exultante de su vida.

– El segundo es el Hijo, al que Dios ha enviado. Sabemos, por un lado, que es el Hijo eterno, es decir, que pertenece al misterio de Dios. Pero, al mismo tiempo, sabemos que ha surgido dentro de la historia (nacido de mujer), asumiendo así las contradicciones y dolores de esa misma historia, del conjunto de la humanidad. La salvación s Cristo; por eso le acogemos, en gesto agradecido.

– El tercero es la mujer que aquí aparece como Madre del Hijo, es decir, aquella que colabora con Dios desde el fondo de la misma historia humana. Como signo de la humanidad que acoge el misterio de Dios y responde a su palabra hallamos a María. Porque ella ha existido y realizado su tarea como madre podemos afirmar que los humanos hemos acogido en amor a Dios. Solidarios con María, nos sentimos ante Dios amigos.

– El cuarto y final somos nosotros, los humanos, que estábamos sometidos a la ley, sin conocer al Padre y que ahora recibimos por Jesús su don más alto, es decir, la filiación. Ella, la mujer, queda en un segundo plano. No quiere que gritemos ¡Madre!, sino que nos volvamos hacia Dios y le digamos en amor gozoso ¡Abba! ¡Dios, tú eres nuestro Padre!.

Como hijos de Dios concluimos esta meditación, acogiendo el don del Padre, respondiéndole el amor, con Jesús, como María: ¡Qué grande eres Oh Dios! ¡Tú eres nuestro Padre!

6. Reflexión, unas preguntas

En la parte anterior, más teórica, hemos podido meditar sobre el texto básico de Gal 4, 4-5: el envío del hijo de Dios. Ahora pasamos del nivel de la teoría al compromiso personal y a la alabanza. Nos situamos ante el texto, lo escuchamos con el corazón y dejamos que él nos hable, palabra a palabra, frase a frase:

– Al llegar la plenitud de los tiempos: ¿qué significa plenitud? ¿cómo ha llegado el final? ¿en qué se manifiesta? ¿qué consecuencias tiene para mi vida?
– Envió Dios a su Hijo: ¿por qué decimos que Dios tiene un Hijo? ¿cómo lo tiene? ¿por qué nos lo envía? ¿para qué necesitamos que esté con nosotros?
– Nacido de mujer, nacido bajo la ley: ¿cómo se identifica el Hijo de Dios con Jesús? ¿ por qué ha nacido como nacen todos los humanos, de mujer, bajo la dura ley del mundo?
– Para liberar a los que estaban sometidos a la ley... ¿Qué significa para nosotros la libertad? ¿por qué la necesitamos? ¿como la expandimos?


Desde ese fondo podemos poner de relieve los aspectos más significativos del pasaje:

1. Motivo teológico: "envió Dios...". Podría ser suficiente para guiar nuestra oración. El texto destaca el misterio de la acción de Dios, que actúa en favor de los humanos. No queda aislado en su cielo, no se desinteresa de nosotros, los que estamos en el mundo, sino todo lo contrario ¿Como le buscamos, cómo le acogemos? Situémonos ante el abismo de la acción salvadora de Dios. Este podrá ser el primer momento del retiro.

2. Motivo cristológico: "envió... a su Hijo...". Este es centro del pasaje. Es aquí donde surgen las mayores preguntas: ¿por qué tiene Dios un Hijo y nos lo envía? ¿por qué quiere Dios librarnos de la esclavitud y hacernos hijos suyos, en libertad? ¿Qué significa entender este mundo como lugar de libertad y filiación? ¿Cómo ofrecemos libertad a los demás y les ayudamos a ser Hijos de Dios?

3. Motivo mariológico: "nacido de mujer...". Hemos dicho que, en principio, Pablo no ha querido destacar a esa mujer, pero luego la misma dinámica del texto, comparado con Génesis 2-3, la pone en primer plano. Ella, entendida ya como Maria, madre de Jesús, es signo y garantía de encarnación. En ella estamos todos incluidos ¿Qué significa nacer de mujer? ¿Cómo nos encarnamos nosotros en la historia humana? ¿Cómo nos identificamos con los problemas del mundo?

4. Motivo redentor "para liberarnos de la ley, para que alcancemos la filiación" ¿De qué ley debe liberarnos el Hijos de Dios? ¿Qué significa alcanzar la filiación, identificarnos con el Hijo de Dios? ¿Cómo se relaciona la liberación personal y el empeño por liberar a los demás? No basta con yo sea liberador en sentido personal, he de serlo también a través de instituciones religiosas y/o sociales (de mi familia, de mi trabajo, quizá de mi Congregación, si soy religioso/religiosa), en el contexto de mi grupo social o de mi Iglesia.

7. Oración final

Gracias te damos Padre, Señor del cielo y de la tierra,

porque has querido enviarnos a tu Hijo Jesucristo,
nacido de María,
como don de amor y libertad,
para rescatarnos de la ley y concedernos la plena filiación,
en el momento culminante de la historia.

Humilde y confiadamente te pedimos,

en este principio ampliado del segundo milenio,
que liberes, ensanches e inflames nuestro corazón,
para que acojamos nuevamente tu Palabra, Palabra de tu Hijo,
de manera que podamos ser testigos y agentes de su liberación,
en la iglesia y en el mundo entero.

Especialmente queremos pedirte el don de la libertad,

tanto en plano personal como social,
para que podamos liberar a los demás con amor gratuito y generoso:

que no tengamos miedo a la verdad de tu palabra,
que no desconfiemos de la fuerza de tu obra,
y que actuemos de esa forma como mensajeros
de una civilización de amor y libertad,
de encarnación entre los pobres,
de servicio liberador
que tu Hijo Jesucristo nos propuso en su evangelio.


Queremos elevar nuestra oración en nombre de la Iglesia

y de todos los hombres y mujeres de la tierra,
cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes,
pues en favor de todos ellos vino y murió Jesucristo,
el Hijo de María, Madre de la Libertad;
con todos ellos queremos colaborar nosotros,
en especial con los más pobres, expulsados de la tierra,
comprometiéndonos a escuchar la Palabra del Cristo
y a cumplir sus obras, pues él vino a liberar a encarcelados y oprimidos.

Acoge, Padre, estas y todas las plegarias

que te eleva la humanidad gozosa y sufriente,
recibe nuestra oración y conviértenos a ti,
a tu libertad de amor, en este Adviento
para que pongamos nuestra vida al servicio de la libertad
como hijo Jesús, cuando vino.
Te pedimos también por la Iglesia, para que la conviertas en este Adviento,
para que sea libre y liberadora,
pues para vivir en libertad nos convirtió Jesús, el Hijo del Adviento.

Te las presentamos,

a ti, Padre de Adviento de toda Libertad, protector de oprimidos,
redentor de cautivos, nacimiento de vida temporal y eterna,
por Nuestro Señor Jesucristo,tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
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